Capítulo 49
ENVUELTA en la toalla, abrí con cuidado la puerta del baño y me encontré con un montoncito de ropa limpia en la cama: pantalones de yoga con cintura doblada, camiseta de tirantes y sudadera. También me habían dejado unas pantuflas y una muda. El armario de Cat era un primor. Me fijé en la ropa interior y quise reírme, pero no tuve el valor.
En la ducha había tenido tiempo para pensar en lo que había visto en La Esfera. Si era verdad lo que yo pensaba, muchas preguntas se habían quedado sin respuesta.
Y… Michael se había ido. Tenía dos opciones: optar por el mismo camino que siguió a la muerte de mis padres o remover cielo y tierra para hacer justicia. Sabía cuál era la más fácil y también cuál era la correcta.
Pero no sabía cuál ganaría.
Me vestí, recogí la elipse plateada del centro de la cama de Michael y me la metí en el bolsillo de la sudadera. Bajé las escaleras lentamente, sintiendo el dolor cada vez que doblaba las rodillas, paso a paso, escalón a escalón, tensando la soga de mis emociones con el más mínimo movimiento. Pasé por delante del salón, sin querer mirar al sofá o al reloj, y me paré frente a la cocina.
Sencillamente actúa, Emerson. No puedes rendirte todavía. Tienes que seguir adelante.
Me llené de aire los pulmones, abrí la puerta y me quedé quieta. Todavía olía a palomitas.
—Hola. —Cat estaba sola en la mesa de la cocina. Se levantó y me ayudó a sentar—. Kaleb me ha dicho que te echara un vistazo.
—Lo único que me duele es el hombro.
Y el corazón. Pero poco podía hacer ella.
—¿Cuál? —me preguntó.
—El derecho —respondí, gratamente sorprendida al comprobar que ya no me temblaban los labios al hablar.
Apartó la sudadera para mirármelo y puso una cara de dolor al verme el moratón.
—Liam dice que te tiró al suelo cuando el edificio explotó. ¿Puede ser por eso?
Algo de lo que había dicho sonaba muy raro y consiguió distraerme del dolor. Físico y emocional.
—Explotó. —El edificio explotó. Todo lo que había leído; todo lo que me habían explicado indicaba que se había producido un incendio, pero no una explosión.
Cat parecía confusa.
—¿Me equivoco o no he entendido bien a Liam? Ignoré sus preguntas.
—¿Dónde está Ava?
—No lo sé. Nadie la ha visto.
—Yo la he visto. En el pasado. Estaba al lado de un hombre, mirando el incendio. —La pena me tiraba en el pecho y preservé la rabia para poder continuar—. Creo que lo he reconocido.
—¿Cómo era, físicamente?
—Alto, pelo claro. Espaldas anchas.
Cat no movió ni un músculo.
—¿Y lo has reconocido?
—Sí. —No le iba a gustar mucho cuando se lo dijese—. Lo conozco.
—¡Qué!
Crucé los brazos y los apoyé en la mesa, dejando caer la cabeza.
Todo el mundo pensaba que Landers habría desaparecido con los archivos de Liam. Pero no.
Había estado viviendo en mi apartamento.
Corría un viento fresco hacia el mediodía. Algún vecino había estado quemando hojarasca. Kaleb y Liam estaban tumbados en unas tumbonas debajo de un roble centenario. Una manta de hojas otoñales cubría las ramas, que caían, lustrosas, con un sol de levante.
Podría haber sido un día bonito.
—Liam. —Cat se acercó a ellos, cruzándose de brazos para protegerse del viento frío. O de la reacción de Liam—. Siento interrumpir. Tenemos que hablar.
—No pasa nada, Cat. —Su cara parecía más desgastada que el día anterior. Puso los pies en el suelo y empezó a mecerse—. Buenos días, Emerson.
—Buenos días. —Para mí, no tenían nada de buenos.
