Capítulo 54

—¿CÓMO? —preguntó Michael—. ¿Cómo que puedes robar el tiempo?

—Robando los recuerdos.

—No entiendo.

—Ha sido tan fácil ir dejando a Grace sin recuerdos… Mientras ella pensaba, yo los recogía, pero solo los que la mantenían viva. Cuando ya no tuvo más por lo que vivir, eché mano de unas cuantas pastillitas para dormir. —Se echó a reír—. Ha sido muy fácil dejarla inutilizada. Y qué manera de malgastar mi habilidad, para acabar con su vida.

—Le has robado los buenos recuerdos a Grace. ¿También has robado los recuerdos de Ava? —Michael apuntaba a Landers—. Sus desmayos. Tú tienes la culpa de sus desmayos.

—Sí. —Parecía complacido, como un profesor orgulloso de su alumno—. Le robé los recuerdos a Grace y a Ava también. Y los tuyos, Emerson.

Las náuseas se convirtieron en un miedo espantoso que me ahogaba.

—¿Los míos? ¿Qué tienen que ver mis recuerdos con todo esto?

—Todo. Grace no valía para nada, así que necesitaba a alguien para viajar al pasado. Mi búsqueda de información me condujo a los archivos. Y los archivos me condujeron a ti.

Lo miré con perplejidad. No dije nada. No podía hablar.

—Muchacha, eras una niña muy distinta cuando te vi por primera vez. Respirabas y poco más. Cada noche revivías esas terribles experiencias en tus sueños. —Su cara tomó una expresión curiosa, como si estuviese a punto de sentir indulgencia. O adoración—. Retuve los recuerdos de lo que había pasado de verdad y los mantuve en un plano colateral.

—No… cómo. Qué dices. ¿Qué estás diciendo, con eso de «de verdad»?

—No solo estabas con tus padres en el autobús cuando se produjo el accidente, sino que, además, fuiste la única superviviente.

Las cosas se movían a mi alrededor; el pánico de mi estómago ascendió por mi garganta.

—El dolor y la culpa… todas tus heridas físicas estuvieron a punto de llevarte también. —Jack sacudía la cabeza—. Nunca te has recuperado del todo.

—No, no es verdad lo que dices. —Retrocedí lentamente, chocando contra el escritorio de Liam.

—Pasaste a los servicios sociales y entonces te fuiste a vivir con tu hermano y tu cuñada. Se sentían culpables, ya ves. Es una mancha en su historial. —Bajó la vista y me miró, fingiendo pena—. Qué manera de desgastar a todos. Yo sabía que podía cambiarlo y lo hice. Te encontré y te quité todos esos horribles recuerdos. Como de normal no eras muy lúcida, nadie lo iba a notar, sobre todo porque no te ayudaban en nada.

—Entonces yo cambié tu historial. Gracias a un frasco de pastillas, a Cat y a su materia exótica y otro par de cosas más, viajé atrás en el tiempo. Intervine en ti cuando estabas en la recepción del hotel e impedí que cogieras el bus. Entonces salí corriendo hacia la montaña para asegurarme de que el bus se deslizaba por la carretera justo en el momento exacto. Tenía que sumergirse en el lago para ralentizar el acceso de los cuerpos de emergencia. Era importante que todos perecieran. —Dio la explicación con tanta tranquilidad, como si no estuviese hablando de vidas humanas—. Sabía que estaba dando un importante paso, pero estaba convencido de que, si te ahorraba el trauma de las heridas físicas y el recuerdo del accidente —que fue de verdad espantoso—, saldrías de esa depresión que te estaba arrastrando.

Michael respiraba ansiosamente. No podía verlo. Tenía la mirada ensartada en Jack.

—Entonces te conduje durante los siguientes años. Incluso creé una beca en tu internado para alguien con tus necesidades específicas cuando la vida en Ivy Springs ya se fuese a convertir en demasiado difícil. Cuando te recuperaste como yo quería, la beca se esfumó. —Se echaba hacia delante y daba palmaditas como un niño. Podía oler su maldad—. Regresaste. Pensar que, gracias a Cat, he podido hacer todo este trabajo y cambiar todos estos años en un solo día.

