Capítulo 27
MICHAEL miró a Ava y después a mí. Me examinó unos segundos, probablemente calculando el alcance del daño.
—Déjame estar un momento con Em… erson. Ahora mismo subo.
¿Estar? ¿Como la noche anterior?
Michael me seguía mirando cuando ella se levantó.
—No tardes. —Pasó por delante de mí sin mirarme.
Volví a recordar su foto en la estantería y me arrepentí de no haberla roto.
O de no haberle clavado un dardo.
Me dejé caer en una silla y me crucé de brazos y piernas, esperando a que él dijera algo.
—Mmmm. Tengo que explicarte una cosa.
—¿A mí? Explicarme qué. —Mi voz se vio contaminada por un tono agrio.
—Sobre esta gente. Ya te expliqué que La Esfera hace asesoramiento y también somos guías. —Colocó una silla al lado de la mía y se dispuso a sentarse. Mientras tanto, le dediqué una mirada asesina y él optó por apoyar el pie en la silla y seguir hablando—. Ya viste ayer lo grande que es la casa y el terreno.
—Sí.
—Dune es de Samoa. Nate viene de Nueva York y Ava es de California. Venían de un internado y empezaron en el centro que Liam montó. —Seguía mirándome fijamente—. Hay muchos más chicos que han ido al internado y que se han trasladado aquí con sus familias.
—¿Hay un centro vinculado a La Esfera? —pregunté, algo ilusionada por la idea, pero incapaz de alegrarme del todo por el peso del cabreo.
—Liam lo fundó. Era la única manera de optar a una educación decente: con profesores que nos entendieran de verdad. Nate y Dune se vieron obligados a dejar el colegio porque Landers vio muy claro que no seguían su línea. Así que se mudaron aquí.
Era inimaginable. Vivir sin tener que dar explicaciones porque estás rodeada de gente tan rara como tú o poder largarte de clase sin problemas porque acabas de ver a una flapper[2] bailando charlestón al lado de tu profesora mientras está explicando el ciclo reproductivo de las ranas.
—Debe de ser genial el colegio.
—Sí, pero hay demasiada variedad por metro cuadrado. —Michael me sonrió de medio lado—. Ya te explicaré más cosas algún día…
Después de conocer a Ava, ya no esperaba compartir muchas cosas con Michael en el futuro. Por otra parte, él sabía mucho más sobre el futuro que yo misma y además, podía compartir la información.
—Nate dijo que es la Casa de los Desertores. ¿Por qué?
—Porque nos echaron del bando de Landers. Como vamos en su contra, somos desertores.
—¿Y a Ava también? ¿Y empezasteis a salir antes o después de empezar a vivir juntos?
—Buff. —Michael dejó caer la cabeza como gesto de sorpresa—. No es eso. Le propuse que se mudara hace un par de semanas.
—Ah. —Me mordí los carrillos, concentrando todos mis esfuerzos en mantenerme inexpresiva—. Bueno, y…
—Y eso… —Intentó ordenar sus palabras—. Ella estaba trabajando con Kaleb, intentando ayudarle, y yo me negué a que Landers se acercara a ella. Era importante alejarla de él.
—Oh, qué príncipe azul. —Mi voz se tiñó de una dulzura avinagrada y el sentimiento de sosiego y ternura de anoche se convirtió en vacío—. ¿Y dónde aparca el príncipe el caballo? Y, lo que más me interesa, ¿quién recoge la mierda del caballo?
Corrió en busca de una explicación.
—No, no, no. Eso no significa que…
—Déjalo. —No había nada entre nosotros—. A mí no me tienes que dar explicaciones, de verdad.
—Pero Em…
—Que no. En serio. —Intenté espantar mis emociones. No tenía ninguna razón para estar tan rabiosa. Si alguien tenía derecho a estar cabreada era Ava: yo ahora era la otra. Una chica nueva que le pisaba el territorio.
