Dramatis personae

El monje tibetano Ada Ta inventó en el siglo XV el estilo de lucha hop gar, o del rugido del león. Tuvo una vida larguísima y desapareció en circunstancias misteriosas después de elegir la vía de la meditación solitaria. Hay quien dice que consiguió mantenerse en una especie de existencia perenne, siguiendo la fórmula elaborada ese mismo siglo por el lama Bogdo Zonkavy, que consiste en la capacidad del espíritu de abandonar el cuerpo y de volver a apropiarse de él en un momento posterior. Otros dicen que podría ser el progenitor del lama Khambo Itighelov, cuya momia aún hoy va adquiriendo peso desde el día de su exhumación, en 1957, según el último informe del Instituto de Medicina Legal de la Universidad de Moscú de 2005. Antes de entrar en el estado de muerte aparente, el propio Khambo Itighelov afirmó ser la duodécima reencarnación de un lama tibetano. Las fechas se corresponden. Si nadie ha profanado la tumba del papa, el libro de Issa aún sigue donde lo escondió Ada Ta.

El hijo que esperaba Gua Li era efectivamente un niño, pero eso no era esencial para la dinastía que nació en Issa y en su hijo Yuehan, y que, pasando por ella, sigue, aún hoy, protegida por los monjes, por los osos azules y por las silenciosas nieves eternas del techo del mundo.

Espía o periodista, historiador o aventurero, Nicolaj Notovich, nacido en 1958, no fue el único que escribió sobre los años perdidos del hombre llamado Jesús, pero sí fue el primero en encontrar una posible clave de este misterio. Muchos de los que tuvieron relación con el libro desaparecieron, como él, de forma misteriosa. Como el hombre de confianza de León XIII, monseñor Luigi Rotelli, joven cardenal que no llegó a tiempo de vestir la púrpura y que, por cuenta del propio papa, intentó impedir la difusión de La vida desconocida de Jesús, que Notovich publicó en 1894. En aquella época, el libro levantó un enorme revuelo, pero luego se hizo el silencio otra vez. Las pruebas de lo que contaba el autor nunca salieron a la luz: si lo hicieran, serían declaradas falsas o desaparecerían en un santiamén. Existe, eso sí, una lógica de los hechos (que nada tiene que ver con la fe) que hace imposible infravalorar la increíble ausencia de noticias del personaje histórico más famoso de la historia.

Alejandro VI, o Rodrigo Borgia, murió el 18 de agosto de 1503, tras una cena en casa del cardenal Adriano Cortellesi en la que bebió vino envenenado con cantarella, ya fuera por un intercambio de copas casual, ya fuera buscado por el cardenal, que se temía que el papa quisiera recuperar las prebendas que había adquirido poco antes y que a su muerte habrían vuelto a la Iglesia, esto es, a los Borgia. Más probablemente el asesino fuera su hijo César, que, para evitar sospechas, bebió solo un sorbo y se encontró mal, él, que estaba acostumbrado a beber grandes cantidades de alcohol. Alejandro VI quizá pagara el precio de su renuncia a ser rey.

Tras venirse abajo el sueño dinástico, César Borgia pasó el resto de su vida persiguiendo una corona. Fue rechazado por las princesas de Nápoles y Aragón, y se consoló con Carlota de Navarra, a la que desposó en 1499, una vez abandonado el cargo de cardenal. Tuvo una hija, Luisa, en 1500, por la que nunca se interesó y que no veía. Unas semanas después de la muerte de su padre fue encerrado en las mazmorras del castillo de Sant’Angelo por Julio II, Giuliano della Rovere, sucesor de Pío III, que había muerto convenientemente tras veintiún días de pontificado, envenenado por Pandolfo Petrucci, el Magnifico de Siena. Al caer en desgracia César, Micheletto de Corrella, su sicario preferido, fue procesado y condenado a muerte por sus delitos, pero consiguió huir de Roma. En enero de 1508 murió en una emboscada que le tendieron en Milán unos compatriotas suyos. César Borgia, en cambio, consiguió huir del castillo de Sant’Angelo tras tres años de cautiverio y recurrió a la protección de su cuñado Juan de Albret, rey de Navarra. Murió luchando por él en el sitio de Viana, entre Navarra y Castilla, el 12 de marzo de 1507.

