Capítulo 1

VIVO en el sur, en un pueblo pequeño de belleza particular. Me cuesta presentarlo en sociedad, como quien se casa con la doncella más fea. Tiene buen fondo, pero le hace falta una buena cirugía. Por suerte, para eso tengo a mi hermano, el arquitecto, que hace los mejores lavados de cara a Ivy Springs.

Me arrastraba por las calles, bajo la descarga de una tormenta de verano, en dirección a uno de sus logros arquitectónicos… nuestra casa. Me estaba mojando y me daba lo mismo. Para qué correr. Mi hermano era un experto en feng shui, paredes maestras y todo lo que le quisieses preguntar. Pero no tenía ni idea de qué hacer conmigo.

Había salido a correr para matar mis frustraciones después de la última discusión con Thomas sobre acabar o no el bachillerato. Yo no lo veía necesario. Él, de corte conservador, pensaba lo contrario.

Estaba llegando a casa cuando me tropecé con una jovencita de ojos enormes bloqueándome la entrada. Una sureña acomodada, del bando rico de la Guerra. Enfundada en un pomposo vestido con falda de miriñaque, me miraba mientras sostenía su sombrilla de seda. Yo misma me había vestido así una vez para una fiesta de disfraces, pero el suyo era auténtico.

La señora impotencia me perseguía de nuevo. Estaba delante de la mismísima Escarlata O’Hara.

Respiré profundamente, le atravesé el estómago con la mano y giré el pomo de la puerta. Tras un repentino sofoco, pestañeó varias veces y se dio por vencida, desapareciendo en una nube de humo mientras yo ponía los ojos en blanco.

—Francamente, querida. A mí y a Rhett nos importas un bledo.

El viento empujó la puerta con un estruendo. Subí las escaleras asqueada e hice, mi gran entrada en el apartamento —una construcción a medio camino entre un almacén y una casa particular—. Llevaba el pelo enganchado en la cara y el chubasquero rosa me chorreaba. Encontré a mi hermano sentado en la mesa de la cocina, manejando un montón de planos.

—Emerson. —Thomas levantó la vista, dobló los planos por la mitad y los volvió a desdoblar. Mi hermano y yo teníamos la misma sonrisa campechana; la suya estaba retocada por una buena ortodoncia. No tenía ningunas ganas de sonreír—. Me alegro de verte.

Pues era el único.

—Me apetecía desconectar. —Obviando mi encontronazo con la señorita O’Hara, fui dejando un charquito de agua en el suelo mientras sacudía mi chubasquero, provocándole de inmediato una mueca de disgusto. Seguro que Thomas escogía los paraguas a juego con la ropa. Thomas el Boy Scout, siempre preparado. Venía con los genes, aunque los míos eran ligeramente distintos.

Teníamos el mismo pelo rubio y ojos verde musgo, pero Thomas había heredado el mentón cuadriculado de mi padre y yo tenía la cara angulosa de mi madre. Éramos altos como papá, pero yo menguaba cada día más entre esas cuatro paredes.

Thomas intentaba atajar el tema mientras alisaba los planos con una insistencia inútil.

—Siento la… discusión antes.

—No pasa nada. Tampoco me quedan muchas opciones. —Miré directamente al suelo—. O vuelvo al instituto o tendré a la trabajadora familiar encima.

—Bueno… podríamos probar con otra medicación. Quizá te ayuda.

—Que no. —De hecho, ya no tomaba ninguna medicación. Él no lo sabía. La culpabilidad me alcanzó el rostro y me empujó a hablar. Estaba a punto de confesarme, pero abrí la nevera para coger agua y esconder mi cara—. Estoy bien, no te preocupes.

—Al menos tienes a Lily.

Lily era la única amiga de la infancia que me quedaba; lo único positivo del internado al que tuve que ir durante toda la primaria. El internado decidió quitarme la plaza para secundaria porque se supone que mi beca había finalizado. Oficialmente, había «poca previsión de fondos de donaciones de antiguos alumnos», aunque en realidad se olvidaron comentar que no estaban dispuestos a ayudar a una huérfana con alucinaciones que incomodaba a sus compañeros de clase. Tenía algo de dinero para imprevistos gracias a los fondos de inversión que nuestros padres nos dejaron, pero no lo suficiente para pagar toda la secundaria. Thomas se ofreció a pagarla con tal de que me quedara en Sedona, pero rechacé. Rotundamente. Podía vivir con él porque era mi tutor legal, pero no iba a aceptar su dinero de ninguna manera.

La realidad se imponía y tenía que volver a Tennessee. Podía sobrevivir durante un año más, incluso sin descartar la pública.

—Te quiero comentar otra cosa. —Thomas volvió a alisar los planos. Yo mantenía la esperanza de que se corriera la tinta—. Tenemos otro… contacto. Una especialista que nos puede ayudar.

Cada cierto tiempo, Thomas oía de alguien que podía ayudarme. Auténticos personajes. Freaks. Dejé bruscamente la botella sobre la encimera y me crucé de brazos, mirándole fijamente.

