Capítulo 33

—¡QUE no quiero nada!

Nos trasladamos a la cocina. Michael rebuscaba dentro de la nevera, intentando encontrar algo para Kaleb. Kaleb apoyó la cabeza encima de la mesa y se la tapó con los brazos, echándome alguna miradita con sonrisa de vez en cuando. Desde luego tenía encanto.

Toneladas de encanto.

—Estoy seguro de que a Nate no le importa compartir sus huevos. Mmmm… ¿sabes qué te puede asentar el estómago? Beeeicon. —Michael balanceaba el envoltorio mientras pronunciaba la palabra, sonriéndonos.

Kaleb protestó con un gruñido mientras el olor a beicon nos embriagaba. Michael me guiñó el ojo como si fuese su compañera conspiradora. Envidiaba lo bien que se llevaban esos dos, sobre todo después de un enfrentamiento que casi les había llevado a las manos.

Me di cuenta de que me sentía muy cómoda. Miré a Michael, que seguía hurgando en la nevera, y a Kaleb, sentado a mi lado. Me sentía bien. Me sentía bien con ellos y hacía tiempo que no me sentía tan tranquila.

Panda de Freaks. Podíamos hacernos unas camisetas.

La camaradería cedió paso a otras cosas cuando reparé en la realidad. Michael no lo sabía todo. Si se enteraba de cómo había sido mi vida hace cuatro años… no había sido una vida. Había sido una mera existencia.

Se oyeron unos pasos en la escalera y desde la puerta se empezó a perfilar la figura de Ava, repiqueteando con sus tacones de aguja contra el suelo de madera como si llevase dos martillos. Se asomó y me miró durante un segundo, con una sonrisa forzada antes de volver al tema que le ocupaba.

—¿Michael? —preguntó, con tono impaciente.

Sacó rápidamente la cabeza del frigorífico.

—Ava, qué tal te encuentras esta mañana.

—Tenemos que cerrar el plan para Acción de Gracias. —Siguió esquivando la mirada de Kaleb—. Voy a comprar nuestros billetes para L. A. Se supone que vienes conmigo, ¿no?

Michael estaba tan nervioso como un ciervo cegado por los faros de un camión con mercancía peligrosa.

—Ya hemos hablado de eso.

—No, no hemos acabado de hablarlo —frunció el ceño, con abierta confusión.

—Sí, hace un par de días. Te dije que no…

—Sube y miramos los horarios de avión. Si has acabado con… —señaló hacia la mesa, en una dirección no concreta—… eso.

Kaleb sonreía con sorna.

—Por supuesto, Ava. Si lo necesitas, ya ha acabado conmigo. Pero lávate las manos eh, Michael, que te han quedado piojos, antes de tocar a la Señ… a Ava.

Ava entornó sus ojos hacia él y ladeó la cabeza.

—Borracho —le dijo.

—Bruja —respondió.

—¡Niños! —Michael dibujó una «T» con la mano—. Tiempo muerto.

Ava le lanzó a Kaleb una mirada de desprecio y desapareció de la cocina. Michael fue detrás de ella.

Sin mirar atrás.

—¿Por qué no hablas con ella y le explicas lo que sientes? —le dije a Kaleb en cuanto se fueron.

—Lo he hecho desde el principio. —Apoyó los brazos en la mesa y se aguantó la cabeza con el puño, mirándome fijamente—. Igual que ahora estoy a punto de decirte que estoy enamorado de ti.

—¿De verdad? —Me eché a reír—. Supongo que será por todo el tiempo que hemos pasado juntos; por tantas conversaciones. ¿O ha sido un flechazo?

—Sí, algo así —repuso, burlón.

Eso pensaba yo.

Me perdí en su mirada durante unos segundos. Me di cuenta de que estaba esperando a que dijese algo y me aclaré la voz.

—¿Así que le pones apodos a todo el mundo? Enana, Mike… Señorita Resplandor.

—¿Te ha explicado Mike lo de «Señorita Resplandor»?

Asentí mientras una gran sonrisa se deslizaba por su cara como miel avanzando por una tostada. Seguro que estaba acostumbrado a que lo mirasen. Me preguntaba si en ese momento también le gustaba.

—Pongo nombres a la gente que quiero y también a los que quiero matar.

Me preguntaba si había algún significado profundo en «Enana».

—Y Ava está en la lista de los que quieres matar.

—Nunca nos hemos soportado. —Su sonrisa desapareció. Deslizó los brazos por la mesa y acercó su cabeza a la mía—. No sé si es porque hay algo que la bloquea, que no me deja pasar. Ni siquiera ella sabe reconocer sus propios sentimientos.

—¿Lo has sabido siempre? —le interrogué—. Espero que no te importe hablar de esto. Michael me lo ha contado. ¿Ya sabías que tenías esta habilidad?

—No me importa. Yo lo sé todo de ti; sería injusto que tú no supieses nada de mí. —Se enderezó en la silla, una vez desvanecido el momento de intimidad—. No pasa nada.

—No sabes nada sobre mí.

—Me encantaría que me lo explicases —respondió, volviendo al coqueteo, arriesgándose a que le mordiera.

—No sé… vengo de pasar una temporada muy mala. Ya te lo explicaré mejor, si estás interesado.

Una sombra de incertidumbre contagió su mirada. Miró hacia la ventana de delante del fregadero.

—Te escucho.