Pasó a la historia como autor del De Principatibus (o El príncipe), inspirado en César Borgia, pero dedicado a diversos personajes poderosos, con la esperanza de hacerles un halago. No obstante, Nicolo Machiavegli (o Niccolò Machiavelli, «Maquiavelo») lo escribió cuando, después de haber trabajado a sueldo de todos los grandes de la época, ya nadie parecía precisar de sus servicios. Hizo suya la afirmación de Cicerón de que «un buen político debe tener los contactos necesarios, estrechar manos, vestir de un modo elegante y entablar amistades interesadas para conseguir la cantidad de apoyos necesaria». El texto sería de escandalosa actualidad si no estuviéramos rodeados de escándalos. La obra maestra de Maquiavelo es la comedia licenciosa La mandrágora, la única de sus creaciones en la que el autor se muestra honesto y divertido.

Da la impresión de que Lucrecia Borgia vivió dos vidas. En la primera fue un instrumento en manos de su padre Rodrigo y su hermano César. Sufrió al menos dos abortos, probablemente fruto de incestuosos connubios con su padre, ya que luego demostró ser una madre sana y prolífica con su tercer marido, Alfonso de Este, a quien le dio siete hijos. En su segunda vida, en la corte de su esposo, tras tener por amantes a Pietro Bembo y a su cuñado Francesco Gonzaga, se convirtió en esposa ejemplar. Murió a los treinta y nueve años, en 1516, sin volver a ver nunca a su primer hijo, nacido en 1499 de padre incierto. Quizá fuera de su segundo marido, Alfonso de Aragón, cuñado suyo (ya que su hermano Jofré se había casado con Sancha de Aragón), o quizá de su propio padre, ya que el niño recibió el nombre de Rodrigo.

Giovanni de Medici, hijo de Lorenzo, el Magnífico, fue cardenal a los trece años y papa a los treinta y ocho, en 1513. Enemigo de Alejandro VI, tras algunas peregrinaciones por Europa y un tiempo pasado en la sombra, reapareció en público en Roma en 1500, para convertirse en fiel aliado suyo. Culto y refinado, perverso y taimado, extravagante y blasfemo, una vez elegido papa hizo y deshizo alianzas con el mundo occidental y oriental. Uno de sus primeros actos fue el de nombrar cardenal a su fiel Silvio Passerini, sacerdote, soldado y, probablemente, su amante. No usaba venenos: prefería ordenar la estrangulación y el desmembramiento de sus enemigos, como ocurrió con el cardenal Alfonso Petrucci, hijo de Pandolfo, que había envenenado a Pío III, y con muchos otros. Fue el papa de la Reforma protestante. Poco después de excomulgar al fraile Martín Lutero, murió, con apenas cuarenta y seis años, el 1 de diciembre de 1521. Quizá fuera envenenado, pero es bien sabido que en el caso de los papas, ahora como entonces, las causas de la muerte son siempre naturales, como naturales son las enfermedades o las conspiraciones.

La fama de valiente comandante acompañó al príncipe Fabrizio Colonna hasta la muerte, que encontró en el lecho en 1520, a la edad de sesenta años. El mayor peligro lo corrió en 1502, en la defensa de Capua, donde fue derrotado y apresado por el francés D’Aubigny y uno de sus capitanes, Ferruccio dei Martigli.

Fue ante Anán ben Seth ante quien Jesús habló por primera vez en el Sanedrín, probablemente a los doce años de edad, tras lo cual desapareció. Al sumo sacerdote le sucedió en el año 16 su hijo, Eleazar ben Anán, y del 16 al 36 su yerno, Yosef bar Kayafa. Pero el poder se mantuvo en manos de Anán y de su familia hasta la destrucción del templo, en el año 70. En el canto XXIII del Infierno, Dante sitúa a Anán ben Seth y a Yosef bar Kayafa en el grupo de los hipócritas, crucificados por el suelo y pisoteados por los demás condenados, como imagen de que quedaban aplastados bajo el peso de sus propias culpas.

En cuanto a los jueces de Jesús, Poncio Pilato sufrió el peso de la historia escrita por los vencedores: al ser fiel a Tiberio, cayó en desgracia con Calígula, que en el año 37 le quitó el cargo de prefecto de Judea y lo envió a Vienne, en la Galia, donde probablemente acabó «suicidado», como solía ocurrirles a los personajes notables incómodos. La iglesia copta lo venera como mártir. El mismo año también el tetrarca de Galilea Herodes Antipas emprendió el camino de la Galia. Llegó a Roma con la esperanza de convertirse en rey, pero Calígula lo acusó de colusión con los partos y lo exilió a Lyon junto a su amante, Herodías. Murió tres años después, en la miseria.

