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Styx:

Distrito Militar de Dieron, Condominio Draconis

26 de mayo de 3027

Dan descubrió que estaba asintiendo mientras Patrick Kell terminaba su explicación por radio de la situación.

—No te preocupes, Dan. Ni tú tampoco, Salome. La hora que nos dieron los draconianos ha permitido que la heredera del Arcontado ya esté muy lejos. Sólo tenemos que conseguir un poco más de tiempo.

La voz de Salome vibró ligeramente cuando el ordenador de Dan recuperó la defectuosa transmisión.

—¿Seguimos atacando?

—Afirmativo. —La voz de Patrick se convirtió en un sombrío gruñido—. Te daré la señal para iniciar el ataque.

Dan hizo un gesto de disgusto. No me gusta cómo ha sonado eso.

—¿Qué señal?

—Ya lo verás. Corto.

La voz de Patrick se acalló, pero no así la inquietud de Dan. ¿Es sólo ese 'Mech kuritano que no puedes identificar, o es algo más?

—¿Qué piensas, Salome? —le preguntó, haciendo una mueca—. No me gusta ese rollo de una señal desconocida.

Dan miró de reojo a la consola y vio una luz amarilla que parpadeaba.

El suspiro de Salome se oyó claramente a pesar de las interferencias.

—Patrick es el jefe. Y eso le da derecho a guardar secretos. Casi se ha agotado el tiempo.

—Lo sé. Creo que el comandante kuritano intenta comunicarse conmigo. Pasa el plan de ataque a los demás mientras yo lo entretengo.

—Recibido.

Dan desplazó el dial de la radio a la frecuencia usada anteriormente por los kuritanos.

Sho-sa Niiro, ¿quería hablar conmigo?

Por su tono de voz, el draconiano parecía a punto de pedirle disculpas.

Hai, capitán Allard. Tenga en cuenta que el plazo casi se ha agotado.

Dan avanzó su Valkyrie hasta un lugar desde donde podía ver el Panther de Tarukito. El ’Mech saludó a Dan con una leve inclinación de cabeza, que él devolvió antes de contestar.

—Me temo que mis hombres no han encontrado a la heredera del Arcontado en el plazo de una hora que nos ha concedido. No nos extraña, pues creemos que está a salvo en Tharkad, pero si acepta concedernos más tiempo…

Tarukito escogió con cuidado sus palabras antes de responder.

—Dada la reputación de los Demonios de Kell, suponía que no iban a permitir que muriera tanta gente por un simple juego de palabras. Voy…

Las palabras de Tarukito quedaron ahogadas por el siseo de la estática. Uno de los Panthers más próximos a la entrada del hangar, protegida magnéticamente, se convulsionó como si hubiera quedado atrapado en un ciclón invisible. Unos disparos de cañón automático empujaron la cabeza del Panther hacia atrás como si fuese una rama seca e impactaron en el almacén de MCA situado en su pecho. La ensordecedora explosión sembró los pedazos del Panther por todo el hangar. Sus extremidades saltaron por los aires y golpearon a otros Panthers, y una bola de fuego anaranjado se elevó sobre el espacio vacío que había ocupado el ’Mech destruido.

Las resplandecientes llamas se enroscaron sobre sí mismas y se desvanecieron de repente, como por arte de magia. Donde había estado el Panther, entre el fuego y el humo, apareció un Víctor. Apuntó su rechoncho brazo derecho hacia otro Panther y su cañón automático desencadenó una voraz tormenta metálica que lo consumió.

—Tiene razón, Sho-sa Niiro —gruñó Patrick Kell por radio—. Los Demonios de Kell nunca dejarían morir a esas personas. La heredera del Arcontado ya está fuera del planeta y se dirige hacia nuestra Nave de Salto, y nosotros estamos aquí para cortarles la retirada a todos ustedes.

Patrick, ¿qué diablos estas haciendo? Dan reprimió el asombro que lo había embargado al ver a Patrick y moduló el dial de su radio a frecuencia táctica.

—¡Moveos, Demonios de Kell! ¡Dadles fuerte! Es Patrick quien pilota el Víctor.

Dan centró el retículo de su batería de MLA en un Panther y apretó el botón de fuego con furia y deseos de venganza.

