Capítulo 36
NO sé qué le dijo Dru a Thomas para no ponerme más obstáculos en mi decisión de seguir adelante con el plan. Solo sé que le estaba agradecida. Thomas no dijo ni pío al día siguiente cuando le pedí las llaves del coche de Dru para reunirme con Michael; me las dio con toda la calma.
Conducía plácidamente en dirección al campus, con las ventanas bajadas. El aire seguía empañado de humedad y me alegré de haberme puesto pantalón corto y top sin mangas. Encendí la radio y dejé que la música me sosegara. No sabía cómo tomarme el tema de Michael y Kaleb. Al avistar la Casa de los Desertores, me sometí a mí misma a una charla motivadora.
Entré sin llamar. La puerta mosquitera se cerró sonoramente, anunciando mi presencia. Mi nariz me guio hacia la cocina y encontré a Kaleb encima de los fogones. Estaba removiendo algo que olía delicioso, cuchara de madera en mano y poderoso cuchillo de chef en la otra.
—¿Estás sobrio hoy? —pregunté desde la puerta.
Se dio la vuelta y dibujó una sonrisa que me hizo titubear.
—Sí.
—Bien. Porque no sabía si entrar con ese cuchillo. —Entré en la cocina y me apoyé en la encimera al lado de él. Encima de la tabla de cortar, un par de pimientos verdes y un trozo de apio esperaban a ser troceados. En la sartén se estaban sofriendo unos aros de cebolla con mantequilla.
—¿Sabes cocinar?
Kaleb estaba tan guapo que me puse celosa. Guapo, con unos músculos de infarto y el tatuaje de un dragón rojo que le cubría buena parte del dorso.
—Sí —respondió—. Sé cocinar.
—¿Y siempre llevas camiseta interior y —le empujé un poco el hombro— un delantal que pone «Besa al Cocinero»?
Se puso tan cerca de mí que el corazón se me empezó a acelerar.
—Si te gusta, lo llevaré siempre.
—Ja ja —dije, cambiando rápidamente de tema y señalando hacia la tabla de cortar—. ¿Qué estás cortando?
—Mi trío de oro: apio, cebolla y pimiento verde. Étoufée en marcha. Dune y Nate están volviendo de su sesión de orientación y traen los langostinos. Bueno —dijo, acabando de añadir a la sartén las verduras que habían quedado pegadas en el cuchillo—. Hoy sabremos lo que va a pasar.
Sentí un pinchazo en el estómago nada más oírlo. Todos los planes de Michael dependían de la respuesta de Cat. No podíamos ir sin ella.
—¿Tú qué crees que dirá?
—Ni idea —respondió, levantando las cejas—. ¿Estás segura de que quieres ir?
—Segura.
—No te creo. —Kaleb dejó el cuchillo en la tabla y se apoyó en la encimera a mi lado—. Ayer estabas bien, pero hoy te veo nerviosa. ¿Ha pasado algo?
—¿Me estás leyendo las emociones? Nos conocimos ayer, ¿cómo puede ser?
Levantó un hombro y sonrió.
—Es un fastidio si lo haces sin permiso.
—No lo puedo evitar. —Levantó la sartén y removió las verduras un par de veces. Nunca he sido capaz de hacerlo sin derramar la mitad al suelo o quemarme—. ¿Estás nerviosa por algo que te dijo Michael cuando volvisteis?
—No, la verdad. —Quise pensar que Michael no había compartido con Kaleb sus críticas.
—Me encantaría quitarte todas las preocupaciones.
—¿Ah sí? —pregunté, en tono vanidoso.
Dejó la sartén encima del fuego y se apoyó con las dos manos en la encimera, rozándome las caderas.
—Sí. —Voilà. Me mordí el labio.
Me recogió el pelo en forma de cola, rozando mis hombros desnudos con sus brazos.
—He estado pensando en hacerte olvidar los problemas. He pensado mucho en eso.
—¿De verdad? —Me faltaba el aliento y se notaba. Busqué desesperadamente, entre mis pensamientos revueltos, algo que decirle para detener la situación, pero no pude.
—En serio. —Deslizó las manos por mis brazos, trazando una línea con el pulgar desde el codo hasta la muñeca. Se me puso la piel de gallina y el calor empezó a regar todo mi cuerpo. Empujé la cabeza hacia atrás, dándome un golpe contra el armario.
Ternura.
Se echó a reír, pero me hizo sentir especial en lugar de ridícula.
Me entró más calor cuando empezó a acercar sus manos a mi cara para sujetarla. Me sentía bien. No tenía ganas de volver a golpearme contra el armario.
—¿Se te están olvidando los problemas? —me preguntó.
Perdí completamente la capacidad de expresarme. Se acercó muy lentamente, en un último hálito antes de rozar sus labios contra los míos. En ese segundo cerré los ojos.
Y vi a Michael.
No hizo falta que me lo sacara de encima. Él mismo paró. Abrimos los ojos al mismo tiempo.
—Eso era lo que me daba miedo.
—¿El qué? —pregunté, retomando el aliento.
—Michael y tú.
—¿Cómo lo sabes? ¿A qué te refieres?
Arrugó el entrecejo, me miró intensamente y recorrió con su dedo mi mandíbula.
—Mira. Si fuese puramente físico, te arrastraba escaleras arriba hasta la habitación. Con tu consentimiento, por supuesto.
Creo que en ese momento me salió un gemido. Kaleb me activaba de tal modo… pero seguía siendo poderoso, al mismo tiempo. Al menos para mí.
Se rio de nuevo.
—Pero no es físico, aunque siempre despista. Tú y Mike tenéis algo, aunque él no lo quiera admitir…
—No, no tenemos nada. Nada —protesté, mientras me escrutaba con la mirada.
—¿Sientes algo por él?
—Quizá. —Golpeé el armario con la cabeza por mi propia voluntad—. Algo, pero no sé el qué. Lo siento.
—No te disculpes, pero explícamelo cuando puedas. —Seguía sosteniendo mi cara con sus manos. Se acercó otra vez y me besó tiernamente en la comisura de los labios, sin dejar de mirarme. Entonces, suspiró, prolongando la caricia de sus labios contra mi piel—. Puedo esperar.
Michael escogió ese momento exacto para entrar en la cocina.
Kaleb se separó rápidamente de mí, volviéndose a ocupar de la sartén como si no hubiese pasado nada. Michael nos miraba con una expresión totalmente irreconocible y dudé por un segundo si había visto algo. O si le había importado.
—Emerson. —Su voz estaba desnuda de emoción. Vacía.
—Sí —respondí, bajándome de la encimera. Empecé a tambalearme en cuanto mis pies tocaron el suelo y me habría caído si no fuese porque Kaleb me agarró del brazo.
—Lo siento —musitó Kaleb, con voz débil.
—¿Te fallan las piernas? —preguntó Michael.
Nos había visto. Estaba claro.
Me alisé el cabello y me recoloqué el top.
—Estoy bien. No pasa nada.
—Cat no está en la casa. He ido a verla al laboratorio para reiniciar las conversaciones y quería hablar con vosotros sobre la discusión de ayer… pero ya veo que estabais entretenidos.
Se dio la vuelta y se marchó.
—Tengo que arreglar esto. —Kaleb juntó las cejas en gesto de concentración—. Tiene las emociones disparadas. Voy a ir a hablar con él.
—No, déjame a mí. —Le paré con el brazo—. Ya habéis peleado bastante. Déjame arreglarlo a mí.