—No, no, no, no. —Empezaba a ver puntos negros. Mis pulmones amenazaban con explotar; habían retenido demasiados sollozos—. Me estás diciendo… que mis padres han muerto por lo que hiciste.

—No del todo. Solo digo que tú estás viva —viva de verdad— gracias a mí. No lo estás viendo como se debe ver. El hado llamaba a tus padres, no a ti. Vives porque yo lo he querido así. He intervenido en tus circunstancias y te he salvado. —Avanzó un paso hacia mí—. Eso nos une.

—Yo no estoy unida a ti. Mi vida entera es una mentira por tu culpa.

—Pero Emerson, muchach…

—No me llames así. —Empecé a producir un gemido y me llevé la mano a la boca.

—Estuve tan cerca de convencerte de que me creyeras. Así podríamos haber compartido nuestra historia contigo de una manera muy distinta. Pero yo viajaba muy a menudo; estaba gastando demasiado componente. Se me acabó antes de lo esperado y acabé atascado en el puente.

Cat tomó la palabra por fin. Su voz estaba inflada de rabia.

—¿Y por eso? ¿Por eso acabaste atascado en el agujero?, ¿dándole bombo a una niña que vivía entre algodones para convencerla de que hiciese lo que tú querías?

—Yo no diría que vivía entre algodo…

—Pero no era necesario correr ese riesgo. No la necesitabas. He conseguido información y sé que hay más alternativas —apuntó Cat, con crudeza—. Quería decírtelo ayer, hasta que Kaleb nos interrumpió en la habitación para decirnos que no estabas. Hasta que pensé que estabas muerto.

Contempló a Cat durante un momento. Me di cuenta de que no se aguantaba recto; permanecía ligeramente inclinado como si necesitase apoyo.

—¿Hay más alternativas?

Cat asintió, con una satisfacción que me helaba la sangre.

—Ha acabado el interrogatorio. —Cat sostenía la pistola y la apuntaba hacia Michael y hacia mí—. Dijisteis que habías cogido el disco. ¿Dónde está?

—No lo sé —tercié—. Han pasado muchas cosas…

—No juegues conmigo.

Cat apuntó y apretó el gatillo.

La vidriera explotó en una lluvia de añicos y Michael se volvió rápidamente para cubrirme. Me enrollé a su cintura y esperé a que se produjera otra explosión, impotente por no protegerle a él con mi cuerpo.

Al no oír ningún ruido de fogueo, abrí los ojos para ver el alcance del daño. El cuello de Michael estaba cubierto de pequeñas laceraciones y la sangre goteaba su piel.

—Seguro que podéis haceros una idea de la gravedad de la situación —dijo Cat, hablando por encima del estrépito de los últimos vidrios que estallaban contra el suelo—. Quiero el CD con la fórmula de la materia exótica y lo quiero ahora. ¿Dónde está?

—Catherine, un poco de paciencia —intervino Jack con toda tranquilidad, como si estuviesen hablando de la cena de esta noche. Una sonrisa piadosa se extendió por su rostro como un lento veneno—. Estoy seguro de que puedo convencer a Emerson para que nos facilite esta información en particular.

—¿Cómo piensas conseguirlo? —preguntó Cat.

—Ayudar a Emerson en su recuperación contribuyó a mejorar nuestras vidas. Ella lo sabe, razón por la cual estará dispuesta a cooperar, ahora que tiene la oportunidad. —Jack hablaba para Cat, pero me miraba a mí. Movía la lengua con una extraña sensualidad al hablar—. Si declina, siempre le puedo devolver el dolor.

Quería tragar, pero la bilis me lo impedía. Estaba hablando de las repercusiones.

Michael se separó de mi mano.

—No. —Intenté desesperadamente frenar el tono suplicante de mi voz cuando lo que de verdad quería era dejarme caer al suelo y llorar—. Yo no te pedí que hicieses lo que has hecho… no puedes pedirme que te ayude con la excusa perversa de devolverte lo que has hecho.

La sonrisa risueña de Jack acentuó de nuevo su tolerancia, como si me estuviese portando mal en lugar de haberle dedicado un «no» rotundo.

