Capítulo 39
ME cogí de la costura de la camiseta de Michael y empecé a estirarla tanto como pude. Me sentía bien porque me conocía un poco mejor la casa, así que bajé de puntillas por las escaleras, deteniéndome antes de llegar al salón.
Ava y Michael estaban hablando; él sereno y ella alterada. Me quedé quieta y me fui a recostar contra la pared de la entrada, a punto de soltar un grito cuando noté el contacto firme de un cuerpo en lugar del tabique que estaba esperando.
Kaleb. En la débil luz pude ver cómo deslizaba su mirada por mi cuerpo, deteniéndose en mis pies desnudos y ascendiendo hasta la camiseta y volviendo a bajar por mis piernas. Lanzó un silbido grave, bien calculado.
—Dos cosas. Primero, tienes unas piernas preciosas. Segundo: si yo fuese él y te tuviese así arriba, en mi habitación, desde luego que no estaría aquí abajo con esta.
Le hice un gesto de silencio, apoyé el hombro contra la pared y acerqué la cabeza para oír mejor. Kaleb se colocó detrás de mí, tan cerca que notaba su respiración en mi pelo.
—Estaba en tu habitación. —El tono inconfundible de Ava contaminaba su voz. Seguro que jamás había pasado por la experiencia de una ducha de cabezas de langostino sucias—. Y no llevaba pantalones.
Noté la mirada de Kaleb recorriendo otra vez mis piernas. Respondí con un codazo.
—Dune le tiró por encima un puñado de gambas sucias. —La tele estaba retransmitiendo un partido de béisbol y apenas me llegaba la voz de Michael—. ¿Qué querías que hiciera?
—¿Irse a casa?
—Se ha duchado y estaba esperando a que se secase su ropa.
Se estaba pegando demasiado a mí.
—¿Me vas a decir qué hacía en tu habitación, medio desnuda?
Eché el cuerpo hacia delante y le volví a dar un codazo para que se contuviera.
—Ava —le dijo Michael, con voz apagada—. Estás aquí para que te proteja.
Ava parecía confusa.
—¿De qué?
—De quién. De Landers.
—¿Otra vez sales con esto? —espetó, indignada—. Ya sé cómo es. Lo conozco desde hace mucho tiempo.
—Entonces sabes perfectamente por qué yo no quería que estuvieses en esa casa. Seguías con los desmayos.
—¿Por los desmayos? ¿Solo por eso querías que me mudase? —Michael no respondió. Los locutores estaban analizando el bateo del primer base antes de que Ava volviera a hablar—. Y ya no me ha vuelto a pasar.
—Yo no estoy tan seguro, Ava.
—No quiero hablar de esto.
—Y yo no quiero discutir contigo.
—Pues, ¡sabes qué! Continúa con la groupie, que necesita cuidados. —Capté la indirecta de la última palabra—. ¿Quién soy yo para cargarme tu complejo de héroe? Venga, date prisa, que ya la tienes medio desnuda de cintura para abajo.
No me gustaba nada lo que me estaba llamando. Nada. Esta me la guardaba.
Me incorporé rápidamente, dándole un cabezazo en la barbilla a Kaleb. Me fui directa hacia el salón, pero me agarró de la cintura y me levantó del suelo. Si no me hubiese parado, me habría liado a tortazos con Ava, pero por suerte salió corriendo del salón y subió las escaleras como una exhalación. Se oyó un portazo y empecé a patalear, forcejeando con Kaleb para que me dejase en el suelo. Me dio la sensación de que disfrutaba reteniéndome.
—¿Dónde te crees que vas? —me preguntó, con un susurro forzado.
—Allí —le dije, vocalizando al máximo mientras señalaba hacia el salón.
—Tú no quieres hacer eso. —Arqueé las cejas y él continuó en voz baja—. Venga, Em. No es el único tío.
Retrocedí un paso.
—No es por eso.
Me sonrió de soslayo y negó con la cabeza.
—Tú recuerda lo que te he dicho.
Se dio la vuelta y siguió a Ava por las escaleras.
Desconocía en qué momento me había convertido en el premio de la pelea de gallos entre Michael y Kaleb, pero ya no tenía ganas de más tonterías. Quería mis pantalones.
Entré en el salón.
—Ah, hola.
Michael me miró fijamente, esforzándose por no mirar debajo de mi cintura.
—Tu ropa ya estará seca. Te la subo en un momento. Suspiré.
—¿La puedo coger ahora?
—¿Tienes prisa? —Su mirada me atravesó como si me hubiera abierto un socavón.
—He estado mucho tiempo fuera de casa y no quiero que Dru y Thomas se preocupen. —Manoseé la costura de la camiseta, preguntándome si estaba descubriendo mi mentira.
—A ver si lo acierto. Me has oído hablar con Ava.
