Capítulo 45
—¿NO tienes ningún aparato más aquí que de la hora? —Salté encima de su ordenador, buscando desesperadamente algo que indicara la hora—. ¿Móvil? ¿Algún reloj aparte del de tu muñeca?
—Pierdo todos los móviles y los relojes. Y los viajes en el tiempo los destrozan. He estado investigando últimamente. —Abrió un cajón del escritorio, forzándome a ver una media docena de relojes con rostros desquebrajados—. Vamos mal.
Investigación. Ordenador. El ordenador tenía que tener reloj.
—Cat habló sobre la caja del ordenador. ¿Dónde está?
—Se ha estropeado. La estaba reparando cuando Michael ha entrado —respondió, señalando hacia la esquina. Era la caja más extraña que había visto nunca. Tenía múltiples pantallas, teclados con símbolos y un procesador central del tamaño de una maleta. Liam se arrodilló delante de la caja y empezó a pulsar botones y a mover cables.
Al lado del monitor grande descansaba una funda transparente con un CD. Contenía la información que nos había pedido Cat.
Era muy fina y cabía perfectamente en el bolsillo interior de mi abrigo. Después de guardármela, abrí el último cajón de la derecha para coger el disco con la fórmula de los medicamentos de Kaleb. Estaba justo donde él había dicho. Me lo metí en el bolsillo, muy apretado contra el pecho. En ese momento ignoraba la importancia que tenía.
Liam seguía enfrascado en la unidad central.
—Voy a echar un vistazo afuera, a ver si viene.
Abrí la puerta. Silencio. El terreno estaba despejado, iluminado por la luz de la luna. Caminé de puntillas por el patio. Estaba tiritando de frío, pero no estaba dispuesta a volver a meterme en el laboratorio sin encontrarlo. Seguí buscándolo cuando apareció de repente en la esquina de la casa. Suspiré de alivio, esperé a que cruzara el patio y corrí a ayudarle.
—Me he dado toda la prisa que he podido. ¿Ha pasado algo? —preguntó mientras caminábamos al laboratorio.
—El reloj. Está roto. No sabemos qué hora es.
Renegó entre dientes mientras la puerta se abría y aparecía la figura de Liam. Michael le paró los pies cuando intentó coger el cadáver.
—No. Sal corriendo con Emerson hacia el coche y yo me reúno con vosotros en cuanto lo deje todo listo. ¡Vamos!
—Yo no te dejo aquí solo —le dije.
—Emerson. Vete —me ordenó. Me puso las llaves en la mano—. Cógelas.
—Ven conmigo —le ordené, con rabia, mientras las cogía—. Me prometiste que no nos pasaría nada.
—Te prometí que a ti no te pasaría nada y quiero que te alejes del laboratorio. Métete en el coche con Liam. —Michael se agachó para coger el cadáver. El estómago se me encogió—. ¡Por favor! Queda poco tiempo.
Liam me cogió del brazo y me hizo avanzar hacia la casa.
—Estoy seguro de que Michael sabe lo que hace. Le estamos cubriendo las espaldas, solo eso.
—Que os vayáis. —Michael me miró, con gesto de súplica—. Id a resguardaros.
Condujo el cuerpo de Juan Nadie hacia dentro y Liam y yo corrimos por el césped. Estábamos a punto de llegar a la casa cuando oí un grito seco, seguido de una carcajada.
El mundo se me cayó a los pies.