SHOLOM ALEICHIM - HIJOS MODERNOS
SHOLOM ALEICHIM
RUSIA
SHOLOM ALEICHIM 1859-1916 Salomon Rabinowitz nació en Ucrania y pasó los últimos años de su vida en los Estados Unidos. Adoptó como seudónimo el saludo hebreo «La paz sea contigo». Sus novelas, obras de teatro y cuentos —más de trescientos— se han traducido a muchas lenguas. Es conocido sobre todo por sus novelas cortas de tono humorístico en las que describe la vida de los judíos rusos pobres y oprimidos de finales del siglo pasado y comienzos del actual.
HA dicho hijos modernos? ¡Ah! Los traes a este mundo, te sacrificas por ellos, te conviertes en su esclavo día y noche, y ¿qué recibes a cambio? Piensas que de una manera o de otra todo se solucionará de acuerdo con tu condición social y tus ideas. Después de todo no espero casarlos con millonarios, pero tampoco voy a conformarme con un cualquiera. Así pues, yo me figuraba que tendría al menos un poco de suerte con mis hijas. ¿Por qué no? ¿No me ha bendecido el Señor con unas hijas muy bonitas? Y una cara bonita, como usted mismo ha dicho, es media dote. Y además, con la ayuda de Dios, ya no soy el Tevye de antes. El mejor partido, incluso de Yehupetz, está dentro de mis posibilidades. ¿No es verdad?
Pero existe un Dios en el cielo que cuida de todas las cosas. «Un Dios misericordioso y compasivo» que me acompaña a todas horas, en verano y en invierno, y que me dice: «Tevye, no hables como un necio. Deja que yo me ocupe de gobernar el mundo.»
Así es que escuche lo que puede acontecer en este mundo. Y ¿a quién le acontece? A Tevye, el shlimazl (el desgraciado).
Resumiendo, yo acababa de perder todo lo que tenía a consecuencia de una inversión bursátil en la que me había metido aquel pariente mío, Menachem-Mendel (cuyo nombre y recuerdo desaparezcan para siempre de la tierra), y estaba muy deprimido. Parecía que yo era hombre acabado. No más Tevye, no más negocios de lechería y vaquería.
—Insensato —me decía mi mujer—. Ya te has preocupado bastante, y con preocupaciones no llegarás a ninguna parte. Lo único que conseguirás es reconcomerte. Hazte a la idea de que vinieron los ladrones y se llevaron todo lo que teníamos... Verás, ve a dar un paseo. Ve a visitar a Lazer-Wolf, el carnicero de Anatevka. Quería verte para algo muy importante.
—¿Qué le pasa? —pregunté—. ¿Por qué quiere verme con tanta urgencia? Si está pensando en nuestra vaca lechera, ya se le puede ir quitando esa idea de la cabeza.
—¿Por qué te preocupas tanto por la vaca? —dijo mi mujer—. ¿Es por la leche que nos da, o por el queso o la mantequilla?
—No estaba pensando en eso —contesté—. Es, sencillamente, que no puedo hacerme a la idea. Sería un pecado desprenderse del pobre animal para que lo sacrifiquen. Está escrito en la Biblia...
—¡Basta ya! Todo el mundo sabe que eres un hombre de gran saber. Haz lo que te digo. Ve a ver a Lazer-Wolf. Los jueves, cuando nuestra Tzeitl va a buscar la carne, no la deja en paz, repitiendo constantemente: «Dile a tu padre que venga a verme, que es algo muy importante.»
Bueno, de vez en cuando uno tiene que obedecer a su mujer. Así es que me dejé convencer y me fui a Anatevka, a unos cinco kilómetros de camino. No estaba en casa.
—¿Dónde puede estar? —le pregunté a una mujer chata que andaba ajetreada por la casa.
—Hoy es día de matanza —contestó—, y ha ido a buscar un buey. Volverá pronto.
Esperé. Y mientras esperaba, curioseé un poco por la casa. Por lo que pude ver, parecía que Lazer-Wolf era un hombre acomodado. Había un aparador lleno de utensilios de cobre que valdrían por lo menos ciento cincuenta rublos; un par de samovares, bandejas de bronce, candelabros de plata y copas doradas. Una elegante lámpara Hanukkah y varios dijes de porcelana y plata, y muchas cosas más.
«¡Dios Todopoderoso!», pensé para mis adentros. «Si yo pudiera vivir lo suficiente para poder ver cosas como estas en casa de mis hijas... Es un hombre afortunado, con tanta riqueza y sin tener que mantener a nadie. Sus dos hijos están casados y él es viudo...»
Por fin la puerta se abre y aparece Lazer-Wolf.
—Y bien, Reb Tevye —dice—. ¿Qué te ocurre? ¿Por qué es tan difícil echarte la vista encima? ¿Cómo van las cosas?
—¿Cómo han de ir? —le contesto—. Me afano y me afano, pero no consigo nada. «Ni fortuna ni salud, ni siquiera vida», como dice la Tora.
—No te quejes, Reb Tevye —me dice—. Ahora eres un hombre rico comparado a lo que eras cuando yo te conocí.
—Ojalá tuviéramos ambos lo que todavía necesito para ser un hombre rico —le digo—. Pero estoy satisfecho, gracias a Dios. «Abracadabra askakudra», como dice el Talmud.