—¿Otro más?

—Este es distinto.

Nunca se daba por vencido.

—Este chico…

—¿Hace curas con el poder de su tercer ojo?

—Emerson…

—No me dan mucha confianza tus contactos —repliqué, tensando aun más los brazos como escudo antiayuda—. En serio, tienes que dejar de leer publicidad de brujos.

—No. Eso solo lo he mirado… un par de veces. —Intentaba no reírse. No lo consiguió.

—¿De dónde sale este contacto? —Era difícil cabrearse cuando de él solo salían unas tremendas ganas de ayudar—. ¿Directamente del loquero?

—Trabaja en un sitio llamado La Esfera. El fundador formaba parte del departamento de parapsicología de la Universidad de Bennett, en Memphis.

—Ah, el departamento que cerró por falta de financiación. Perfecto.

—¿Cómo lo sabías? —preguntó Thomas, sorprendido.

Lo miré con un gesto que podía traducirse como: soy una adolescente. Sé hacer búsquedas.

—La Esfera es un consultorio de prestigio. Mi contacto…

—Bueno, que sí. Si digo que sí, ¿vamos a dejar de hablar de esto? —Levanté las manos fingiendo derrota. Mi hermano sabía que se saldría con la suya. Siempre lo conseguía.

—Gracias, Em. Lo hago porque te quiero. —Se puso serio de repente—. Ya lo sabes.

—Ya lo sé. —Era plenamente consciente. Más allá de las discusiones, lo quería con locura. Reticente a más muestras de emoción, miré a mi alrededor en busca de mi cuñada—. ¿Y la señora de la casa?

Thomas y Dru eran restauradores: un equipo de primera. Formaban un engranaje perfecto. Si hacía falta liarse a martillazos para acabar una obra, ella era la primera en lanzarse. Y la manicura, perfecta.

—En el restaurante con el nuevo cocinero. Tenía que hablar con él sobre el vino para esta noche.

—Ella domina. —Tenía un paladar exquisito. El móvil de Thomas empezó a sonar. Momento perfecto para escapar. Tiré la botella al contenedor de plástico—. Llego tarde. Me voy a duchar.

Me llegó un olor a pintura mientras la puerta se cerraba. Dru acababa de darle un estuco veneciano bermellón a la habitación de enfrente. El suelo, de parqué de madera noble, combinaba con el sofá de piel suave con cojines de seda de tono sepia. Una enorme ventana de cristal laminado abarcaba una de las paredes; la otra estaba recubierta de estanterías con tomos de piel y ediciones en rústica. Empecé a acariciar los libros, ansiosa por tomar uno en mis manos y sentarme con él. Pero esa noche era imposible. Thomas y Dru habían reformado el antiguo local de la vieja central telefónica por un restaurante esnob, decididos a aprovecharlo en lugar de cederlo a un inversor. Faltaban pocas horas para la gran inauguración. Requerían mi presencia. Una especie de reintroducción a la sociedad pueblerina.

Todo lo que mi hermano tocaba, lo convertía en oro. Esa noche estaba empeñado en hacer lo mismo conmigo.

Perder a nuestros padres hace cuatro años nos había arrojado a permanecer juntos. De pequeña, no tenía mucha relación con él. Nací de sorpresa y nos llevábamos casi veinte años. No estaba muy preparado para criar a su hermana pequeña y yo había centrado todos mis esfuerzos en esconderle mis raros arrebatos. La beca llegó como agua de mayo. Por fin pude salir del pueblo, escaparme de los recuerdos y edificios de Thomas. Pero la beca se había acabado y yo me había quedado colgada.

Todo por mi «problema».

—Hola.

Una extraña voz me hizo perder el equilibrio. Me di la vuelta y encontré a un hombre delante de la ventana, tan cómodo y natural como fuera de lugar. Bien plantado, alto y delgado. Vestía traje negro. Una mecha de pelo color trigo caía sobre su ceja, sin emborronar las sinuosas facciones de su rostro. Se guardó un reloj de bolsillo plateado en el pantalón y entrelazó las manos detrás de la espalda.

—¿Necesitas ayuda? —Intentaba dominar mi voz trémula pero me fue imposible. Dos minutos antes, no había nadie en la ventana.

—Me llamo Jack. —Echó el cuerpo hacia delante, sin dar ni un paso. Seguía observándome con sus ojos azules. Me entró un escalofrío. Tenía toda la piel de gallina. Estaba clarísimo que ese no era el nuevo contacto de Thomas. Era demasiado. Demasiado para mí.

—¿Vienes a ver a mi hermano?

—No. No conozco a tu hermano. —Sus labios se curvaron en una tímida sonrisa. Mi corazón se aceleró—. He venido a verte a ti, Emerson.

Su traje y reloj de bolsillo estaban más que caducados. No sabía qué pensar sobre su corte de pelo. Seguramente era otra alucinación…

¿Pero cómo sabía mi nombre?