Los misiles cruzaron el aire e impactaron en el blanco; tatuaron el brazo derecho del Panther con terribles explosiones que le fundieron toda la protección y lo dejaron desnudo. El láser medio del Valkyrie incidió en el mismo brazo. El rayo, de color rojo sangre, lo partió a la altura del codo y arrojó el CPP contra el suelo de hormigón.

—¡Dan, tengo una avería en mis equipos! —resonó la voz de Austin Brand en el neurocasco de Dan—. ¡El ordenador de selección de blancos se ha vuelto loco!

—«Gato», cubre a Brand. Austin, ¿qué sucede?

El miedo embargaba la voz de Brand.

—No recibo ninguna lectura del Víctor.

Dan miró el enorme ’Mech de asalto. Vio la media docena de rayos de CPP que le dispararon todos los Panthers que lo rodeaban, mas ninguno de ellos dio en el blanco. Están demasiado cerca; por eso fallan. Aunque la parte lógica del cerebro le ofrecía aquella solución, la rechazó de inmediato. No tengo ninguna imagen térmica de ese monstruo —comprendió de súbito—. ¡Le está Ocurriendo lo mismo que a Morgan en la batalla del Mundo de Mallory!

Dan localizó otro Panther y movió su punto de mira más allá del Victor. Hizo caso omiso del sentimiento de inquietud que crecía en él, pues el retículo de su mira no había reconocido al Victor como posible blanco, y disparó otra ráfaga de misiles contra el Panther. Los proyectiles impactaron en las rodillas del ’Mech de Kurita y lo hicieron caer a trompicones hacia adelante.

El Catapult de Fitzhugh lanzó dos andanadas más de misiles contra aquel Panther, que lo envolvieron en humo y fuego de tonos rojos, anaranjados y amarillos. Cuando las llamas se convirtieron en una densa y negra humareda que se esfumó como un fantasma, dejó atrás un Panther inerte y destrozado.

Otros Panthers se desentendieron del Victor para responder al ataque de los Demonios de Kell. Dan esquivó cuatro MCA y vio que el Warhammer caminaba hacia el Victor. Se movía con una elegancia que sólo uno entre mil MechWarriors podía impartir a una máquina tan monstruosa. Sé que he visto antes ese 'Mech. Pero ¿donde?

El Panther de «Gato» Wilson apareció a la derecha de Dan. Efectuó un disparo que acertó en la cabeza de un 'Mech kuritano. La azulada energía arrancó parte del blindaje del Panther como una tormenta levantaría las tejas de una casa. El Panther se estremeció y perdió el equilibrio. El MechWarrior que lo pilotaba, en un alarde de habilidad, lo hizo girar para caer de espaldas y saltó de la máquina.

Dan se volvió y dio un grito de advertencia.

—¡Lasker, Panther a noventa grados a la izquierda!

El Panther de Lasker se revolvió y el chorro del CPP le alcanzó el brazo izquierdo, en vez del débil blindaje de la espalda, pero no le sirvió de mucho. El rayo del CPP envolvió el brazo y fundió la coraza protectora, que se derramó en espesas masas líquidas sobre el suelo de hormigón. Lasker lanzó una andanada de MCA contra el Panther enemigo, pero no apuntó bien por las prisas y volaron lejos del blanco.

Más allá, el Panther de Diane McWiliams se tambaleó bajo el impacto de la cortina de fuego enemiga. Dos grupos de cinco misiles abrieron sendos surcos en el blindaje pectoral de su ’Mech. Ocho más embistieron contra su pata izquierda y destrozaron la coraza de la cadera.

Sacudida por las explosiones, McWiliams hizo frente al Crusader que la había atacado. Lanzó un haz azul contra su pecho, pero apenas logró deteriorar el blindaje que protegía el corazón del ’Mech. El Crusader replicó con otras dos andanadas de MLA.

—¡No, Diane, no! No estás pilotando tu Rifleman. ¡Salta!

Dan vio con impotencia cómo los misiles explotaban en el Panther de McWiliams y sintió un vacío en el estómago que le anunciaba lo que los sensores, indiferentes, presentaban como factores de daños. Los MLA le habían arrancado el brazo izquierdo y lo habían arrojado por los aires hasta caer al suelo. Más misiles profundizaron en los orificios abiertos previamente en el pecho del Panther. Desintegraron los restos del blindaje y aplastaron el corazón del Panther. El ’Mech estalló como una supernova.