—Siempre tienes a punto una frase del Talmud. Tienes gran suerte al conocer todas estas cosas, Reb Tevye. Pero, ¿qué tiene que ver toda esta sabiduría y conocimiento con nosotros? Tenemos otras cosas de las que hablar. Siéntate. —Y lanzando un grito, pide—: Traigan un poco de té.
Y como por arte de magia, aparece la mujer chata, coge un samovar y se lo lleva a la cocina.
—Ahora que estamos solos, podemos hablar de negocios —prosigue—. He aquí de qué se trata. Quería hablar contigo desde hace tiempo. Intenté ponerme en contacto contigo por medio de tu hija. ¿Cuántas veces te he pedido que vinieras? Ya sabes, me he fijado en...
—Lo sé —le digo—. Sé que te has fijado en ella, pero como si no. No pierdas el tiempo, Reb Lazer-Wolf. Es un tema del que no quiero ni hablar.
—¿Por qué no? —me pregunta con una mirada asustada.
—¿Y por qué sí? —le contesto—. Puedo esperar, no tengo prisa alguna. No se me quema la casa.
—¿Por qué quieres esperar si es algo que podemos ajustar ahora?
—Oh, eso no tiene importancia —digo—. Además, la pobre me da pena.
—¡Mírenle! —exclama Lazer-Wolf, soltando una carcajada—. Le da pena... Cualquiera que te oiga, Reb Tevye, juraría que es la única que tienes. Y sin embargo, me parece que tienes unas cuantas más sin contarla a ella.
—¿Te molesta si las guardo? —le contesto—. Si alguien tiene envidia...
—¿Envidia? ¿Quién habla aquí de envidia? —grita—. Al contrario, sé muy bien que son superiores, y esto es precisamente por lo que... ¿me comprendes? Y no te olvides, Reb Tevye, de que tú también puedes sacar algún beneficio.
—¡Claro!... Ya sé todo lo que se puede sacar de ti... Un trozo de hielo en invierno. Te conocemos desde hace mucho tiempo.
—Olvídalo —me dice en un tono empalagoso—. De eso hace muchos años. Al fin y al cabo, ahora somos casi una sola familia, ¿no te parece?
—¿Familia? ¿Qué clase de familia? ¿De qué estás hablando, Reb Lazer-Wolf?
—Dímelo tú, Reb Tevye. Estoy empezando a sospechar...
—¿Qué sospechas? Estamos hablando de mi vaca lechera, la que tú quieres que te venda.
Lazer-Wolf echa la cabeza hacia atrás y suelta una carcajada estentórea.
—¡Esa sí que es buena! —me grita—. ¡Una vaca! ¡Una vaca lechera!
—Y si no era de una vaca lechera de lo que estábamos hablando, ¿de qué era? Dímelo para que yo también me pueda reír.
—Hablábamos de tu hija. Durante todo el tiempo hemos estado hablando de tu hija Tzeitl. Tú ya sabes, Reb Tevye, que llevo mucho tiempo viudo. Así es que he pensado: ¿Por qué he de andar buscando por el mundo y mezclarme además con esos hijos del diablo que son los casamenteros? Aquí estamos los dos. Tú me conoces a mí y yo te conozco a ti. No es como ir tras una extraña. La veo en mi tienda todos los jueves. Me ha causado muy buena impresión. Hemos hablado en varias ocasiones. Parece muy buena chica. Y respecto a mí... puedes verlo por ti mismo. Estoy en buena situación económica, tengo mi propia casa, dos tiendas, unas cuantas pieles en el ático y un poco de dinero en el cofre. Vivo bastante bien... Mira, Tevye, ¿por qué vamos a andar negociando y regateando entre nosotros, tratando de impresionarnos mutuamente? Escúchame. Vamos a darnos la mano y considerarlo como cosa hecha.
Cuando oí esto, me quedé quieto con los ojos fijos. No podía decir ni media palabra. Pensaba: Lazer-Wolf... Tzeitl... El tenía hijos de la misma edad que ella. Pero entonces me decía a mí mismo: «¡Vaya una suerte para ella! Tendrá todo cuanto desee. ¿Y qué más da que no sea bien parecido? Hay otras cosas además del físico.» Sólo había una cosa que realmente me disgustaba en él: casi no podía leer sus oraciones. Pero tampoco todo el mundo puede ser un erudito. Hay muchos hombres ricos en Anatevka, en Mazapevka e incluso en Yehupetz que no distinguen una letra de otra. Pero no importa; si tienen la suerte de poseer un poco de dinero, todo el mundo les respetará. Como dice el refrán: «El conocimiento se encuentra en una caja fuerte y la sabiduría en un monedero.»
—Y bien, Reb Tevye, ¿por qué no me dices algo?
—¿Qué quieres que haga? ¿Que grite? —le pregunto suavemente, sin querer demostrar mi ansiedad—. Comprenderás que es algo sobre lo que hay que meditar. Es algo muy serio. Se trata de mi hija mayor.
—Tanto mejor. Precisamente porque es tu primogénita... Esto te dará una oportunidad de casar a la segunda dentro de poco, y a su debido tiempo y con la ayuda de Dios también podrás casar a la tercera. ¿No te das cuenta?
—Amén. Lo mismo te digo. El casarlas no es cosa difícil. Deja que el Altísimo le envíe a cada una el marido predestinado.
