Capítulo 21

TRANQUILA —susurró Michael—. ¿Ahora de qué te sorprendes?

—¿Qué haces? —Me ahogaba. Me llevé la mano al pecho; el corazón me latía con fuerza.

Michael había apagado la luz del interior del coche, pero yo seguía viendo su expresión de furia en la exigua claridad.

—Creo que eso lo tengo que preguntar yo.

Se me paso por la cabeza decirle que me había perdido. Tenía que pensar rápido. No, no. Sacudí la cabeza. A duras penas podía respirar.

—¿Cómo me has encontrado?

—Yo no te estaba buscando. Estaba buscando La Esfera —le respondí—. Saqué la dirección de la tarjeta de tu mesita de noche. —Lo estaba empeorando—. Dru… se dejó las llaves… en la cocina. Tenía que abrir a los transportistas para que entraran en tu departamento. Lo siento.

Un buen espía normalmente aguantaba torturas sin revelar información. En ese momento se me fue rodando como moneditas de una hucha de cerdo.

Michael suspiró y se reclinó en el asiento.

—Fantástico ¿Qué más has visto?

—Nada. Nada más.

Aparte de la foto de una chica guapísima y unas notas escritas en código.

—Este sitio no es seguro para ti —dijo Michael, enderezándose para coger el volante—. Tienes que irte de aquí antes de que te vean.

—¿De que me vea Kaleb?

—Kaleb es el último de tus problemas ahora mismo.

—Pero el mismo dice que yo tendría que saber que esta pasando —lancé—. No lo conozco de nada y me da más confianza que tú.

Michael sacudió la cabeza con gesto de disgusto y se inclino hacia el asiento de al lado.

—Entra. —Al ver que yo no me movía, me cogió de las dos manos y me condujo hacia adentro, haciéndome sentar en el asiento de copiloto—. ¿También te enseñaron a espiar, en el internado?

—¿Te crees con derecho con mandarme? —Su tacto ardiente viajó por toda mi piel y no consiguió calmarme. Giró la llave del coche. Contemplé su rostro, completamente iluminado por la luz de posición—. Yo no tenía ninguna intención de espiar ¿Qué he llegado al lugar apropiado? Sí. —Intente rectificar al ver que él me levantaba una ceja—. El peor lugar, pero en el mejor momento.

Seguía negando con la cabeza.

Michael conducía despacio por el extenso camino, sin encender los faros hasta que alcanzamos la carretera principal. Giró en dirección contraria a Ivy Springs.

—¿Y tu coche? —Le pregunté.

—Lo recogemos cuando volvamos.

—¿Cuándo volvamos de dónde? —La ansiedad, mi vieja amiga, volvió a penetrar mi cuerpo con el típico coctel de miedo y culpabilidad…

—De mi residencia —dijo, sin separar la vista de la carretera.

—¿Pero no esta en la misma dirección de mi casa?

—No —respondió, con una tensa paciencia—. De mi residencia de estudiantes. Y tú vienes conmigo. Quiero presentarte a una persona.

—¿No puede esperar? ¿Quién es? ¿Vivías en una residencia?

—¿Puedes dejar de hacer preguntas durante un segundo, por favor? Tengo que pensar como lo hago. —Su mandíbula se tensó.

Esperé un segundo exactamente.

—¿Por qué hoy no me has dicho dónde ibas? Michael soltó un gruñido de frustración.

—¿No te he dicho que dejes de hacerme preguntas?

—Si, durante un segundo. Tendrías que haberme pedido más tiempo. —Con la experiencia de tener un hermano mayor, se me daba muy bien las batallas dialécticas. Como un terrier con una chuleta de cerdo—. ¿Por qué no me has dicho que ibas a La Esfera?

—Vamos a ver, Emerson. Esta claro que no quería que me siguieses. —Encendió la radio con la clara intención de hacerme callar.

—Yo no te he seguido. No es así. —Contrataqué, apagando la radio.

—No… solo has invadido mi espacio y luego has aparecido en un lugar en el que no quería que estuvieses. —Mantenía la voz serena, pero la rabia asomaba entre sus dientes—. Tendrías que haberte mantenido apartada.

Por un momento pensé que en ese momento lo normal era tener miedo y no estar cabreada. Michael me había metido en el coche a la fuerza y estaba conduciendo hacia un lugar desconocido, en contra de mi voluntad. Eso era equivalente a un secuestro. Me hundí en el asiento, buscando alguna señal.

No encontré ninguna. El cabreo me seguía subiendo.

Giramos y nos incorporamos en una calle que quedaba detrás de un campus. Empecé a ver casas de una planta de principios del siglo XX. Paramos delante de una de las casas. Era muy bonita, con tejado bajo a dos aguas, postigos negros y un porche muy amplio.

Michael salió del coche y dio la vuelta para abrirme la puerta. No me moví o hablé mientras él me recogía la bolsa y arrancaba a caminar a la casa. Cuando se dio cuenta de que no lo estaba siguiendo, regresó al coche y lanzó un resoplido que le levanto el flequillo.