—¡Fitzhugh, ataca a aquel Crusader! ¡Ya!

Dan giró la mira de sus misiles desde el Crusader hacia la espalda del Warhammer. ¡Voy a abrirte en canal!

De súbito, Dan se quedó aterrado. Su manera de moverse… Está acosando al Víctor. No puede ser… Dan tiró con violencia de la palanca de mandos a la derecha, pero el retículo de la mira se negó a reconocer la existencia del Warhammer.

¡Oh, Dios mío! ¡No! ¡No! Accionó el interruptor de la radio.

—¡Patrick, cuidado! ¡Ése Warhammer pertenece a Yorinaga Kurita!

El Victor irguió la cabeza y la giró para contemplar al Warhammer que se aproximaba a él. Con desprecio, Patrick empujó la boca del cañón automático contra el pecho de un Panther cercano. Unas puntiagudas llamaradas brotaron del arma y partieron en dos a su víctima, desde el hombro izquierdo hasta la cadera derecha.

El Warhammer levantó sus CPP gemelos y clavó dos lanzas azules de fuego incandescente en el Victor de Kell. Un rayo abrió una brecha en la coraza que cubría el pectoral derecho del Victor y destruyó la insignia de la unidad que llevaba pintada en aquel lugar. El segundo haz perforó el blindaje de la cintura del Victor. Fragmentos de placa saltaron entre chorros de vapor y llovieron sobre los Panthers destruidos que yacían a sus pies.

Dan vio una imagen térmica del Victor, que apareció durante una fracción de segundo. Incluso aquella visión fugaz le indicó la auténtica gravedad de los daños causados por el rayo. El CPP había penetrado por una hendidura abierta en el blindaje del Victor —probablemente una placa poco resistente colocada sobre la herida sufrida por Ardan Sortek— y había destrozado la protección del motor de fusión del ’Mech.

El Victor estaba cociendo lentamente a su piloto.

—¡No!

Presa de la desesperación, Dan hizo correr a su Valkyrie. ¡Patrick, no dejaré que te haga esto!

Vio con horror que el Victor no hacía caso del Warhammer. Hizo pedazos a otro Panther con su cañón automático y usó sus MCA para rematar a un Panther herido. Sus láseres medios se clavaron en el Crusader y le consumieron parte de la armadura, al tiempo que el ’Mech draconiano se tambaleaba bajo una andanada de MLA del Catapult.

Mientras Dan cruzaba el hangar, cuatro MCA impactaron en su Valkyrie. Los misiles explotaron sobre su brazo derecho y voltearon al ’Mech con brutal violencia. Detrás de él cayeron fragmentos de coraza, pero Dan echó un rápido vistazo a la consola de control y vio que su láser medio seguía funcionando. Aprovechó el giro causado por los misiles para continuar su avance.

El Warhammer volvió a disparar sobre el Víctor y le laceró el pecho con sus dos rayos. Fragmentos del blindaje saltaron sobre los rayos azules, lejos del ’Mech de asalto, y se estrellaron contra el suelo de hormigón en medio de una gran humareda, como si el ’Mech humanoide fuese un caballero medieval que se hubiese despojado de la coraza. El pecho del Víctor, ya quemado por el primer rayo, quedó desguarnecido y vulnerable.

Dan vio el CPP por el rabillo del ojo, pero era demasiado tarde para reaccionar. El haz artificial de color turquesa evaporó el brazo derecho del Valkyrie. Desequilibrado, el ’Mech empezó a caerse, pero Dan apoyó la mano izquierda de la máquina en el suelo y se irguió de nuevo. Nada me detendrá.

Dan levantó la tapa de un conmutador de la consola de mandos. Giró el plateado conmutador a la izquierda y pulsó el botón rojo redondo que estaba debajo, encendiéndolo.

—Diez segundos para secuencia de interrupción —le informó el ordenador.

—¡Negativo! —Dan bajó la zurda y activó la opción de expulsión de su silla de mando—. ¡Eyección por orden oral!