—No, no es eso lo que yo quiero decir. Lo que digo es algo muy diferente. Me refiero a la dote. Quiero decir que no necesitarás dársela. Y yo también me ocuparé de su ropa. Y quizá tú también te encuentres algo en tu bolsillo...
—¡Desvergonzado! —le grito—. Estás hablando como si estuvieras en la carnicería. ¿Qué quieres decir con mi bolsillo? ¡Vergüenza te había de dar! Mi Tzeitl no es de esas que hay que vender por dinero.
—Como tú quieras —contesta—. Yo lo decía con buena intención. Si tú no quieres, olvídalo. Si estás contento sin eso, yo también lo estoy. Lo importante es que concretemos. Quiero decir, que concluyamos el asunto, y ahora mismo. Una casa debe tener un ama. Ya sabes lo que quiero decir...
—Como quieras. No quiero interponerme en tu camino. Pero antes tengo que hablar con mi esposa. En una cosa así, ella debe dar su opinión. Es algo muy serio. Como dice Rashi: «Una madre no es un trapo para quitar el polvo.» Además, hay que preguntarle a Tzeitl. ¿Cómo es el refrán? «Trajeron a todos los parientes a la boda y se dejaron a la novia en casa...»
—¡Qué tontería! —exclama Lazer-Wolf—. ¿Es esto algo que debas consultarle? Simplemente comunícaselo, Reb Tevye. Ve a tu casa. Dile lo que has decidido y haz los preparativos para la boda.
—No, Reb Lazer-Wolf. No es así como se debe tratar a una jovencita.
—De acuerdo —me dice—. Ve a tu casa y discute el asunto. Pero primero, ¿qué te parece si tomamos una copa?
—Como quieras —le digo—. ¿Y por qué no? Como dice el refrán: «El hombre es humano, y un trago es un trago.» —Y continúo—: Hay un pasaje del Talmud... —y le recito el pasaje, aunque ni yo mismo sé lo que digo, algo del «Cantar de los Cantares» o del «Hagada»...
Tomamos un trago o dos, como está mandado. Entretanto, la mujer había traído el samovar y nos hicimos uno o dos vasos de ponche. Pasamos un rato muy agradable, brindamos unas cuantas veces, hablamos, hicimos planes para la boda, discutimos de esto y aquello y volvimos al tema de la boda.
—¿Tú te has dado cuenta, Reb Lazer-Wolf, de que es un tesoro?
—Lo sé... claro que lo sé... Si no lo supiera, jamás habría hecho la menor sugerencia...
Y seguimos gritando los dos. Yo decía:
—¡Una joya! ¡Un diamante! ¡Espero que sepas cómo tratarla! No como un carnicero...
Y él gritaba:
—No te preocupes, Reb Tevye; lo que comerá en mi casa todos los días no lo ha comido en tu casa ni en los días de fiesta.
—Ya, ya —le digo—. Alimentar a una mujer no lo es todo. El hombre más rico del mundo no se come monedas de oro de cinco rublos, y el más pobre no se come las piedras. Tú eres un hombre tosco, Reb Lazer-Wolf. Ni siquiera sabrás cómo valorar sus dotes, su modo de hornear el pan, sus guisos. ¡Ah, Lazer-Wolf, si vieras el pescado que cocina! Tendrás que aprender a apreciarla.
—Tevye, perdóname por lo que te voy a decir, pero estás un poco ofuscado. No me conoces, no me conoces ni por el forro...
—Pon oro en una balanza —le contesto— y a Tzeitl en la otra... Escucha, Reb Lazer-Wolf, aunque tuvieras un millón de rublos no valdrías lo que su dedo meñique.
—Tevye, créeme, eres un gran necio, aunque seas más viejo que yo —me replica.
Nos seguimos chillando el uno al otro durante un largo rato, interrumpiéndonos tan sólo para tomar un trago que otro. Y cuando llegué a casa, bien entrada la noche, los pies me pesaban como si fuesen de plomo. Y mi mujer, viendo al instante que venía achispado, me recibió adecuadamente.
—Chist, Golde, modérate —le digo alegremente, a punto de ponerme a bailar—. No chilles así, mi vida. Estamos de enhorabuena.
—¿De enhorabuena? ¿Por qué? ¿Por haber vendido la pobre vaca a Lazer-Wolf?
—Peor que eso —le digo.
—¿La has cambiado por otra? ¿Has engañado al pobre Lazer-Wolf?
—Aún peor.
—¡Habla ya! —me suplica—. ¿Es que tengo que ofrecer dinero por cada una de las palabras?
—Enhorabuena, Golde —repito—. Enhorabuena a los dos. Tzeitl está prometida en matrimonio.
—Si hablas así me demuestras que estás borracho. Y no un poquito, sino mucho. No sabes lo que dices. Seguro que has estado copeando de lo lindo en algún sitio.
—Sí, he tomado un vaso de whisky con Lazer-Wolf y también hemos tomado ponche, pero todavía estoy en mi sano juicio. Ven y escucha. Golde, querida, nuestra Tzeitl se ha prometido real y verdaderamente de modo oficial a Lazer-Wolf.
Y le cuento todo desde el principio al fin, con el dónde y cuándo, el cómo y el porqué de las cosas. Todo lo que hemos hablado y discutido, palabra por palabra.