Cat asomó la cabeza por la puerta, poniendo fin a la conversación.
—¿Puedes hablar un momento, Michael?
—Por supuesto. Me voy afuera. —Me levanté y caminé hacia la puerta del patio.
—Espera un momento —dijo Michael, con voz precipitada.
Me paré sin mirar atrás.
—Dime.
—Lo que te di ayer. ¿Lo llevas contigo? —me preguntó.
—Me dijiste que no lo perdiera. —Lo miré por encima del hombro—. Está en mi bolsa.
—¿Lo podrías bajar cuando puedas? —dijo, mientras miraba a Cat por el rabillo del ojo—. No hace falta que te des prisa.
—Claro.
Corrí escaleras arriba hacia la habitación, de Michael y bajé tranquilamente con la carpeta, deteniéndome delante de la cocina.
—¿La has encontrado?
—Ella me ha encontrado a mí, más bien —respondió Michael, con voz suave. Me pegué a la puerta de la cocina para escuchar.
—¿Cómo se lo ha tomado? —Estaba visiblemente preocupada.
—Es que hace muy poco. Un par de días.
—¿Es como Liam y Grace? La conexión entre vosotros…
No respondió.
—Lo sabía. Se nota. Michael…
—Nunca lo había pensado antes, pero ahora que la he conocido…
—¿Ella lo sabe?
No hubo respuesta.
Me di cuenta de que estaba conteniendo la respiración. ¿Si yo sabía qué?
—¿Cómo es que tarda tanto? —preguntó Cat. De repente oí un chirrido. Recuperé la postura rápidamente y me abracé contra la carpeta.
Hice un ruido como si estuviese bajando de la escalera y entré en la cocina resollando, como si hubiese estado corriendo. Cat permanecía al lado de la mesa y prácticamente me arrancó la carpeta de las manos, llevándosela al pecho como si estuviese hecha de piedras preciosas. Por su manera de cogerla, empecé a pensar en la confianza que Michael había tenido en mí. Me hubiese gustado entender más cosas de las que había leído. Me di la vuelta para salir.
—Em, espera. ¿No te sientas? —Michael señaló hacia la silla que estaba a su lado. Lo miré fijamente. Arrastró la silla—. Por favor.
Me senté, entrelacé las manos y las apoyé encima de la mesa. Cat introdujo:
—Michael me ha explicado lo que sabes hacer.
Sus palabras me llegaron en un tono acusatorio y, después de haberme arrancado la carpeta, no pude evitar ponerme a la defensiva.
—No sé cómo tomármelo. Pero no estoy saltando de alegría.
—No. —Me cogió de la mano, con ojos tiernos—. Perdóname… estoy un poco agobiada. Esto cambia mucho las cosas. Abre muchos caminos. Parece imposible, para mí.
Me sentía demasiado frustrada. No entendía nada.
—¿Qué tipo de caminos, por favor?
—Eres la mitad de un par único. Nunca he visto un caso semejante aparte de Liam y su mujer. Eso cambia las cosas para mí; para mi talento. —Apartó su mano y la apoyó encima de la carpeta. Capté una brizna de tristeza en sus ojos mientras se sentaba—. ¿Has podido leer la información sobre los viajes que podéis hacer tú y Michael?
—Lo he intentado. Pero no he entendido nada.
—Te lo voy a plantear de una manera más sencilla. Una de las teorías sobre los viajes en el tiempo es la de los agujeros de gusano. Estos agujeros conectan dos puntos en el espacio, como un puente. —Cat abrió la carpeta con absoluta formalidad y sacó un diagrama que parecía chino. Recorrió con el dedo un par de ecuaciones. No sabía si era el momento de tomar apuntes—. ¿Ves?
La miré absolutamente pasmada e hizo una mueca, cerrando la carpeta de repente.
