Capítulo 51
EL largo túnel de luz estaba difuminado por las mismas sombras acuosas plateadas de la noche anterior. Era muy diferente sin Michael a mi lado; menos excitante, más amenazador. Giré el anillo y me concentré en la fecha de la muerte de Liam, reteniendo la escena en que Michael y yo atravesamos corriendo el terreno de hierba hasta el laboratorio. Invadían mi mente fragmentos de lo que nos habíamos dicho, de lo que nos había faltado decir. Intenté mantenerme centrada. Casi podía oír la voz de Michael en mi cabeza, animándome a hacer lo mismo.
De repente empecé a escuchar los sonidos amortiguados y el resplandor del final del viaje. Cuando todo volvió a la calma, me quedé dentro del puente, examinando la habitación para asegurarme de que estaba sola. Solo podía ver un punto débil de luz que iluminaba desde lo alto de una estantería, donde descansaba una colección de relojes de arena, desde los modelos más arcaicos hasta los más futuristas. No me había fijado en ellos cuando había estado en la habitación con Cat.
Atravesé el velo y caminé sigilosamente hasta la puerta de la oficina de Liam, asomando la cabeza con cuidado como había hecho quince minutos antes, pero en un tiempo completamente distinto. La casa estaba tan vacía como antes; concentraba tal oscuridad que me maldije a mí misma por no haber traído una linterna. Caminé de puntillas hasta la puerta de cristal que conducía hasta el patio y giré lentamente el pomo.
Cerrada.
Oí pasos detrás de mí.
El pánico me inmovilizó. Ahogué un grito que me subía por la garganta y volví la vista atrás.
Estaba sola.
Me volví a concentrar en la puerta, buscando a tientas el botón del pestillo para desbloquearla. Lo único que encontré fue una ranura para la llave.
—De acuerdo. Piensa, piensa, piensa. —Busqué un clavo en la pared o una mesita, desesperada por encontrar algo. Nada. Un recuerdo me iluminó y levanté la vista, captando el destello de algo encima de un marco.
Una llave.
Igual que hacían mis padres cuando me dejaban una llave en el lavabo por si me quedaba encerrada. Me estiré tanto como pude y solté un taco. Qué bajita era. No me atrevía a saltar. Si no podía llegar y, encima, hacía mucho ruido, no tendría tiempo de salir.
Mi vista se había acostumbrado, por fin, a la escasa luz y miré a mi alrededor. A cuatro metros de mí, un sofá otomano de felpa enfrente de una mecedora. Salí corriendo en su búsqueda, rezando porque tuviera ruedas. Menos mal.
Lo empujé hasta la puerta y, encaramándome como pude, agarré la llave, pero se me escapó de las manos y cayó al suelo, repicando en el parqué. Sin tiempo para dejar nada en su sitio, metí la llave en la cerradura.
El viento frío me humedeció los ojos. La luz del laboratorio estaba encendida y nadie ocupaba la helada superficie del jardín. Crucé los dedos, bajé, agazapada, las escaleras del patio y arranqué a correr.
Llegué bastante rápido a la línea de árboles que bordeaba el terreno. Necesitaba ver mejor; tener la certeza de que había salido del puente en el punto temporal exacto.
Deseo concedido.
Eché a correr en busca de un rápido refugio y entré en el cobertizo abandonado con el suelo podrido que Michael no había querido que pisase. La puerta colgaba de las bisagras. Aun así, la conseguí cerrar con un ruido blando. En mis narices penetraba un olor a moldura y gasolina. El suelo no estaba tan mal conservado, aunque tampoco me importaba demasiado.
En ese momento no tenía más opciones.
Landers y Ava estarían ya caminando por el bosque, en dirección hacia aquí. Abrí la puerta un par de centímetros, lo suficiente para captar algo.
«Lo siento».
«Eso tienes que hacer: disculparte. Haz bien tu trabajo y te recompensaré».
«Lo que digas, lo que quieras».
Si era posible, esta segunda vez las palabras sonaban aún más desesperadas. Al menos esta vez sabía que Michael y Liam estaban en el laboratorio y que yo estaba a un metro escaso, escondida detrás de un árbol, escuchando la misma conversación.
Era muy extraño.
Me acerqué a la puerta todo lo que pude, escudriñando con un ojo a través de la ranura.
Jack permanecía de pie, con una autoridad galante en medio del paisaje invernal, desplegando su fría legitimidad; su poder. Mi odio se multiplicó.
—¿Cuánto tiempo tenemos de margen antes de que vengan a buscarnos? —El tono de Ava se me antojó distinto, quizá porque ahora los escuchaba desde cerca. O quizá porque ella estaba asustada.
—No van a venir a buscar nada. No encontrarán ninguna prueba de que se ha conseguido gracias a una habilidad de tiempo. —Apartó su preocupación como si fuera insignificante: tenía razones para ello. Según Kaleb, ninguna autoridad tradicional sabía nada sobre La Esfera—. Deja de preocuparte por las repercusiones. Parece que me estés controlando; espero que no se te pase por la cabeza.
