Capítulo 32
EMPEZARÍA por la Casa de los Desertores. Demasiado fácil. Su coche estaba aparcado justo enfrente. Él mismo había tenido acceso a un teléfono para llamarme y no había querido.
Era el momento de saldar las cuentas.
Eché un rápido vistazo al retrovisor, me saqué el lápiz y me solté el pelo. Salí del coche y caminé directa al porche. Antes de que repicase con el tacón en el último escalón, me abrieron la puerta.
—¿Por qué te cuesta tanto hacer caso a los demás? —Michael llevaba puesta la misma ropa. Estaba arrugada, como si hubiese dormido. Pero no tenía cara de dormido. Tenía los ojos inyectados en sangre y un poco de barba. Me imaginé cómo se sentía al besarlo.
Entonces me acordé de que estaba cabreada.
—¿Y por qué a ti te cuesta tanto llamar? —Levanté las manos y le pegué un empujón, notando al instante el flujo de electricidad que bajaba hasta mis pies—. A mi hermano solo le ha faltado esposarme a los muebles. No he pegado ojo esta noche; no sabía nada de ti.
—Por favor, baja la voz. —Se restregó los ojos—. Ha sido una noche muy larga. Lo siento mucho por no llamarte, pero nos ha costado un montón encontrar a Kaleb.
—¿Os ha costado? —le pregunté, hirviendo de celos.
—Sí, nos ha costado. A mí, a Dune, a Ava, a Nate. —Se echó hacia atrás, apoyándose con el pie en el muro de la casa—. Se fue de bares por Nashville; menos mal que no condujo de vuelta.
—¿Ya tiene edad para entrar en bares?
—Casi dieciocho. Tiene DNI falso y lo usa para un montón de cosas. Va por mal camino. Llamó un amigo suyo aquí y respondió Ava. No me encontraba en el móvil y tuvo que ir al apartamento.
Pobrecita. Como si fuese imprescindible.
—Entra. —Michael se enderezó y me hizo una señal para que entrara antes de abrirme la puerta mosquitera—. Pero te aviso: no tiene su mejor día. Kaleb es mi mejor amigo y espero que no lo juzgues por lo que vas a ver.
Me aguantó la puerta y entré al salón. Un olor penetrante impactó contra mis narices: una mezcla entre fábrica de cerveza y lavabo de gasolinera.
—Uff.
Pese a la tenue luz, desde la puerta pude ver un pie colgando del sofá. Un pie grandote con un tatuaje de espinas alrededor del tobillo. Le di la vuelta al sofá para captar toda la esencia de un cuerpo desparramado que emitía profundos ronquidos. Un bíceps revelaba la cabeza de un dragón y, en el otro, una cola bífida. Alto y más ancho que Michael, Kaleb tenía los mejores abdominales que había visto nunca. Llevaba una manta de franela envuelta en la cintura, la misma que a mí me habría cubierto todo el cuerpo y en su silueta parecía una toalla de mano.
—¿Y su ropa? —pregunté en voz baja.
Michael hizo una mueca resignada y suspiró.
—No quieras saberlo.
Arrugué la nariz y empecé a respirar por la boca. Avancé un poco y tomé una mejor perspectiva de su cara, seguramente mucho más guapo cuando no estaba así de tirado. Tenía el pelo negro cortito y un aro pequeño en cada oreja cual… pirata sexy. Di un salto cuando soltó un gruñido y abrió un ojo azul-liliáceo.
Kaleb intentaba enfocar la vista. Tenía unas ojeras memorables, o era el resultado de tener unas pestañas tan negras.
—¿La he palmado? ¿Eres un ángel? Jo… estás muy fumada para ser un ángel. Ven aquí —balbuceó.
De resaca nada.
Seguía borracho.
Corrí a resguardarme detrás de Michael cuando me di cuenta de que estaba estirando el brazo para cogerme. Con esa mano de tamaño de sartén no calculaba la tuerza. Era un tipo grande, prácticamente desnudo; la viva imagen de un reo a la fuga.
—Eh, Mike. Lo he vuelto a hacer —dijo Kaleb con una sonrisa insidiosa mientras levantaba la cabeza. Pensé que, vestido y sobrio, podría ser bastante atractivo. En ese momento… no.
—Sí, Kaleb. Lo has vuelto a hacer —respondió Michael, en un tono de paciente y exasperado maestro de colegio.
—¿Quién vino a buscarme? Ayer no estaba esta. —Me señaló y siguió sonriendo—. Me habría acordado de ella, seguro.
—Yo. Con Nate y Ava —respondió Michael.
Kaleb se frotó la nuca y cerró los ojos. Evitaba mirarle los pectorales.
—¿Ava? ¿Por qué viniste con la Señorita Resplandor?
—¿Señorita Resplandor? —pregunté.
—Como la novela de Stephen King —respondió Michael—. Para Kaleb —añadió—. Porque llamaron a Ava y ella vino a buscarme.
