Capítulo 16
—¿QUIERES que te leve al trabajo en coche? —me preguntó Thomas mientras me subía la mochila a la espalda. Llevaba mi inseparable chubasquero rosa y llovía. Otra vez.
—No. Queda cerca. —Además, ya tenía el pelo mojado. Me costó muchísimo levantarme de la cama y ducharme. Secarme el pelo habría sido demasiado esfuerzo. Después de compartir juntos un trocito de tejado la noche pasada, seguí sintiendo a Michael a través de la pared. Lo oía respirar. Solo el sueño profundo había conseguido apaciguarme. Mis pensamientos revoloteaban con fuerza.
Mientras caminaba hacia el Murphy’s Law, me preguntaba por qué no había visto nunca a Michael conducir. ¿Cómo se movía por el pueblo? Quizá aparecía y desaparecía según su voluntad. O a lo mejor viajaba en el tiempo cuando le apetecía.
O quizá era todo mentira y yo había estado a punto de tragármelo.
Solté un taco sola en medio de la calle sin una sombra de vergüenza delante de un soldado de la tropa de la confederación, que me miraba extraño. No tenía pinta de ser real. Me habría gustado pegarle una patada para comprobarlo, pero decliné esa opción.
¿Viajes en el tiempo? ¿Salvar el mundo? ¿Estaba viviendo una peli que acababa de salir en formato DVD? ¿Cómo podía seguir pensando que Michael me estaba diciendo la verdad? Era una locura. Si hubiese sabido qué era un bucle antes de experimentar el primero, tampoco me lo habría creído. Cientos de cosas inverosímiles pasaban cada día. Cosas como la gravedad.
¿Viajar en el tiempo? ¿Salvar el mundo? ¿A los diecisiete?
Empujé con tal fuerza la puerta de la cafetería que la campana chocó sonoramente contra el marco.
—Buenos días —mascullé a Lily al pasar por delante, en mi ansiosa búsqueda de la maquina de espresso.
Se acercó y me miró fijamente a los ojos, dejando escapar un brizno de desaprobación en su mirada.
—Vaya cara. Parece que te hayan pisado un juanete.
—Si, bueno. No todas estamos siempre perfectas como tú. Y seguro que nunca has sufrido de insomnio.
Me sacudió las manos de lo que estaba haciendo y continuó ella.
—Vamos a dejar las máquinas hasta que empieces a coger soltura. ¿Por qué no has dormido?
—Demasiado largo de explicar. —Y, si se lo intentaba explicar, llamaría al loquero—. Digamos que tengo algunos problemillas.
—¿Tiene que ver con Michael?
Agarré la taza de espresso y le di un trago caliente, placentero. Cuando recuperé la sensibilidad en la lengua, levanté la taza para que me la rellenara.
—Más o menos.
—¿Más o menos?
—No tengo ganas de hablar de eso ahora.
—Hmmm. —Lily se dio la vuelta para preparar otro espresso. Como si el día no hubiese empezado con suficientes bucles, una imagen empezó a dibujarse detrás de ella.
Alejados de la barra, había un grupo de adolescentes sentados en la mesa. Vestían faldas de lana bouclé y suéteres con letras. Sabía que eran bucles porque el Murphy’s Law tenía un mobiliario moderno y utilitario; nada de mesas rectangulares de formica de bancos de piel. Los jóvenes empezaron a hacer bromas con la camarera, que llevaba un vestido rosa de nailon y delantal de algodón a cuadros.
Estaba claro que no era el uniforme de trabajo.
—¿Em? ¡Emerson! —exclamó Lily—. ¿Dónde estás?
—En los cincuenta. Solo hay que ver los zapatos que llevan.
—Saddle oxfords. De verdad.
—¿Qué?
Mierda, lo había dicho en voz alta.
—Nada una peli que vi anoche. Estaba pensando en ella. Sandy Danny. Beauty Drop Out. Greased Lightning.
—Ah sí… —Lily me miraba perpleja mientras yo canturreaba Shama Lama Ding Dong—. Voy a sacar masa de hojaldre del congelador. ¿Estás bien? Te dejo un momento sola.
Estaba muy entretenida mirando a un tío que se había puesto tanta gomina como para cubrir una bandeja entera de galletas.
—¿Em?
—Sí, sí. Ve. —Asentí muy serena mientras ella salía hacia la cocina.
En cuanto se largó, me metí debajo de la barra a buscar desesperadamente algo para hacer desaparecer esos bucles. No estaba dispuesta a aguantar mi jornada laboral con el reparto entero de Grease pululando a mi alrededor.
—¡Bingo!
Di un respingo, me abalancé encima de la barra, agarré un rodillo y me líe a mamporrazos vacíos contra todos los bucles que pude encontrar. No me resulto fácil: todos arrancaron a correr en cuanto un muñeco de galleta cayó al suelo. En plena batalla contra los bucles, rodillo en mano, cual Don Quijote combatiendo contra los molinos de viento, fui incapaz de ver a Lily, que estaba empujando la puerta batiente de la cocina y sostenía una bandeja de metal con los hojaldres. Una milésima de segundo antes de que se diera la vuelta, exploté el último bucle, me apoyé en la barra y me coloqué el rodillo encima del hombro.
—¿Qué ha sido eso? —Lily agitó la cabeza al oír el ruido y recuperó la bandeja en sus manos, que había estado a punto de caerse.
