Capítulo 14
MIRÉ a Michael e intenté pensar quién de los dos se estaba riendo del otro. Practiqué las respiraciones completas, aunque tampoco me acorde de cómo se hacían. Lo que estaba claro es que, si no intentaba respirar, me iba a desmayar en cuestión de segundos.
Michael me seguía hablando con voz cauta.
—Em. Tranquila.
—No me llames Em. —Se estaba pasando con la familiaridad, aunque también podía permitírselo si se supone que ya me conocía de antes. Apoyé la frente en la mesa y la golpeé varias veces, murmurando entre dientes.
Me retuve para no salir corriendo, para no gritar. Básicamente porque tendría que volver. Y subir las escaleras. Además, tampoco era muy cómodo correr con zapatillas de conejitos. Cuando supe que él también había visto el terceto de jazz, ganó credibilidad. Al menos un poco. Pero ahora me estaba hablando de gente del futuro; concretamente, de mí. Levanté la cabeza e intenté no lloriquear.
—Tendría que haber sido más suave al explícalo —añadió Michael—. Lo que pasa es que me pediste que…
—¡Basta! ¡No hablemos de nada que no haya dicho como mínimo hace veinticuatro horas! Por favor, hazlo por mí. —Señalo hacia mí misma para que le quedara claro—. Me estás implicando a mí. Si todo lo que dices es verdad —solté una risita nerviosa—. ¿Cómo sabías quién era yo? ¿Por qué me has creído?
—Sonabas convincente. Sabías cosas sobre mí igual que yo sé cosas sobre ti ahora.
—¿Cómo qué? —La intriga estaba superando con creces a lo espantoso de estar hablando de lo imposible.
—Vamos a ver. Eres una ultra del béisbol; una hincha incomprendida (como yo) de los Red Sox, pero te da rabia que exista la figura del bateador designado —explicó, mientras me miraba para ver mi reacción, gozando del empate en medio de mi perplejidad—. Escuchas country del estilo Bluegrass cuando estás sola y no te gusta que los demás lo sepan. Tenías un piercing en el obligo, pero te lo quitaste antes de volver a casa para que Thomas no se enterara. —Sonrió abiertamente y miro fijamente a mi cintura. Yo intentando no perder el control—. Y…
Había ido demasiado lejos. No entendía por qué se callaba ahora.
—Qué.
—No estoy preparado para contarlo todo. ¿Me he equivocado en algo?
—No. —Me sorbí la nariz—. Aunque todavía no tengo claro la idea del bateador designado.
—No hace falta que pienses más en eso. Ahora ya sabes lo que querías saber.
—Pero en cualquier caso, cuando mi «yo» del futuro te encontró —sonaba a disparate—, ¿qué sabía de ti?
—¿Por qué te lo tengo que decir? Se lo estaba pasando muy bien.
—¿Y si es la única visión que tienes? —apunté—. ¿Y si la información que me estás dando ahora mismo, en esta conversación que has tenido para explicármela y que yo he tenido también para explicarlo y hacer que me creas? —Esperaba que lo hubieses entendido todo y que no me lo hiciese repetir porque a mí me resultaba imposible.
Michael me volvió a sonreír y tuve la sensación de que me estaba entendiendo.
—Me dijiste que mi helado favorito es el spumpni, que tengo una cicatriz por unos puntos que me dieron cuando tenía siete años y que la tengo justamente en un sitio muy interesante que ya conoces; que mi osito de peluche de pequeño se llamaba Rupert y lo llevaba a todas partes y que la primera vez que te vi, ahora, en el presente. Me dejarías sin habla.
—Bien. —Sentía un calor que me subía por el pecho y llegaba a mis mejillas. Miro al cielo oscuro y siguió hablando en un tono tan suave que apenas se le oía.
—Tienes razón.
Respira, Em. Tranquila, respira.
—Cuando te vi… ¿era un bucle, yo? —pregunté, tras una pausa.
—Es un poco más complicado —respondió, tamborileando con los dedos sobre la mesa de vidrio.