Siempre se ha discutido sobre la figura de Pablo de Tarso, fundador del cristianismo, y los datos sobre su vida son inciertos y contradictorios. A partir de los años treinta, como proveedor de tiendas de campaña de uso militar, en tres viajes conocidos recorrió medio mundo, pese a la epilepsia que sufría. Cayó prisionero de los romanos varias veces, pero siempre consiguió huir, igual que escapó a las persecuciones del Sanedrín. En la Carta a los Gálatas [1,11] afirmó que había recibido la anunciación del Evangelio directamente de Jesús, casi como si fuera una segunda revelación. A diferencia de lo que sucede con Pedro, no se tienen datos históricos de su martirio. En el año 57 se pronunció a favor de Nerón. Lo definió como autoridad instituida por Dios, con el consiguiente deber de obediencia por parte de los pueblos. Agente provocador, oficial romano, profeta iluminado, Pablo [Saúl] de Tarso consiguió, en cualquier caso, redirigir el judaísmo a un culto menos revolucionario, hasta convertirlo en religión de Estado.

El dominico Girolamo Savonarola se cuenta hoy entre los siervos de Dios, categoría de los hombres que (aún) no pueden ser considerados santos, pero que se han distinguido por su «virtud heroica» o su «santidad en vida». Tras ser rechazado por Laudomia Strozzi, a quien le pidió la mano, pronunció los votos y dedicó gran parte de su vida a combatir las costumbres de la época. Una vez que los Medici fueron expulsados de Florencia, instituyó en la ciudad un régimen teocrático que hoy llamaríamos fundamentalista. En 1497 llegó su gran triunfo, con lo que pasaría a la historia como la «Hoguera de las Vanidades», en la que se quemaron toneladas de símbolos de lujo, espejos, vestidos, pinturas, joyas, libros e instrumentos musicales. Un año después llegó su fin. Juzgado por la santa Iglesia romana por herejía y cisma por haber predicado «cosas nuevas», fue sometido a prolongada tortura y quemado vivo en Florencia el 23 de mayo de 1498, a los cuarenta y cinco años de edad.

Domenico Buonvicini y Silvestro Maruffi, dominicos, compartieron hoguera con Girolamo Savonarola. El primero fue uno de los secuaces más fieles y vehementes del fraile y uno de los protagonistas del tragicómico juicio de Dios que a principios de 1498 dividió a los arrabbiati y a los piagnoni en Florencia. El segundo, por su parte, era un simple seguidor de Savonarola y fue condenado junto al maestro a la horca y la hoguera pese a que el tribunal eclesiástico no encontró ninguna prueba en su contra. Uno de los más acérrimos enemigos de Savonarola desde su regreso a Florencia, en 1490, fue Francesco Mei, también dominico, que envidiaba su popularidad y que se apresuró a presentar acusaciones, algunas falsas y en nombre de Alejandro VI, para asegurar su condena. Fue también uno de los principales defensores de la tesis de que las cenizas de los tres frailes debían lanzarse al Arno para evitar que una eventual tumba pudiera convertirse en lugar de peregrinaje.

Entre las más violentas batallas libradas durante la vida de Girolamo Savonarola cabe recordar la que combatió, con cierto éxito, contra Lorenzo de Medici, el Magnífico, pese a que este le había dado apoyo y protección durante mucho tiempo en nombre de la libertad de expresión que le concedió, no como derecho, sino como acto de benevolencia. Tras escapar varias veces de la muerte, un médico de los Sforza le suministró polvo de vidrio, que le provocó una hemorragia interna y lo mató en 1492. Alguien que tanto disfrutaba de la vida escondía un secreto y una condena: a causa de una caída del caballo había perdido el olfato. No probó nunca ni un solo bocado de la comida que ofrecía generosamente ni sintió nunca en el aire el aroma de la primavera florentina.

En Srinagar, en la India, hay un sepulcro junto a la que Oriente considera desde hace siglos la tumba de Jesús, o Issa. Es la tumba de Al Sayed Nasir-ud-Din, que recogió sus memorias en el Ipsissima Verba. Para evitar profanaciones, en 2010 el recinto de los dos sepulcros quedó cerrado al turismo.

