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La Ruche se convirtió en un santuario de arte.
De todo el mundo llegaban en peregrinación jóvenes artistas cargados de sueños, que se instalaban en los pequeños apartamentos que rodeaban el passage de Dantzig; querían sentir aquel lugar, beber de aquella fuente inagotable de inspiración donde la revolución y la frescura, la mezcla de culturas y talentos propiciaba una creación con múltiples interpretaciones. Allí experimentaban sin prejuicios poetas, músicos, pintores, escultores, fotógrafos, diseñadores y cineastas; las artes se fusionaban, todas las ideas eran tenidas en cuenta. Rostros iluminados, ojos ardiendo de concentración y rabia, gritos de júbilo por el hallazgo de un trazo; una frase pintada, frutas, modelos, telas, focos, naturalezas muertas, tablas, papeles, pergaminos. Una Babel efervescente; vida engendrando vida… un nuevo Montparnasse.