—Perdona. No me quería poner tan técnica. Un par de conceptos. Los puentes te conectan con un punto diferente en el tiempo, pero deben fabricarse bien estables y mantenerse abiertos para posibilitar los viajes. Esto se consigue utilizando materia negativa, también llamada materia exótica. ¿Me sigues?
Cómo no.
—¿Qué tiene que ver todo esto con tu talento? —pregunté. Se mantuvo en silencio.
—Yo creo materia exótica.
—¿En un laboratorio y tal?
—Así. —Cerró los ojos y juntó las manos en forma de cuenco. Un par de centímetros por encima, se empezó a formar un remolino púrpura. No era sólido; era como un gas que palpitaba y daba vueltas y que emanaba un ligero vaho. El espacio se oscureció. Era imposible apartar la mirada de la energía de Cat. Me acerqué, cada vez más, sin poder detenerme.
De hecho, me estaba acercando tanto que me caí de la silla.
Cat soltó un bufido y entrelazó las manos. El óvalo giratorio desapareció y volvió la luz.
Michael se agachó para ayudarme a levantar. Yo estaba demasiado espantada como para sentirme en ridículo o reaccionar a su tacto.
—Em necesita un poco de preparación antes de que te pongas en serio.
Ahora entendía el debate sobre los superhéroes durante el desayuno. Estaban hablando de personajes semejantes a ellos.
Qué normal era todo.
—¿Cómo…, —hice una pausa de un segundo—… has hecho eso?
—Química corporal. —Cat respondió como si no fuese con ella—. Es difícil de explicar. Siempre me ha gustado mucho la ciencia; sobre todo el estudio de la materia positiva y negativa, los agujeros de gusano, los agujeros negros…
Acababa de producir materia. ¡Materia! Con sus manos. No podía creérmelo. Pero sabía perfectamente que el óvalo púrpura giratorio no había sido producto de ningún truco.
—Normalmente se considera que es imposible crear materia auténtica negativa o exótica. Es un tipo de sustancia muy volátil. —Hablaba como si estuviese impartiendo una de sus múltiples conferencias—. Liam me enseñó lo que somos capaces de hacer uniendo nuestros talentos. Para que me entiendas: yo abro puentes y él los traspasa.
—Entiendo todo eso de la ciencia. —Intenté espantar ese pensamiento. Me interesaba saber qué peso tenían ella y Liam Ballard en La Esfera, pero en ese momento lo que más curiosidad me despertaba era su viaje personal—. ¿Cómo supiste que eras capaz de crear materia?
—Crecí en una isla. De pequeña, me escapaba de la cama y salía a columpiarme en la hamaca, entre dos palmeras. —Cat entornó los ojos con melancolía y me transportó allí con ella, oyendo el oleaje, sintiendo la cálida brisa mientras me mecía—. Siempre miraba a las estrellas y deseaba más que nunca flotar como ellas.
—… Una noche soñé que sostenía una galaxia en la mano. Observaba cómo se formaba; cómo orbitaba, como si la hubiese creado yo misma. Como si le hubiese dado vida. Cuando me desperté, tenía girando en mi mano lo que acabas de ver. Como si siempre lo hubiese podido hacer.
—¿Cuántos años tenías?
—Once. Enseguida supe que tenía en mis manos un poder especial y quería comprobarlo. Aprendí todo lo que pude en el instituto y empecé carrera de físicas en la universidad. Rápidamente me hice becaria para poder tener acceso al laboratorio. —Hizo una pausa y sonrió sutilmente—. Allí conocí a Liam.
—¿Cómo supo él que podíais uniros? Para lo de los viajes en el tiempo…
—Tenía más… recursos externos. —La sonrisa desapareció y su voz se volvió más profesional—. ¿Habéis hablado tú y Michael sobre la logística de los viajes?
—No. —Antes de presenciar esa esfera púrpura, me había hecho la idea de que Michael dirigía todo eso y tampoco me había atrevido a preguntar. Ahora solo esperaba que me estuviese diciendo la verdad porque, en caso contrario, mis alucinaciones tomarían un nuevo color. Muy negro.
