Capítulo 40
—¿DÓNDE está Kaleb? Pensaba que también quería participar en la conversación —dijo Cat con cara de sorpresa.
—Ha ido a acabar de recoger sus cosas de La Esfera.
Llamé a la puerta y Michael me abrió. Sin cruzar una palabra, lo seguí hasta la cocina. Mi corazón latía más fuerte a cada paso.
—Ha dicho que empecemos sin él.
Nos sentamos alrededor de la mesa de la cocina. Quedó un espacio vacío entre Michael y yo.
Las gafitas antiguas de señorita de Cat se le resbalaban hasta la punta de la nariz. Sacó una pequeña libreta de espiral y la abrió.
—He hecho un poco de investigación, analizando el Principio Novikov desde todos los ángulos. Tengo que decir, Michael, que has trabajado muy bien tu parte. Hay una posibilidad.
Bien.
—No cantéis victoria —advirtió, sacudiendo la cabeza y dando golpecitos en la mesa con la libreta. Las páginas estaban repletas de números y fórmulas—. Hay mucho trabajo por hacer. Tenemos que resolver cada elemento perfectamente, para que…
La puerta de la entrada se abrió con tal fuerza que rebotó contra la pared. Kaleb entró corriendo.
—Cat, Michael… la casa ya no… Landers. —Echó el cuerpo hacia delante, con las manos en las rodillas y los hombros caídos.
—¿Has venido corriendo todo el rato? —Cat se apresuró a sacarle una botella de agua de la nevera. Se la abrió y se la dio. Dio unos cuantos tragos seguidos y se secó con la mano.
—No. Desde hace un par de bloques. No podía parar —resolló, sacudiendo la cabeza—. Es Landers. Se ha ido.
Michael se enderezó en la silla.
—¿Adónde?
—¿Qué? —preguntó Cat, al mismo tiempo.
—Nadie tiene ni idea. Algunos comentaban. —Kaleb se bebió lo que quedaba y la tapó—. Dicen que llevan un mes sin cobrar.
—¿Cómo puede ser? —dijo Michael—. Desde que Liam murió, Landers ha tenido mucho trabajo, más del que La Esfera pueda asumir.
—Ha sido tan raro. —Kaleb giraba una y otra vez el tapón de la botella. Bajó la vista y se examinó las zapatillas de tenis—. Es como si todos se hubiesen dado cuenta al mismo tiempo de que se había ido.
Michael intervino.
—No le tendrían que haber ayudado desde el principio.
—Pero no sabéis lo más importante —dijo Kaleb, con voz nerviosa—. Se ha ido con los archivos.
El ambiente se volvió tenso; la tranquilidad de todos pendía de un hilo.
—Pero los tienes. —La voz de Michael era seca, como el día en que me dijo que no me metiera en sus cosas—. Kaleb, dijiste que los tenías.
—Eso creía. Ayer estaban en la caja fuerte cuando la abrí para coger los papeles que me pedía el hospital para el ingreso de mi madre. —Kaleb hizo una pausa y una sombra de aflicción sobrevoló su cara—. Los escoltas de Landers se quedaron en la oficina cuando yo me fui. Y esta mañana habían reventado la caja y se habían llevado el dinero en metálico y los archivos.
El hilo se rompió y el espacio se sumió en un silencio sepulcral. Mi corazón estaba envuelto en zarcillos de miedo. Cerré los ojos, sabiendo que, cuando los abriera, todo el mundo me estaría mirando.
Como así sucedió.
—¿Qué está pasando?
—Mi padre lo tenía grabado —respondió Kaleb. No me gustaba el sonido de su voz—. Guardaba algunas cosas en discos, pero esos archivos… solo tenía una copia. Los guardaba en la caja fuerte de la familia. Mira si tenía cuidado.
Miré a Kaleb.
—¿Qué tienen que ver esos archivos conmigo?