—Ratas. Creo que tienes ratas. Muy grandes. —Le indiqué el tamaño con las manos a modo de ejemplo y me volví a dejar caer contra la barra, intentando controlar las respiración—. Enormes.
La abuelita debería echarles un vistazo.
Lily arqueó una ceja, dejo la bandeja y se secó las manos con una toalla.
—No estás bien. Se nota. ¿Me lo vas a explicar o hay que sacártelo a la fuerza?
Hazte la sorda. Dejé salir un suspiro.
—No puedo tener nada con él.
—¿Por qué?
Por muchos motivos.
—Uno: no sería una novia ejemplar. Recuerda que soy la tarada de la cafetería.
—Em, eso pasó hace mucho tiempo. No tiene nada que ver con el presente.
Tenía demasiado que ver con el presente.
—Dos: él tampoco se queda corto.
—¿En un sentido de asesino psicópata o más en plan que va a seminarios sobre Star Trek?
—Se les empieza a considerar locos cuando se disfrazan de Klingon.
Lily puso los ojos en blanco.
—Ninguna de esas opciones. —Me enderecé, levanté la taza de espresso y le di un sorbo—. No sé si es un secreto mío o si es demasiado fuerte para creérmelo. Pero todos tenemos secretos, ¿no?
—No todos. —Su cuerpo se tensó y se enrolló la toalla en las manos—. Yo no tengo secretos. Mi vida es un libro abierto. ¿Vamos a por el tercer punto?
—Mmmm… sí. —Cogí el tarro de azúcar y me eche un par de cucharadas, mirando a Lily por el rabillo del ojo—. Tres: A Thomas se le metió entre ceja y ceja la norma de lo profesional.
Lily escuchaba con los hombros caídos y se mordió los labios mientras pensaba en una respuesta.
—Lo bueno de eso es que da un tiempo para conocerlo y para pensar en lo que sientes de verdad.
—Supongo.
—Aprovéchalo. No tienes por qué precipitarte. Si ese tío merece la pena, la cosa no cambiará porque esperes un mes. O también puedes aprovechar la impotencia y aplastar la masa de hojaldre con el rodillo. —Lily salió de la barra y caminó hacia la esquina para recoger el rodillo que había salido volando por los aires. Lo lavó en el fregadero, lo secó y le dio palmaditas con harina.
La miré, boquiabierta.
—¿Cómo sabías dónde estaba?
—¿El qué? Mmmm… allí lo guardo siempre. —Un suave ascenso de rubor le recorría el cuello hasta las mejillas—. ¿Por qué lo preguntas?
Nos miramos durante un segundo interminable.
—Por nada.
Me pasó el rodillo.
Me levante las mangas, lo cogí y empecé a amasar.
Al final de la jornada, Lily y yo salimos juntas de la cafetería. El sol todavía brillaba entre las efímeras nubes grises y proyectaba reflejos sobre los charcos del asfalto. La densa humedad pesaba en el ambiente y me apelmazaba el pelo.
Metí mi chaqueta en la mochila, y saqué una goma de pelo del bolsillo. Me pare en el cruce para recogerme el pelo en una cola mientras sostenía la mochila entre las rodillas, intentando no perder el equilibrio.
Me quede inmóvil al ver a Michael al otro lado de la calle. Estaba apoyado en un descapotable negro brillante con la capota echada y se reía entre dientes. Me preguntaba si hacía ese gesto siempre o solo conmigo.
Lily lanzó un gruñido apreciativo.
—Mmmm. Papá Noel ha venido antes de tiempo a traer este caramelito. —Se alisó el pelo y acomodó el bolso en pose coqueta, expeliendo un hálito de menta.
—Ciao…
—Espera. —La agarré de la correa del bolso y la contuve—. El caramelito no está en venta.
Se volvió para mirarme, con ojos enormes.
—¿Y ese es tu problemilla?
—Es inalcanzable. Y, a veces, también un coñazo. —Y un posible desequilibrado.
—Ay nena. —Sacudió la cabeza y se volvió para ver a Michael—. Lo siento mucho.
—¿Qué estas haciendo? A ti no te hace falta acercarte a los tíos. Este es impresionante, ¿no? —Podía ser un coñazo, pero era MI coñazo.
Lily me miró y levantó los hombros.
—Impresionante es insuficiente para calificarlo.
—Bueno, ya hablaremos —murmuré mientras reiniciaba el paso y cruzaba la calle corriendo hacia él sin apenas mirar el trafico.
—Qué tal. —Volví a quedarme sin aliento, pero ya no importaba.
—Qué tal —me respondió. Sentí el impulso de poner mis manos encima de él, para saber si seguía existiendo nuestra conexión en medio de una calle bulliciosa. En su lugar, alcancé a rozar con el dedo la curva de su sonrisa.
Me agarró del brazo.
—¿Quieres prenderme fuego?, ¿matarme?
—Muerto no servirás de nada. —Aunque interrumpí la respiración al notar su tacto, igualmente el intenso calor se había iniciado. Seguía sosteniendo mi muñeca y mi brazo entero estaba vibrando.
Ojalá lo de los viajes en el tiempo fuera verdad. Era demasiado guapo para ser una ilusión.
—Entra. —Me soltó el brazo, recogió mi mochila y me abrió la puerta del coche, miré hacia la cafetería.
Lily permanecía en el mismo lugar, con la boca abierta.