—¿Siempre tienes la misma respuesta para todo?
No respondió.
Luchando contra mi estado nervioso. Me di cuenta de que no podía mantener las piernas quietas debajo de la mesa. Deseaba desesperadamente que no se notara. Respiré profundamente para intentar calmarme, consciente que lo que estaba a punto de preguntar significaba que yo estaba mal de la cabeza o que el mundo entero se había vuelto loco.
—Me has dicho que llegué a ti del futuro. Si no aparecí en forma de bucle, solo se me ocurre otra manera. —Se me escapó otra risa histérica y la verdad es que tenía su gracia. O no—. ¿Chistopher Reeve y la autohipnosis? ¿El Doctor Who y su cabina telefónica? ¿Hermione y el Giratiempo?
—Más que «cabina», el Doctor Who tenía una police box, típicamente inglesa. —Mantuvo la mirada fija—. Tampoco te costaba tanto decirlo bien.
—Joder. ¿Y ahora me sales con estas? —Me eché hacia delante y escondí la cabeza entre las rodillas, haciendo mover la silla mientras me sacudía. Intenté pensar en si me quedaba algo de medicación. Seguro que le iría bien a Michael.
—Tú me has preguntado…
—¡Ya lo sé! —Me recosté en la silla y cerré los ojos. Recuperé un hilillo de voz—. ¿Me lo puedes decir ya todo ahora mismo? Y por favor, no te guardes nada. Me quiero recuperar de esta.
Siempre estaba la opción de salir pitando, coger un bus e ir directo al sanatorio.
—De acuerdo. Sé que suena a chiste, pero… —introdujo.
Abrí los ojos.
—¿Viaje en el tiempo? ¿Si? ¿Pero cómo? ¿Y por qué yo? Michael frunció el ceño.
—Tiene que ver con… la genética.
—¿Cómo si fuese una enfermedad?
No le había gustado nada la comparación.
—Si empiezas a relacionarlo con enfermedad vas a acabar hablando de adicción. La adición es genética; lo que diferencia a las personas es el tipo de adicción. Un hijo puede ser alcohólico, pero el otro puede salir drogadicto o ludópata. —Se apretó la mano contra la frente—. Suena fatal, todo esto.
—No, qué va.
—Míralo así: tú tienes una habilidad especial. Tu síntoma principal son los bucles. —Soltó un gruñido de frustración—. Quiero decir, que son un indicador. El hecho de que hayas visto gente del pasado significa que puedes viajar al pasado.
—Mmmm. O sea, que si quiero ir algún sitio del pasado, puedo. ¿Qué tengo que hacer?, ¿cerrar los ojos y visualizar donde quiero ir?, ¿juntar los pies tres veces y decir «Neolítico»?
—Es un poco más…
—Como vuelvas a decir «Es un poco más complicado», gritaré. ¿Y tú qué? ¿Puedes viajar al pasado? —¿De verdad estaba manteniendo esta conversación? Me pellizqué la pantorrilla muy fuerte. Si, estaba teniendo esta conversación.
—¿Puedes viajar al futuro solo por ver gente del futuro?
—Puedo viajar al futuro por mi mismo y volver al presente. Tú puedes viajar al pasado por ti misma y volver al presente. Pero si viajamos juntos, podemos, podemos ir a cualquier punto de la línea del tiempo. Somos como… dos mitades de un todo.
—¿Dos mitades de un todo? —Pestañeé lentamente dos veces y me acerqué a él para examinarle el rostro—. ¿Le das a las drogas? ¿A los porros? ¿A cualquier otro estupefaciente? Ya le pregunté a mi hermano si llevabas mucho tiempo desintoxicado, pero veo que no.
—No, no me drogo y tú no estás mal de la cabeza. —Se acercó a mi y apoyó las manos en la mesa—. Si recuerdas todas las cosas que has ido experimentando, ¿tan increíble suena?