Muchas fueron las muertes violentas que precedieron a la hoguera de Girolamo Savonarola, en el contexto de las contiendas entre arrabbiati, piagnoni, republicanos y palleschi, las facciones que se disputaban Florencia. El trágico fin de Bernardo del Nero, confaloniero de Florencia, llegó pocas semanas antes del asesinato de Francesco Valori, capitán de los piagnoni. Mariano da Genazzano, por su parte, murió poco después que su acérrimo enemigo: según el historiador del siglo XVIII Girolamo Tiraboschi, por una cardiopatía, en agosto de 1498. Pierantonio Carnesecchi, en cambio, fue de los pocos que escapó a la violencia. Durante un tiempo ejerció el cargo de comisario en la Maremma, y allí acabó sus días.

Beyazid II fue un ejemplo de soberano iluminado. Durante su sultanato, convivieron pacíficamente en Estambul cristianos, judíos y musulmanes. En particular, acogió a más de trescientos mil judíos huidos de España a causa de las persecuciones cristianas. Más complejos y menos edificantes fueron sus enfrentamientos familiares. Probablemente envenenó a su padre, Mehmed II el Conquistador, y atribuyó la autoría del asesinato a un agente veneciano a sueldo de su hermano Cem, que a su vez fue asesinado en 1495. El 25 de abril de 1512 vio como su hijo Selim lo apartaba del trono. Un mes más tarde, el 26 de mayo, murió en oscuras circunstancias.

Giovanni Burcardo custodió celosamente su diario, titulado Diarium o Liber Notarum desde 1484, año en que se convirtió en maestro de ceremonias, hasta que murió, en 1505. Desde su cargo sirvió nada menos que a cinco papas, empezando por un Della Rovere (Sixto IV) y acabando con otro Della Rovere (Julio II). Su verdadero nombre era Johanness Burckardt, pero a menudo firmaba «Argentina», en recuerdo de su ciudad de origen, Estrasburgo, llamada también Argentoratum por las minas de plata cercanas. La torre de su palacio, en Via del Sudario, en Roma, se llama, justo por eso, torre Argentina. A pesar de sus secretos, o quizá precisamente gracias a ellos, no murió envenenado, sino de un ataque de gota, la enfermedad de los ricos.

El pirata Khayr al-Dîn fue el más temido en el siglo XVI, y no hubo población marinera en el Mediterráneo que no sufriera uno de sus ataques. Llamado también Barbarroja, prosiguió sus correrías por mar hasta los ochenta años, cuando murió de un ataque de disentería, en 1546. Se convirtió en héroe del Imperio otomano y almirante de la flota en 1533. Su hermano, el corsario Aruj Reis, también conocido como Baba Ruj, murió combatiendo contra árabes y españoles, que luchaban aliados durante el sitio de Tremecén (la antigua Pomaria romana), ciudad argelina, cosmopolita aún hoy, poblada por turcos y andalusíes.

Hereo fue más que jefe de un clan de la Bactriana, territorio situado entre el actual Pamir y el Hindukush. Fue rey, acuñó monedas y reinó hasta el año 30 d. C. Como símbolo de poder, de niño le impusieron una lámina de hierro que le deformó la frente y el cráneo, hasta el punto de que su cabeza parecía una corona natural.

El lama tibetano Tenzin Ong Pa instruyó a Issa sobre los misterios del conocimiento, el poder de la energía, la libertad de pensamiento y la unión de la ética y la espiritualidad. Sus enseñanzas han ido pasando de generación en generación y siguen vivas y presentes entre los monjes tibetanos hoy en día. Los occidentales aún llaman prodigios a sus logros.

Girolamo Fracastoro, hombre ecléctico y genio incomprendido, escribió el primer tratado sobre la sífilis (Syphilis sive de morbo gallico) en 1521 y comprendió que las enfermedades contagiosas como la peste no eran fruto de miasmas o influencias astrales, sino de gérmenes patógenos. Fue médico de más de un papa y concibió el catalejo (que después puso en práctica Galileo) e influyó en los descubrimientos de su amigo Copérnico. Un cráter lunar lleva su nombre.

Vannozza Cattanei permaneció junto a Alejandro VI hasta su muerte, y vio morir a todos sus hijos, menos a Lucrecia, que vivió unos meses más que ella. Falleció serenamente en 1518, rica y cuatro veces viuda. Su último marido, Carlo Canale, renombrado literato, había sido magistrado de la prisión de la torre della Nona. No se tienen noticias de él a partir de 1498, unos meses después del asesinato de Alejandro VI, Juan, duque de Gandía, cuyo cadáver apareció en el agua, a poca distancia de allí. Solo fue coincidencia, pero quizá resultara letal para él.