—Quizá. —Levanté la vista—. Sí.
—Qué mal. —Se fregó la cara con las manos, como si estuviese borrando el recuerdo de su discusión.
—¿Es verdad que tienes complejo de héroe? —Di un paso inconsciente hacia él.
—Qué buena memoria tienes. —No se me ocurrió otra cosa que ruborizarme mientras Michael cogía el mando a distancia y apagaba la tele justo en el momento de una doble play. La sala se oscureció y quedamos iluminados por la lamparita de la mesa—. Ava tiene tendencia a juntarse con los peores. Landers ha jugado con ella.
—¿Como tú conmigo? —Intenté sonar contundente, pero no acabé de convencer. Estaba demasiado preocupada por la expresión de su cara en la pálida luz, envuelta en sombras. Misteriosa. Peligrosa. Tentadora.
—¿De qué estás hablando?
Me puse a imitarlo.
—«No, Emerson. Habría sido un gran error besarte». ¿Por qué, Michael? ¿Porque no querías mezclarlo con el verdadero motivo de salvar a Liam o porque no te atrevías a tener que escoger entre yo y Ava?
Se acercó lentamente hacia mí. Me sujetó la cara con las manos y agazapó la cabeza hasta casi rozar mis labios. La sangre me fluía salvajemente por las venas, estaba hirviendo y tiritando al mismo tiempo. Los enchufes podían arder en llamas. La bombilla de una de las lámparas se fundió con un débil pitido que nos sumergió en la oscuridad.
Cerré los ojos, dispuesta a sucumbir al beso.
Tan pronto como me agarró, me dejó ir.
—No es… justo. —Abrí los ojos, perdiendo un poco el equilibrio.
—No —replicó—. No es justo. Si quisiera jugar contigo, sería muy fácil para mí. Lo que yo quiero contigo no ocupa lugar en esta historia. No hay sitio para los sentimientos. Es imposible.
El intenso calor desapareció y abrí la boca, perpleja.
—No me puedo creer que me hayas hecho esto. Eres un imbécil.
—Tienes razón. Pero no quiero que hagas nada pensando en un futuro o porque sientes algo por mí. No quiero que te dejes llevar por criterios equivocados.
—¿Salvarle la vida a una persona es un criterio equivocado?
—No, pero puede que te arrepientas.
—De lo que me arrepiento es de haber pensado que podíamos estar juntos. Dime dónde está mi ropa.
Michael señaló hacia la cocina.
—Mañana estoy aquí después de comer para el veredicto de Cat. Si dice que podemos volver atrás, te ayudaré a salvar a Liam. Pero nunca más me volverás a ver. Ni yo a ti.
Creí captar una sombra de culpabilidad en su mirada antes de abandonar el salón.
Seguro que era un efecto de la luz.
Me desperté tarde. Dru había entrado en la habitación a verme antes de irse al trabajo, pero conseguí salir de la cama cuando el sol me deslumbró. Me sentía como si hubiese corrido una maratón o como si me hubiese atropellado un camión. Era una sensación que ya conocía; que odiaba.
¿Qué había hecho?
Arrastré los pies hasta el lavabo y encendí el grifo para que el agua se fuese calentando mientras me desnudaba. Cuatro años quitándome a la gente de encima, encerrada en mis cosas y en menos de veinticuatro horas Thomas, Dru y Lily conocían mis secretos más íntimos.
Y Michael sabía mucho más de lo que yo quería que supiese. Y Kaleb también.
Me quedé inmóvil debajo del chorro de agua, intentando absorber todo el daño que me había hecho en la vida.
¿Qué le había pasado a mi cabeza? ¿Cómo había podido desembuchar toda la verdad a una persona de fuera? Me había desprendido de demasiadas cosas. Al menos Thomas y Dru eran mi familia y siempre habían estado a mi lado.
Lily me había soportado durante años. Nadie más.
Me vestí, ansiando una manera de desconectar mi mente, sin querer pensar más en las circunstancias. Relacionarse con los demás era arriesgado. En el internado me había esforzado por disimular, hacerlo todo fácil. Graciosa y divertida, pero, cuando llegaba el momento de relacionarme de verdad, me cerraba en banda. Entendía el muro que se había construido Kaleb porque el mío era igual de grande.
Hasta que Michael llegó y lo derrumbó.
Me contemplé en el espejo. La verdad estaba escrita en mi cara.
Me había enamorado de él, profundamente, y no sabía cuándo pararía esto.
Saqué las llaves de Dru de mi armario y me calcé las deportivas. Tenía que parar esto. Estaba a tiempo. Podía construirme otro muro, ladrillo a ladrillo. No podía quererlo.
Aunque me hubiese metido hasta el fondo, estaba a tiempo de dar media vuelta.
Aunque me costase la vida.