Miré fijamente sus dedos y el calor que desprendían. El cristal de la mesa se estaba empañando. ¿Podría ser posible? Hacía cuatro años que había empezado a ver a gente de todas las épocas y que desaparecían cuando intentaba tocarlos. No, el viaje en el tiempo tan poco sonaba tan raro. Eso no quitaba que me estuviese resistiendo a creérmelo.
Pero eso de estar conectada a Michael sí que me gustaba.
—Esa conexión —dije, levantando la vista hacia él—. ¿Es esa especie de calambre cuando nos tocamos?
—Nuestras habilidades se complementan. Se crea un vínculo muy fuerte. Por eso hay tanta… química entre nosotros. —Cambió de postura en la silla, contemplando unas manchas que salpicaban el suelo de la terraza.
Me envolvió una intensa sensación de alivio. Era gratificante pensar que todo lo que sentía por él tenía alguna justificación. Conexión científica. Química. Pensé en el cúmulo de energía cuando nos tocamos accidentalmente y en qué pasaría si nuestros labios se rozaran. ¿Causaríamos una explosión?
Mientras recuperaba la palabra, intenté estar concentrada y no pensar en detonaciones y explosiones Michael continuó. Si estaba ruborizado. Lo disimulaba muy bien o era difícil de distraer.
—El hombre del que te hablé, el guía de La esfera… él y su mujer tenían las mismas habilidades que nosotros; las mismas conexiones.
Aislé la palabra «mujer» para pensar en ella más tarde y pregunte:
—¿Hay más conexiones, aparte de la física?
Si, lazos emocionales muy fuertes. Una unión visceral entre ellos.
Eso sí era creíble. Cada vez que lo veía, me sentía más unida a él. Otra cosa era que me costase aceptarlo.
—¿Y qué tiene que ver todo esto con La Esfera? ¿Por qué no me has explicado nada de esto hasta ahora?
—Tengo mis motivos —respondió—. Hay cosas que todavía no puedes saber.
—Me dijiste que me lo contarías todo. Quiero saberlo todo.
—Te lo he contado todo. Todo lo que tiene que ver contigo. —Se levantó bruscamente, mirando a la distancia—. Ya has visto pelis de viajes en el tiempo. Tienen parte de verdad. Las vivencias se pueden manipular, pero hay consecuencias.
Michael retrocedió un paso y se puso de cuclillas, a mí misma altura.
—No estoy aquí solo para ayudarte a entender lo que ves y el porqué. Estoy aquí para prevenirte y para…
Se interrumpió. Parecía que quería decir algo que le estaba costando.
—Ahora no te pares —dije.
—Tiene que ver con el tema visceral. —Me cogió de las manos—. O me crees o no.
No sabía si confiar en él. No sabía si quería que dejara de tocarme. Me estaba acostumbrando a esa intensidad de sus cálidos ojos marrones, imaginando si sus labios serían iguales de cálidos.
Se inclinó lentamente hacia delante justo cuando perdió el equilibrio y cayó de lado. Masculló un taco entre dientes y se levantó.
—¡Estás jugando conmigo! —Abrí la boca y salté de la silla, clavándole el dedo en el pecho—. ¡Ibas a besarme!
Michael retrocedió y se apoyó en la verja de hierro.
—No es cierto.
Estaba mintiendo. Me acerqué a él y le hablé en un susurro.
—Eres un mentiroso.
Se llevó la mano a la cara y gruñó al verse derrotado. En un movimiento, se despegó de la fría verja de metal y ocupé yo su sitio. Lo bueno de la postura es que tenía el pecho apretado contra él.
Dobló un poco las rodillas y escondió la cara en mi cuello. Me volví a recostar en la verja y me agarré a los barrotes para no caer. Mi chaqueta se me caía de los hombros. Estaba segura de que estaba a punto de arder en llamas, a punto de firmar lo glorioso del momento.
No bebía —mala combinación con las pastillas—, pero estaba segura de que eso era lo más parecido a estar ebria. Nada era lo mismo y sabía que estaría dispuesta a dar hasta el último respiro para tener más de él. Sin pensarlo.
Por el rabito del ojo, vi una luz roja parpadeante.
Una cámara de seguridad.