Epílogo
Hoy en día el mayor misterio del mundo está oculto en un pequeño monasterio, en el norte de la India, en un gompa apartado de los itinerarios turísticos, pegado a la ladera de una montaña. En la estación cálida se insinúa entre sus piedras el soplo del viento que desciende de los glaciares eternos y el suave murmullo de alguna cascada. En invierno adquiere una paz inalterable, protegida por las ventiscas. Solo viven allí unos cuantos monjes, que dan el relevo a un nuevo grupo cada veinte años, periodo tras el que regresan a sus monasterios de origen.
En 1887 alguien intentó alterar su paz: un periodista ruso, un tal Nicolaj Notovich, judío de nacimiento pero ortodoxo converso. Era un apasionado de la historia y la arqueología, y llegó al valle de Ladakh, desde donde alcanzó los gompas de Mulbekh y Himis. Ante la novedad de la visita y la curiosidad del extranjero, algún lama habló, y Notovich se enteró de los detalles de una historia que todos en aquellas montañas conocían.
Una historia de diecinueve siglos antes, aunque para ellos el tiempo es relativo. Un hombre extraordinario, procedente de Palestina, había vivido en aquella zona de los quince a los treinta años aproximadamente. Luego había decidido regresar con los suyos y, al final, había optado por terminar su vida a la sombra de aquellas inmensas cumbres. A su muerte fue enterrado en un lugar llamado Srinagar, donde aún hoy se puede visitar su sepulcro, conocido como Rauza-Bal, que en dialecto cachemir significa: «Tumba del Profeta».
Fuera o no periodista, Notovich enseguida se mostró muy interesado en apoderarse de los documentos que narraban aquella historia. Su insistencia fue tal que los monjes más ancianos, temiendo por la propia supervivencia del gompa, fingieron ceder a sus peticiones y le dieron una falsa copia de la transcripción de la vida de aquel misterioso extranjero. Nicolaj Notovich la dio por buena, pese a que estaba escrita en tibetano: su cultura limitada y el ansia por conseguir la documentación le impidieron intuir que si aquellos folios hubieran sido auténticos estarían redactados en pali, la antigua lengua religiosa que se usaba hace dos mil años. En cualquier caso, él, en 1894, publicó aquellos escritos en Francia y Estados Unidos, con el título La vida desconocida de Jesús.
El libro fue un éxito mundial. Fue como si todo el mundo, de pronto, emergiera del limbo en el que yacía su conciencia. Porque hasta entonces nadie había profundizado en el mayor misterio de la humanidad: dónde estuvo el hombre llamado Jesús entre los doce y los treinta años. Ni los cuatro Evangelios canónicos ni los gnósticos ni los apócrifos lo mencionan. El oficial romano y después apóstol Pablo de Tarso, pese a demostrar que conocía a Jesús mejor que a sí mismo, no habla de ello ni una sola vez. Callan también todos los historiadores de la Iglesia que aparecieron después, y también los teólogos y exégetas de los textos sagrados.
Un silencio ensordecedor para los pocos que han reflexionado y se han planteado el problema. Es evidente que alguien ha querido que no se hablara del tema, y que se ha echado tierra sobre la cuestión y se ha intentado borrarla de la memoria y del corazón del hombre. Lo excepcional es que lo haya conseguido durante veinte siglos. Pero hasta las losas más pesadas se pueden romper, tal como anuncian los nuevos milenaristas en el fin de nuestros días.
Años después de la publicación de aquella historia extraordinaria, que arrojaba apenas una pequeña luz sobre el mayor enigma de todos los tiempos, algunos intelectuales prestigiosos, con Max Müller a la cabeza, afirmaron que Notovich se lo había inventado todo, aunque no lo argumentaron demasiado. Él se puso furioso, sintiéndose quizás abandonado por quienes habían promovido en secreto su misión, y reveló que antes de la publicación del libro había hablado de la cuestión con el arzobispo metropolitano ortodoxo de Kiev, Platon Rozdestvenskij, con el famoso historiador católico Ernest Renan, autor de una celebérrima y controvertida Vida de Jesús, y con el nuncio apostólico de París, monseñor Luigi Rotelli, muy próximo al papa León XIII. Confesó también que la Santa Sede ya conocía aquella historia o que al menos la consideraba verdadera, puesto que el alto prelado italiano le había ofrecido una suma considerable para que no publicara el libro. En los siguientes cien años, algunos estudiosos y aventureros fueron hasta el valle de Ladakh en busca de la verdad, y todos recogieron testimonios sobre la presencia de Jesús en aquel lugar, en el periodo de sus «años ocultos». Pero, pese a la presión, los lamas consiguieron mantener su secreto, al considerar que no había llegado ni la hora ni el hombre idóneo para revelar la verdad al mundo.