—Si mi padre recibía información sobre cualquiera con algún tipo de habilidad, por poco llamativa que fuera, la documentaba. Cada suceso, cada detalle. —Kaleb clavó el puño en la botella de plástico, haciéndome contener la respiración—. Cada persona.
—Liam registró mi caso. —Busqué a Michael con la cabeza—. Me tenía registrada y tú lo sabes porque lo miraste.
—Después de conocerte, esa primera vez. Tenía que comprobar que eras real. Le pedí a Kaleb que me abriera la caja. Tendría que haber sacado de ahí tu archivo ese día.
—No es solo el archivo de Emerson. Ahora piensa en la cantidad de gente a la que tendrá acceso —dijo Cat—. Tenemos que encontrarlo.
—Si La Esfera no puede, ¿por qué nosotros sí? —exclamó Kaleb.
—No nos queda otra opción. Todos sabemos perfectamente cuál es su primer objetivo. —El rostro de Michael era una máscara inexpresiva—. Los viajeros del pasado. Casos muy particulares. Algunos físicos creen que algún día serán capaces de viajar al futuro, con genes o sin ellos. Pero viajar al pasado, imposible.
—Por eso tú y Grace sois de una naturaleza tan especial. Y ahora que no podemos contar con Grace —continuó Cat—, seguramente Landers estará buscando a alguien con la misma habilidad.
—Si hasta ahora no sabía nada de ti, muy pronto se enterará. Se enterará de que estás en este pueblo, muy cerca. Tu seguridad está en riesgo mientras tenga los archivos —dijo Michael, con entereza—. Tiene acceso a todo: tus recuerdos, tu información personal. Dónde vives. Creo que no va a tardar en venir a por ti.
Sentí un ataque de pánico en forma de náusea.
—Nooo…, Michael. Thomas y Dru… el bebé.
Mis ojos aterrizaron en el teléfono de la pared. Me levanté con tal fuerza que estuve a punto de volcar la silla y agarré el teléfono, agarrotada por el pánico. Era un teléfono pasadísimo de moda, con el típico cable de espiral.
—En algunas cosas sois como la NASA, ¿y usáis este teléfono? —le pregunté a Michael, agitando el cable. Cat y Kaleb desaparecieron de la cocina y la puerta se cerró lentamente detrás de ellos.
—Es una línea segura, así que… —empezó a responder, pero la expresión de mi cara lo hizo callar. Me intenté concentrar mientras metía el dedo en cada número y giraba la rueda.
Un único pensamiento me atormentaba. Si Landers había matado a Liam para hacerse con el mando de La Esfera, ¿tendría reparos en hacer daño a quien hiciese falta con tal de acceder a mí y a mi habilidad de viajar al pasado?
Llamé al móvil de Thomas. Un ruido metálico de maquinaria amortiguaba su voz.
—Espera Em, que me voy a un sitio más tranquilo a hablar.
Le dije que se diese prisa e intenté pensar en cómo explicarle que un lunático andaba suelto y que, gracias a mis habilidades de freak, toda familia tenía los días contados. Incluso los que no habían nacido.
—¿Qué pasa?
—¿Confías en mí?
Contestó con prudencia.
—¿En qué sentido?
Retorcí el cable entre mis dedos.
—El otro día en el restaurante, me dijiste que ya era casi una adulta y que ya no ibas a estar más encima de mí.
—No me gusta cómo hablas.
—Mira, ahora no tengo tiempo de explicártelo, pero tú y Dru tenéis que marcharos a un lugar seguro, donde nadie os pueda encontrar. Solo un par de días, hasta que Michael o yo os volvamos a llamar. —Silencio al otro lado de la línea—. ¿Thomas?
—Estoy intentando entender.
—No tenemos tiempo.
—Tú no —terció, en el mismo tono que habría utilizado mi padre—, pero yo no me voy a mover hasta que no me des una explicación.
—El hombre que se cree que mató a Liam… Michael cree que tiene un «interés especial» en alguien con mi misma habilidad. Y ya me conoce. Sabe lo que sé hacer. Dónde vivo.
