Capítulo 50

LAS cigarras chirriaban mientras avanzábamos en coche a través del crepúsculo, de camino a La Esfera. El curso de los acontecimientos había tomado un cariz aún más irreal; tenía la sensación de que, en lugar de ir a resucitar a un muerto, había salido de excursión y estaba cazando luciérnagas y metiéndolas en un tarro o jugando a las sombras con mi linterna.

Cat conducía con destreza, mirando a ráfagas el retrovisor. Satisfecha de que nadie nos seguía, redujo la marcha y paró el coche debajo de un sauce. Las enormes ramas lo cubrían parcialmente.

—Vamos a entrar directamente en la antigua oficina de Liam, dentro de la casa. Sígueme y actúa como si vinieses aquí cada día, delante de quien sea o te digan lo que te digan.

—Entendido.

—Cuando te abra el puente, tienes que concentrarte en el momento en que Michael y tú entrasteis juntos en el laboratorio. Y tienes que andar con cuidado para que nadie te vea. Nadie, Emerson. No llames a Michael a gritos, por muchas ganas que tengas. No puedes hasta que Liam y tú hayáis salido del laboratorio. Tienes unos segundos antes de que se produzca la explosión.

Me miré la ropa y confié en mi capacidad para convencerle de que era una «yo» distinta. Habíamos limpiado el abrigo que llevé puesto cuando viajamos atrás para rescatar a Liam y me había puesto una bufanda verde claro. Llevaba el pelo largo y suelto en lugar de recogido en una cola. También me había guardado en el bolsillo la elipse plateada de Kaleb para que me diera suerte.

—Tienes que convencerle para que te ayude. Si se niega o si te pasa algo…

No hacía falta que acabase la frase. Si me pasaba algo, no podría volver nadie a salvarnos.

—Con tanto condicional, me estás minando la confianza… Me agarró del brazo y lo apretó.

—Tienes que entender que es muy arriesgado. ¿Lo entiendes?

Respondí afirmativamente.

La seguí hasta la casa, intentando disimular mi cara de terror. Ni llamó ni se sacó las llaves; sencillamente, abrió la puerta y entró. Capté una imagen fugaz de un espacio muy abierto con tonos cálidos mientras me conducía por la oscura habitación.

Gesticuló desde la puerta.

—El pasillo te lleva a un salón y allí encontrarás una puerta de cristal que conduce al patio. El patio acaba en una pared de piedra que te puede ir bien como protección. En cuanto saltes a la hierba tienes que correr para evitar que te vean.

—Y qué hago si…

La pregunta quedó interrumpida por el ruido de una puerta al abrirse y cerrarse. Cat me cogió y me obligó a agacharme detrás del escritorio. Voces entrecruzadas impregnaban el aire y se dejaron de oír de repente.

—Si te vas, tiene que ser ahora. —Levantó las manos e hizo aparecer el óvalo giratorio. Su cara resplandecía en su cálida luz—. ¿Preparada?

Di un paso y salté dentro del velo.