Kaleb me cedió su asiento y lo rechacé con un gesto, pero me cogió de las muñecas con cuidado y me condujo hasta la tumbona.
Ahorrándole el esfuerzo de tener que explicarlo, opté por empezar:
—Jonathan Landers ha estado viviendo en mi habitación.
Nadie dijo nada. Liam se quedó hierático. Kaleb giró la cabeza para mirarme.
—Yo no sabía que era él. Me dijo que se llamaba Jack.
—Le llamaban Jack de pequeño —murmuró Cat.
—Ayer por la noche se me pasó por la cabeza y esta mañana lo he acabado de entender. Yo pensaba que era un bucle hasta que un día lo toqué para hacerlo desaparecer y no desapareció. Era… semisólido.
Liam echó el cuerpo hacia delante, con las manos en las rodillas. Su anillo de matrimonio lucía inscripciones con el símbolo de infinito. Lo habría utilizado para traspasar el puente la noche anterior.
—¿Cuándo lo viste por primera vez?
—En la inauguración de un restaurante. Hace un par de semanas.
Toda una vida.
—¿Viviendo en tu habitación todo este tiempo? ¿Cómo se te aparecía? —preguntó Liam, bastante sereno.
—De repente aparecía y luego se iba. —El cuerpo me pesaba; aguantaba la carga de la angustia y la impotencia—. Ahora me doy cuenta de que tiene que haber un puente en mi habitación que no he visto antes. Habrá estado viajando a través de él, utilizando el velo para desaparecer rápidamente.
—¿Alguna vez lo has visto cuando estabas con Michael? —preguntó Cat.
—No. Pero entré sola una vez en el apartamento de Michael y lo vi. Jack decía que lo vigilaba. La pared de su habitación tocaba con la mía. —Clavé la mirada en el suelo y me puse a contar bellotas. Prefería no pensar en dónde dormía; prefería no pensar en la atracción que sentía por él, más allá de una pared de ladrillo—. Supongo que el velo quedaba en medio de las dos habitaciones.
Liam se acariciaba la barba. Me preguntaba si sería un gesto nervioso, igual que hacía Michael cuando le daba vueltas al anillo. El recuerdo me dolió en el fondo del alma.
—¿Cómo puede ser? —Cat lucía una piel pálida grisácea—. Él no tiene el gen de la transportación.
Liam se levantó de la tumbona y empezó a dar pasos.
—He oído algunos rumores de que puedes viajar aunque no tengas los genes, pero esto va en contra de la política de La Esfera, de las leyes de la naturaleza y del mismo hombre. Es arriesgadísimo.
—A Landers no le importan las normas. —Kaleb le dio un puñetazo a la corteza del árbol, haciendo caer una lluvia de hojas sobre nuestras cabezas—. Solo se preocupa por él mismo.
—¿Qué tipo de riesgo? —pregunté a Liam—. ¿Sobre quién?
Liam dejó de caminar.
—Sobre el universo entero.
—Los bucles están cambiando. Empecé viendo personas, pero ahora veo grupos de gente, escenas. Pensaba que Jack tenía que ver con todo eso o que era algo nuevo que todavía no podía entender.
—¿Ves escenas completas? —Liam me miró con tal intensidad que me quedé sin respiración—. ¿Varias personas?
—¿Qué significa? —pregunté, alarmada.
—No estoy seguro —respondió—. Pero si los bucles se están desarrollando, saliendo a chorros de la fábrica del tiempo, tenemos más motivos para preocuparnos por lo que estará haciendo Jonathan Landers.
Era imposible que esa preocupación eclipsara mi sufrimiento.
Pese a contar con Liam y con su vuelta al poder, Jack seguía poseyendo información muy valiosa. Información sobre mí, sobre mi familia. Datos y direcciones de personas con habilidades especiales. Tanto si me buscaba como si no, tenía la capacidad potencial de explotar a todas estas personas y no iba a renunciar a ella.