—Ven a casa y nos vemos. Y nos vamos todos juntos a un lugar seguro.
—Si vuelvo a casa, no podré salvar a Liam. Michael cree que es la única manera de pararle los pies a ese tipo.
—Escúchame bien —dijo Thomas, abandonando su tono paternal para adquirir uno de angustia—. Eres tan importante para mí como Dru y el bebé. Entiendo tus motivaciones, pero…
—Thomas —le interrumpí, mientras pensaba en pedirle a Michael que me dejara sola para sincerarme completamente con mi hermano. En lugar de eso, bajé el tono de voz—. Mi motivación no es solo salvar una vida o una familia. La cuestión es que… mi sitio es este. He encontrado mi sitio en esta vida. Si me voy, será para siempre, y no puedo.
—¿Estás con Michael? —preguntó Thomas—. ¿Estás en un sitio seguro?
—Sí. —Tan segura como podía estar—. Está aquí, conmigo.
—Pásamelo.
Escuchó a mi hermano con máxima atención y estiró el brazo para cogerme de la mano. Menos mal que el teléfono no funcionaba con batería.
—Sí, señor. Lo que sea. Para ahorrar tiempo, si usted y Dru van yendo al aeropuerto, nosotros nos ocupamos de las gestiones —dijo Michael—. Les llamará un chico que se llama Dune. —Escuchó un minuto más—. Bien. Se la paso.
—Tengo una voz dentro que me grita que no tendría que dejarte hacer esto.
—No, te grita que tienes que dejarme hacer esto.
—Ya. —Reserva y ansiedad le ahogaban la voz—. Te quiero. Ten cuidado.
—Te quiero. No te preocupes.
Le pasé el teléfono a Michael y lo colgó.
—Sabes lo que vamos a hacer. —Nadie mejor que un sociópata pisando los talones para ayudar a tomar sabias decisiones—. Vamos a ir a salvar a Liam. Ahora.
—No estás preparada. No podemos arriesgar…
—¡No podemos arriesgarnos a que Landers me encuentre antes de que volvamos atrás a salvar a Liam! No podemos poner en peligro a Thomas y a Dru. A su bebé. —Envolví mi cuerpo con los brazos para intentar recuperar la calma—. No podemos poner en peligro muchas cosas.
Michael se apretó la frente con las manos.
—Es de idiotas… dejar información sobre ti donde Landers tiene acceso.
—Ahora ya no podemos hacer nada.
—Si logramos salvar a Liam, puede volver a hacerlo. —Dejó caer los brazos—. Tenemos que proteger a todo el mundo.
—¿Y Lily? —pregunté—. ¿Irá a por ella?
—Irá a por cualquier persona que tenga acceso a ti. ¿Quieres que la traigamos?
Yo quería, pero estaba segura de que no la convencería.
—No. La llamaré.
—Voy a buscar a Dune. Dile que empiece con las gestiones del viaje. Marqué el teléfono de Lily.
—Lily, soy yo. Hay un problema y necesito que hagas un par de cosas.
—Dime lo que necesitas, mi amor. —Era muy «Lily» ir al grano, sin hacer preguntas. Por algo era mi mejor amiga.
—Lo más importante de todo es que tienes que buscar un lugar seguro. Es una buena ocasión para coger el bate de béisbol que guardas detrás de la puerta y que lo lleves encima.
Soltó una ristra de tacos.
—Y si alguien pregunta por Michael o por mí, no sabes dónde estamos.
Hubo un momento de silencio.
—No sé dónde estás.
—Tiene que ser así. Pase lo que pase. —Me aterrorizaba pensar lo que habría en los archivos, no solo de mí, sino de mi mejor amiga—. ¿Me entiendes?
Se quedó en silencio durante un segundo.
—Te entiendo.
No dejé caer ni una lágrima hasta que colgué el teléfono.