—Dale el anillo —dijo Cat, señalando con la cabeza la mano de Michael.
Se sacó el anillo del pulgar y me lo pasó. Lo sostuvo en el aire para exponerlo a la luz. Por primera vez me di cuenta de que llevaba inscrita una serie de ochos.
—¿Qué tiene que ver el número ocho en un anillo de plata con los viajes en el tiempo? Michael volvió a coger el anillo, con cuidado de no tocarme.
—No es un ocho. Es el símbolo del infinito. Y el anillo no es de plata: es de duronio, un metal que todavía no se ha recogido en la tabla periódica.
Me quedé pensativa.
—Vamos a ver si lo estoy entendiendo bien… nuestros genes más el anillo de duronio más la materia exótica de Cat es igual a viajes en el tiempo.
Michael asintió.
—Madre de Dios. Pensaba que estaba curada de espantos. —Contemplé el anillo durante un largo silencio—. ¿Y cómo me hago con uno de estos? ¡No se podrá comprar por Internet!
—Ya nos encargamos nosotros —respondió Michael.
—¿Tú, no? —Volví con Cat—. Michael me dijo que hay otros por aquí que también tienen habilidades.
¿De qué tipo?
—De muchos tipos. —Ladeó la cabeza hacia Michael para preguntarle—: ¿Quieres explicárselo tú?
Su tono indicaba que lo importante no era quién respondía, sino la manera de responder. Más secretismo.
—Sí —respondió, mientras tamborileaba con los dedos sobre la mesa—. Hay otros lugares como La Esfera. No muchos, pero hay —añadió—. Algunos se especializan en ciertas… áreas, como los que captan espíritus o se pueden transformar.
Cogí aire. Michael se echó hacia atrás, escrutándome con la mirada. Se enderezó en la silla y juntó sus largas piernas contra las mías por debajo de la mesa. El hecho de que no me hiperventilara con su tacto era la prueba irrefutable de lo pasmada que estaba.
—Lo siento —dije, débilmente, sacudiendo la cabeza para mejorar mi audición—. ¿Has dicho «los que captan espíritus o se pueden transformar»?
—Malos ejemplos. No tendría que haberlos puesto —respondió Michael apresuradamente. Se puso de pie y no supe distinguir si había cambiado de postura por nuestro contacto accidental o por el tema de conversación. Se alejó de la mesa para moverse un poco, girando el anillo en el dedo—. No tengo ninguna intención de asustarte.
—Es verdad. Y lo que he visto es una pelota de béisbol.
Se oyó un chasquido de lengua.
—Emerson, no es fácil explicarte todo esto. —La voz de Cat arrastraba cierto tono de exasperación. Me hizo sentir como si fuese tonta—. Escucha al menos lo que te explicamos e intenta entenderlo. Tampoco puede ser tan difícil para tu cabecita.
Michael le lanzó una mirada seca a Cat. Se puso recta y abandonó la mueca de hastío.
—Lo siento. Llevo tanto tiempo metida en este mundo que se me olvida cómo se ve desde fuera.
Michael seguía mirando a Cat, con unos ojos tan intensos que me estaba poniendo nerviosa. Ella interrumpió el cruce de miradas y volvió conmigo.
—La Esfera también se encarga de una especialidad. Todos los de aquí tenemos la habilidad de la manipulación del tiempo.
Yo seguía intentando descifrar la mirada de Michael y tardé unos segundos en entender sus palabras.
—Pensaba que me habías dicho que éramos los únicos que podíamos viajar en el tiempo.
—Y es cierto. —Se sentó a mi lado otra vez, un poco alejado en su silla—. Pero el tiempo es un concepto fluido. Se puede detener, acelerar, ralentizar.
Intenté hacerme a la idea de la posibilidad más inverosímil de todas.