—Tenemos que encontrarle. —Kaleb le dio una patada a la montaña de hojas secas que se había acumulado—. Tenemos que ir al apartamento de Em y alejarlo del puente.
—Ya no estará. Se despidió de mí. —Miré a Kaleb y a su padre—. Liam, le dijiste a Cat que había habido una explosión en el laboratorio. De repente estaba y de repente ya no estaba. ¿Viste lo mismo que yo vi, a dos personas mirando el incendio?
Liam asintió.
—Me gustaría proteger la identidad de una de esas personas.
—¿Una de esas personas? —interrumpió Kaleb—. ¿Un cómplice de Landers?
—Creo que ella no sabía lo que estaba haciendo —respondió Liam, en tono sereno—. Creo que la estaban manipulando.
—¿Ella quién? —preguntó Kaleb con voz tensa. Todos se quedaron en silencio, dejándole que lo procesara él solo. Soltó una retahíla de tacos que hacía tiempo que no oía, terminando en un clásico.
—Puta.
—Hija de…
—Ava estaba aquí para ocultar su habilidad —exclamó Kaleb, dirigiéndose a su padre—. Todo subterfugios. ¿Y ahora la vas a defender, cuando te ha hecho volar por los aires?
—¿Es una pirómana? —pregunté, mientras me venía a la cabeza una imagen instantánea de Drew Barrymore. No me acababa de cuadrar el ceceo de la rubia con el glamur y belleza de Ava; cobraba mucho más sentido el apodo que le había puesto Kaleb.
—El don de Ava ha permanecido latente —apuntó Liam—. Creemos que puede mover cosas, desplazar objetos en el tiempo.
—¿Qué crees? Querrás decir que no tenías ni idea —maticé.
—Como ha dicho Kaleb, Ava vino a La Esfera a eliminar su habilidad. Nunca estuve en contra de eso, solo intenté hacerle la vida un poco más fácil que en la casa. Parece que Landers tenía otras ideas, y una influencia muy diferente.
—¿Dónde podría estar Ava ahora? —pregunté.
Una nueva lluvia de hojas cayó sobre nosotros tras unos cuantos quejidos de frustración y protestas.
Landers contaba con un cómplice, dinero y una lista de personas con habilidades.
—Me dijo que quería protegerme; proteger mi inocencia. Y yo casi me lo trago. —Recordé la manera en que me miraba y cerré los ojos para intentar borrar esa imagen—. No sé si lo habrá conseguido con Ava.
—Es un hombre persuasivo —dijo Liam.
—Me estaba pisando los talones. Ahora ha escapado junto a Ava y Michael está muerto.
No lo conseguirían. Iba a hacer lo que fuese para pararles los pies. Lo único que me mantenía viva eran las ganas de venganza y, una vez me hubiese resarcido, ya vería qué hacer a continuación. Pero mi firme cordura empezaba a peligrar y Kaleb poco podía hacer por mí. Necesitaba estar sola, lo más seguro.
Me fui y los dejé allí. Subí las escaleras hacia la habitación de Michael. Pocos segundos después, Cat asomaba la cabeza por la puerta:
—Emerson, que…
Sostuve un dedo tembloroso en el aire, advirtiéndole que me dejara.
—No puedes seguir así. —Frunció el ceño. En su frente se formaron unas profundas arrugas—. No te aísles. No es bueno.
—Tú no tienes ni idea —me reí amargamente.
—Explícame qué sientes. Habla conmigo. —Parecía tan preocupada como una madre—. Por favor.
Su súplica me sobrecogió.
—Nunca más lo voy a volver a ver. Hay tantas cosas que no le he dicho… y después de la muerte de mis padres me prometí que nunca más me guardaría las cosas. Y lo he vuelto a hacer. Y ahora ya no está.
¿Habíamos tenido el mismo tipo de conexión vital que Grace y Liam? Nunca lo sabría, pero pensaría en ello mientras estuviese viva.
Cat se me acercó lentamente con la mano extendida, como si se estuviese aproximando a la escena de un accidente.