—Emerson. No me obligues a que te saque por la fuerza.

Lo seguí hasta la entrada.

Entré de puntillas en un vestíbulo oscuro con techos altos, suelos de madera y elaboradas molduras. Al final de la habitación, una mesa de caoba con varios portátiles y tazas de café en diferentes estados de uso. Dejó mi bolsa en una mesa auxiliar y se dejó caer en el sofá de piel.

—¿Y yo qué hago? ¿Me siento? —le pregunté, señalando al sillón de al lado. La textura de la piel me recordaba a un guante desgastado de béisbol—. ¿O espero en el porche?

Me cogió de la manga y me estiró. Aterricé a su lado, un poco más cerca de lo conveniente. Pero no me moví.

—Estarás enfadada, todavía.

Michael ladeo la cabeza para mirarme mejor. Arrugó los labios en gesto de desagrado.

—No es justo —protesté—. Me escondes información. Información sobre mí. Yo lo sé. Tú lo sabes ¿Por qué no hablamos de una vez?

—¿No tienes suficiente por ahora con saber que tienes una habilidad? Tienes que ir digiriendo las cosas.

—Ya esta digerido, Michael. Esta comido y digerido y ahora mismo me estoy cagan…

—No seas borde conmigo. —A sus ojos asomó una señal de advertencia.

—No soy borde. Estoy cabreada, sencillamente —le respondí, hablando entre dientes—. Y tu salud empieza a correr peligro si no me explicas ahora mismo qué esta pasando.

—Que lástima. Te he infravalorado.

—¿Y ahora que quieres decir con eso? Michael me examinó durante un instante.

—Eres demasiado valiente. No tienes ni idea de hasta que punto te has llegado a arriesgar. —Se levantó y empezó a caminar adelante y atrás—. Cuando te he visto en la casa…

—¿Pero de que estas hablando? Acaba las frases —arremetí.

Sus anchos hombros se dejaron caer en gesto de derrota. En un segundo, toda la rabia desapareció.

—Si te hubiera pasado algo esta noche, habría sido por mi culpa. Kaleb me advirtió que no te tratara como a una niña y no le he hecho caso. Lo siento.

Busqué alguna palabra, pero no la encontré.

—Ahora no puedo dar ningún otro paso sin involucrarte. —Entrelazó las manos detrás de la nuca y cerró los ojos—. Esta noche, cuando nos escuchabas, Kaleb y yo estábamos hablando…

—¿Michael? —Se oyó una voz suave que venía del vestíbulo. Recuperó la postura rápidamente y abrió los ojos.

—¿Profesora Rooks?

Una mujer entró en el salón. Tenía un cuerpo de infarto; una piel morena impecable y el pelo negro rapado. Seguramente no se preocupaba mucho por su pelo, ya que nada podía competir con su cara. Era consiente de que la estaba mirando embobada, e incluso con la boca abierta.

—Emerson, te presento a la profesora Rooks. Es física y doctora universitaria. Viene a ser la directora de la casa.

Jamás había visto una directora como ella. Estaba rozando los treinta; alta, enormes ojos y rasgos bonitos. Cuando se volvió para sonreírme, el aro de su nariz emitió un destello, cogiéndome por sorpresa.

—Encantada de conocerte, Emerson. —El color de su voz me trajo la imagen de una brisa tropical y un sol resplandeciente—. ¿Te quedas mucho rato? —Preguntó, algo confusa.

Yo no sabía que responder, así que miré a Michael. Él consultó la hora en el reloj de pie de la esquina.

—Es casi medianoche —me dijo—. Tendrías que llamar a Thomas.

No me moví.

—¡Vamos! No tengo ganas de que nos metamos en problemas.

—Lo llamo, pero no hemos acabado todavía. Le voy a decir que no me espere hasta mañana por la mañana. —Me levanté para sacar el móvil de la bolsa, guardando silencio para incitarle a responderme, horrorizada al mismo tiempo por mi atrevimiento—. ¿Algún problema?

—Es tu vida.

La profesora Rooks me sonrió mientras yo me excusaba para salir a hablar.

Ni un gesto en Michael.

Me retiré al vestíbulo para hacer la llamada. Me temblaban los dedos. Thomas no respondía. Aliviada, le dejé un mensaje en el buzón de voz. Mejor pedir perdón que pedir permiso. Cuando regresé al salón, Michael y la profesora Rooks discutían en voz baja.

—Mmmm estábamos comentando donde vas a dormir —dijo Michael, separándose bruscamente de ella, mientras el rubor de su cara y cuello revelaba algo bien distinto—. La profesora Rooks te va a poner un colchón inflable en su habitación.

—Si, arriba. —Señaló a mi bolsa—. ¿Vamos?

Miré a Michael. No tenía ganas de ponerme de mal humor, pero algo tenía que hacer.

—Ve tú —le dijo a la profesora—. Ahora te la subo. Tenemos que hablar un momento.