Capítulo 41

MICHAEL se sentó en la mesa de la cocina, abrió el portátil y estudió detenidamente recortes de prensa y apuntes de la universidad de seis meses atrás. Había confeccionado un itinerario y estaba intentando encontrar huecos. Dune sostenía otro portátil sobre su regazo y se estaba informando sobre la situación del tráfico, accidentes y carreteras. Nate estaba reclinado contra la encimera, sosteniendo un mapa de Ivy Springs delante de Dune.

Yo tenía en mis manos una copia del itinerario. Intenté contener las náuseas.

Cat estaba más nerviosa que una madre el primer día de guardería. Mucho más, teniendo en cuenta que lo que íbamos a hacer era bastante más peligroso.

—Vamos a ver. Michael, ¿tienes llave del coche? —Se la enseñó y la dejó en la mesa al lado del portátil, mientras Cat hacía una marca en su libreta—. Yo tengo las llaves del departamento de ciencia.

—Necesitas el número de identificación del cadáver para robarlo —dijo Dune.

No pude reprimir un repeluzno.

—Voy a apuntármelo —contestó Michael—. ¿Qué más?

—Llaves, cadáver. Ah, también… —Cat caminaba a grandes zancadas por la cocina, murmurando.

Dune giró la cabeza hacia mí.

—Voy a mirar a qué hora aterrizan Thomas y Dru. Querrás hablar con ellos antes de que te vayas, para saber que han llegado bien a la isla.

—Gracias, Dune. —Cerré los ojos e hice varias respiraciones. Mis pensamientos se estancaban en Landers y en lo que era capaz de hacer. ¿Volveríamos a estar tranquilos algún día? Si él se estaba volcando en su objetivo de poder, que era de una magnitud que todos conocíamos, ¿cuál sería el beneficio de resucitar a Liam?

—Un momento. ¿Y el dinero? —Abrí los ojos al oír la voz de Kaleb—. ¿De qué va a vivir mi padre durante seis meses?

Cat golpeaba la libreta con el lápiz.

—Voy a liquidar unas cantidades y voy a juntar dinero en metálico, pero tenemos que asegurarnos de que no usamos ninguna factura de después de la fecha de su muerte.

—Sí. Solo faltaría que nos arrestaran por falsificación de documentos. No sería la mejor manera de pasar desapercibidos. Yo me ofrezco a ir al banco. —Propuso Nate, dejando el mapa en la encimera—. Usaré mis dotes para meterme en la cámara acorazada y conseguir lo que necesitamos. Así no tendremos que explicar nuestra necesidad de facturas con fechas específicas.

—Nate —le reprendió Cat—. Liam nunca consentiría que robes…

—Ya lo sé, ya lo sé. —Nate levantó las manos en gesto de falsa rendición—. Pero ¿tenemos otra opción? Sería diferente, si no devolviéramos el dinero.

Cat sacudió la cabeza, reticente. Nate lo tomó como un «sí» y desapareció en un abrir y cerrar de ojos.

—Qué velocidad —introdujo Michael—. El sitio de la mesa con las llaves se había quedado vacío. —Espero que no conduzca igual de rápido.

—Bueno, ¿qué más? —Cat miró a la lista que sostenía en su mano—. Tendríamos que pensar en un lugar para que Liam se esconda, pero no sé dónde.

—No te preocupes por eso. Estará vivo. —Michael fue a sentarse a una de las sillas de la cocina antes de que sus ojos se toparan con los míos—. Es lo único que importa.

—Espera —exclamó Cat. Se le encendió la mirada—. ¡Tú lo puedes conseguir!

—¿De qué estás hablando? —respondió Michael.

—La investigación de Liam. La puedes salvar de las llamas. Es un milagro —dijo Cat, juntando las manos, en plena euforia—. Lo único que tienes que hacer es coger el disco. Solo tenía uno. Estaba en una funda al lado de la caja del disco duro del ordenador que tenía Liam en su laboratorio.

—Claro —respondí.

—Genial. —Cat crujió los dedos y señaló al salón—. Vais a necesitar ropa de abrigo. Si no recuerdo mal, ese fin de semana nevaba. Michael, ven conmigo. Ayúdame a sacar unas cosas.

Se marcharon justo cuando Dune cerraba su ordenador.

—Thomas y Dru están en Charlotte. Están a punto de embarcar en el siguiente vuelo, si quieres llamarlos.

—Gracias. —Rodeé la mesa mientras me sacaba el móvil del bolsillo y salí de la cocina para sentarme en el último escalón del salón—. Thomas respondió en el primer tono.

