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Tharkad

Distrito de Donegal, Mancomunidad de Lira

26 de abril de 3027

Ardan Sortek estrechó afectuosamente la mano a Andrew Redburn.

—Buena suerte, Andrew. Que tenga un buen viaje de regreso a casa.

El coronel se retiró y se puso al lado de la heredera del Arcontado. Melissa tomó del brazo a Ardan y salieron de la sala de vips para que Andrew y Misha pudieran estar unos minutos a solas.

Andrew hizo un esfuerzo por reír, pero las intensas emociones que lo embargaban ahogaron su risa antes de que empezara a resultar convincente. Misha se acercó y él la abrazó con tanta fuerza como le permitió el grueso abrigo de lana gris que llevaba ella. Como si los brazos de Andrew fueran un refugio, Misha apoyó la cabeza contra su pecho y le dio un beso en el cuello.

—Te echaré mucho de menos, Andrew.

—Lo sé, Misha, lo sé —dijo él. La besó en los labios y en la frente y la estrechó de nuevo entre sus brazos—. Volveré. —Sonrió con ternura—. No puedo prometerte que vaya a enviarte una holocinta cada semana, ni escribirte una carta cada mes, pero no te olvidaré y volveré.

Los labios de Misha dibujaron una sonrisa tan beatífica que incluso las lágrimas que rodaban por sus mejillas no lograban hacer palidecer su belleza.

—Y yo estaré esperándote —contestó en voz baja.

Andrew la tomó de las manos y la apartó a la distancia de sus brazos para mirarla largamente por última vez. Luego la soltó y entró en el puente de acceso a la Silver Eagle. Se volvió para decirle adiós con la mano a Misha, antes de desaparecer en el oscuro interior de la Nave de Descenso. Andrew se imaginó que abajo, en la puerta para pasajeros de línea comercial, estaría Joana Barker en la fila, esperando para subir a la nave.

Se dirigió a su propia suite y dio una propina de veinte coronas al mozo por llevarle el equipaje. Es bastante distinta de las Naves de Descenso a que estoy acostumbrado, pensó al echar con ojos desorbitados un vistazo a la suite.

Comparado con sus aposentos en Tharkad, el camarote de la Silver Eagle era angosto, pero estaba decorado casi con tanta elegancia como las habitaciones de palacio. Mobiliario fijo dorado, espejos y lámparas de cristal tallado, con telas de raso y ribetes de madera que convertían a aquella suite en una imitación exacta de los barcos que surcaban los océanos de la Tierra varios milenios atrás. El recubrimiento acolchado de las paredes y del techo delataba la diferencia, pero Andrew sabía que la nave lo necesitaba por motivos de seguridad. Si el propulsor de transito se parase mientras estuviéramos fuera de la atracción gravitacional de un planeta, no pesaríamos.

La sala de estar gozaba de un par de sofás de piel en ángulo recto, uno frente a la escotilla de entrada y otro frente a la del dormitorio. Entre ambos había una mesa de superficie de cristal. En la esquina, justo a la izquierda de la escotilla de entrada, dos sillones de piel con cabecera rodeaban una mesa de madera. Sobre la mesa se hallaba un pequeño y discreto holovisor. A su lado, colocados cuidadosamente en unos bastidores, había unos holodiscos etiquetados con los anagramas de varias revistas.

Andrew suspiró. Recordó haber mencionado a Simón Johnson que leía aquellas revistas siempre que tenía oportunidad. Al recordar a Simón… Andrew se estremeció. Ése es un hombre que no me gustaría tener como enemigo.

Una escotilla cerrada, junto a la entrada del dormitorio, daba al cuarto de baño. Entre aquella escotilla y la del dormitorio había un armario de madera. Andrew se aproximó y abrió las puertas de la parte superior. En el interior había un monitor de holovisión y otra unidad, más grande, de reproducción de discos y cintas. En el departamento inferior del armario, encontró una gama de botellas de licor sujetas a bastidores por si se producía una pérdida de gravedad.

Andrew, todavía asombrado, pasó al dormitorio. Era pequeño, aunque la cómoda montada en el mamparo ahorraba espacio. Dos confortables sillas y una mesa redonda de madera se encontraban frente al lecho, que casi oprimía el mamparo exterior. Unas cortinas de gasa y un dosel colgaban sobre la cama de cuatro gruesos postes.

Andrew sonrió. El cortinaje de gasa parecía una red antimosquitos, pero sabía, por literas equipadas de manera similar —aunque no tan lujosas ni mucho menos— a bordo de Naves de Descenso militares, que su utilidad consistía en impedir que la persona acostada en la cama se fuera flotando mientras dormía. Si la nave perdía gravedad, un simple fiador soltaba la red, que se desplegaba sobre el lado abierto de la cama. Unos electroimanes sujetaban la red para que el pasajero no se apartara del lecho. Andrew supuso que sería un brusco despertar ir flotando lejos de la cama y que en aquel preciso momento volviera a haber gravedad.

Andrew volvió a la sala de estar, se tumbó en un sofá y lanzó una carcajada.