Intenté captar algún detalle del rostro de Ava mientras pasaban por delante del edificio y se adentraban en el bosque, pero lo máximo que pude ver era el brillo de un collar largo y un abrigo azul. A continuación, desaparecieron.
Un rectángulo de luz dorada se dibujó en el césped helado.
Michael —vivo, entero, respirando— estaba saliendo del laboratorio para ir a sacar el cuerpo de Juan Nadie del coche.
Observé cómo corría hacia un lateral de la casa, siguiéndole con la mirada hasta que desapareció.
Esta era la peor parte: saber lo que estaba a punto de pasar y verme forzada a esperar. Intenté ocupar el tiempo en algo, como palpar el suelo con el pie. Michael y yo necesitaríamos tener a mano un refugio inmediato para cuando lo sacase del edificio antes de la onda expansiva.
Los tablones de madera parecían bastante fuertes. Mientras examinaba mi alrededor para buscar el mejor rincón donde escondernos, pasó lo impensable. Los maderos blanquecinos y decrépitos que conformaban las paredes mutaron en bucles llenos de vida. A la luz de una lámpara de queroseno, las imágenes empezaron a desplazarse: una colcha frenética apareció de entre las ranuras de una estufa de leña; una chica de pelo negro azabache le cantaba a una muñeca tallada en madera y una madre joven mecía a su bebé en la esquina.
—No, no, no. —Cerré los ojos con fuerza y los volví a abrir. Las imágenes continuaban, con más detalles. El espacio se había transformado. Me acordé de lo que me explicó Liam: había un excedente de bucles en la fábrica del tiempo. Yo misma había pasado de ver personas sueltas a un terceto de jazz o a un carro de caballos y ahora estaba viendo el interior de una barraca literalmente asediado. ¿A qué intensidad llegaría el color? ¿Qué tamaño alcanzarían los bucles?
Miré por la ventana, adornada por una cortinilla cosida a mano. Afuera había más cabañas pequeñitas que formaban un semicírculo. No había ningún laboratorio.
¿Y si tocaba a la mamá y al bebé y los hacía desaparecer? Alguno tenía que irse. Todo tenía que desaparecer, y rápido.
Tenía que ver el presente a través de la ventana; nada de una escena del pasado.
La chica se me acercó, así que ella fue la escogida. O la perdedora, quién sabe. Estiré el brazo y le palpé suavemente el hombro; prefería eso a lanzarme hacia delante como si mi brazo fuera el estoque y ella, mi víctima.
Se disolvió de una manera que jamás había visto.
En lugar de explotar con una pompa y evaporarse, empezó a disolverse por arriba y tomó forma de gotas de lluvia descendentes.
Había algo que no iba bien. Pero no tenía tiempo para analizarlo. Como si hubiese pasado una mopa por la pantalla, el laboratorio volvió a aparecer y tomó forma. Michael se estaba acercando a la puerta y arrastraba el cuerpo de Juan Nadie.
Tenía un minuto aproximadamente. Arranqué a correr, sin pensar en la posibilidad de que me vieran. Jack y Ava avanzaban por las inmediaciones, dispuestos a hacer mucho daño, y en ese mismo momento Liam, Michael y yo estábamos discutiendo frente a la puerta del laboratorio. Cuando alcancé el lateral del edificio y me recosté contra la pared, cerrando muy fuerte los ojos, no estaba segura de si de verdad me iba a ver a mí misma.
No estaba segura de estar preparada.
«Yo no te dejo aquí solo».
«Emerson. Vete. Cógelas».
«Ven conmigo. Me prometiste que no nos pasaría nada».
Mi voz sonaba desesperada. En ese momento supe que yo ya intuía que él no podría salir vivo de ese edificio. Pero eso había sido en el pasado.
Y no iba a dejar que la historia se repitiese.
«Te prometí que a ti no te pasaría nada y quiero que te alejes del laboratorio. Métete en el coche con Liam. ¡Por favor! Queda poco tiempo».
«Estoy seguro de que Michael sabe lo que hace. Le estamos cubriendo las espaldas, solo eso».
«Que os vayáis. Id a resguardaros. En cuanto pueda, me reúno con vosotros».
Inmediatamente después de asegurarme de que el camino hacia la entrada estaba despejado, salté rápidamente del lateral del edificio y corrí hacia el laboratorio.
Michael estaba quieto, con los hombros echados hacia delante, derrotado. Sus dedos se aferraban al cadáver como si fuese a perder la vida.
—¡Michael!
Levantó la vista y abrió los ojos. Estaba muy asustado. Agitó la cabeza bruscamente y dijo:
—¡Qué haces aquí! ¡Vete, Em! ¡Corre!
—No. —Lo agarré de la muñeca y le di una patada a Juan Nadie con toda mi fuerza. Su cuerpo cayó al suelo, aterrizando con un golpe seco. Un brazo asomó de la bolsa de plástico, revolviéndome el estómago.
—Vamos. Corre.
Agarrada a Michael, lo arrastré y tiré de él, aporreando con los pies el suelo helado. Michael resollaba detrás de mí mientras me seguía por los bosques y nos metíamos en la barraca.
Dos segundos después, la puerta se cerró detrás de nosotros y el laboratorio empezó a arder en llamas.