Capítulo 13
THOMAS quería ver EL Padrino. Otra vez. Fui incapaz de negarme.
—Prefiero Historia de Filadelfia. —Cuando empezó a protestar, cambié de táctica—. Tu mujer está embarazada; tienes que contentarla.
—Tienes razón, Thomas. —Dru asintió sabiamente—. La violencia no es buena para el bebé.
—Pero si no tiene ni uñas. Cómo le va a afectar una peli sobre mafia.
—Pero será muy sensible como su madre. —Lo miró con ojos muy abiertos—. ¿Vas a correr ese riesgo?
Llamaron a la puerta nada más empezaron los créditos de Historias de Filadelfia y la música de fondo. Yo estaba volviendo de la cocina con el bol de palomitas en la mano.
—Ya voy. —Crucé el salón y fui a abrir. Sería el de la pizza.
Apareció Michael en el lumbral, con las manos metidas en los bolsillos y cara de pena.
—Ah, qué tal. —Llevaba días sin saber de él y me sentía demasiado incómoda. Me arrebujé en la bata, tapando mis pantalones de pijama morados a rayas la camiseta sin mangas e interponiendo el bol de palomitas entre nosotros—. ¿Necesitas algo?
Miro de reojo mis zapatillas de conejito.
—A ti. ¿Podemos hablar? Por favor, Emerson.
—Espera un momento. —Le respondí, intentando mantenerme neutra—. Nos vemos abajo.
El vestíbulo estaba desierto: solo Michael me esperaba cuando llegue diez minutos más tarde. Me puse una chaqueta deportiva, me cepille los dientes y me eché un toque de perfume en el último momento.
Me dejé puestas las zapatillas de conejitos. No tenía por qué arreglarme.
Camine con Michael hasta el patio que rodeaba el edificio. Tenía el mismo tipo de terraza que el restaurante y estaba cerrado por la misma verja de hierro forjado. Sentada frente a él al borde de una mesa con tablero de cristal, esperé a que él empezara.
—Me he equivocado.
Esperaba otra cosa.
—Me parece muy noble que te disculpes. —Le respondí, lamentando el rastro de sarcasmo en mi voz, que era tan habitual en mí para defenderme.
Michael se recostó bruscamente en la silla.
—Una cosa. Si no quieres que trabajemos juntos, yo puedo buscar a otra persona para que te pued…
—No, no. Te quiero a ti. —Las palabras salieron disparadas de mi boca antes de que pudiera pararlas. Su enorme sonrisa le dibujó un hoyuelo en la mejilla izquierda que hasta ahora no lo tenía visto—. Para trabajar conmigo.
—De acuerdo. A partir de ahora me guardaré los sentimientos. Te lo aseguro.
¿Sentimientos? ¿Qué tipo de sentimientos?
—También quería comentarte otra cosa. —Vaciló y cogió aire—. Me dijiste que querías la verdad y yo quiero ser lo más claro posible. Lo de los bucles es solo parte de tu don.
«Don» era una palabra demasiado subjetiva.
—¿Hay más? —pregunté.
—Esto te va a sonar a chiste. Por favor, déjame continuar. Tú ves a gente del pasado. ¿Alguna vez has visto… a alguien del futuro?
—Veo a gente que está muerta. A muertos del pasado. Los del futuro no están muertos. ¿Cómo se me va a aparecer en presente un bucle del futuro? ¿Cuál sería su pasado, me pregunto?
Su frente se arrugó. Pensé que estaba intentando entender mi lógica. Incomprensible. Yo tampoco era capaz.
—No se trata de pasado, presente o futuro. —Sus arrugas aumentaban a medida que se explicaba—. Es mucho más fluido, casi paralelo.
—¿Entonces, es inevitable? —respondí, rindiéndome—. ¿Voy a tener que tratar con gente del futuro?
Asintió. Me sentía como si me acabasen de dar una bofetada.
—¿Has visto a gente del futuro? —pregunté.
—Empecé viendo bucles del futuro y ahora también veo del pasado.
Genial. Más gente para molestarme en las fiestas.
—Es lo más raro que he oído nunca —espeté, notando cómo mi voz rayaba en la histeria—. ¿Y cómo sabes que venían del futuro?
—No. —Sacudió la cabeza. Su gesto se volvió serio por momentos—. Cuando estábamos cenando me preguntaste por la primera, primera vez vi uno del futuro. Habíamos ido al estadio de béisbol Turner Field para ver jugar a los Braves contra los Red Sox en un partido de la liga. El tío que tenía sentado delante llevaba una camiseta de la Word Series. El año y el equipo que gano estaban completamente desubicados en el tiempo.
Michael miraba hacia la distancia mientras recordaba ese momento. Volvió a fijar su mirada en mí.
—¿En el dos mil cuatro o dos mil siete? —pregunté.
—Dos mil cuatro. —Me sonrió—. Cuando me acerqué a tocarle la manga, mi mano desapareció. Me entró un ataque de pánico y mi madre me llevo al hospital. Así fui a parar a La Esfera. Pagan a la gente por investigar ese tipo de cosas.
—Gente del futuro. Qué extraño. En mis bucles aparecen Pilgrim Fathers[1] y gente con pelucas empolvadas. Pero… gente del futuro. Qué raro —repetí—. ¿Alguna vez has visto a alguien que conozcas?
—Creo que no. —Desvió la vista. Su reticencia me puso en alerta aún más.
—¿Michael?
No dijo nada. Volvió a mirarme.
—Michael, ¿a quién has visto? Dímelo.
—Creo que fue una equivocación —dijo, inclinándose hacia delante para levantarse—. Olvídalo. No es tan importante.
—Sí que es importante. —Me acerque a él para detenerle y le puse la mano en el hombro, sacándola rápidamente en cuanto empecé a notar el temblor subiendo por mi brazo. Repetí la pregunta lentamente—. ¿A quién has visto del futuro?
Exhaló una bocarada de aire y se reclinó otra vez en la silla antes de responder.
—A ti.