Capítulo 15
NO vas a conseguir nada rompiéndola.
Cargué a hombros una sombrilla y me dispuse a usarla, sin excesiva eficiencia, contra la cámara que custodiaba la esquina del edificio.
—Seguro la secuencia ya está registrada en algún ordenador. —Se presionaba los labios con los dedos, intentando tapar una sonrisa incipiente.
Estrellé la sombrilla contra el suelo, me agarré de la cintura y lo miré de frente.
Explotó en una risa salvaje. Habría sido contagiosa si no hubiese estado tan cabreada. Me sentía herida.
—Escúchame, preciosa. —La palabra me dejó aturdida. Solo esa palabra. No podía explicar el sentimiento de sus ojos porque yo sentía lo mismo—. Estamos en terreno peligroso.
—Ahora mismo lo único peligroso que hay aquí soy yo misma. Sobre todo cuando coja a Thomas.
—Emerson…
Ladeé la cabeza.
—Continúa, ya tienes derecho a diminutivo.
Intenté no obsesionarme con sus labios mientras me sonreía.
—Em, ha estado muy bien que vieses la cámara.
Daba la sensación de que se estuviese intentando autoconvencer.
—Podríamos haber ido más lejos.
—Ahora mismo el mundo entero podría acabarse y a mí me daría lo mismo.
Michael deslizó la mirada hacia mis hombros desnudos y me cubrió suavemente con la chaqueta.
—Sabía, desde antes de que nos conociéramos, lo que nos pasaría. Y, a pesar de saberlo, no he podido estar preparado. Lo siento.
—A mí me encantaría poder decir «lo siento».
—Las normas de la… confraternización existen por algo. —Señalo a la verja y cerró los ojos—. No puede volver a suceder.
Nunca había tenido pareja. Antes de que mi vida empezase a descarrilar, tenía las típicas fantasías con el actor o cantante de moda, como todas las adolescentes. En los últimos años, mis desváenos amorosos habían girado más en torno a la marca de fármacos Joe Pharmaceutical. No tenía ni idea de cómo eran las relaciones normales. Considerando cómo entrábamos en contacto, teníamos derecho a aparecer en el libro Guinnes de los Récords por nuestra capacidad de generar calor de la nada.
Michael se acarició la barbilla otra vez.
—No debemos despistarnos del objetivo principal.
—Yo no estoy despistada. —Estaba nerviosa—. ¿Y de qué objetivo hablas? Ni que tuviésemos que salvar al mundo.
No dijo nada.
—¿Michael?
Se me pasó por la cabeza darle un empujón que le hiciera caer al suelo para sentirme un poco mejor. Aunque también me podían servir las palabras.
—Creo que no he entendido tu bromita.
Michael y yo nos quedamos hablando en la parte de tejado que quedaba entre nuestras ventanas. Antes de eso, regresamos a nuestros apartamentos y esperamos a que se hiciese de noche. Thomas tenía unos buenos hábitos de espía y yo ya sabía que iba a salir igualmente en la grabación. Esperaba, al menos que me creyera cuando le dijera que no había pasado nada.
No había pasado nada y yo era personalmente consiente.
Anduvimos la distancia. De una extraña manera, sentía siempre la misma fuerza salvaje hacia él, y cada vez se volvía más intensa, como si nuestro interior estuviese conectado. Hacía muy difícil la concentración.
—¿En qué momento te convertiste en una karateca? —No hizo ningún esfuerzo por ocultar su voz de sorna.
—Empecé artes marciales en el colegio. Era la mejor de la clase. Cuando acabó el curso me apunte a una escuela privada de kárate para sacarme el negro. Justo antes de volver a casa, me saqué el marrón. —Noté su gesto de duda; no me hizo falta mirarlo.
Las luces de la calle no alcanzaban a iluminarnos desde su inferioridad y la luna estaba en cuarto creciente.
—Ahora lo veo más claro. La situación me superó y esta era la manera más sana de sacar mis frustraciones.
—Sana para ti, no para mí —dijo con una risita dulce.
—Te lo he puesto muy fácil. Dime, ¿crees qué mis patadas fulminantes van a servir para nuestra misión de salvadores del mundo?
—Tampoco es eso.
—¿Salvaremos solo a Estados Unidos?
Suspiro.
—No tiene nada que ver con la geografía.
—Un poco más de precisión por favor.
Michael levantó las piernas y las dobló. Apoyó la frente en las rodillas y entrelazó las manos. Tenía unos dedos largos.
—Intento que no tengas problemas, Emerson. Y eso significa qué no puedo hacer nada ahora. No es fácil para mí, pero tiene que ser así.
—¿Qué no es fácil para ti? —me mofé—. ¿Por qué no vas de una puñetera vez al grano y ya me las apañare yo solita?
Levanto la vista para contemplar la pálida luna. Yo la miré también.
—Michael, tienes que entender que llevo cuatro años martirizándome con preguntas. Me persiguen cada día en mi cabeza. Y no he obtenido ninguna respuesta hasta que no has llegado tú.
—No podemos curar cuatro años en una sola noche. —Recorrió la baldosa con la mano en dirección a mí.
Deslicé el dorso de la mano, mientras me pinchaban las piedrecitas, en dirección a él. Nuestros dedos se encontraron y mi piel respondió al instante. Sentí un deseo animal de notarlo más. Corté mi respiración y lo miré.
Él se apartó sin mirarme.
Mi mano quedó abierta al cielo oscuro.
—¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que me lo expliques?
—No mucho. Te lo prometo. ¿Podrás esperar?
—¿Tengo otra opción?
No respondió.
—No sabes lo frustrada que me siento. —Por muchas cosas.
—Dame hasta mañana. Mañana, te lo prometo. Tenemos que hacerlo bien. ¿Confías en mí?
—Sí —le respondí, desobedeciéndome.