Finalmente, mi mujer me dice:
—¿Te das cuenta, Tevye? Yo tenía el presentimiento de que algo iba a pasar cuando Lazer-Wolf insistía tanto en verte. Me daba miedo sólo de pensar en ello. Quizá no saliera nada. ¡Oh, Dios mío! Gracias te doy, gracias te doy, Dios de los cielos... Que todo sea para bien. Que envejezca junto a él rodeada de riqueza y honores, no como su primera mujer, Fruma-Sarah, cuya vida con él no fue muy feliz. Que me perdone por decirlo, pero era una mujer amargada. No se llevaba bien con nadie. No se parecía en nada a nuestra Tzeitl... ¡Oh, Dios mío!... Gracias, Dios mío... Y bien, Tevye, ¿no te decía yo, simplón, que no tenías por qué preocuparte? Lo que tiene que pasar, pasa...
—Estoy de acuerdo contigo —reconozco—. Hay un pasaje del Talmud que se refiere concretamente a eso...
—Déjame en paz con tus pasajes —me dice—. Tenemos que prepararnos para la boda. Lo primero, tenemos que hacerle una lista a Lazer-Wolf, con todas las cosas que Tzeitl necesitará. No tiene nada de ropa interior, ni siquiera un par de medias. Y de vestidos, necesitará un traje de seda para la boda, uno de algodón para el verano, otro de lana para el invierno y enaguas y abrigos, por lo menos dos, uno forrado de piel para diario y uno mejor para los sábados, con fruncidos. Además, necesitará todas esas cosas que las chicas usan hoy en día: un par de zapatos abotinados, un corsé, guantes, pañuelos y una sombrilla, ¿no te parece?
—¿Dónde has aprendido tú estas cosas, querida Golde? —le pregunto.
—¿Qué crees? ¿Acaso no he vivido entre gente civilizada? ¿Y acaso no vi en Kasrilevka cómo se vestían las señoras? Deja que sea yo la que hable con él. Al fin y al cabo, Lazer-Wolf es un hombre acomodado. No querrá que vaya toda la familia a molestarle con peticiones. Vamos a hacer las cosas como es debido. Si alguien tiene que comer cerdo, deja que se hinche...
Y no paramos de hablar hasta que comenzó a amanecer.
—Esposa —le digo—, ya es hora de juntar el queso y la mantequilla y de irme a Boiberik. Todo es verdaderamente maravilloso, pero todavía tenemos que trabajar para ganarnos la vida.
Así pues, con las primeras luces, enganché mi viejo caballo y partí para Boiberik. Cuando llegué al mercado de Boiberik... ¡Oh! ¿Hay alguien capaz de guardar un secreto? Todo el mundo sabía ya la noticia y por todas partes me daban la enhorabuena:
—¡Enhorabuena, enhorabuena, Reb Tevye! ¿Cuándo será la boda?
—Gracias, gracias —les contesto—. Parece que es cierto el refrán que dice: «El padre aún no ha nacido y el hijo ya baila en el tejado.»
—¡Deja eso ahora! —me gritan—. ¡No te valdrá de nada! Lo que queremos es que nos convides. ¡Eres muy afortunado, Reb Tevye! ¡Un pozo de petróleo! ¡Una mina de oro!
—Los pozos se secan —les digo—, y lo único que queda es un hoyo en la tierra. —Sin embargo, no se puede ser un cerdo y desairar a los amigos, así es que les digo—: Volveré en cuanto termine con el reparto. Os invitaré a una copa y a un bocado. Divertios. Gomo dice el Libro Sagrado: «Hasta un mendigo tiene derecho a celebrar.»
De modo que hice mi trabajo lo más rápidamente posible y me uní al grupo para tomar unos tragos. Nos deseamos buena suerte unos a otros y después me subí a mi carreta para volver a casa, sintiéndome muy feliz. Era un magnífico día de verano y el sol calentaba mucho, pero a ambos lados de la carretera había sombras y el olor de los pinos era maravilloso. Me estiré en la carreta como un príncipe y aflojé las riendas. «¡Vamos!», le dije al viejo caballo. «Ve por tu camino. A estas alturas ya debes de sabértelo.»
Me aclaro un poco la garganta y empiezo a cantar canciones antiguas. Estoy de un humor festivo y las canciones que canto son las de los días de Rosh Hashono y Yom Kippur. Mientras canto, tengo la mirada puesta en el cielo, pero mis pensamientos están concentrados en cosas de aquí abajo. Los cielos son de Dios, pero El dio la tierra a los hijos de Adán para que se la disputaran, para que vivieran con tal lujo que tuvieran tiempo de destrozarse mutuamente por un pequeño honor o por... Ni siquiera saben cómo hay que alabar al Señor por tantas cosas buenas como les ha dado...
Pero en cambio nosotros, la pobre gente que no vive en el lujo y la ociosidad, cuando disfrutamos un solo día de felicidad, damos las gracias y alabamos al Señor. Le decimos: «Ohavti, yo amo al Señor, al Altísimo, porque El escucha mis oraciones y mi voz, inclina su oído sobre mí para oírme... Las olas de la muerte me rodearon, las corrientes de Belial me acometieron...» A veces una vaca se cae y resulta herida; otras, un mal viento me trae de Yehupetz a un pariente, Menachem-Mendel, un vago que se lleva hasta mi último ochavo; y estoy seguro de que ha llegado el fin del mundo, que no hay verdad ni justicia sobre la tierra... Pero, ¿qué hace el Señor? Inspira a Lazer-Wolf la idea de tomar por esposa a mi hija Tzeitl sin ni siquiera reclamar su dote... Por esto, Dios mío, una y mil veces te doy las gracias, por haber velado por Tevye y haber acudido en su ayuda... Volveré a ser feliz. Sabré lo que es visitar a mi hija y encontrarla hecha una perfecta señora, en una casa bien surtida, con los arcones llenos de ropa blanca, las despensas con grasa de pollo y conservas, con corrales llenos de gallinas, gansos y patos...
