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Tharkad
Distrito de Donegal, Mancomunidad de Lira
11 de enero de 3027
Jeana abrió bruscamente los ojos y el color blanco brillante de las paredes y el techo de la habitación le hirió las retinas. Se frotó de forma inconsciente la zona dolorida de su cuerpo. Estoy aturdida por lo que me clavaron.
Levantó las manos para protegerse los ojos. Bien. No estoy atada. —Entornó los ojos—. El deber de todo prisionero es escapar. Nombre, graduación, número de serie.
Se sentó en el único mueble de la estancia —una silla de madera desvencijada— y escrutó el lugar en donde se encontraba. Todo el techo brillaba con una luz que eliminaba todas las sombras, salvo la que proyectaba la silla. También blanqueaba su mono negro, dándole un tono gris pálido. No era sorprendente que no hubiera ninguna insignia ni etiqueta en la ropa y las zapatillas que le habían dejado. Jeana no tenía ni idea del lugar al que la habían conducido sus secuestradores de Loki.
Oyó un chasquido al otro extremo de la habitación; luego vio la silueta de una puerta delineándose en color gris contra la blanca pared. Se puso de pie y se acercó con paso rápido. Abrió la puerta, la cruzó y se quedó paralizada.
En el centro de la habitación, con los brazos cruzados sobre el pecho, se hallaba la mismísima arcontesa, Katrina Steiner.
—¿Sabes quién soy? —preguntó a Jeana.
Jeana titubeó, mirando fijamente a los grises ojos de la Arcontesa.
—Sargento Jeana Clay, FAML, 090-453-2234-12 —dijo. Se puso firmes e irguió la cabeza. Aunque era tan alta como la Arcontesa, Jeana se sentía como si fuera una enana. ¿Será un truco? ¿Estaré sufriendo alucinaciones?
La Arcontesa sonrió.
—Muy bien, sargento, descanso. Soy la arcontesa Katrina Steiner y este encuentro no es ni un sueño ni una pesadilla.
Indicó con un gesto a Jeana que se sentara en una silla junto a una mesa pequeña. Ella también tomó asiento. Otras dos sillas quedaban vacantes.
Jeana vaciló; luego cruzó la habitación y se sentó. Había visto en incontables ocasiones a la Arcontesa por holovisión o en persona en las ceremonias de revista de las unidades de 'Mechs. Se habían encontrado cara a cara dos años atrás, cuando la Arcontesa hizo la entrega de las medallas de la prueba de triatlón, y todo aquello le confirmaba que no se trataba de ninguna ilusión. Realmente es Katrina Steiner. Pero ¿qué significa todo esto?
La Arcontesa sonrió para tranquilizar a Jeana.
—Deseo hacerte saber que comprendo la tristeza que debe de embargarte por el fallecimiento de tu madre. —Katrina extendió el brazo y la cogió de la muñeca. Sus grises ojos se nublaron ligeramente e hizo un esfuerzo para esbozar una sonrisa—. Aunque ya han pasado diecisiete años, todavía me afecta el recuerdo de la muerte de mi marido. Te acompaño en el sentimiento.
Jeana agachó la cabeza.
—Gracias, Arcontesa —dijo, conteniendo sus lágrimas de culpa y soledad.
Katrina entornó los ojos.
—Te prometo también que el CIL encontrará al asesino de tu madre y dará buena cuenta de él o de ella.
—Gracias otra vez, Arcontesa. —Jeana levantó la mirada—. Perdonadme, pero ¿puedo preguntaros por qué me han traído aquí?
La Arcontesa asintió. Los cabellos dorados que enmarcaban su rostro se agitaron suavemente.
—No puedo darte una explicación por la melodramática forma como has sido conducida hasta este lugar, aunque me han asegurado que era un factor esencial, pero sí puedo responderte a tu pregunta. Estás aquí para que yo pueda pedirte que emprendas una misión muy peligrosa. También se te exigirá una entrega altruista. Es una operación en la que debes concentrarte de forma absoluta y que posiblemente podría acarrearte la muerte.
Gracias a Dios, no es por la otra razón, pensó Jeana, y se irguió todo lo que pudo.
—Lo que sea, Arcontesa. Haré todo lo que me pidáis.
Katrina sonrió.
—No esperaba una respuesta menos entusiasta por parte de un miembro del 24.º Regimiento de Guardias. Aunque todavía no habéis tomado parte en ninguna batalla, vuestra lealtad es incuestionable. No obstante, no quisiera que aceptaras aún una misión que apenas he empezado a describirte. —La Arcontesa recogió una carpeta de la mesa y la abrió—. Ésta misión traerá como consecuencia que no podrás volver a participar en las competiciones de triatlón, que tanto te gustan.
—No importa —respondió Joana.
—Tampoco volverás a ver a tus amigos del 24.º Regimiento —siguió leyendo la Arcontesa.
Jeana se encogió de hombros.
—Todos estamos a vuestro servicio, Arcontesa.
—Ésta misión implicará que probablemente no vuelvas a pilotar un ’Mech —prosiguió Katrina con voz más tensa.
Jeana titubeó.