La llamada «esposa de Cristo», Giulia Farnese, que por voluntad del papa fue retratada por el pintor Pinturicchio como Virgen en las estancias del castillo de Sant’Angelo, enviudó dos veces, se casó tres y murió con más de cincuenta años, en 1524. Diez años después, su querido hermano Alejandro, que Alejandro VI había nombrado cardenal por intercesión suya, se convirtió en Pablo III, y borró los retratos de su hermana. Pero quedó uno, en el mosaico de Santa Prudenziana, en Roma, donde su bello rostro aparece en el del cuarto apóstol de la derecha. No como en el caso de San Juan/la mujer de la Santa Cena, tal como insinuó un escritor estadounidense que considera que «Da Vinci» era el apellido de Leonardo, y no un indicativo de su procedencia.

Ferruccio de Mola y Leonora vivieron en Estambul hasta la muerte de Beyazid, y tuvieron tres hijos. Su criada, Zebeide, se casó con un jenízaro y no volvió con ellos a Italia. Con el tiempo, o por interés, hicieron las paces con Giovanni de Medici, pero se negaron a ir a Roma en ocasión de la fiesta faraónica organizada para celebrar su ascenso al trono de Pedro. Ferruccio acordó con Girolamo Benivieni dónde esconder el original de las Noventa y nueve tesis arcanas, del conde de Mirandola, y la clave para descubrirlo. En julio de 2007, una comisión de estudiosos, en presencia del Cuerpo de Investigaciones Científicas de la policía italiana y de hasta un comandante general del cuerpo, abrió el sepulcro de Pico con una excusa banal, confiando en la ignorancia de la gente, y nunca sabremos qué encontraron realmente en su interior.

Leonardo di ser Piero, de Vinci, volvió a Milán y recibió regalos y riquezas de los Sforza, con la condición de que prosiguiera sus estudios y sus proyectos sobre el arte de la guerra. Sirvió luego a César Borgia, León X y a los reyes de Francia Luis XII y Francisco I. Fue enemigo de Miguel Ángel Buonarroti y envidió a Rafael. Toda su vida sufrió la pesadilla de la falta de dinero, entre otras cosas por culpa de su más estrecho colaborador y amante, Tommaso Masini, conocido como Zoroastro. Este último, delincuente habitual, evitó la picota, la cárcel y hasta el patíbulo gracias a la influencia y al dinero de su maestro. El 2 de mayo de 1519, la muerte alcanzó a Leonardo en Cloux. Fue enterrado en la iglesia de San Francisco, en Amboise, que posteriormente quedó destruida durante la Revolución, de modo que sus restos se perdieron. La tumba de Leonardo en el castillo de Amboise, objetivo de innumerables visitantes, no es más que un lugar para atraer turistas.

Aunque hablamos de él extensamente en la novela 999. El último guardián, Giovanni Pico della Mirandola sin duda merece una mención. Es a Leonardo lo que Grecia es a Roma, como recordatorio de la supremacía del pensamiento sobre la acción, además de la firmeza hasta la muerte sobre el servilismo para con los poderosos. Pico della Mirandola se gastó la mitad de sus enormes riquezas en libros, para explorar la naturaleza humana y la divina, que descubrió que no estaban muy alejadas entre sí, y pagó por ello con su vida. Según numerosos testimonios coincidentes, murió envenenado con arsénico, no se sabe por quién, en 1494, a los treinta y un años de edad. Está enterrado en San Marco, en Florencia. Aún se puede visitar su sepulcro, donde detenerse a reflexionar sobre el significado de su misterioso epitafio: «Caetera norunt et Tagus et Ganges forsan et antipodes».

Que se le llame Jesús, Issa, Yeousha o de otras mil maneras importa poco. Que sea hijo de un dios o de un hombre, que resucitara a los treinta y tres años o que muriera en paz y en su vejez es una cuestión de fe y de religiones. De sus enseñanzas, como de las de otros grandes maestros, son muchos los que se han apropiado, distorsionando las ideas en su favor, de buena o mala fe. Pero los extraordinarios fundamentos de su pensamiento tienen el poder de arraigar en lo más profundo de la conciencia humana y, de este modo, superar los engaños de la historia y de los hombres.