De pronto, mi caballo se arranca cuesta abajo, y antes de que pueda levantar la cabeza para ver qué pasa, me encuentro en el suelo, con todos los cántaros y las escudillas vacías y la carreta encima de mí. Con grandes esfuerzos logro salir de debajo y ponerme de pie, todo magullado y medio muerto. Desahogo mi ira contra el pobre caballo.
—¡Así te trague la tierra! —le grito—. ¿Quién te pidió que demostraras lo que puedes correr? ¡Por poco me matas, demonio!
Y le doy una buena paliza. El se da cuenta de que ha ido un poco lejos. Se queda quieto, con la cabeza baja en señal de humildad... Mientras le sigo regañando, pongo derecha la carreta, recojo los cántaros de leche y sigo mi camino. Ha sido un mal presagio, pienso, y me pregunto qué nuevos desastres me estarán aguardando...
Y he aquí lo que sucedió. Kilómetro y medio más allá, cuando ya estoy llegando a casa, veo a alguien que viene hacia mí. Me acerco, miro y veo que es Tzeitl. Al verla, mi corazón se encoge, no sé por qué. Me apeo de la carreta.
—¿Eres tú, Tzeitl? ¿Qué haces por aquí?
Se me abraza al cuello sollozando.
—¿Por qué lloras, hija mía? —le pregunto.
—¡Padre, padre! —y se ahoga en lágrimas.
—¿Qué tienes, hija? ¿Qué es lo que te pasa? —le digo, rodeándole los hombros con el brazo y acariciándola y besándola.
—¡Padre, ten compasión de mí! Ayúdame...
—¿Por qué lloras? —le pregunto mientras acaricio su cabeza—. ¿Por qué has de llorar, tontina? Por lo que más quieras, si tú dices que no es que no. Nadie te va a obligar. Lo hicimos por tu bien, creímos que era lo mejor para ti. Pero si a ti no te gusta, ¿qué le vamos a hacer? Evidentemente, no estaba escrito...
—¡Gracias, padre, gracias! —me dice, y se aferra a mi cuello mientras llora a lágrima viva.
—Mira, ya has llorado bastante en un día... Incluso comer pasteles todos los días cansa... Sube a la carreta y vamos para casa. A saber lo que tu madre estará pensando.
Subimos los dos a la carreta y trato de calmarla. Le digo que no teníamos intención de disgustarla. Dios sabe la verdad: todo lo que queríamos era proteger a nuestra hija de la miseria.
—De modo que no estaba escrito —dije— que tuvieras riquezas y todas las comodidades del mundo; o que nosotros tuviéramos un poco de alegría en nuestra vejez, después de haber trabajado muy duro, enganchados, como si dijéramos, día y noche a una carretilla sin un momento de felicidad, padeciendo continuamente de pobreza y miseria, y mala suerte...
—Padre —me dice prorrumpiendo otra vez en llanto—. Iré a servir de criada, o acarrearé piedras, o cavaré zanjas...
—¿Por qué lloras, tonta? ¿Es que te obligo acaso? ¿Acaso me quejo? Lo único que pasa es que me siento tan desventurado que tengo que desahogarme. Así es que hablo con El, con el Altísimo, acerca del modo que tiene de tratarme. Es un Padre Misericordioso, tiene piedad de mí, pero también me demuestra lo que El puede hacer. ¿Y qué puedo yo objetar? Quizá tenga que ser así. El está en lo alto, en el cielo, y nosotros estamos hundidos profundamente en la tierra. Así es que debemos decir que El está en lo cierto y que Su juicio es recto. Porque si lo consideramos desde otro punto de vista, ¿quién soy yo? Un gusano que repta por la tierra y al que la más ligera brisa, si Dios lo quiere así, podría aniquilar en un abrir y cerrar de ojos. ¿Quién soy yo para encararme a El con mi minúsculo cerebro y aconsejarle sobre cómo debe gobernar este pequeño mundo que le pertenece? Si El manda que una cosa ocurra de una manera, así ha de suceder y de nada sirven las quejas. Cuarenta días antes de que fueses concebida, dice el Libro Santo, un ángel se apareció y dijo: «Deja que Tzeitl, la hija de Tevye, tome por marido a Getzel, el hijo de Zorach; y deja que Lazer-Wolf, el carnicero, busque compañera en otra parte.» Y yo te digo a ti, hija mía: «Que Dios te envíe al que te tiene predestinado, que sea digno de ti y que llegue pronto. Amén.» Y espero que tu madre no me chille demasiado; ya lo hace bastante a diario.
