62
Agua y cuerpo. El choque húmedo de una balada interrumpida. Las fauces del río se engullían de un solo bocado el cuerpo de Mazarine. Flotando sobre las turbias aguas se extendía una mancha negra: su gabán.
Un grupo de jóvenes que en ese momento cruzaba el Pont Neuf se arremolinó en la barandilla.
—¡Ha caído una chica! —gritó uno.
—No ha caído, se ha lanzado —corrigió otro.
—O la lanzaron —supuso una joven—. Yo la vi discutiendo con alguien.
—La debió de empujar; estoy seguro de que la empujó —añadió un cuarto.
—¿Quién?
—Ese hombre.
El muchacho acababa de señalar al extraño que con mirada atónita continuaba asomado a la balaustrada.
Al escuchar que lo culpaban, y comprobando que Mazarine no salía a flote, de repente Ojos Nieblos se subió al borde y sin que nadie pudiera evitarlo se lanzó tras ella.
Una exclamación general acompañó su caída.
En la orilla del Seine la agitación era mayúscula. Una embarcación que se encontraba haciendo su recorrido turístico de cena y fiesta fue alertada de la caída de los dos cuerpos, y su capitán inmediatamente dio aviso a las autoridades.
En pocos minutos dos barcos-patrulla de la gendarmerie llegaban al lugar y con sus potentes focos empezaban a rastrear los cuerpos.
Durante toda la noche estuvieron buscando. Primero en la superficie; después, en las profundidades, con buzos y equipos especiales hasta que amaneció.
Nada. Los cuerpos habían desaparecido.