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ARRÊTE! C’EST ICI L’EMPIRE DE LA MORT
Esa noche, algunos de los Arts Amantis, provistos de sus antorchas, sus nobles túnicas y sus credos, cruzaban ceremoniosos esta inscripción tallada en piedra sobre el arco que daba acceso a las catacumbas.
Las antiguas canteras galorromanas, reconvertidas en criptas que de día rebosaban turistas, de noche se convertían en lugar de encuentros clandestinos como el que ellos estaban a punto de protagonizar.
Hacía más de trescientos años sus antepasados, mezclándose con el vulgo que trasladaba los millones de huesos de todos los cementerios de París a las canteras, aprovecharon para esconder ahí, y en un sitio seguro, los cientos de restos mortales de los Arts Amantis sacrificados en Occitania. Cruzando la ciudad a plena noche, en carretas cubiertas por velos negros, los despojos habían llegado hasta los subterráneos sin que nadie se percatara de que aquellos restos no pertenecían a ninguno de los cementerios aledaños.
Más tarde, y en una labor que les llevó interminables noches de trabajos silenciosos, habían construido, incrustando en medio de los trescientos kilómetros de galerías repletos de huesos y cráneos, un gran templo. A él se accedía a través de una pieza de mármol grabada en latín en la que se leía: Animae et Corpore: Principium et Finis. El mecanismo de acceso camuflado en la pared desembocaba en un complicado pasadizo —El Laberinto de los Perdidos— que, salvo para los Arts Amantis, era imposible ser transitado sin perderse.
Como en el resto de las catacumbas, aquella excepcional bóveda de diez metros de altura contenía filas ordenadas de huesos que rodeaban de forma circular el altar.
Aunque ninguno de los Arts Amantis había visto el cuerpo de La Santa, sabían que durante años había sido venerado en ese sagrado lugar. El gran bloque de piedra caliza continuaba aguardando la reliquia desaparecida.
—Fraternos —empezó diciendo el jefe de la Orden—. Hoy nos hemos reunido aquí para tomar decisiones. Nuestro hermano —señaló a Ojos Nieblos— no ha cesado de trabajar en la delicada búsqueda que nos atañe y tiene algo importante que decirnos. Adelante, Jérémie.
Ojos Nieblos carraspeó tratando de sacarse el miedo. Antes de hablar, el pánico a no cumplir con las expectativas de su superior se apoderaba de su lengua.
—Ha… ha… hace algunos días tuve acceso a una información que considero delicada y digna de respeto hacia nuestra Santa. Me tomé la libertad de sustraer de la tienda del anticuario un documento que hace tiempo debía estar con nosotros. Un testimonio, me atrevería a decir que vital, de la historia de nuestra venerada Sienna.
Ojos Nieblos extrajo del interior de su túnica un delgado tubo de madera. Lo abrió y entregó al jefe el pergamino que Arcadius le había enseñado a Mazarine aquella mañana de sábado en La Friterie.
—Acercaos —pidió el jefe de la Orden, desenrollando el pergamino.
Alrededor del altar, los Arts Amantis crearon un círculo y escucharon con atención la voz del jefe leyendo el documento occitano. Al terminar, un silencio helado se apoderó del recinto.
—¡Cuánta infamia! —murmuró uno de ellos.
—No puede ser que nuestra Santa sufriera tal ignominia.
—¿Quién nos asegura que fuera ella?
—¿Y quién más podría ser? Observa —dijo uno de ellos, señalando la esquina del pergamino—. Es nuestro sello. Siempre supimos que el documento que hablaba de la ceremonia de recuperación del cuerpo estaba incompleto. Le faltaba la gran verdad.
—La violación es peor que la hoguera. El cuerpo de nuestra virgen sufrió la ofensa más abominable.
—Y eso no es lo peor —habló de nuevo Ojos Nieblos—. Estamos a punto de volver a perderla.
—¿Qué quieres decir, Jérémie? ¿Perder… a quién?
—A la nueva santa. Puedo aseguraros que la energía que desprende su cuerpo es sobrenatural. Yo lo he comprobado estando cerca. —Ojos Nieblos recordó la noche que había dormido a su lado—. La chica… es la reencarnación de nuestra Sienna.
Se escuchó un murmullo general que silenció con su voz.
—La otra noche estuve a punto de presenciar otro episodio de violación sobre la nieve. La historia quiere repetirse. El tal Cádiz ha estado a punto de violarla frente a mí.
—¿Por qué creéis que su arte tiene tanto éxito? —interrumpió envidioso el pintor que lo conocía—. Se está nutriendo de su fuerza, la que nos pertenece.