—Sí, coronel Sortek —dijo—, creo que voy a tener un buen viaje.

Melissa hizo una mueca cuando el mozo dejó caer sus maletas al suelo al otro lado del umbral de la puerta. Le sonrió, pero no obtuvo respuesta hasta que apretó una corona, con el perfil de su madre grabado en ella, en la húmeda palma de su mano. El mozo se marchó como si temiera contagiarse de su enfermedad. La escotilla rechinó al cerrarse.

—¡Estupendo! —Melissa miró a su alrededor y examinó la habitación, de paredes cubiertas de paneles de madera. Tabaleó con un dedo sobre uno de los paneles—. Plástico con barniz de pseudocelulosa —decidió. Cruzó el camarote, para lo que sólo tuvo que dar tres pasos, y dio un empujón al sofá que estaba frente a la entrada—. Es un sofá-cama desplegable… manualmente.

Cruzó los brazos sobre el pecho y se desplomó sobre el sofá. El camarote, que ella calculó que era el doble de ancho que de largo, no parecía mucho mejor que las descripciones que había oído sobre los cuarteles de algunos de los planetas menos civilizados de la Mancomunidad. Los muebles eran prácticos y, desde luego, mejores que los que había tenido Joana Barker. Sin embargo, era obvio que los habían bajado a aquella cubierta inferior desde las cubiertas de lujo, porque estaban un tanto desgastados. El monitor de holovisión, sujeto a una mesa situada junto al baño que compartía con el camarote adjunto, tenía una pantalla diminuta.

Melissa notó la leve vibración de la nave cuando la tripulación inició la secuencia de ignición de los cohetes de lanzamiento. Las luces perdieron intensidad, porque los motores absorbieron poder del sistema de iluminación. De repente, un gran vacío se abrió en las entrañas de Melissa. Sintió un nudo en la garganta y le tembló el labio inferior. Las lágrimas desenfocaron su visión del camarote.

¡Basta! —Melissa se golpeó la cadera con el puño* derecho—. Joana Barker no estaría llorando ahora. Ésta es su «gran aventura».

Melissa Steiner se frotó la pierna. Pero yo no soy Joana Barker. Soy Melissa Arthur Steiner, heredera del Arcontado. No tengo que vivir en un agujero de rata. Me merezco algo mejor.

En algún rincón de su mente, una voz siniestra agitó sus temores más escondidos. ¿Merecer? ¿Qué te mereces, princesita? Merecer significa haberse ganado algo. ¿Qué te has ganado tú, niña mimada? —Una ronca carcajada pareció resonar en su alma—. Aquí, Melissa Arthur Steiner, comenzaras a ganarte lo que, con tanta arrogancia, crees que te mereces. Mira cómo vive tu pueblo. Soporta las mismas afrentas en tu carne y en tu espíritu. Entonces, y sólo entonces, empezarás a merecerte algo.

—Así pues, teniente Redburn, ésta es la estructura básica de la Silver Eagle. —El capitán Stefan von Breunig señaló el gráfico iluminado emplazado en la parte trasera del puente de mando, construido en el estilo de una carlinga—. Nos diferenciamos de otras naves de clase Monarch porque suprimimos dos hangares de carga e incorporamos más cubiertas de pasajeros. Transportamos trescientos cincuenta pasajeros, más o menos, y hemos ampliado todas las instalaciones para dar cabida a esa mayor capacidad de pasaje.

Andrew asintió y dio unos golpecitos a la imagen del amplia área de comedor situada en el centro del gráfico.

—Veo que tiene una sola área de comedor. Creía que la Monarch había dividido el comedor según la clase de pasaje.

Von Breunig se echó a reír y se pasó la mano por sus cabellos cortos, rubios y canosos.

—Cuando Monopole remozó la Silver Eagle, decidió eliminar las distinciones de clases. La sala-comedor abarca dos cubiertas. —Señaló los mamparos y escotillas más gruesos marcados en el gráfico con líneas gruesas—. Aunque se halla en el centro de la nave, lo hemos reforzado contra un posible desastre. Hemos descubierto que los pasajeros normales tienen así la oportunidad de llegar a ver a celebridades como usted. —El capitán indicó un área más pequeña de la cubierta, en donde se encontraba la suite de Andrew—. Aunque la Silver Eagle tiene unas instalaciones igualitarias, lo que evita costosas duplicaciones de servicios, también disponemos de un área privada para comer y distraerse, si desea huir de los pasajeros de tercera clase.

Andrew pareció sorprendido, pero luego se echó a reír.

—Capitán, si mi gobierno no me pagara las facturas, yo también estaría en tercera. De hecho, como dije antes al contador de navío, espero verme inmerso entre el gentío a las horas de las comidas. —Se encogió de hombros—. Al fin y al cabo, ¿por qué tengo que codearme con tipos que no se dignarían ni mirarme si me pagara mi billete?

El capitán Von Breunig sonrió afectuosamente y alargó la mano a Andrew.

—Una vez más, teniente, permítame darle mi más sincera bienvenida a bordo de la Silver Eagle.