Capítulo 29

TENÍA que ponérselo fácil a mi hermano. Quizá se pensaba que había tenido una recaída y estaba usando mis tretas femeninas para hacerme la víctima y engatusar a Michael. Quizá estaba haciendo un esfuerzo por fingir calma y evitar que yo acabase más desequilibrada. O quizá se estaba afilando los dientes de puro cabreo y las noticias le servirían de respiro. Fuese como fuese, iba a ser un pelín difícil hacerle entender «en principio, puedo viajar en el tiempo y, por cierto, me he saltado la medicación».

Dru era todavía más dura de mollera.

—¿Me estáis diciendo —dijo, mirando a Michael y después a mí, con sus intensos ojos azules— que juntos podéis romper las barreras del tiempo? —Intentaba mantener una voz serena, pero se notaba forzada, como siempre hablan los padres a sus díscolos hijos cuando hay gente escuchando.

Asentí. Dru sabía que yo veía a muertos desde la primera vez que ocurrió. En ese momento, Thomas me creyó enseguida y a ella le costó bastante más.

Se quedó en silencio mientras el camarero limpiaba la mesa de al lado. Solo cuando apagó la vela del centro y se fue hacia la cocina —pasando por delante del terceto de jazz—, Dru recuperó la palabra.

—Me estás diciendo que lo que veías antes no eran fantasmas, sino gente del pasado.

—Sí, algo así.

—¿Algo así? —Su voz alcanzó un tono más alto mientras sus nervios iban aflorando. Alzó una mano—. Necesito un momento.

Thomas había escogido el restaurante para lavar los trapos sucios, convencido de que, al estar en lugar público, todos estaríamos más tranquilos. No parecía que estuviese funcionando con Dru.

El humo de la vela llegó hasta nuestra mesa, confundiéndose con el olor de la salsa de tomate y pan tostado. Me sonaban las tripas. Me quería pedir una cesta de ese pan recién horneado.

Pero volví al tema. Después de esperar un tiempo prudencial, intenté explicárselo mejor, pero seguía sonando inverosímil.

—El hecho de que puedo ver bucles temporales es un síntoma de que soy una viajera del tiempo. Quiero decir, una señal.

Lanzó una mirada a Michael.

—¿Y tú también puedes viajar en el tiempo?

—Sí.

—Ahá. —Se reclinó pesadamente en el asiento, meditabunda.

—¿Nosotros podemos ver bucles? ¿Dru o yo? —preguntó Thomas. Miré hacia el terceto de jazz y le respondí.

—No.

—Entonces, cuando conociste a Emerson por primera vez y vino a ti desde el futuro, ¿cómo supiste que era una viajera del tiempo en lugar de un bucle? —preguntó Thomas, acercándose a nosotros, en voz baja. Al menos parecía interesado.

—Los bucles desaparecen al tacto. Los viajeros del tiempo se reconocen perfectamente y saben dónde están. Y son sólidos.

Me enderecé en la silla.

—¿Cómo de sólidos?

—Como nosotros.

Una imagen desagradable cruzó mis pensamientos. Si los bucles eran vapor y los viajeros del tiempo eran sólidos…

¿Qué era Jack?

Me olvidé de él al oír la siguiente pregunta de Thomas a Michael.

—¿Y si alguien que no ha nacido con la habilidad de viajar en el tiempo lo intenta? En el caso de que consiga materia exótica o algo hecho de duronio. ¿Dru o yo podríamos?

—Solo los que nacen con la habilidad genética innata pueden viajar sin sufrir graves perjuicios.

—¿Qué perjuicios? —preguntó Thomas.

Michael respondió con cara sobria.

—Muerte por desintegración.

—Ohhh —respondió Thomas, apoyándose en el respaldo y desatándose la corbata.

—¿Qué has visto cuando has viajado al futuro? —preguntó Dru, que pensé que había desaparecido después de su largo silencio—. ¿Cómo será el mundo?

Enseguida supe que estaba pensando en su bebé.

—No puedo decir nada. Tengo que mantenerlo en secreto.

Pero siguen naciendo niños. Cada día. —Michael le dedicó una mirada comprensiva—. Y viven felices.

—¿Cuál es vuestro siguiente paso? —dijo Thomas, después de coger la mano de su mujer—. ¿Tenéis algo pensado?

—Tengo que explicarle a la profesora Rooks lo que tengo pensado —respondió Michael, mirándolo seriamente—. Si ella está de acuerdo y usted le da permiso a Emerson, vamos a intentar salvar a Liam Ballard.

Thomas me miró con ojos preocupados.

—¿Tú estás de acuerdo con todo esto?

Asentí.

—Si —un condicional enorme—… si todo esto es cierto —acertó a decir Dru, con un gesto ensombrecido por la preocupación—. Espero que estés totalmente segura de todo lo que estás arriesgando.

—Estoy totalmente segura. —Busqué algún rastro de fortaleza en mi voz para darle mayor veracidad a mis palabras. La respuesta llegó sola—. Sé que estoy haciendo lo correcto.

Thomas me acarició el brazo.

—¿Podemos hablar un momento a solas?

—Dru —dijo Michael, mientras se levantaba y pasaba por delante de mi asiento, apoyándose en la mesa—. Te quiero preguntar por uno de los cuadros de mi apartamento. ¿Conoces al fotógrafo? ¿Me ayudas a buscar información sobre él?