Que tampoco había tanta diferencia.
—No me toques. —Retrocedí en la cama para evitar su contacto, abrazándome a las rodillas. Me balanceé adelante y atrás—. ¿Sabías que hay siete fases de duelo?
Lo dije con la tranquilidad y soltura de una psicópata. Cat reculó y se sentó cuidadosamente en la silla del escritorio.
—Lo he aprendido en el terapeuta. Siete fases. ¿Y sabes qué? Que cuatro de ellas me las paso por el culo. ¿Cuántas tienen que ser? ¿Por qué no son ocho? Dame una cota para mi dolor; dime que lo estoy consiguiendo. —Me reí histéricamente e hice una pausa para recuperar el control.
Me quedé mirando la telaraña de la esquina del techo; una urdimbre de vida olvidada que se agitaba bajo una díscola brisa.
—… Pero no, solo son siete, así que tengo que empezar con las primeras: shock y negación; dolor y culpa. Ya tengo experiencia, así que me será fácil, ¿no? Me iré convenciendo, cuidando, alimentándome de recuerdos.
Resistí el ímpetu de querer destrozar la telaraña y pisotearla en el suelo y apreté aún más las rodillas contra mi pecho.
—Me quedé encallada en alguna de esas fases cuando perdí a mis padres. Durante meses. Casi me consumo.
La frente de Cat estaba aún más arrugada; no le hacía justicia al resto de la cara.
—Cuando lo fui a buscar desde el futuro, ¿por qué no le advertí que saliera del edificio antes de que explotara? No puedo entender por qué me lo callé, sabiéndolo. Yo no soy de hacer esas cosas, ni ahora ni en ningún momento. ¿Cómo puede ser que le haya dejado morir de esa manera? ¿Cómo puede haber escogido morir de esa manera?
—No podías decirle nada. Son las normas, sobre todo si tienes en mente seguir en La Esfera en un futuro. —Intentaba consolarme, pero sus palabras me encendieron más aún.
—¿Quién redacta las normas?
—Ya lo verás —respondió, categórica, antes de levantarse—. Te van a venir a ver a partir de mañana.
La miré sin entender nada.
—¿De qué me estás hablando?
—¿Y si te digo —introdujo, echándose hacia delante para mirarme a los ojos—, que podrías cambiar las cosas?
La miré fijamente, con miedo de escucharla pero desesperadamente ansiosa de que siguiera hablando.
—La cuestión es que ya tengo demasiados problemas. —Hizo una pausa, apretó los labios y habría jurado oírla pensar—. Si Landers no está… y podemos conseguir acceder a La Esfera, allí hay un puente. Te puedo ayudar a traspasarlo.
—¿Ayudarme a traspasarlo?
—¿Te verías capaz de cambiar las cosas? —La pregunta se reveló decisiva.
Salvar a Michael. Estaba hablando de salvar a Michael. Me senté de rodillas.
—Sí por favor. Ay por favor…
—Espera. —Me levantó un dedo—. Una vez agotes el poder necesario, ya no podrás volver a utilizar tu habilidad nunca más.
—No me importa. —Me saltaría las normas, acataría todas las consecuencias con tal de recuperar a Michael. Avancé hasta el borde de la cama. La esperanza hervía en mi pecho, cálida, llena de posibilidades—. ¿Cuándo puedo ir?
Se examinó las manos mientras se levantaba.
—Dame treinta minutos. Tengo la intuición de que Liam y los demás irán a tu apartamento para registrar cualquier rastro de Landers. Les diré que te quieres quedar aquí y que yo me quedo contigo. Y una cosa, Emerson.
—Sí.
—No lo puede saber nadie. Liam es un férreo acatador de normas. Todavía no me puedo creer que haya aceptado volver contigo. Lo que estamos a punto de hacer es muy peligroso y está muy mal visto. —Sus labios prietos dibujaban una línea tensa—. ¿Lo entiendes?
—Lo entiendo.