—¿Qué fue a buscarte? —Kaleb frunció el ceño y nos escudriñó—. ¿Dónde estabas? Michael me cogió y me condujo a su lado.
—Con el ángel. Te presento a Emerson.
Kaleb se había puesto amarillo. Se sentó rápidamente; se envolvió la manta en la cintura y, dando un salto del sofá, se precipitó hacia la puerta.
Miré a Michael.
—Vaya.
Subimos las escaleras mientras intentaba hacer oídos sordos a los sonoros vómitos del lavabo de abajo y me alegraba de no haber desayunado.
—Primera impresión inmejorable.
—No es lo que parece. —Las persianas de su habitación estaban levantadas y el sol inundaba todo el espacio—. Bueno, también puede ser mucho peor.
—Me refería a mi impresión. Ha sido decirle mi nombre y ha arrancado a correr hacia el lavabo. No hace falta que lo justifiques. No lo voy a juzgar.
—No es el mismo desde hace seis meses. Era un tío muy majo y se está convirtiendo en un caradura. —Michael se sentó en el escritorio y apoyó la cabeza en la mano—. Lo pasó muy mal cuando Liam murió y después su madre…
—Se supo enferma —intervine.
—Peor aún. —Vaciló un momento antes de levantar la cabeza—. Después de que Liam muriera… se intentó suicidar.
Tragué saliva.
—Uff.
—No pasó nada al final por suerte. Grace se ha quedado en coma desde entonces. Tenía enfermeras para ella todo el día y después Landers dio su consentimiento para que se quedara en la casa de La Esfera.
—Por eso se quedó también Kaleb —dije, entendiendo por fin por qué había permanecido en la misma casa junto con el hombre sospechoso de haber matado a su padre—… para estar cerca de su madre.
—Exacto —afirmó Michael con gesto contrariado—. Pero el médico ha dicho que es mejor trasladarla a un centro especial para pacientes irreversibles. Hoy mismo la van a sacar.
—Vaya mierda. —Por desgracia conocía demasiado bien ese tipo de centros; no sabía si Kaleb también. Tampoco sabía si él era consciente de lo que le quedaba por afrontar.
—Pues sí, es una mierda —añadió—. Kaleb era muy distinto antes; muy centrado. Era buenísimo en natación. Construyeron la piscina que viste en La Esfera por él.
Por alguna razón tenía ese cuerpo, esas espaldas. Esos abdominales. Esa tableta de chocolate.
Por primera vez opté por la prudencia y guardé silencio. Me subí al escritorio y me senté mientras se oía el roce de los téjanos contra el borde.
—Nunca me has explicado su habilidad.
—Sí, podría —dijo, acomodándose en la silla—. Porque él no te la explicará. ¿Sabes qué es un émpata?
—Sé lo que es la empatía.
Michael cogió un lápiz y empezó a chafar los restos de goma del escritorio.
—No es lo mismo. Los émpatas penetran en los demás de una manera sobrenatural, tanto si quieren como si no. No están sujetos al tiempo ni al espacio, así que pueden experimentar las emociones de cualquiera, en cualquier momento o lugar. Kaleb siente las emociones de las personas con las que conectaría de una manera natural. Sabe todo lo que me pasa por dentro porque somos como hermanos.
—¿Por qué llama a Ava «Señorita Resplandor»?
—¿Has leído la novela?
—No, pero me han hablado de ella y he visto, algún cacho de la película. —No podía con las pelis de terror; ni mucho menos las de espíritus o terror psicológico. Por eso estaba tan agradecida a Internet, por poder leer los resúmenes y así hacerme una idea, pues era la mejor manera de acercarte a la cultura con plena autonomía—. No me digas que Ava duerme con un hacha o escribe mensajes en la pared con lápiz de labios…
Me lanzó una mirada.
—A Kaleb le encanta poner apodos. Dice que Ava tiene la mente tan fracturada como el personaje del padre y que ansia la autoridad tanto como él. Tiende a querer hacer lo que le da la gana cuando le da la gana solo por hacerlo.
—¿Todos los sobrenombres de Kaleb tienen tanto significado?
—No. En este caso, es algo personal con Ava. A lo mejor por cómo se comporta conmigo.
—Mmmm… Kaleb va a dejar de vomitar embutido de un momento a otro. Será mejor que hablemos de él mientras no esté cerca, ¿no? —Le propuse. No tenía ganas de entrar en el tema de esta chica.
—Tienes razón. —Dejó el lápiz en el escritorio—. Supongo que es tan hosco por fuera porque es demasiado sensible a la vez. Todo lo hace intencionadamente —cómo viste, cómo mira a los demás.
Intenta mantener una distancia para evitar sentir lo que los demás sienten. Lo que le pasó a su padre fue demasiado para él y con el estado de su madre casi se consume.
—¿Siente las emociones de ella en su estado?
—No. —Sacudió la cabeza—. Las he dejado de sentir desde el intento de suicidio y se culpa a sí mismo por no haberlo prevenido.
