Capítulo 35

CON el dolor de cabeza, el estómago también empezó a protestar. Quería mi camita. Apagar todas las luces.

Chocolate.

Me arrastré escaleras arriba y abrí la puerta, encontrándome un apartamento vacío. Qué placer. Cogí un botellín de agua, un par de pastillas y una barrita de chocolate de las provisiones de Dru. No eran ni las ocho: hasta mañana, nos vamos a la cama.

A los diecisiete años, sí señor.

Me importaba bien poco. Me sentía muy aliviada sabiendo que no tendría que culminar el día discutiendo con mi hermano. Dejé las llaves del coche encima de la encimera junto con una nota en la que dejé escrito que estaba agotada y que me iba directa a la cama. Me pegué una ducha bien larga y me puse la ropa interior y una camiseta interior vieja y suavecita de Thomas.

Me aseguré de que las ventanas estaban cerradas y me lancé a la cama. No había querido arriesgarme a tropezarme con Michael y tener que aguantar otra conversación. Apagué la luz y me tapé con la colcha hasta la cabeza, cerrando los ojos y esperando a que el sueño arrastrase mis pensamientos.

Lancé un bufido de frustración y me puse boca abajo, enterrando la cara en la almohada. Quizá era más útil aislar mis pensamientos uno a uno como si contase ovejas. O podía intentar entrenarlos para que saltasen fuera de la valla de mi cerebro.

¿Era tan caradura Kaleb con las chicas como Michael me había explicado? Parecía muy sincero cuando hablábamos. Era imposible que compartiera ese tipo de intimidades con todo el mundo, sobre todo el tema de sus padres. A lo mejor era un poco chulo, pero era un tío auténtico. Hasta que le llamó la chica del beso. Por la manera de responder, le tendrían que haber premiado con un Óscar.

Y todo lo que me había dicho Michael…

Me aplasté la cara contra la almohada y solté un grito.

—¡Emerson!

Mi nombre sonó bien alto, justo a la derecha de mi oreja. Ahogué un segundo grito y me senté rápidamente, abrazándome a la almohada, girando la cabeza en dirección a la voz. Tardé un segundo en acabar de visualizar la silueta que se perfilaba al lado de mi cama con la escasa luz que procedía de fuera, pero, en cuanto fui capaz, empecé a gritar de nuevo.

Jack.

—No, ahora no —gemí de frustración, apretando los ojos. Los volví a abrir lentamente, esperando que hubiese desaparecido.

No tuve esa suerte.

—¿Estás bien? Suspiré.

—¿Has encontrado a tu muchacho? ¿Ya tienes las respuestas que buscabas?

—¿A mi muchacho? Sí, lo he encontrado —murmuré—. Y, por si no tuviese suficiente con un tonto, ahora ha aparecido su mejor amigo.

—Vamos a ver —dijo, con una sonrisa comprensiva—. ¿Se están peleando por ti?

—Sí. ¡No! No sé. —Enterré mi cara en la almohada antes de volver a hablar entre susurros—. Es como una… competición y es totalmente innecesaria. Solo quiero cogerlos juntos en la misma habitación y… y…

—Qué.

—Hacer chocar sus cabezas y que caigan inconscientes.

Se fundió en una ristra de carcajadas sonoras, afectadas.

—Bueno, chica. Ya estarás acostumbrada a que peleen por ti.

—Yo diría que no —le dije, y me guardé sus palabras en el bolsillo como una golosina para saborear más tarde—. ¿De dónde vienes? Pensé que te habías ido.

Las carcajadas se cortaron y la habitación se sumió en una incómoda tranquilidad.

—Ayer te estuve buscando. ¿Dónde estabas? Empieza desde el principio.

Me aparté el pelo de la cara y me incorporé. Sus ojos conservaban el mismo azul enigmático, si bien un poco más claro, y me miraba de frente. Su pelo también parecía más volátil. Yo continuaba con la almohada abrazada, consciente de que llevaba muy poca ropa.

—Qué eres tú.

—Qué pregunta más rara.

—No tanto —maticé, levantando la colcha para taparme—. Cada vez que toco un bucle, desaparece. Y tú no.

—¿Qué es un bucle? —me preguntó, estudiando mi rostro con expresión jocosa.

—Lo que tú eres. Lo que creo que tú eres. —Sacudí la cabeza, exasperada. Llevaba el mismo traje negro con chaleco. No había nada que indicase a qué periodo de tiempo pertenecía, ni siquiera el corte de pelo. No llevaba anillos; ninguna pista que me indicase de qué tiempo venía, excepto el reloj de bolsillo que le daba un toque aristocrático.

—Vienes del pasado, ¿no?

Asintió.

—No sé por qué estás aquí, Jack. —Me acerqué lentamente, preguntándome qué pasaría si lo tocaba. Tenía que saber en qué estaba pensando. Sin embargo, permanecía inmóvil.

—Por qué apareces.

—Por ti.

—¿Qué? —Me entró el escalofrío al notar el aire acondicionado que venía del techo, refrescando mis hombros desnudos.

—Me siento… muy cercano a ti. Sé, por experiencia, los giros que da la vida. Me gustaría protegerte.

—Eso es imposible. —Me fregué los brazos con las manos brevemente, intentando entrar en calor y dudando si el frío se debía a su presencia o al aire.

—Eso crees, ¿no? Eres tan especial, tan inocente. —Por la forma en que me miraba, no me sentía para nada inocente. Estaba consiguiendo que tuviese ganas de que Thomas y Dru volviesen a casa—. La vida está… surcada de caminos. Algunos no tan claros como otros.

Aplasté la almohada contra mi pecho.

—No entiendo nada. No tiene ningún sentido lo que estás diciend…

—Algún día lo verás. —Sus ojos se oscurecieron durante un segundo—. Y ese día te darás cuenta de que he hecho todo esto… para protegerte. Todo por ti.

Oí la puerta de la entrada, pero no desvié la mirada de él. Me concedió una sonrisa triste y retrocedió un paso.

Adiós.

Me pregunté si esta vez se había ido para siempre.