peluca?

Oh, no, todo lo contrario. Ya sabe, a un gigante le llaman Pulgarcito o enano, por contraste, claro.

Moodson asintió.

A lo mejor me escapo algún día a tomar un trago en casa de Edith dijo, a la vez que se encaminaba hacia la salida, con objeto de dar su habitual paseo de todas las mañanas.

 

* * *

 

El perro de Paxton, el pastor, corrió a saludarle unos instantes, dirigiéndole unos alegres ladridos, acompañados de vivos meneos de la cola. Luego el can volvió a cumplir sus obligaciones con el rebaño.

Moodson saludó al pastor afectuosamente. Había ido preparado para la ocasión y le entregó un buen cigarro.

Paxton se pasó el tabaco bajo la nariz.

Hoy día se ven pocos de éstos por aquí comentó. Lo guardaré para el domingo, si no le importa.

El dueño del cigarro es ahora usted, Russ, si me permite que le llame por su nombre.

Faltaría más, señor Moodson. Gracias por el cigarro; de cuando en cuando, me gusta fumar uno... ¿Cómo va su salud?

No puedo quejarme, aunque, en realidad, no estaba enfermo, sino muy fatigado y necesitado de un auténtico reposo. Gracias por su interés, Russ.

Recostado en la cerca, que no había variado de aspecto, Moodson empezó a cargar su pipa. Paxton se puso un cigarrillo en la boca.

Pasados unos momentos, Moodson dijo:

Russ, me gustaría hacerle una pregunta.

Lo que usted quiera, siempre que conozca las respuestas sonrió el pastor.

Bien, mi pregunta se refiere más bien a una opinión, de modo que, incluso, puede callar si lo desea. Pero, dígame, si usted fuese el juez que tuviese que fallar el pleito entre Dohane y la señorita Bridget, ¿a quién le daría la razón?

Paxton demoró la contestación unos segundos.

Quiere una opinión sincera, supongo.

Se lo ruego.

Bien, en primer lugar, si yo fuese el juez, preguntaría a cada uno de los contendientes para qué demonios quieren la propiedad de estos terrenos, después de que durante decenas de años nadie se ha ocupado de ellos.

No está mal pensado, Russ. Yo también pienso que en el fondo de este asunto hay algo más que la satisfacción del amor propio. ¿Eso es todo?

Oh, no, en absoluto. También les haría una sugerencia, más o menos así: «Los dos tienen razón y yo no puedo favorecer a uno, perjudicando al otro. Repártanse Seaside Plain equitativamente y se acabó el asunto.» Sí, eso les diría yo, créame.

Puede resultar una buena idea, en efecto. Pero usted ha hablado de una sugerencia, no de una sentencia. Supongamos que tiene que dictar sentencia. Hágalo con franqueza,