Por fin llegamos a casa. Desenganché el caballo y me senté en la hierba cerca de la casa, para poder pensar, para inventar algo fantástico que contar a mi esposa. Ya era tarde. El sol se estaba poniendo; a lo lejos se oía el croar de las ranas; el viejo caballo, atado a un árbol, mordisqueaba la hierba; de vuelta de los pastos, las vacas aguardaban en el establo a ser ordeñadas. Gomo en el Jardín del Edén, flotaba en el ambiente un celestial olor a hierba fresca. Me puse a meditar sobre las cosas... Qué inteligentemente ha creado este pequeño mundo el Dios Eterno, de forma que cualquier ser viviente, desde un hombre hasta una simple vaca, deba ganarse su alimento. Todo tiene un precio. Si tú, vaquita, quieres comer, ve y deja que te ordeñen para proporcionar medios de subsistencia al hombre, a su mujer y a sus hijos. Si tú, caballito, deseas pastar, tienes que ir y volver todos los días con la leche a Boiberik. Y tú, hombre, si deseas un pedazo de pan, ve a trabajar, ordeña las vacas, transporta los cántaros, bate la mantequilla, haz el queso, engancha tu caballo, arrástrate con el alba hasta las dachas de Boiberik, saluda y reverencia a los ricos de Yehupetz, sonríeles, abastéceles, congráciate con ellos, observa si están satisfechos, no hagas nada que pueda herir su orgullo... Pero todavía queda una pregunta: «Mah nishtano?» ¿En dónde está escrito que Tevye tenga que trabajar por ellos, que deba levantarse antes de que amanezca, cuando Dios todavía está dormido, para que ellos tengan un trozo de queso fresco y mantequilla para el desayuno? ¿Dónde está escrito que yo tenga que reventarme por conseguir un pocilio de avenate y una hogaza de pan de cebada, mientras ellos, los ricos de Yehupetz, haraganean en sus residencias de verano y con sólo alzar la mano les sirven patos asados y los mejores knishes, blintzes y vertutin? ¿Es que acaso yo no soy un hombre como ellos? ¿Sería pecado si, por ejemplo, Tevye pudiera pasar un verano en una dacha? Pero entonces, ¿dónde conseguiría la gente el queso y la mantequilla? ¿Quién ordeñaría las vacas? ¿Los aristócratas de Yehupetz, acaso? Y con sólo pensar en ello me echo a reír. Es como en el viejo refrán: «Si Dios escuchase a cada loco, el mundo sería muy distinto.»
En ese momento oigo que alguien dice:
—Buenas tardes, Reb Tevye.
Alzo la vista y veo una cara conocida, la de Motel Kamzoil, un joven sastre de Anatevka.
—¡Vaya, vaya! Hablas del Mesías y mira quién aparece. Siéntate, Motel, en la tierra verde de Dios. ¿Qué te trae por aquí tan de repente?
—¿Qué me trae por aquí? —me contesta—. Mis dos pies. —Y se sienta en la hierba, cerca de mí, y mira a lo lejos, hacia el granero donde las chicas trasiegan con los cántaros y cacharros—. Hace tiempo que quería venir aquí, Reb Tevye —dice por fin—, aunque por una causa o por otra nunca tenía tiempo. Tan pronto termino una prenda ya tengo que empezar con la siguiente. No sé si sabe que ahora trabajo independiente y, gracias a Dios, no me falta trabajo. Los sastres tenemos en estos momentos todo el trabajo que somos capaces de hacer. Ha sido un verano de muchas bodas. Todo el mundo ha casado a sus hijos, todos, incluso la viuda Trihubecha.
—Todo el mundo —le digo—. Todo el mundo menos Tevye. Puede que no sea merecedor a los ojos de Dios.
—No —me responde rápidamente, mientras continúa con la mirada fija donde están las chicas—. Está equivocado, Reb Tevye. Si usted quisiera, también podría casar a una de sus hijas. Todo depende de usted...
—¿Ah sí? —le pregunto—. Quizá tú tienes alguna pareja para Tzeitl.
—La más adecuada —contesta el sastre.
—¿Y es una buena pareja, por lo menos? —le pregunto.
—Hecha a la medida —me contesta en su lenguaje de sastre, y sin dejar de mirar a las chicas.
—¿Y de parte de quién vienes? Si huele a carnicería, no quiero oír ni una sola palabra más.
—¡Dios me ampare! No huele ni por asomo a carnicería.
—¿Y tú crees de verdad que es una buena pareja?
—Nunca existió una pareja semejante. Hay parejas y parejas, pero esta, quiero que usted sepa que ha sido hecha a la medida.
—Y, ¿puedo preguntar quién es el hombre? Dímelo.
—¿Que quién es? —me pregunta, mientras continúa con la mirada puesta más allá—. ¿Que quién es? Pues yo... yo mismo.
Cuando dijo esto me levanté de un salto de la hierba como si me hubieran escaldado y él también saltó, y nos quedamos mirando frente a frente, como si fuésemos gallos de pelea.
—O tú estás loco —le digo— o has perdido el juicio. ¿Qué eres, todo en una misma persona? El casamentero, el novio, el maestro de ceremonia... todo al mismo tiempo. Y supongo que también tocarás la marcha nupcial. Es lo nunca visto, hacer de casamentero para uno mismo.
Pero no parece escucharme. Continúa hablando.