—Sí, claro. Si te refieres a la foto, conozco a su autora. Es Lily, la amiga de Em —le respondió Dru mientras se alejaban juntos de la mesa. Nos lanzó una rápida mirada de aflicción mientras caminaban hacia la puerta. El cabello negro ocultaba parte de su rostro, pero no lograba disimular su seriedad. Los músicos fantasmas pasaron de un clásico Colé Porter a un poco de Billie Holiday.

La robusta puerta de madera se cerró y Thomas me miró con plena intensidad.

—Ahora me vas a contar la verdad.

—Te he contado la verdad desde que nos hemos sentado, Thomas. ¿Te crees que soy capaz de montar todo esto?

—No. —Sacó un envoltorio verde de sacarina del tarro de cerámica—. Sabes que te creo. O que quiero creerte. Pero me estoy refiriendo a cómo has explicado las cosas.

Me crucé de brazos y esperé.

—Por mucho que haya sido tu tutor legal en todos estos años, siempre has ido tomando tus decisiones. Con la única excepción de cuando… —Hizo una pausa, intentando hablar con el máximo de cautela.

—Cuando me encerraron. No pasa nada por decirlo.

Parecía que podía continuar, pero se dedicó a doblar y desdoblar el envoltorio de sacarina.

—Ya eres adulta. Yo no te voy a decir más lo que tienes que hacer.

—No te entiendo.

—Tú y Michael. —Rasgó el sobrecito y desparramó los granos—. Solo hay que escucharos; veros. Habrá más, aparte de las habilidades sobrenaturales.

—No hemos pasado de lo profesional. —Desvié la mirada y empecé a notar el rubor en mi cara—. No tiene nada que ver con eso.

—No tiene nada que ver ahora. Pero ya verás. Y ayer por la noche, ¿qué?

Pensaba que me había librado de ese tema.

—Thomas, por favor. —Solo quería esconderme debajo de la mesa. Acabar para siempre con la conversación—. No pasó nada.

—Eh, eras tú la que estabas en contra de la cámara de seguridad de la entrada. A eso se le llama frustración.

Ya era raro que no se acordase de eso.

—Pues no te preocupes por el tema. No he roto ninguna norma.

Thomas dibujó un círculo con los granitos de azúcar antes de volver a mirarme.

—¿Pero lo quieres?

—Es complicado.

Normas. Lealtad. Ava.

—Sabía que podría pasar esto. Por eso le insistí a Michael que tuviese palabra; que fuese leal a La Esfera y a mí. —Thomas se reclinó en el asiento, examinándome como si fuese la viga de un edificio—. No quiero que te hagan daño.

—No me van a hacer daño —respondí—. Tengo una relación profesional con Michael. Nunca hemos llegado a…

Me callé en cuanto vi que volvía a la carga.

—Sí, sin contar ese día en la terraza. Nunca hemos hecho nada. —Bajé la vista y miré la sacarina, empujándola hacia el suelo, pensativa. Me sentí culpable—. Es que es tan comprensivo, especial…

Mi hermano apretó los labios.

—Pues eso, que no ha pasado nada. —Me sacudí las manos y las dejé encima de la mesa, mirándolo fijamente—. No tiene importancia el tema.

—Pero escúchame —respondió, cogiéndome de la mano—. Sí que tiene importancia. Sé honesta, Emerson. ¿No le estás ayudando porque sientes algo por él?

—Pues no —protesté, ante su mirada concienzuda de hermano mayor experto. Le apreté la mano para que quedara claro—. Liam Ballard tiene familia: una mujer y un hijo. Yo lo puedo salvar. Después de todo, tienes que entender…

—Entiendo tus motivaciones. Solo me preocupo por ti y no es por lo que te pase, que también. —Su cara empezaba a desencajarse de malestar—. ¿Cómo vas a volver atrás para salvar la vida de un padre sin pensar en salvar la de los tuyos?

—Michael y yo ya hemos hablado de eso. —Examiné el candelabro del techo, intentando ocultarle la sombra de esperanza en mi rostro. Aguantando las lágrimas—. No hay más opción. Es una oportunidad increíble que se presenta una vez en la vida. Sé que es imposible cambiar el pasado, pero no en este caso.

Permanecimos un rato en silencio, divagando en nuestros propios pensamientos, recordando nuestra pérdida. Thomas se aclaró la voz.

—Ya sabes lo que decía papá delante de un tema importante.

Quería responderle con una mueca de hastío, pero no pude.

—Da un paso adelante. Tú sabes cuál es el correcto.

—Exacto. Sea cual sea tu siguiente paso, te apoyaré, Em.

—Pues lo correcto es ayudar a Michael. Si hay un después —que espero que sí—, ya lo veremos.

Thomas me liberó la mano y miró hacia la puerta.

—¿Vamos a ver qué hacen?

—Sí, venga —respondí enseguida, aliviada por dejar la conversación en el mejor momento antes de decir algo innecesario. Señalé con la cabeza hacia la cocina—. ¿Por qué no me consigues un poco de ese pan con salsa marinara? Para algo eres el jefe, ¿no?

Atravesé la plaza del pueblo mientras volvía a recordar todo lo que Michael había explicado, pensando sobre todo en una idea.

Los viajeros eran sólidos y los bucles eran vapor.

Jack no era ni sólido ni vapor. Algo intermedio.

Michael, Dru y Thomas tendrían que esperar. Yo me tenía que ocupar de un tema. Y corría prisa.