difícilmente la cólera que sentía—. Tiene usted un arma y eso le hace sentirse superior a mí, pero ya llegará el momento en que las fuerzas estén niveladas. Entonces, veremos, Jared Kipple.
—Sí, veremos. Y ya me marcho, pero no porque me lo mande usted, sino porque no quiero desgraciarme, llenándole de plomo su sucia barriga.
Moodson creyó oír unos pasos que se alejaban. Luego, de pronto, percibió la voz de Kipple una vez más:
—Y, a propósito, señor Dohane, usted compró la propiedad de Peggy Barstow, pero
¿cuándo piensa pagarla?
Kipple se despidió con una burlona carcajada. Al otro lado de la cerca sonó una espantosa maldición.
—Me las pagarás... —oyó el joven a Dohane.
Transcurrieron unos minutos. Moodson supuso que Dohane se habría marchado ya y se dispuso a abandonar el lugar. De repente, sonó el ruido del motor de un automóvil que se acercaba a aquellos parajes.
El sonido se apagó a los pocos instantes. Moodson captó una vez más la voz de Dohane.
—Ha tardado usted mucho, señor Heard —dijo.
—Lo siento, no me ha sido posible venir antes. Además, me dieron unas indicaciones equivocadas y he tenido que rehacer todo el camino.
—Está bien, dejémoslo. Lo importante ahora es que está aquí y que puede ver personalmente la obra que quiero encargarle. Mire esa cerca y dígame lo que le parece.
Hubo un instante de silencio. Luego, el recién llegado dijo:
—Se puede hacer. No hay especiales dificultades, excepto en el acarreo de materiales.
—La quiero de piedra y de cinco metros de altura, con una puerta en la base. La puerta será de hierro y con cerraduras de seguridad. ¿Lo ha entendido, señor Heard?
—Perfectamente. Tendrá usted su cerca y su puerta de seguridad, pero no mañana precisamente.
—¿Cuánto tiempo?
Moodson entendió claramente que Heard estaba haciendo cálculos.
—Un par de semanas, a partir del momento en que llegue el primer camión con la carga de piedras. Ha de tener en cuenta también que es preciso utilizar un camión cisterna para el transporte del agua que se usará con el cemento, más la hormiguera, más el generador... Pero una vez que esté todo aquí, dos semanas, repito.
—Muy bien, no se hable más. Empiecen cuando gusten, señor Heard.
-—Un momento, señor Dohane. Parece que olvida usted algo muy interesante...
—Oh, perdone, estaba un poco distraído... Aquí tiene un cheque como anticipo a cuenta. La próxima vez que nos veamos, tendrá la bondad de entregarme un presupuesto definitivo.
—No faltaríamos. ¿Quiere un recibo por el cheque?
—Confío en su palabra —se despidió Dohane escuetamente.
El ruido del motor sonó de nuevo y se alejó hasta que el silencio volvió nuevamente a la campiña. Pasado un rato, Moodson se atrevió a ponerse en pie.
Nadie había advertido su presencia en aquel lugar y se sintió muy satisfecho. Sin embargo, se había enterado de algunas cosas que le parecieron interesantes.