—Mis padres murieron en un accidente poco después de que empezase a ver bucles. Con todo el dolor del mundo, el de los servicios sociales me mandó a un centro después de que se me escapara que veía a muertos. Ah, y también porque monté una escena en la cafetería del colegio y mi mejor amiga tuvo que acompañarme al médico. —Observé su reacción, calculando lo que podía decir—. Ya no sabían qué hacer conmigo, así que optaron por drogarme.

—¿Y cómo te repusiste? —Me miraba intensamente, buscando la respuesta que me negaba a darle, por mucho que quisiera.

—Con la medicación dejé de ver bucles. Cada cierto tiempo, me bajaban la dosis y mientras tanto me tenían callada. Las Navidades pasadas me salté la medicación y al conocer a Michael… todo ha sido mucho más fácil.

—¿Te ha explicado cómo se conocieron mis padres?

—No —respondí—. Cat me explicó un poco sobre su relación.

Kaleb se recostó en la silla, apoyando la zapatilla deportiva contra el borde de la mesa.

—Mi padre era… el prototipo de científico. Pelo alocado, estética cero. Mi madre era perfecta para él. Hace muchos años fue actriz. Se conocieron en un rodaje de una peli de ciencia ficción; él era asesor técnico.

—¿Cómo se llama?

—Grace. Su nombre artístico era Grace…

—Walker —le interrumpí, al caer en la cuenta de su parecido—. Sois clavaditos.

—Por suerte para mí. —Sonrió abiertamente—. Se casaron seis semanas después de conocerse.

—Qué bonito.

—Tenían algo increíble, fuera de lo común. Mi padre estuvo viendo bucles toda su vida, pero ella no empezó a verlos hasta que no se conocieron.

—¿Le daba miedo?

—Tenía a mi padre.

Me intrigaba saber si de verdad había sido tan fácil para ella.

—¿Cuándo empezó lo tuyo con la empatía?

—Se supone que nací así. Lloraba mucho de bebé y no era precisamente por cólicos. En cuanto mis padres lo descubrieron, mi madre dejó el oficio de actriz para quedarse en casa cuidándome. Era el cojín que me amortiguaba los golpes. Gracias a ella, mi vida era más soportable. —Hizo una pausa y clavó la mirada en el suelo. Creí captar una sombra de humedad en sus pestañas negras—. La echo mucho de menos. A los dos.

—Kaleb, no hace falta que…

—No, estoy bien. —Levantó la vista, con ojos serenos. Me había equivocado, tal vez—. Igualmente, fui creciendo y descubrí otras cosas que me servían, como la tranquilidad de estar debajo del agua. Podía bloquear lo que quisiera con las barreras adecuadas.

Pensé que era el momento de cambiar el tono.

—Y por eso te comportas como un gilipollas, ¿no?

Kaleb me sonrió.

—Buena apreciación.

—Yo he bloqueado demasiadas cosas después del accidente, después del tema del hospital —confesé—. He escondido la cabeza. He aprendido cosas —sarcasmo, autodefensa—, todo para que no me hicieran daño, para que no se acercaran a mí.

—¿Te ha funcionado?

—No por mucho tiempo. —Sonreí—. Ahora se me está haciendo más fácil dejar a la gente entrar. Tú tendrías que intentarlo.

—Ya te contaré —respondió, entre risas. Volvió a adoptar un gesto serio—. Esto solo lo sabe Michael, pero mi padre descubrió la manera de aislar las propiedades de ciertas drogas para ayudarme a filtrar los sentimientos, a no absorber todo de todo el mundo. Fabricó un sistema para mí antes de morir.

Sacó una moneda plateada del bolsillo y empezó a girarla entre los nudillos, concentrándose en el movimiento justo antes de hacerla saltar a la palma de la mano.

—Ya sé lo que tenéis pensado hacer por mi padre.

Mirando directamente a esos ojos azules de su madre actriz, le dije:

—Por tu padre. Y por ti y por tu madre. Nadie se merece pasar por esto. Si puedo cambiar el estado de las cosas; mejorar la vida, es como estar haciendo un bien por la humanidad.

—Mi padre me regaló esto cuando cumplí los dieciséis. Al final he aceptado cómo soy. Decidí canalizarlo en lugar de rehuirlo. —Kaleb aguantaba la moneda entre dos dedos, mostrándomela. No era una moneda, era una elipse plateada con una inscripción. Me acerqué a verla mejor.

—Esperanza.

Se guardó la elipse en el bolsillo y me cogió la mano. Se la di. Tenía un tacto fuerte, áspero, cálido. No sentí la electricidad que sentía cuando tocaba a Michael. Sentí algo diferente.

Alivio.

—Gracias —me dijo.

Asentí.

Michael entró en la cocina solo. Separé la mano de Kaleb, pero esperé a que Michael nos viera. Observé su reacción.

No le gustó.

Rompí el silencio antes de que Kaleb volviera a la carga.

—Hablando de salir de viaje, ¿cuándo salimos? —pregunté. Después de conocer a Kaleb, todavía estaba más segura de lo que iba a hacer. Pero una nueva dimensión se añadía al problema, haciéndolo todavía más real.

—Dentro de poco, espero —respondió Michael—. Tenemos que explicárselo todo primero a Cat, y saber si se va a unir a nosotros.

—¿Y a qué esperamos? —Me levanté—. Vamos.

—Espera. ¿No es pronto? —preguntó Kaleb—. Acabas de enterarte de tu habilidad. ¿Estás segura de esto?

Lo miré.

—Cuanto antes nos pongamos de viaje, antes recuperaremos a tu padre.

Kaleb me devolvió la mirada. Sabía que estaba intentando leer mis emociones, buscando miedo.

Pero no lo iba a encontrar.