Sentí una profunda lástima por Kaleb. Su padre había muerto, pero su madre seguía viva y no tenía manera de acceder a ella. Al menos no había padecido en su piel el estado de descontrol de ella. Por fuera parecía bastante duro.
—Parte de su problema es que le cuesta identificar por qué los demás sienten lo que sienten. A veces malinterpreta las emociones, cree que van hacia él cuando en realidad están dirigidas hacia los demás —dijo Michael, girando el lápiz en el escritorio—. Un día me dijo que le encantaba nadar porque el agua es el único medio que bloquea las emociones. Es el único lugar en que se siente libre.
A mí también me gustaría tener una piscina.
—¿Por qué se ha flipado tanto cuando nos has presentado? Pensaba que ya me conocía.
—Sí, ya te conoce. Que estés aquí significa que te has implicado en salvar a Liam.
Se oyeron unos pasos en las escaleras. Michael me hizo una señal de silencio. Kaleb entró por la puerta, entornando los ojos por el sol.
—Tienes mejor cara —dijo Michael, acercándose a la persiana para bajarla.
Mucho mejor. Duchado y vestido, desprendía un olor totalmente distinto. Nos miró a uno y a otro y continuó mirándome a mí.
Me sentía a gusto cerca de él.
—Lo siento por lo de antes. No me encuentro muy bien, y tampoco lo entiendo —dijo, volviendo a mirar a Michael—… porque solo bebí dos cervezas.
Michael levantó una ceja; no dijo nada y se sentó al borde de la cama.
—Te lo juro —insistió Kaleb con voz ronca—. ¿Te acuerdas de… con quién estaba cuando me viniste a buscar?
—Con una alta, pelo negro, ojos preciosos. No te quería soltar.
—Amy. No, Ashley.
—¿Novieta? —preguntó Michael.
—No. —Kaleb deslizó su mirada hacia mí.
—¿Un lío?
—Mike. Hay una señorita presente.
—Más vale que conozca tu verdadero «yo». —Michael se encogió de hombros.
—No te acabo de entender —respondió Kaleb, apretando los dientes.
—Ya lo entenderás. —Michael me cogió de la manga y me condujo hasta la cama para sentarme a su lado. Señaló hacia la silla del escritorio y miró a Kaleb—. Siéntate.
Kaleb se sentó.
Pero no estaba muy conforme.
Contemplé la transformación de su cara: de amplia sonrisa a crudeza, resentimiento. Tenía unos ojos muy bonitos cuando dormía, que le daban un aire de delicadeza, pero igualmente no me gustaría cruzármelo en un callejón. Michael dijo que se había convertido en un caradura, pero yo no veía eso.
Solo veía miedo.
—No hace falta que exageres, Mike. —Kaleb intentaba deshacerse de la rabia, pero su voz seguía tensa—. Ni estoy apestado, ni muerdo, ni llevo camisa de fuerzas.
—Ya lo sé. —Michael se levantó, con voz rotunda. Tenía ganas de hacerle callar. Si se liaban a tortas, lo último que quería era quedarme ahí—. Sencillamente me preocupo por cómo llevas la vida. Escapas de todo.
—Ya está bien. —Kaleb echó un rápido vistazo hacia mí y se levantó para acercarse a Michael—. No necesito a ningún hermano mayor, ni niñera.
—Ayer sí.
Interponerme entre ellos era tan útil como mediar entre un par de fieras, pero lo hice igualmente. Apuntalé sus pechos con las manos y, por tenso que pareciese el momento, tuve tiempo de deleitarme con sus pectorales.
—¡Basta ya! —Mi voz se quebró. Probé otra vez—. ¡Basta ya! No queréis caer en esto, así que dejad de comportaros como un par de críos.
Acusarlos de ser un par de críos fue tan efectivo como arrojarle agua a la Bruja Mala del Oeste. Igual que el momento en que el Espantapájaros la apunta, la tensión se disipó. Michael se volvió a sentar y Kaleb se dejó caer en la silla del escritorio. Kaleb apoyó el brazo en el respaldo y me lanzó una mirada.
—Eh tío, por qué no calmas un poco a la enana…
Salté hacia delante con las manos en las caderas, descubriendo que estaba a su misma altura, pero él seguía sentado.
—Primero: a mí nadie me manda. Segundo: si quieres me calmo yo sólita después de darte una patada en el culo. —Le clavé bien fuerte el dedo en el pecho—. Tercero: no me llames enana.
Kaleb se quedó un momento en silencio, mientras miraba a Michael con unos ojos enormes.
—¿De dónde has sacado a esta chica? ¿Por qué no me consigues otra igual?
Suspiré con un hastío tremendo y me senté al lado de Michael, que sonreía sin disimulo.
—Creo que lo que toca es disculparte.
—Lo siento. —Me sonrió astutamente—. Siento mucho no haberte visto primero.