El palpitar de sus propias venas ensordecía a Dan y le impidió oír el acatamiento de su orden por parte del ordenador.

—¡No, Patrick! ¡No! —gritó furibundo—. ¡Tienes que combatir!

Como para demostrar cómo podrían haber ido las cosas, el cañón automático del Víctor destruyó un Panther acurrucado a la sombra del Warhammer. Éste, indiferente a aquel alarde de poder, volvió a disparar sus CPP contra el ’Mech de asalto de Kell. Los quebrados rayos del cañón se clavaron en el Víctor, llenaron su vientre de fuego azul y le destrozaron el corazón.

Por fin liberada de su esclavitud, la estrella enana que había alimentado de energía al Víctor devoró las zonas vitales de su amo. Los detectores de radiación de la consola de Dan subieron bruscamente a la zona roja y una silueta de calor envolvió al Victor. Los MCA almacenados en su hombro izquierdo se incendiaron. No tardó en desencadenarse también una serie de explosiones en cadena de las escasas municiones para el cañón automático que le quedaban.

La placa facial del Victor explotó hacia afuera, pero Dan lanzó un grito de júbilo al ver que la silla de mando de Patrick salía disparada del agonizante ’Mech. La silla se elevó sobre unos diminutos reactores, pero no se alejó lo bastante deprisa del Victor. Una horrenda explosión hizo estremecer al ’Mech y vomitó una cascada de fuego y escoria que se extendió por el rostro de la máquina, alcanzó a la silla de mando y la engulló.

¡No! Dan apartó la mirada del moribundo Victor y, a pesar de las lágrimas de ira y dolor que lo volvían todo borroso, centró la ancha espalda del Warhammer en su visor. ¡Hijo de puta! ¡Ahora verás mi desquite! Dan activó sus retrorreactores y giró la cabeza del Valkyrie 180°.

—¡Eyección!

Unas explosiones arrancaron la escotilla del Valkyrie. Un calor insoportable invadió la carlinga mientras se encendían los cohetes de la silla de mando. La fuerza de gravedad empujó a Dan contra la silla cuando los cohetes lo catapultaron fuera del 'Mech. El ordenador informó: «Todos los sistemas activados»; sin embargo, dado el ángulo de despegue del Valkyrie, la base de la silla topó con la barbilla del ’Mech y aquélla siguió volando fuera de control.

El manco ’Mech ligero chocó contra la ancha espalda del Warhammer entre un estruendo de chirridos metálicos y placas de armadura quebradas. El Warhammer avanzó dos pasos a trompicones e hincó la rodilla mientras trataba de quitarse el Valkyrie de encima. Giró a la derecha, pero resultó inútil. El brazo izquierdo del Valkyrie se había enganchado bajo el hombro del mismo lado del Warhammer y estaba incrustado entre la cabeza y el foco de luz montado en el hombro.

De improviso, el mecanismo de destrucción activado por Dan causó una explosión en el interior del Valkyrie y desencadenó una reacción en cadena en el almacén de MLA. Mientras el Valkyrie permanecía aferrado al Warhammer, los misiles surgieron del escasamente blindado pecho del Valkyrie y explotaron a bocajarro en la columna vertebral del Warhammer. Éste arqueó la espalda, como si sufriera una convulsión, y le estalló la cintura.

Los girorreactores de la silla de mando de Dan se encendieron y Dan perdió de vista al Warhammer. Redirigió su vuelo en dirección a una zona de aterrizaje en el otro extremo del campo de batalla, donde estaría a salvo. Sin embargo, los campos magnéticos que sostenían en vilo a la Bifrost alteraron el funcionamiento de los giróscopos.

La silla de Dan se precipitó hacia el suelo. Resbaló varios metros, aún impulsada por los reactores, y fue a chocar contra un muro de hormigón. Rebotó y volvió a embestir la pared. Dan, casi liberado de la sujeción a la silla, soltó un grito de dolor cuando su hombro se estrelló contra la pared. Oyó que algo rechinaba y se rompía. Entonces lo inundó una oleada de dolor insoportable que lo arrastró a la inconsciencia.

Cuando un médico de la Silver Eagle apretó el cabestrillo que le rodeaba el pecho, Dan sintió un latigazo de dolor en el brazo izquierdo.