Después de colgar, miré el itinerario e intenté centrar mis pensamientos en lo que iba a pasar. Pegué un salto al ver aparecer a Kaleb.

—Lo siento.

—¿Por qué? —le pregunté, bajando las manos.

—Por no coger los archivos. Por lo que te dije ayer por la noche. ¿Me perdonarás?

Suspiré.

—Claro que sí.

—¿Estás bien? —Se sentó a mi lado y bajó un escalón para estar a mi altura—. Dime la verdad.

—Sabes que siempre te digo la verdad. Si soy sincera con alguien es contigo. Además, tú tienes un radar con eso. —Apoyé la cara en las manos—. La verdad es que, no lo sé. Necesito tiempo para prepararme.

—¿Estás segura de que quieres ir?

—¿Qué te dice el radar?

—Que lo vas a hacer. Respondí afirmativamente.

—Bueno, como te vas a ir, el disco que está dentro de la funda que te decía Cat…

—La fórmula de mis medicamentos también estaba en el laboratorio.

Miré a Kaleb intensamente. En la esquina de sus ojos se dibujaban unas tímidas líneas y las arrugas de cada lado de la boca eran mucho más marcadas que hace dos días.

—Dijiste que tu padre te había preparado algunos antes de morir. ¿Cuánto llevas sin tomarlos?

—Los he ido reduciendo y dejé de tomar hace unas semanas. Lo noto en los días malos, como hoy, cuando pasan muchas cosas.

En las últimas horas, las emociones se habían desbocado y Kaleb no había tenido manera de filtrarlas.

—¿Por qué no se lo has dicho a nadie?

—¿Qué van a hacer los demás? —Se encogió de hombros.

—Los cogeré. ¿Dónde los puedo encontrar?

—En el cajón de debajo a la derecha, en el archivador. Es un disco igual que el de la investigación.

—¿Alguna cosa más que quieras que coja?

—A mi padre.

Le miré a los ojos y me lamenté de la crudeza que estaba viendo. Solo él sabía lo duro que era.

—¿Por eso sentías tan intensamente mis emociones cuando nos conocimos? ¿Porque no tenías filtro?

—Sí, pero… —Clavó su mirada en el suelo; sus largas pestañas negras dibujaron sombras en sus mejillas. No había rastro del Kaleb ligón, atrevido—. Estoy seguro de que habría conectado contigo igualmente.

No supe qué contestar. Siempre tenía ese efecto en mí. Farfullé algo, logrando preguntar:

—¿Todo el mundo cree que Landers es el único que mató a tu padre?

—No hay más sospechosos —respondió, agradecido por cambiar de tema—. La policía interrogó a un par de personas, pero al final no hubo ninguna explicación lógica del incendio y concluyeron que era accidental.

—¿Interrogaron a Landers?

—Muy por encima. Tenía una coartada muy segura.

—No soy una experta en investigaciones de asesinatos. Pero las coartadas se pueden falsificar.

—La policía no tenía manera de demostrar que fue él quien lo hizo. Tampoco conocían La Esfera como entidad. ¿Cómo les íbamos a explicar sus motivaciones?

—Estoy preocupada.

—Ya lo sé —respondió, sin ocultar una sonrisa.

Le di un manotazo en el brazo, deleitándome con su bíceps.

—No me digas que Michael no intentará conseguir pruebas sobre el asesinato para cuando volvamos.

—Bueno —arqueó las cejas—, no te lo digo.

—Pero… —Volví a consultar el itinerario en el regazo—. No hay margen para el error.

—No va a hacer nada que te ponga en peligro. Yo no digo que, si ve la oportunidad de descubrir quién lo hizo, no la aproveche. Pero no lo hará si tú corres peligro. —Kaleb me cogió la mano, acariciándome los nudillos—. Estará por ti. Michael es así.

—No estoy preocupada por mí.

—Yo sí. —Me guardó el pelo detrás de la oreja. Se me puso la piel de gallina. La ternura de su tacto me paralizaba—. Quiero que vuelvas sana y salva.

Me preguntaba qué tipo de emoción estaba recibiendo Kaleb de mí. Quizá me podía ayudar a identificarla.

—¿Em? —introdujo Michael, deshaciendo la tensión. Solté la mano y me levanté de repente, a punto de resbalar. Fingí que no oía la risita de Kaleb.

—Hola —le dije a Michael mientras me quedaba de pie en la esquina de la escalera, completamente colorada—. ¿Me necesitas?