Estudios recientes han determinado que Notovich era un espía, adiestrado primero y expulsado después de la Ojrana, la policía secreta rusa, creación personal del zar Nicolás II Romanoff, que la ideó para acabar con las rebeliones políticas y que respondía exclusivamente ante él. El testigo de esta poderosa organización oculta lo recogió primero la Cheka de Lenin y luego la NKVD de Beria, el KGB de Andropov y la actual FSB, de la que ha sido director Vladimir Putin. La Ojrana fue maestra insuperable en el arte del despiste y creó miles de documentos falsos, incluidos los de la existencia del Priorato de Sión, dada por cierta en tantos libros, entre ellos El código Da Vinci.
No parece casual, pues, que, precisamente cuando estaba a punto de hacer nuevas revelaciones, Notovich desapareciera en la nada y que no se sepa ni la fecha ni la causa de su muerte.
Del misterio de la vida de Jesús y de su estancia entre las montañas del Tíbet y de la India, en cambio, queda lo que escribió en los años 1930 el famoso arqueólogo Jurij Roerich, traductor de Los anales azules, obra monumental sobre la religión budista: «Las leyendas [sobre Jesús] se conservan con gran cuidado. Es difícil que los lamas las cuenten, porque ellos saben cómo guardar silencio mejor que nadie… Ahora, no obstante, ha llegado el tiempo de la iluminación de Asia». Eran tiempos difíciles, quizá más que los actuales, y cuando Roerich obtuvo por fin permiso para volver a la Unión Soviética, murió en extrañas circunstancias. Un destino similar al de Notovich.
No obstante, últimamente el velo ha empezado a levantarse, y desde Oriente han empezado a llegar noticias a Occidente. Un fino hilo del que tirar y que completa una investigación que parte de Pico della Mirandola y de sus tesis sobre la unicidad para llegar hasta nuestros días. No en vano escribió Roerich que: «Las escrituras de los lamas recuerdan el modo en que Jesús exaltaba a la Mujer, la Madre del Mundo». Será casualidad, o quizá lógica, pero ese era el contenido de las Noventa y nueve tesis arcanas del filósofo italiano, quizás halladas en su sepulcro, abierto el 26 de julio de 2007 en San Marco, en Florencia, en presencia de los agentes del Cuerpo de Investigaciones Científicas de la policía italiana, y cuyo contenido nunca se desveló.
Nadie en el mundo occidental, hasta la fecha, parece haber tenido la intención o el valor necesario para hablar de este increíble absurdo histórico: lo sabemos todo de la vida de los faraones y de los reyes macedonios y persas, y conocemos hasta el último detalle de la vida de senadores y emperadores de la Roma republicana e imperial. Pero no sabemos nada de la mayor parte de la vida del hombre más famoso del mundo, Jesús; un agujero negro de casi veinte años que siempre se ha pasado por alto, como si no interesara al mundo cristiano. ¿Por qué motivo? ¿Por qué intereses y con qué objetivos se ha decidido no ir en busca de la verdad? Por ese miedo secular a que la historia y la ciencia puedan chocar con la fe, que es algo completamente diferente. El mismo temor que condenó a Giordano Bruno, a Kepler y a Galileo. Los que han indagado en este simple y monstruoso olvido de la historia han sido tomados por locos y poco fiables y han desaparecido. Eso es un hecho.
Nadie de los que han sido llamados profetas se ha declarado nunca hijo de Dios. Ni siquiera Jesús, ni una vez, ni siquiera en los cuatro evangelios canónicos. Desde hace dos mil años, hombres de elevada espiritualidad, sin intereses específicos de tipo religioso, político, económico ni de poder, recuerdan que Issa/Jesús está enterrado en Srinagar, donde vivió los últimos años de su vida. No solo es lícito, pues, sino también obligado, plantearse dudas, no para destruir, sino para hacer justicia a un hombre maravilloso. La fe no necesita la historia, escrita por los hombres, y no es necesario morir en una cruz para que la palabra adquiera valor.
Así pues, esta no es más que la historia de un hombre, además de la más probable de las verdades, la más resistente a los embates del tiempo y de la lógica, a menos que nos llegue un rayo de luz del monte Athos, punto de unión entre Oriente y Occidente. De esta historia hay algunas pruebas y muchos indicios, más sólidos y coherentes de lo que nos han dicho durante siglos, y, aunque nunca sabremos con certeza lo que ocurrió, podemos intuirlo. Una verdad dulce e inquietante, una historia preciosa y trágica, que la fe y la razón no pueden pasar por alto.