Capítulo 44
LIAM Ballard era increíblemente estereotípico. Pelos locos a lo Einstein, manchas de comida en la camiseta y… un protector de bolsillo. Más allá de su aspecto, era fácil saber de quién había sacado Kaleb su atractivo. Liam era grande y fuerte; tenía fisonomía de excursionista. Era el hombre que aparecía en una foto con aparejos de pesca en el apartamento de Michael.
Me tendió la mano y me la estrechó durante unos segundos. No me sorprendió notar un pellizco de electricidad. No era la misma que notaba cuando tocaba a Michael, pero definitivamente era una conexión. Tenía una cálida sonrisa y unos ojos apacibles. Entendí enseguida por qué para Michael era como su segundo padre y me pregunté si tendría espacio para otra hija en su vida.
—Hola Emerson —me dijo, con voz áspera.
—Hola Lia…, profes… No sé cómo llamarlo —respondí.
—Liam está bien. —Puso su mano encima de la mía y me miró intensamente—. Michael me ha dicho que, gracias a ti, ha podido viajar al pasado. Fenomenal. Gracias por tu predisposición y por ayudarme a mí y a mi familia.
Estaba a punto de llorar.
De suplicarme que le adoptara.
—Pero, en cuanto salga del shock de haberos visto, me vais a ver muy enfadado. ¿Cómo podéis arriesgar vuestra vida de esta manera, Michael?
—No había más alternativa.
—Siempre hay más alternativas.
—Bueno, pues he escogido salvarte porque eres como un padre para mí. Y he querido. —Palabras así parecían propias de un niño petulante, pero en la voz de Michael sonaban desgarradas.
—No puedes modificar el pasado solo porque has sufrido una pérdida o porque sientes dolor. —Liam exudaba ese tipo de galantería que solo los grandes o minúsculos de entre nosotros podíamos apreciar—. Nuestros talentos no se deben utilizar para ese propósito.
—Pero no solo estoy yo. Kaleb y Grace… Sin ti no podemos. No podemos.
Sentí un nudo en la garganta al ver la emoción de Michael.
Continuó.
—Landers tiene los archivos y nadie, excepto tú, sabe qué contienen o qué nombres hay registrados. A Emerson la he conocido a través de… es largo de explicar.
Liam me miró. Me encogí de hombros.
—Soy como una pelota fuera de juego.
—La cuestión es que —continuó Michael—, eres el único que puede detenerlo. Y Em y yo no estamos infringiendo las normas por estar aquí. Estamos aplicando el Principio Novikov.
Liam frunció el ceño.
—Estás diciendo que… Entiendo entonces que quedaron remanentes. ¿Cómo vais a…?
—Ya he pensado en eso. Tenemos un cadáver en el coche; tengo que ir a buscarlo. —Michael me extendió la mano; saqué las llaves del bolsillo de mi abrigo y se las lancé—. ¿Podemos hablar de esto después?
—Ya lo creo que tendrás que hablar de esto después.
—¿Qué hora es? —preguntó Michael, en un intento por desviar la cólera de Liam. Estaba segura.
Liam sostuvo su reloj y lo meneó. El cristal se había agrietado en el centro. Señaló a un reloj que colgaba debajo de la puerta. Las once.
—¿Os ayudo en algo?
—Nadie nos puede ver contigo. Em se queda aquí contigo y te dará las instrucciones.
Fruncí el ceño.
—¿Cómo vas a llevar a Juan Nadie por el…?
—Arrastrándolo. Llevo una manta en el maletero. Tenemos que darnos prisa y acabar de explicárselo todo a Liam. —Lancé un bufido cuando me cogió de los hombros y me besó con fuerza en los labios—. Estaré bien. No tardo nada.
La puerta se cerró detrás de él y Liam me miró. Intenté entender por qué Michael se había ido tan deprisa. Intenté interpretar el beso.
—Hmmm. Principio Novikov…
Agité la cabeza e intenté mantener la atención.
—Bueno. Lo único que sé es que lo podemos aplicar porque no nos permite cambiar el pasado, sino modificar ciertas cosas sin producir inconsistencias. Te sustituimos por el cadáver y tú te escondes; entonces, el continuo no se ve afectado porque la línea temporal de todo el mundo permanece igual. Excepto para ti, claro. Pero claro, tú no tenías. Porque estabas muerto. —Hice un gesto apocado y lo miré como pidiendo disculpas—. Lo siento, creo que Cat y Michael me han pasado estos apuntes del Rincón del Vago.
—¿A qué distancia temporal has viajado? —Se sentó en un banco al lado de una larga mesa de trabajo llena de equipamiento de laboratorio—. ¿Cuánto tiempo llevaba yo… fuera?
—Seis meses.
—En seis meses… pasan muchas cosas.
Apoyé los codos en la mesa.
—¿Qué te ha explicado Michael?
—No mucho, no tanto. Hemos hablado mucho sobre Grace.
—Lo siento. —Quería consolarle, pero no sabía cómo.
—Yo también lo siento. Estoy muy confuso. Grace es muy fuerte; no pensaba que se hundiría tanto. Teniendo en cuenta cómo quiere a Kaleb, tendría que haber mantenido la entereza por él. Él tiene que ser su prioridad. —Sacudió la cabeza—. No le veo la lógica.
—Me encantaría tener una explicación. —Nos mantuvimos un momento en silencio—. Kaleb me habló de ti y de tu mujer; de que erais una pareja ideal. Nunca he oído a nadie de mi edad hablar así de sus padres.
—Somos una familia muy feliz. Éramos.
—Michael está convencido de que lo puedes recuperar todo. Y tiene razón.
—Gracias, Emerson —dijo, con serenidad. Pero su preocupación era palpable—. Por favor, háblame más de mi hijo, qué tal le ha ido. Michael me ha cambiado de tema.
—No tienes que preocuparte por nada. Yo entiendo a Kaleb; entiendo todo por lo que ha pasado. Yo también he perdido a mis padres y, cuando te sientes solo, sin nadie que te apoye… a veces no escoges el mejor camino.
—¿Estamos hablando de un camino irrevocable?
—No, qué va. Los tatuajes se pueden borrar.
—¿Tatuaje?
—¿Michael tendría que haber vuelto ya, no? —pregunté—. Juan Nadie —el cadáver—, tampoco pesa tanto.
Escudriñó el reloj y observé cómo el miedo empezaba a recorrer su rostro.
Giré sobre mis talones.
Las agujas del reloj no se habían movido desde que Michael se había ido.