—¿Puedes venir un momento? Tenemos que hablar antes de irnos.

—Sí, claro. —Le seguí por las escaleras. Me temblaban las piernas: el nerviosismo que arrastraba de tantos frentes estaba haciendo mella en mí.

Michael entró en su habitación, dejando la puerta abierta para mí. Se sentó al borde de la cama. Me apoyé en su escritorio. No tenía ni idea de qué más podíamos hablar, y esperaba que no me volviese a sermonear con Kaleb. Se miró las manos con gesto despistado, juntándolas y separándolas en su regazo.

—¿Tienes miedo?

—Un poco.

Mucho.

—Para mí es tan importante salvar a Liam como procurar que no te pase nada. Lo sabes, ¿no?

—Lo sé. No nos puede pasar nada a ninguno de los dos —dije, titubeando—. Quiero que me prometas que no vas a hacer ninguna tontería cuando volvamos, como buscar al autor de su asesinato. Lo importante es salvarlo; no quién lo hizo.

—Siempre pesará quién lo hizo.

—Lo entiendo, pero nos podemos ocupar de eso cuando estemos en otra situación que no sea de vida o muerte. Prométemelo.

—No buscaré al autor del asesinato de Liam.

—No me has prometido que no harás ninguna tontería.

Me respondió con una sonrisa tensa. El lastre de todo lo que no nos habíamos dicho empezaba a oprimir. No podía dar ni un solo paso sin aclarar una cosa.

—Michael…

—Em, yo…

—Tú primero —le dije—. Llevaba una camisa azul claro, abierta en los primeros botones. Debajo asomaba una camiseta interior blanca que me permitió admirar su clavícula. Había algo en él muy vulnerable.

—Ayer por la noche —introdujo—. No estuvo bien cogerte así. No estuvo bien lo que te dije.

—No, sí estuvo bien.

Me examinó con gesto de sorpresa.

Bajé la vista hasta el cuello de su camiseta.

—… Yo te agradezco que no te hayas aprovechado de lo que he sentido por ti para convencerme de tomar una decisión.

—¿De lo que has sentido? ¿Ya no sientes nada?

—Siento lo mismo. —Me preguntaba si estaba oyendo los latidos de mi corazón. ¿Parecía tan nerviosa como estaba?—. Pero has marcado bien los límites. Y también está Ava.

—¿Ava?

—Vuestra relación, vamos.

Se levantó y dio un paso al frente.

—No tenemos ese tipo de relación. Ella quiere, pero yo no.

Levanté la vista hacia él. El corazón latía con tal fuerza contra mis costillas que pensaba que me iba a dar un ataque.

—¿Tú no? Pero tú… estuvo en tu habitación la otra noche…

—Lleva en ese plan desde que se mudó aquí. Detrás de mí, intentándome convencer de que ella es mi chica.

—Qué bonito. —Sentía una mezcla de rabia y alivio, mientras mis pensamientos hacían un recorrido por todo lo que había presenciado antes. Me di cuenta de lo celosa que me había puesto. Me sentí como una imbécil.

—Nunca lo ha conseguido. —Dio otro paso más—. Desde el día en que escuché un mensaje en mi buzón de voz y quedé en el Riverbend Park con una señora, ella ha tenido un lugar reservado.

—¿Así que te gustan las señoras mayores?

Levantó la mano y empujó la puerta. Se cerró lentamente.

—Me gustas tú. Y lo tendría que haber dejado claro hace tiempo.

—No está bien lo que estamos haciendo —susurré, temiendo que la voz me empezara a fallar. Aterrorizada. Por tocarle. Por no tocarle.

Muy lentamente; tanto, que era doloroso, me acarició el cuello, deslizando el pulgar hasta mi mejilla. Estaba temblando.

—Lo siento. Quiero que estés cómoda conmigo.

—Estoy cómoda.

—¿Por qué tiemblas?

Reuniendo el máximo valor, levanté la mano y le acaricié los labios. Los ojos se le oscurecieron de excitación. Deslicé el dedo hasta su barbilla, sin saber si los pinchazos que sentía eran por su incipiente barba o por la energía entre nosotros.

Supe la respuesta en cuanto se fundió la bombilla de la lámpara de su escritorio.

—Tenemos un problema —añadió con voz grave, casi adormilada—. Sigo trabajando para tu hermano.

—¿Solo tenemos ese problema? —Acaricié su labio inferior. Quería poner ahí mi boca.

—Solo ese. No quiero traicionar su palabra. ¿Y tú?