—Ni siquiera sabemos si ella es de los nuestros. Esas suposiciones son descabelladas. ¿Dónde está el cuerpo, Jérémie? Nos habías prometido encontrarlo. Sigues siendo el mismo mediocre. No vales para nada.
—¡Silencio! No nos pongamos nerviosos. Todo tiene su tiempo —dijo el jefe.
—La Orden ya no es lo que era, señor —habló uno de los asistentes—. Estamos degenerando en envidias y odios, mientras el arte va desapareciendo. ¿Cuánto hace que no hay un verdadero florecimiento? Se está perdiendo su verdadera esencia. Su memoria. Minimalismo, conceptualismo, negación del expresionismo… del realismo… el arte abstracto. La pintura está sufriendo una terrible polución visual. Los ordenadores, Internet, la inmediatez de la imagen, el video… Ya no hay vanguardias. Nada pregunta por el ser humano y la violencia, o por el hombre y el amor. No hay inspiración… La muerte y el deseo, Eros y Tánatos. La guerra y la miseria de la condición humana… Nada nos mueve.
—Sí —afirmó otro—. Estamos secos.
—La Orden no es solo Arte. ¿Qué pasa con nuestras creencias? No podemos pensar que lo único que nos mueve es la ambición. Nuestra espiritualidad debe primar por encima de todo. Acordaos de que nuestra manera de concebir la vida es «actuar sin actuar». Una fuerza sutil en tensión, que busca la unidad y la restauración de todo aquello que mueve al mundo. Fe y amor, hermanos. La lucha del guerrero y la espiritualidad del clérigo. El impulso devocional y la pasión amorosa.
—Pero no tenemos a quién venerar.
—Eso no es cierto. Hemos venerado a nuestra mártir aun sin tenerla, porque sabemos que existe. Nuestra dama sagrada debe continuar impulsando todos nuestros actos.
—¿Creéis que en verdad su cuerpo posee la fuerza suficiente para devolver a la Orden su vitalidad? ¿En qué cambiaría nuestra vida si la encontramos? —preguntó el escéptico.
—Es algo sagrado, pura cuestión de fe. Si no lo crees, no eres digno de pertenecer a esta Hermandad.
—Ya está bien. Los absolutismos no son buenos —dijo el jefe—. Nuestro principal objetivo es recuperar el cuerpo de Sienna. Todo lo que nos distraiga debe ser descartado. Propongo lo siguiente: dado que Jérémie está familiarizado con el tema, os recuerdo que fue él quien descubrió a la chica del medallón, vamos a darle un voto de confianza. Dejemos que se guíe por su instinto. ¿Tienes algún plan, Jérémie?
Ojos Nieblos afirmó con la cabeza, antes de hablar.
—Tal como os dije en la anterior reunión, sigo convencido de que en el estudio del pintor está escondido el cuerpo de La Santa. Pero no he podido entrar. Hay un dispositivo de seguridad a prueba de todo. ¿No se os ha ocurrido pensar que Cádiz podría pertenecer a alguna otra vertiente de los Arts Amantis? Al fin y al cabo, dicen que es un gran pintor.
—La reflexión no es del todo absurda y ya la habíamos contemplado. Su obra habla sobre el Dualismo, y nuestra doctrina tuvo sus orígenes en la dualidad del ser humano. Pero… ¿por qué iba a querer hacerle daño a la chica?
—¿Estás seguro de que quiere hacerle daño?
Ojos Nieblos le contestó.
—Después de escuchar la historia de Sienna y presenciar lo que mis ojos vieron, encuentro grandes paralelismos.
—Demasiadas conjeturas —añadió el escéptico.
—¿Y si yo me introduzco en su estudio con alguna disculpa? —sugirió el pintor envidioso—. Así podríamos averiguar algo más. Tal vez él tenga algo que ver con la desaparición del cuerpo.
—Te recuerdo que, cuando La Santa desapareció de esta cripta, el pintor aún no había nacido.
—Ni ninguno de nosotros —apuntó a lo lejos una voz.
—Tu idea no está mal… nada mal —opinó el jefe de la Orden, dirigiéndose al pintor—. Bien. El paso siguiente es tratar de entrar en contacto con Cádiz.
—Os pido que me dejéis unos días —dijo Ojos Nieblos—. Antes, me gustaría investigar un nuevo personaje que empieza a ser asiduo en el entorno de la chica. Todavía no tengo ningún dato sobre él, pero me parece interesante averiguar quién es.
—De acuerdo —concluyó el jefe—. Esperaremos tu llamada para entrar en acción.