—¡Maldición, doctor! —dijo iracundo, sin prestar atención al dolor—. ¡Déjeme ir a verlo!

El médico se mostró inflexible.

—Usted no puede hacer nada.

Dan tragó saliva, tratando de deshacer el nudo que le cerraba la garganta.

—¡No me importa, cabrón! ¡Déjeme ir!

Dan se puso en pie de un salto. Una oleada de vértigo lo golpeó, pero la resistió. Se dirigió al lugar donde habían acordonado una pequeña cámara con sogas y sábanas colgadas entre dos Panthers de los Demonios de Kell. Dan apartó una sábana y contuvo las lágrimas.

Patrick Kell le sonrió débilmente con el rostro ceniciento. Salome y «Gato» se hallaban de pie al otro lado del lecho.

—Me alegro de verte bien, Dan. —La voz de Kell era sacudida por jadeos y muecas de dolor—. Sabía que no te dejarían fuera de combate por mucho tiempo.

Dan agitó la cabeza hacia atrás, en la dirección por donde había venido.

—Ellos están esperándote, Patrick.

El líder de los Demonios de Kell meneó la cabeza, pero logró que aflorara una sonrisa a sus resecos labios.

—Demasiado tarde —dijo—. Tengo las entrañas demasiado destrozadas como para poder sobrevivir, Dan. —La agonía convertía el rostro de Kell en una máscara de expresión atormentada, pero contuvo los gemidos de dolor y miró a Salome—. Prosigue tu informe.

—Las fuerzas de Kurita se retiraron a su Nave de Descenso y volvieron a las Naves de Salto. Sabían que no podrían alcanzar a la Mac ni a la Cucamulus antes de que saltaran, cosa que nuestras naves harán dentro de veinte horas.

Dan se volvió cuando la sábana se descorrió detrás de él. Melissa Steiner entró y cayó de rodillas junto al lecho. Agarró la zurda de Patrick entre las suyas y la apretó con fuerza.

—¡No puedes morir! —susurró con voz ronca.

Detrás de ella apareció Clovis, que se detuvo a los pies del lecho. Andrew Redburn, con el pecho y los brazos vendados, corrió la sábana e hizo guardia en la entrada.

Patrick apartó la mano derecha de la herida del pecho, que se había reabierto durante la batalla, y enjugó las lágrimas de Melissa.

—No llores, prima. No podemos permitir que la heredera del Arcontado llore por un mercenario, ¿no crees? No querrás que Takashi piense que tienes un punto débil.

Patrick rechinó los dientes cuando el dolor volvió a lacerarle el cuerpo. Melissa, desolada, se tocó el rastro de sangre que los dedos de Patrick habían dejado sobre su mejilla y entornó sus ojos de color gris acero. Levantó la mirada hacia los tres Demonios de Kell y Clovis, y luego se volvió de nuevo hacia Patrick Kell.

—Quiero que seas el primero en saberlo, Patrick Kell. Voy a casarme con él. Voy a casarme con Hanse Davion.

Patrick sonrió feliz, olvidando el dolor por unos momentos, y apretó las manos de Melissa.

—Será una boda maravillosa, Mel. Dile que es un hombre muy afortunado. —Hizo una pausa—. Será un gran día. Ojalá pudiera estar allí.

Melissa le estrechó las manos con fuerza.

—Estarás, Patrick. Estarás.

Kell asintió lentamente.

—En espíritu, Mel, en espíritu…

El dolor contrajo todos los músculos del cuerpo de Patrick Kell y le hizo arquear la espalda. Se desplomó de nuevo sobre el lecho, giró la cabeza y miró a Dan.

—Dan, dile…, di a Morgan que lo he comprendido. Dile que, por fin, lo he comprendido. —Miró fijamente los ’Mechs que se alzaban sobre él—. ¿Se supone que tiene que doler tanto? —jadeó. Se volvió hacia Salome y, haciendo un tremendo esfuerzo, logró que su voz sonara firme y clara, elevándola más allá del dolor—. El mando es tuyo, comandante.

Su cuerpo se contrajo una vez más, y Patrick Kell se sumió en el sueño del que no hay despertar.