Palpé su pecho con mis manos, intentando serenarme, y me pregunté si sentía su descarga como un desfibrilador.

—Tampoco.

Vaciló por un momento. Un momento decisivo en el que todo era tan delicado. Bajó la cabeza y mi mano se perdió en su camiseta interior. Rozó sus labios con los míos.

Una vez.

Cogí aire.

Dos veces.

Nada de mí.

Tan solo un gemido.

Tres veces.

—Michael… —Su nombre viajó en un suspiro. Su respiración me decía que estaba perdiendo el control. Me puse de puntillas y enterré las manos en su pelo—. Tienes una energía…

Toda la tensión que se había acumulado entre nosotros explotó en el mismo instante en que su tacto se volvió más intenso. Tomó mi cara en sus manos, guiándola para controlar la intensidad y lo profundo que era nuestro beso, que pasó en un segundo de lo dulce a lo salvaje. Fue el asalto más delicioso.

Me estaba besando como si lo necesitase tanto como el aire, pero al segundo siguiente se acabó. Retrocedió un paso, casi absorto.

—¿He hecho algo mal? —pregunté, tocándome la boca al sentir su falta.

—No —sacudió la cabeza y se guardó las manos en el bolsillo.

No quería que se las guardara; quería que me tocara.

—¿Por qué te has…?

—No es porque no quisiera besarte. —Me miró los labios. Tenía el pulso acelerado, pero la sangre corría lentamente por mis venas como lava—. No tenemos tiempo. Mierda.

Circunstancias. No era por mí. No pude evitar sonreír.

—¿Lo podrás volver a hacer, en otro momento?

—Me encantaría volver a hacerlo en otro momento. —Me dedicó una sonrisa repleta de tristeza—. Te dejo un momento para… ehh… arreglarte el pelo.

—¿El pelo?

—Quiero decir, que te dejo un momento para peinar… que me voy a peinar un momento. —Lanzó un suspiro—. Te veo abajo.

Se dio la vuelta para salir de la habitación, pero se le olvidó abrir la puerta.

Me aguanté la risa hasta que lo vi salir.

Caminé hacia la cocina, guiada por el olor a palomitas. Me asomé por la puerta y vi a todo el mundo enfrascado en el trabajo: Cat marcando las tareas de su lista, Dune clicando el ratón compulsivamente y Kaleb contemplando la escena, con aspecto cansado. Las palomitas empezaron a crepitar y Nate se apoyó en la encimera para vigilar la bolsa del microondas, como si le hubiesen encomendado ese trabajo.

Eso parecía.

—Necesito un anillo.

Al oír mi voz, Michael estuvo a punto de volcar el saquito de dinero que estaba contando. Levantó la vista y me sonrió tímidamente.

Intenté apartar mi obsesión por esos labios y me concentré en lo que tenía por delante.

—Para el viaje. Duranio o como sea.

—Duronio —me corrigió Cat.

—Sí, eso.

—Ya te he conseguido uno. —Kaleb hurgó en su bolsillo y sacó un anillo pequeño. Lo sostuvo entre el pulgar y el índice—. Lo he sacado de la caja fuerte esta mañana.

—No puedo aceptarlo —protesté—. ¿No es el de tu madre? Me cogió de la mano.

—Mi madre no se encuentra en condiciones para salvar a mi padre. Tú sí. Seguro que querrá que lo tengas. Es la mejor manera de hacerla participar en esto.

Michael nos miraba desde el rincón. Después de lo que había pasado arriba entre nosotros, esperé celos o algo parecido. Pero no vi nada.

Cogí el anillo, me lo puse en el índice y le devolví la mirada a Kaleb.

—Perfecto.

—Perfecto.

El momento se interrumpió con el timbrazo del microondas.

—Vamos a ver, Emerson. —Cat se acercó apresurada y apoyó su mano en mi espalda, acompañándome para que me sentara—. Vamos a hacerte un intensivo sobre los viajes. Vas a estar todo el rato al lado de Michael, así que solo necesitas saber lo básico y eso nos va muy bien, porque no tenemos tiempo.

—¿Tengo que coger notas? —Nate dejó el bol de palomitas calientes sobre la mesa y cogí un puñado. Lo mejor contra los nervios. Hice una pausa antes de meterme una en la boca—. ¿Puedo comer o tengo que ir con el estómago vacío?

—Es un viaje. No te van a operar —contestó Cat.

Obedecí y aspiré una palomita, por lo que Cat tuvo que empezar a aporrearme la espalda para que dejara de toser. Señalé a un cuadrado de luz que resplandecía en el espacio. Era tan alto como el techo y medía unos tres metros de ancho.