—Cualquiera que piense que estoy loco, es porque quien está loco es él. No, Reb Tevye, estoy completamente cuerdo. No hace falta estar loco para querer casarse con su hija Tzeitl. Por ejemplo, el hombre más rico de la ciudad, Lazer-Wolf, el carnicero, también quería casarse con ella. ¿Cree que es un secreto? Toda la ciudad lo sabe. Y respecto a ser mi propio casamentero, me extraña que se sorprenda. Después de todo, Reb Tevye, usted es un hombre de mundo. Si alguien le mete un dedo en la boca, sabe muy bien lo que tiene que hacer. Así pues, ¿por qué estamos discutiendo? Estos son los hechos: su hija Tzeitl y yo hace más de un año que nos dimos mutuamente promesa de matrimonio...
Si alguien me hubiese clavado un cuchillo en el corazón, habría sido más fácil de soportar que estas palabras. En primer lugar, ¿de qué forma un sastrecillo como Motel encaja en el cuadro como mi yerno? Y en segundo lugar, ¿qué significan las palabras: «Nos dimos mutuamente promesa de matrimonio?» ¿Y qué pinto yo en todo esto?... Le pregunto bruscamente:
—¿Tengo derecho todavía a decir algo sobre mi hija o ya no hace falta preguntar al padre?
—Al contrario, por eso es por lo que he venido a hablar con usted. He oído que Lazer-Wolf ha intentado llegar a un acuerdo. Yo hace más de un año que la quiero. Varias veces he intentado venir para hablar con usted, pero todas las veces lo he ido aplazando. Primero, hasta que logré ahorrar unos cuantos rublos para comprar una máquina de coser, y luego, hasta que tuve ropa decente. Hoy en día, todo el mundo debe tener dos trajes por lo menos, y unas cuantas camisas de buena calidad...
—¡Tú y tus camisas! —le grito—. ¡Vaya una chiquillada! ¿Y qué piensas hacer cuando te cases, mantener a tu mujer con tus camisas?
—Pero, ¿por qué se pone así, Reb Tevye? Por lo que he oído, cuando usted se casó tampoco tenía una mansión de ladrillos y, sin embargo, aquí está... En todo caso, si el mundo sigue su marcha, yo también podré seguir. Además, tengo un oficio, ¿no?
Para no cansarles, les diré que me convenció. Después de todo, no debemos engañarnos. ¿No se casan así todos los hijos de judíos? Si fuéramos demasiado exigentes, ninguno de nuestra clase se casaría... Había sólo una cosa que me preocupaba y que no lograba entender. ¿Qué significaba «prometerse fidelidad»? ¿En qué clase de mundo estábamos? Un chico conoce a una muchacha y le dice: «Vamos a prometernos fidelidad.» La verdad, ¡me parece demasiado fácil!
Pero cuando miré a Motel, de pie, con la cabeza inclinada como un pecador, me di cuenta de que no quería aprovecharse de nadie y pensé: «¿Por qué me asusto? ¿Quién me creo que soy? ¿Cuál es mi árbol genealógico? ¡El nieto de Reb Tzotzel! ¿Qué enorme dote y qué vestidos puedo darle a mi hija? Quizá Motel Kamzoil sea sólo un sastre, pero también es un hombre bueno, un trabajador. Podrá ganarse la vida. Y además, es honrado. Así pues, ¿qué tengo contra él?»
«Tevye», me digo a mí mismo, «no discurras con argumentos pueriles. Déjalos que sigan su camino.» Sí... pero, ¿qué voy a hacer con mi Golde? Va a ser muy difícil convencerla, hacerle comprender que todo va a resultar bien. ¿Qué podría decirle?
—Mira, Motel —le digo al joven pretendiente—. Ve a casa. Yo arreglaré las cosas aquí. Hablaré con una y otra. Las cosas han de hacerse bien. Y si mañana por la mañana no has cambiado de idea, quizá nos podamos ver.
—¿Cambiar de idea? —me grita—. ¿Usted espera que yo cambie de idea? ¡Si lo hago, espero no vivir lo suficiente para marcharme de aquí! ¡Que me convierta en una piedra, en un hueso, aquí mismo, delante de usted!
—¿De qué te vale jurar? —le pregunto—. Yo te creo igual sin el juramento. Vete, Motel. Buenas noches. Y que tengas felices sueños.
Y yo también me voy a acostar. Pero no puedo dormir. La cabeza está a punto de estallarme. Pienso en una solución, luego en otra, hasta que al fin encuentro la adecuada. ¿Cuál es? Escuchen, se la voy a contar...
Es después de medianoche. Todos los de la casa duermen profundamente. Uno ronca, el otro silba. Y de pronto yo me incorporo en la cama y chillo de manera desaforada, tan alto como puedo:
—¡Socorro, socorro, socorro!
Como es de suponer, mis gritos despiertan a todos los de la casa, y a Golde la primera.
—Dios te proteja, Tevye —me dice zarandeándome—. ¡Despierta! ¿Qué te ocurre? ¿Por qué chillas así?
Abro los ojos, miro alrededor para ver dónde estoy y grito lleno de terror:
—¿Dónde está? ¿Dónde está?
—¿Dónde está quién? —me pregunta Golde—. ¿De qué hablas?
Apenas puedo contestar.
—Fruma-Sarah. Fruma-Sarah, la primera esposa de Lazer-Wolf... Estaba aquí hace un momento.
—Estás loco —me dice mi mujer—. Que Dios te proteja, Tevye. ¿No sabes que Fruma-Sarah hace mucho tiempo que murió?
—Ya sé que está muerta, pero hace sólo unos instantes estaba aquí, junto a la cama, hablando conmigo. Luego me agarró por el garguero y comenzó a estrangularme...