—Hice lo que hice porque era necesario. No se pueden evitar las consecuencias.

—Consecuencias —intervino Michael, resollando—. Todas las cosas que has cambiado y los viajes… esto debe de haber tenido un efecto, ¿no? El continuo espacio-tiemp…

—Basta. Ahora estamos hablando de la fórmula —dijo Jack en tono desdeñoso. Se separó de Cat y se acercó a mí—. Hay recuerdos de los que no puedes prescindir, ¿verdad, Emerson? Tus padres, vivos y sanos. O tu propia identidad, al fin y al cabo. ¿O prefieres que te devuelva los más desagradables? ¿Cuándo estuviste ingresada en el hospital? ¿La agonía, la angustia? ¿De verdad te creíste que era simple atontamiento?

La perspectiva de sentir un dolor aún más profundo se me antojaba insoportable. Michael me apretaba la mano para recordarme que no lo sufriría sola.

—No me importa lo que digas. —Respiré profundamente y le miré a los ojos—. No te voy a dar el CD, no puedo dejar que sigas haciendo aún más daño a la gente.

Jack se colocó a mi lado con la rapidez de un rayo.

Michael intentó interponerse entre nosotros y Cat le puso la pistola contra la mejilla. Michael se separó de mi mano, en un claro intento por ganar control sobre la situación. Solté un grito.

—Michael, no. —Las lágrimas salían a borbotones. Le miré a los ojos, suplicando—. Sepárate, por favor. Te necesito.

Lo necesitaba mientras estuviese viva. Pero me quedaba poco.

Se quedó inmóvil. El dolor penetró en mí.

Congelé la imagen de Michael en mi retina mientras mis oídos se llenaban del mismo aire fresco que había sentido cuando Kaleb intentaba diluir mi dolor. Volví a gritar; mi cuerpo se resbaló lentamente hacia el suelo, azotado por una agonía directamente visceral mientras los recuerdos invadían mi mente.

El bus patinaba lentamente y arrastraba un árbol en su caída. Fuego, gritos, carne quemada y sabor a hierro empañado en sangre. Sabía que estaba gritando: era yo. No podía parar.

Las imágenes continuaron. Chirrido de mesas con bandejas de comida que volvían prácticamente intactas. Mis brazos, repletos de parches de piel. Mi cuerpo, insignificante bajo las sábanas, como si perteneciese a un niño pequeño.

Thomas, con rostro desencajado.

La ráfaga de aire se suavizó y me puse en posición fetal. Estaba congelada de frío. Me metí las manos en el bolsillo del abrigo para darme calor. Oí la voz de Michael, aclamando serenidad, con un eco más doloroso que el de mi propio grito. Retazos y bocados, imágenes de mi vida seguían acudiendo a mi cerebro. No podía esquivarlas de ninguna manera.

Dos féretros. Un largo coche fúnebre. Un alcance ilimitado de pastillas; olor a hospital; mirar al mismo punto del techo durante días y días. El llanto de Dru. Tratamiento antishock. Agujas penetrando en mi espalda para reducir parcialmente el dolor. Mirar a la cara de un psicólogo mientras me habla del sentimiento de culpa del superviviente. La transformación de mis gritos en un lastimero llanto.

—Basta —exclamó Michael—. Te doy lo que quieras. Por favor, no le hagas esto. Por favor.

Las imágenes desaparecieron. Nos quedamos en silencio. El único sonido, los latidos de mi corazón.

Antes de que las imágenes se enraizaran, vi cómo la cara condescendiente de Jack se abalanzaba sobre mí. Cerré los ojos para intentar bloquearlo. La ráfaga de aire regresó a mis oídos, esta vez en forma de vacío. Las imágenes entraban y se quedaban estancadas. Permanecí quieta, temblando, con unas intensas agujetas como si hubiese estado corriendo durante días.

—Mira, muchacha. —La voz de Jack volvía a adoptar un tono indulgente—. O te lo doy o te lo quito. Tú decides —dijo, antes de susurrar—: nunca te olvides de lo que he hecho por ti.

Mi mejilla permanecía pegada contra el suelo de madera, con la única visita de las lágrimas. La cabeza me pesaba demasiado como para levantarla; los ojos me pesaban. La invasión de Jack en mi mente me había convertido en un despojo, tirada en el suelo.