—Dios mío… es como una manta hecha de agua o algo así. Y la veo bien clara.

—Es una de las ventajas del duronio. Interactúa con la química de tu cuerpo y te ayuda a localizar velos. —Michael sacó una lata de soda de la nevera, y la hizo resbalar por la mesa hacia mí—. Los velos custodian la entrada a los puentes; son una especie de espacio de transición de camuflaje para viajeros. Ahora visualizarás mucho mejor los bucles. Cuando llevas duronio, su silueta brilla.

—¿Por qué no me explicaste todo esto ese día en la cafetería? —Le hice un puchero y abrí la lata.

—No estaba preparado para explicártelo. Y tú tampoco estabas preparada para entenderlo.

—Es verdad.

—Va a usar este velo. —Cat señaló hacia uno que quedaba a una distancia de un metro y que brillaba como el sol en el océano—. En sus investigaciones, Dune ha descubierto que esta casa estaba vacía en el momento de la muerte de Liam.

—Sigo sin entender cómo lograremos llegar al lugar donde queremos.

Cat frunció el ceño.

—Retienes en la mente el día y la hora exacta adónde quieres viajar y entras. Mi materia exótica, tu genética y el duronio se encargan del resto.

Recordé la noche en que le pregunté a Michael si era fácil y él me respondió con su típico «Es un poco complicado».

—¿En serio, Michael?

—Eso lo has entendido. —Se encogió de hombros y me sonrió—. Pero aún te falta la parte más importante, que te va a decepcionar.

—El qué.

—No hace falta que juntes los pies tres veces.

Le tiré el puñado de palomitas a la cabeza.

—¿Y el límite temporal? ¿El tiempo pasa para ti? ¿Para nosotros?

Michael meneó la cabeza y las palomitas cayeron como copos de mantequilla.

—En una frecuencia de dos-uno. De cada dos horas que pasamos en el pasado o el futuro, aquí pasa una. Está bien porque nos da tiempo a hacer más cosas y no desgasta tanto a Cat. Es malo, también, porque nos hace envejecer.

—Ya veo. —Más o menos, lo veía—. ¿Y qué más?

—Eso es lo básico —dijo Cat, desempolvándose las manos con una servilleta de cocina—. ¿Estás preparada para salir?

—Preparadísima.

De repente me arrepentí de haber comido tantas palomitas. Aunque a lo mejor ya no las volvía a probar.

Cat se puso de pie, girando una bola de fuego púrpura.

Michael llevaba un bolso de lona con el dinero. Las llaves del coche estaban guardadas en el bolsillo de su chaqueta ceñida y sostenía en la mano las llaves del departamento de ciencias. Tenía el itinerario memorizado, pero lo llevaba por si acaso en la mano derecha. Cogí su mano izquierda.

Kaleb, Dune y Nate esperaban uno al lado del otro, con caras serias. Kaleb tenía la cara tan tensa que dolía mirarlo.

Cat sacudió la muñeca.

Michael saltó al velo.

Yo lo seguí.

—Centraos en la hora y el día. —La voz de Michael sonaba como un eco en el túnel. La textura acuosa del velo se había extendido hasta donde no alcanzaba la vista, iluminada por un lustre plateado. Casi podía ver a través de las paredes circulares de fluido, como si tuviese una ventana desde donde mirar cómo el tiempo se desplazaba al pasado.

—¿Lo tenéis?

Saqué la cabeza hacia delante y me concentré en el día y la hora en que íbamos a aterrizar.

—Sí.

—Bien, porque yo ahora no sirvo de nada. Todo depende de ti. Este es el Show de Emerson.

—¿No se te ocurre otra cosa mejor que decir?

—Céntrate, Em —me recordó Michael.

—¿No tenemos que caminar?

—No. Nos quedamos quietos. El tiempo fluye alrededor de nosotros.

Esperaba un puente enérgico, como un viento huracanado o un río desbordado. En su lugar, todo era incomprensiblemente estático. De vez en cuando, se filtraba algún sonido amortiguado de una voz o música entre las paredes onduladas, pero muy brevemente. Cerré los ojos con fuerza y deseé que hubiésemos llegado al final cuando los sonidos tomaron forma.

—Ya estamos aquí —dijo Michael, sujetándome suavemente del hombro—. Lo has conseguido.

Abrí los ojos. El velo resplandecía delante de nosotros y pude ver el espacio que habíamos abandonado vacío y envuelto en oscuridad.