—Pero, ¿qué te pasa, Tevye? —me dice mi mujer—. ¿De qué estás hablando? Has debido de soñar. Escupe tres veces y cuéntame tu sueño. Yo te diré su significado.
—Bendita seas, Golde. Menos mal que me has despertado, de lo contrario me habría muerto de miedo en el acto. Dame un poco de agua y en seguida te contaré el sueño. Lo único que te pido, Golde, es que no te asustes; el Libro Sagrado nos dice que sólo las tres cuartas partes de lo que soñamos se convierte en realidad y el resto no significa nada. Absolutamente nada. Esto es lo que he soñado... Al principio, soñé que estábamos celebrando algo, no sé bien qué. Una petición de mano o una boda. La casa estaba abarrotada. Estaban todos los hombres y mujeres que conocemos y también había músicos... A la mitad de la fiesta, las puertas se abrieron y apareció tu abuela Tzeitl, que en paz descanse...
—¡La abuela Tzeitl! —exclama mi mujer, poniéndose pálida—. ¿Qué aspecto tenía? ¿Cómo iba vestida?
—Que nuestros enemigos tengan el mismo aspecto que ella tenía. Amarilla. Color amarillo cera. Y vestía... ¿cómo quieres que vistiera? Pues de blanco. Con un sudario. Se acercó a mí: «Felicidades», me dijo. «Estoy muy contenta de que hayas sabido elegir a un joven tan apuesto para Tzeitl, mi tocaya. Es un muchacho excelente, de valer, este Motel Kamzoil... Se llama igual que mi tío Mordecai. Y aunque sea sastre, es un muchacho muy honrado.»
—¡Sastre! —murmura Golde—. ¿Qué hace un sastre en nuestra familia? En nuestra familia hemos tenido profesores, salmistas, ayudantes de funeraria y otros tipos de gente modesta. ¡Pero un sastre, jamás!
—No me interrumpas, Golde —le pido—. Quizá tu abuela Tzeitl lo sabe mejor... Cuando la oí darme la enhorabuena, le dije: «¿Qué es lo que dices, abuela, acerca de Tzeitl prometida a un sastre? ¿Has dicho Motel?... Querrás decir un carnicero, ¿verdad? ¿Un carnicero llamado Lazer-Wolf?» «No», me dijo tu abuela. «No, Tevye. Tu hija está prometida a Motel, y él es sastre, y envejecerán juntos, si Dios quiere, satisfechos y respetados.» «Pero abuela», le repito, «¿qué haremos con Lazer-Wolf? Ayer le di mi palabra...» Aún no había acabado de decir esto, cuando miré y tu abuela había desaparecido. En su lugar estaba Fruma-Sarah, la primera mujer de Lazer-Wolf. Y he aquí lo que me dijo: «Reb Tevye, siempre te he tenido por un hombre honrado, un hombre virtuoso y sabio. ¿Qué te ha ocurrido para que hagas una cosa así, permitir que tu hija ocupe mi lugar, viva en mi misma casa, lleve mis llaves, se ponga mis vestidos, mis joyas, mis perlas?» «¿Tengo yo la culpa de que Lazer-Wolf haya querido casarse con ella?» «¡Lazer-Wolf! Lazer-Wolf tendrá un terrible destino y tu hija también, si se casa con él. Es una pena, Reb Tevye. Lo siento por tu hija. Vivirá con él sólo tres semanas, y cuando hayan pasado, vendré a buscarla por la noche, y la agarraré así por la garganta...» Y con estas palabras, Fruma-Sarah me cogió por el garguero y empezó a apretarme, tan fuerte que si no llega a ser porque tú me despertaste, ahora estaría yo lejos, muy lejos...
—Ptu, ptu, ptu —mi mujer escupe tres veces—. Es un espíritu endemoniado. Que se ahogue en el río; que se hunda en la tierra; que se suba a los tejados; que se tumbe en los bosques, pero que nunca nos haga daño a nosotros ni a nuestros hijos. ¡Que el carnicero tenga un sueño como este! ¡Un sueño horrible y espantoso! El dedo meñique de Motel Kamzoil vale más que él, aunque Motel sea un simple sastre; pues si le pusieron el nombre de mi tío Mordecai, no creo que sea sastre de nacimiento. Y si mí abuela, que en paz descanse, se ha tomado la molestia de venir desde el otro mundo para darnos la enhorabuena, todo lo que podemos añadir es que todo sea para bien y que no podría ser mejor. Amén. Selah...
BUENO, ¿para qué voy a continuar?
Al día siguiente se prometieron oficialmente, y poco después se casaron. Y, ¡Dios sea alabado!, los dos son muy felices. El sigue con su trabajo de sastre y va por Boiberik de dacha en dacha recogiendo su trabajo. Ella no para ni de noche ni de día, cocinando, guisando, lavando, ordenando las cosas, trayendo agua del pozo... Apenas ganan bastante para comer. Si no fuera porque yo les llevo de vez en cuando algunos quesos y un poco de mantequilla, o en ocasiones algo de dinero, no podrían salir adelante. Pero si le pregunto, me refiero a mi Tzeitl, me dice que todo va lo mejor posible. Lo principal es que Motel tenga buena salud.
Por lo tanto, siga quejándose de los hijos modernos. Sacrifíquese, haga cualquier cosa por ellos. Y ellos le dirán que saben más que usted.
Y... puede que sea así.