—Ahora —le tocó el turno a Cat—, dinos dónde está el CD.

Negué muy suavemente con la cabeza y sentí algo en las costillas.

Cat quería el CD. Yo lo tenía.

—No. —Me enderecé y me senté, empujada por un impulso de fuerza renovada.

—Emerson, diles dónde está. No dejes que te hagan más daño —suplicó Michael.

—Y os podemos matar ahora mismo —dijo abiertamente Cat, volcando toda la fealdad de su alma en sus palabras—. Lo podemos encontrar sin vuestra ayuda; tampoco hay muchos sitios donde mirar.

La cabeza me martilleaba de tal modo que era casi imposible pensar.

—Si os digo dónde está, ¿vais a querer matarme igualmente?

Cat levantó una ceja y se volvió hacia Jack, que permanecía a su lado.

—¿Qué gano cargándome una herramienta tan necesaria, por mucho que haya más alternativas? —dijo Jack, toqueteando la cadena de su reloj de bolsillo. Su pelo había adquirido un tono grisáceo a la luz de la luna—. Ya ha aprendido la lección, esta chica. Si la volvemos a necesitar, cumplirá.

Cat sacudió la cabeza.

—Pero…

—Se acabó. —Solo hicieron falta dos palabras. Cat empuñaba la pistola, pero él controlaba la situación—. Tenemos mucho por hacer; no necesitamos más complicaciones.

Se apartó de ella y apoyó la mano encima del respaldo del sofá. Más que una postura, necesitaba sujetarse.

—Emerson. ¿Dónde está?

Me mordí los labios, vacilando, aunque por dentro ya había tomado una decisión. La supuesta complacencia de Jack me había dado un respiro.

—Entiéndelo. No lo hago por ti —dije, con tono firme, mientras me ponía de pie—. Lo hago por mí.

Me subía y bajaba compulsivamente la cremallera del abrigo.

—¿Qué vais a hacer con eso?

Cat se echó a reír. Jack la hizo callar con una mirada.

—Tengo ideas pensadas.

Me volví a bajar la cremallera, deslicé la mano dentro del bolsillo interior y saqué el CD. Lo sostuve, esperando que fuese el acertado.

—¿Y estaba aquí, después de tanta historia? —exclamó Jack, apoyado por completo en el sofá. Asentí.

—Qué lista. Tráelo aquí, Emerson. —Actué como una buena chica. Extendió la mano.

Me acerqué lentamente a él. Tenía el pulso acelerado. Era plenamente consciente de que sus ideas trascendían el CD. Sostenía la funda de plástico con tanta fuerza que se me clavaba en los dedos.

Los ojos de Jack se habían vuelto grises azulados. Más fríos que antes, socavando directamente mi alma.

Me cogió la mano y se apropió del CD.

—Ya nos iremos viendo. —Ahora que estaba cerca de él, podía ver cómo el pelo se había vuelto casi blanco—. Dio un paso adelante y se tambaleó. Cat corrió a ayudarle; Jack se apoyó en su hombro y caminaron juntos hacia la puerta.

Se fueron sin mediar palabra.

En cuanto se cerró la puerta, Michael vino hacia mí corriendo y me abrazó.

—Pensaba que se te quería llevar. —Me cubrió la cara de besos—. Tenía más miedo que cuando Cat me ha apuntado al cuello. ¿Estás bien?

No podía recordar lo que Jack me había mostrado.

Enterré mi cabeza en su pecho y asentí. Necesitaba tiempo. Que pasase el tiempo.

—Michael, tienes que ir al hospital. Tienes cortes…

—Estoy bien. —Me abrazó con más fuerza—. Son pequeños y ya no sangro. Tenemos que salir de aquí. Tenemos que decirle a Liam que Jack está fuera del puente y que tiene el CD con la fórmula.

—No.

—¿Cómo?

Me separé de él para mirarlo, temblando de satisfacción.

—Si me ha salido bien, no tienen el CD con la fórmula de la materia exótica. Tienen la fórmula de los medicamentos para el control emocional de Kaleb.