—Así que, si alguien me dispara y yo tengo la habilidad de detener el tiempo, puedo coger la bala en el aire antes de que impacte —pregunté, echándome a reír.
Michael no movió una ceja.
—¿Te asustaría si eso fuese posible?
—Ya no me asusta nada —murmuré, ahogando la carcajada. Dejé caer la cabeza entre mis manos—. ¿Por qué ahora me siento como si fuese la normal de todos estos freaks?
—Sigo diciéndote que la normalidad es relativa. ¿Necesitas más tiempo?
Necesitaba una eternidad.
—¿P… puedo hacer esas cosas? ¿Detener una bala?
—Los indicios indican que tu habilidad es viajar al pasado.
—Sí, tengo suficiente con eso —dije, sintiéndome un poco mejor. Aunque tenía muy buena pinta eso de parar las balas. Sobre todo para una chica—. ¿Y los demás qué?
—Nate es un estilo Oliver Twist mezclado con David Blaine. —Michael meneó los dedos como si estuviese a punto de sacar un conejito de un sombrero de copa—. Dotes de robo con habilidades de ilusionista. Sabe ralentizar cosas y acelerarlas —a sí mismo también—. Todo depende de la necesidad.
—¿Cómo acabó aquí? —pregunté, frunciendo el ceño—. ¿Liam habría trabajado con una habilidad así?
—No trabajaba con las habilidades. No hay ganancia económica. Hay otras implicaciones para mantener el silencio.
—¿Y los demás?
—Dune puede influir sobre el agua. Es más práctico de lo que parece. Y Ava… bueno. Todavía lo está asumiendo. —Michael me regaló una mirada apocada que desapareció en cuanto miró a las escaleras de afuera—. Hablando de Ava, tengo que ir a hablar con ella. Después volvemos a Ivy Springs.
—Vale. Me quedo aquí.
Consumiéndome de celos.
Desapareció por la puerta y caminó hacia las escaleras, que retumbaban como si las estuviese subiendo de dos en dos. Volví a mirar a Cat.
—¿Qué hacen hoy Nate y Dune?
—Un trabajo que les he asignado. Dune sabe controlar cosas como la marea y el curso de los ríos. Ayuda mucho cuando estamos buscando alguna cosa, pero tampoco es algo que necesitemos siempre. Es un genio investigando, lo que viene muy bien…
Siguió hablando mientras yo hacía un esfuerzo por escucharla. Pero mi mente estaba en la habitación de Ava. ¿Qué estarían haciendo? Ella dijo que necesitaba hablar con él. De verdad esperaba que solo estuviesen hablando. Por qué era tan atractiva. Lo que habría dado por subir y escuchar por detrás de la puerta. No se lo había explicado a Michael, pero en el internado también aprendí a escuchar a hurtadillas. A los compañeros, no a los profesores.
Caí en la cuenta de que Cat esperaba en silencio a que yo respondiera.
—¿Qué? Ay, perdona, de verdad. —Me enderecé y me llevé la mano a la boca.
—Tranquila. No pasa nada. Tienes la cabeza en otra cosa.
—¿Tanto se nota? —Me tapé la cara, ruborizada.
—Entiendo perfectamente lo que pasa entre vosotros —dijo, con su voz melodiosa—. Es lo mismo que pasaba entre Liam y su mujer.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué les pasaba?
—Un cataclismo. —Soltó una risita al ver mi cara y me dio una palmadita en el hombro.
Empecé a oír pasos en las escaleras, mucho más lentos que antes. Michael entró solo, con cara larga.
—Como no volvamos ya, tu hermano va a sacar un coche patrulla para buscarte.
—Con antorchas y arpones, seguro. Porque llevo desde ayer sin hablar con él.
—¿Ya estás lista? —Me miró desde la puerta del patio—. Vámonos de aquí.
—Vamos.
Parecía que había problemas en el frente.
Como si no tuviese suficiente.