Capítulo 47
EL infierno se desató cuando salimos corriendo del puente y nos metimos en la cocina. Cat resolló y se tapó la boca con la mano, totalmente pálida. Dune y Kaleb se quedaron inmóviles. Nate fue el primero en hablar.
—¿Doctor Ballard? ¡Está vivo! —Nate corrió a nuestro encuentro y miró a Liam con la boca abierta, sin dar crédito mientras le palpaba el brazo con cuidado—. De verdad pensaba que estaba muerto porque no lo podía sentir, pero no es así. No estaba muerto; sencillamente, no existía. —Su cara se arrugó en un gesto y, por una décima de segundo, pareció un niño pequeño.
—¿Papá?
Liam se acercó a Kaleb y le extendió los brazos. En dos pasos, Kaleb se fundió en un abrazo con él. Retrocedí poco a poco; no sabía adónde ir. Cat me siguió, observándome con detenimiento.
—¿Emerson?
—Michael se ha ido. —Un enorme frío me sobrecogió—. Estaba en el edificio cuando…
Desvió la mirada.
—¿Cat? —Pensaba que estaba demasiado aturdida como para sentir, pero el rechazo de su mirada me destrozó el corazón y cada pedazo fue un momento perdido junto a Michael—. ¿Cat? ¿Por qué no estás afectada? Háblame.
Espiró.
—El día después de que tú, Kaleb y Michael vinisteis a verme a la universidad, volvió otra vez solo. Me pidió que abriera un puente para el futuro.
—No —acerté a decir en forma de súplica. No podía ser verdad.
—En ese momento él ya sabía que tú podrías volver. —Me miró—. Pero él no.
—¡No! —Me cogí de la cintura, intentando aguantar mi cuerpo, que se estaba desgarrando con las emociones—. Por favor, no, por favor.
—No me quiso decir qué más había visto, solo que no estaba contigo. Se preocupaba mucho por ti y sé que quería que formases parte de su futuro.
—No me digas eso. —No quería oír nada; quería que todo desapareciese como un bucle al tocarlo—. ¿Por qué viajamos si él sabía que… Por qué?
—No lo sé, pero Michael estaba convencido de que teníais que salvar a Liam. Creo que escogió lo mejor para todos; lo mejor para cada uno priorizando que los demás estuviesen bien en lugar de él. Es un deber superior que viene con el don y él siempre lo llevó bien adentro.
—No es un don —escupí—. ¡Es una desgracia!
—¡Emerson! —gritó Cat, mirando mis heridas—. ¡Estás sangrando!
—Estoy bien —respondí, luchando contra un castañeo de dientes.
—No. Estás temblando, estás en shock. —Cogió la manta del sofá y me la envolvió en los hombros—. Nos vamos a urgencias.
—No, al hospital no. No puedo. No quiero. —Levanté la cabeza y la miré; mi vida entera dependía de su respuesta—. Si ha tomado precauciones y ha podido salir del fuego de alguna manera y ha encontrado un puente, ¿podría haber sido capaz de volver sin ti y tu materia exótica?
Su rostro era un gran lamento.
—Emerson…
—¡¿Podría haber sido capaz?!
—Hay alguna posibilidad. —Su cara de pena se mantuvo intacta y, de alguna manera, supe que me estaba diciendo lo que quería oír.
Me volví para mirar la hora en el reloj de pie de la esquina. Las doce y media de la noche.
—Lo espero.
—Al menos siéntate y tranquilízate. —Cat me ayudó a sentar, colocándome almohadas en la espalda—. Te voy a mirar las heridas…
—No me toques. ¡Déjame! —Intenté controlar mi voz; no gritar—. Estoy bien.
—Pero…
—¡Por favor! —Cada segundo estaba más cerca de la histeria. Necesitaba que se fuera—. Estoy bien. Por favor, déjame sola.
—No puedo. Estás her…
—¿Cat? —No quería estallar. Y, si no me dejaba sola, si no dejaba de hablar de Michael, sabía que acabaría estallando.
Se fue.
Recé y deseé con todas las fuerzas que hubiera la más mínima posibilidad de que hubiese sobrevivido; que, por obra de algún milagro, fuese capaz de volver.
Permanecí sentada en la oscuridad y esperé. El reloj de pie dio las campanadas. La una de la mañana.
No pude oír a Nate y a Dune cuando se iban a la cama. Dune estaba diciendo algo, pero me vio y se calló.
El reloj marcó las dos.
Cat entró a verme, sin hablar. Yo la ignoraba, con el cuerpo vuelto hacia el reloj, rígida como una piedra, observando las manecillas. La casa se sumió lentamente en la tranquilidad y solo se oían los típicos crujidos nocturnos. Creí haber oído a Kaleb y a Liam pasar por delante de mí, pero estaba demasiado ocupada en la hora.
La noche cayó. El amanecer no trajo ninguna esperanza.
Se oyeron siete campanadas y me levanté, dejando la manta en el suelo. Subí las escaleras hasta la habitación de Michael.
Sola.
No iba a regresar.