procedan de agua de lluvia. Ha llovido últimamente, creo.
—Sí, hace un par de noches cayó un buen chaparrón. La semana pasada estuvo lloviendo dos días seguidos.
—Bien, ya no tenemos nada más que hacer aquí abajo. Voy a alcanzar la superficie y echaré la cuerda desde arriba. Usted se la sujetará a la cintura y ya me indicará cuándo debo empezar a tirar para ayudarla a subir. ¿Entendido?
—Sí, perfectamente.
Unos minutos más tarde, Bridget ponía pie en el exterior. Al verse fuera del pozo, exhaló un profundo suspiro.
—Me parece mentira, Tony —sonrió.
—No es un sueño —contestó él, mientras recogía la cuerda. Bridget le dirigió una profunda mirada.
—Tony, hemos encontrado abajo los restos de dos personas que, evidentemente, fueron asesinadas. Tenemos que informar a la policía; es nuestro deber.
—Voy a pedirle un favor. Guarde silencio por ahora, no diga nada a nadie.
—¿Por qué? —se extrañó la muchacha.
—Haga lo que le pido, se lo ruego. Después de nueve años, unos días más o menos no tienen importancia.
—Diríase que quiere dar una sorpresa a Dohane...
—Algo por el estilo —respondió él evasivamente—. No diga nada, se lo ruego.
—No le comprendo, pero haré lo que me pide. Y ahora, dígame una cosa: ¿Quién trató de jugarnos una mala pasada, lanzando la cuerda al pozo?
—Eso es lo que me gustaría a mí saber. Le daría un buen puñetazo en la nariz, créame.
—Es fácil imaginárselo, Tony. Fue Dohane.
—Sí, tuvo que ser él. ¿Quién, si no?
Bridget creyó captar cierto retintín irónico en la voz del joven, aunque Moodson se mantenía completamente serio.
—Tal vez está pensando en Sheakey —apuntó.
—Podría ser. También tiene motivos para no sentir simpatía hacia nosotros. Moodson terminó de recoger las cosas y se echó la mochila a la espalda.
—Es hora de regresar —sonrió—. ¿Cómo se siente?
—Me parece como si acabara de salir de una tumba... que no tiene fondo.
—Tiene fondo, aunque no lo parezca —dijo Moodson gravemente.
Echaron a andar. Cuando llegaron a la casa de Bridget, recibieron una enorme sorpresa. Richard Barnand estaba derrumbado en un sillón, con las ropas un tanto desordenadas y un gran parche en el lado izquierdo de la frente.
El abogado parecía sentirse bastante mal. Al ver a Bridget, dijo:
—Lo siento. No sé cómo pedirte disculpas... pero... me han robado tus documentos...
* * *
Repuesta de la impresión, Bridget hizo té y ofreció una taza al abatido Barnand.
Moodson, en pie junto a la repisa de la chimenea, fumaba en su pipa.