* * *

 

Cuando llamaron a la puerta, Peggy había terminado de cenar y se disponía a acostarse. Sentíase furiosa e indignada al mismo tiempo, pero también muy preocupada.

Cerca del mediodía, había estado hablando con Dohane. La entrevista había resultado borrascosa. Peggy casi llegó a pegarle, aunque, al final, consiguió tranquilizarse, ya que Dohane había prometido pagarle en el breve plazo de una semana. Ella le había dicho que no toleraría un minuto más de prórroga y luego le había preguntado por Jared Kipple. La respuesta de Dohane había tenido tonos claramente sarcásticos y burlones. Dohane no tenía por qué saber nada de un miserable vividor, cuyos máximos ingresos eran los que podían proporcionarle un par de liebres por semana.

Ella se había marchado muy disgustada, pese a las promesas de cobrar lo que le debían. Mientras terminaba de arreglar la cocina, Peggy se dijo que iba a pasar mala noche.

Y en aquel momento, fue cuando llamaron a la puerta.

Peggy fue a abrir inmediatamente. La figura de un chico de pocos años apareció en el umbral.

Para usted, señora Barstow dijo el muchacho, a la vez que le entregaba el sobre.

Peggy metió la mano en el bolsillo de su delantal y, mecánicamente, le entregó una moneda. Luego cerró la puerta y empezó a rasgar el sobre con dedos temblorosos.

En el interior del sobre había una carta:

Estoy en un grave apuro y no quiero dejarme ver por ahora en el pueblo, ven a verme cuanto antes en Seaside Plain, junto al pozo. Es muy urgente.

 

La carta estaba firmada solamente con un par de iniciales. Peggy se sintió mareada un momento, pero se rehízo en seguida.

Inmediatamente, se quitó el delantal y corrió a ponerse unos zapatos. Luego buscó una manteleta, se la echó por encima de los hombros y salió de la casa con paso muy rápido.

Durante el camino, lamentó más de una vez no haberse provisto de una linterna, pero, por fortuna, el cielo estaba bastante despejado y la luz de la luna era suficiente para evitar tropezones. Treinta minutos más tarde, alcanzó el pozo.

Miró a su alrededor. No había señales del hombre.

Peggy empezó a preguntarse si no había sido objeto de una broma pesada. En el pueblo, casi todos conocían sus relaciones con Kipple. Quizá alguien habla querido divertirse a costa suya...

Tal vez había obrado con demasiada precipitación, porque, ¿para qué citarla a la noche y en un paraje tan solitario? Si Jared tenía verdadera necesidad de su ayuda, ¿por qué no ir a su casa a la madrugada, seguro de que nadie le vería a esas horas?

De pronto, cuando más fuertes eran sus dudas, oyó una voz en las tinieblas inmediaciones:

Peggy, ¿eres tú?

Ella lanzó un grito inmediatamente:

¡Jared! ¿Dónde estás? Maldito estúpido, ¿por qué no te dejas ver?