—Por favor, Arcontesa, antes de que sigáis leyendo, deseo que comprendáis algo: todo lo que soy y todo lo que tengo, se lo debo a Casa Steiner. Hay algunas cuestiones que no aparecen en vuestros archivos, porque no se las confiaría a nadie.
Jeana se miró las manos y luego volvió a cruzar su mirada con la de la Arcontesa. Perdóname, madre, pero debo hacerlo.
—No es ésta la primera vez que nos encontramos, Arcontesa —le dijo.
Katrina Steiner asintió con gesto pensativo.
—Recuerdo haberte entregado una medalla de plata hace dos años.
—No, aquél tampoco fue nuestro primer encuentro —respondió.
La Arcontesa entornó sus grises ojos, y el fuego eléctrico que emanaba de ellos cortó la respiración a Jeana. Bajó la mirada y continuó con timidez, como si confesara un horrible crimen:
—Ocurrió hace veintidós años, cuando yo sólo tenía tres…, en Poulsbo. —Jeana levantó la cabeza—. Vos me cantasteis una canción para que yo no llorase, mientras unos agentes de Loki interrogaban a mi padre en nuestra casa…
La arcontesa se envaró y apretó las comisuras de la boca.
—Tu archivo no dice nada sobre…
—Eso fue obra de vuestro marido. Antes de morir, se aseguró de borrar nuestro rastro de modo que nadie pudiera hallarnos. Mi madre guardó el secreto a todos menos a mí. Creo, Arcontesa, que ni siquiera a mí me lo habría contado, de no ser porque no sabía cómo contestar a las preguntas de su hija sobre su padre. Vos lo conocisteis por su nombre en clave: Grison.
La Arcontesa saltó hacia atrás en la silla. Luego recobró la compostura y sonrió para salir del paso.
—Le debo la vida a tu padre —confesó—. Cuando mi Nave de Descenso aterrizó en Poulsbo, supuse que mi tío Alessandro me consideraría una amenaza a su poder como Arconte. Pero yo era joven y arrogante, y nunca se me pasó por la cabeza que pudiera atreverse a actuar en contra mía. Para mí, el viaje era una mera inspección de rutina en una base militar. Al fin y al cabo, la base de Bangor es un enclave estratégico de la Mancomunidad. —Tomó las manos de Jeana entre las suyas—. ¿Qué te contó tu madre sobre tu padre?
Jeana se sumergió en el mar de recuerdos que habían alegrado su infancia y sonrió.
—Me contó que soy tan alta como él y que tengo sus mismos ojos verdes. Dijo que lo había amado con toda su alma y que él sabía que aquella noche iba a morir. Le avisó que sería peligroso, pero que también pensaba que vos seríais una arcontesa mejor de lo que Alessandro podría ser jamás. También dijo que valía la pena morir por tener una arcontesa como vos.
Los ojos de Jeana se inundaron de lágrimas, y éstas empezaron a rodar por sus mejillas. Katrina alargó el brazo y se las enjugó.
—Tu padre era un hombre valiente, Jeana. Los hombres de Alessandro intentaron raptarme mientras cenaba con el duque de Donegal, Arthur Luvon , mi futuro marido, y su primo, Morgan Kell. Morgan acababa de salir de la Academia Militar de Nagelring y había sido destinado a la guardia personal del duque. Hacía años que yo conocía a Arthur, pero hasta entonces sólo habíamos sido amigos; por eso, encontrarme con él y con Morgan en Poulsbo fue una agradable sorpresa.
»Los agentes de Alessandro nos atacaron, pero conseguimos repelerlos. Huimos en plena noche y nos perdimos en las calles de Bangor. No teníamos idea de dónde podríamos encontrar un refugio seguro, hasta que una noche fue un hombre quien nos encontró a nosotros en un bar oscuro. Se nos acercó y dijo simplemente: “Soy de Heimdall. Loki os está buscando, pero no debe encontraros. Llamadme Grison. Vámonos”.
Katrina apretó con fuerza las manos de Jeana.
—Tu padre era la clase de hombre que puede inspirar confianza con un saludo tan sencillo y directo —continuó—. Yo había oído relatos espantosos sobre Heimdall, la organización secreta que se enfrentaba al CIL y a Loki en particular. Creí todas aquellas historias hasta que tu padre habló con nosotros. En aquel instante supe que Heimdall no representaba ninguna amenaza para mí. Con Loki siguiendo nuestra pista, incluso comprendí que necesitábamos a Heimdall. Los tres acompañamos a tu padre, y aquélla debió de ser la noche en que nos conocimos por primera vez.
Jeana asintió y tragó saliva a pesar del nudo que tenía en la garganta.
—Mi madre me dijo que él organizó un ataque para sacaros de Poulsbo.
La Arcontesa asintió con solemnidad.
—Tu padre y sus camaradas de las células de Heimdall en Bangor nos proporcionaron unos disfraces. Atacaron la zona militar del espaciopuerto de Bangor para que pudiésemos entrar sin ser descubiertos en la zona civil y robar una pequeña lanzadera. Lo logramos y conseguimos escapar. Luego averigüé que robamos la nave de un simpatizante de Heimdall, que encubrió nuestra huida.
Jeana asintió.
—Los hombres de Loki mataron a tiros a mi padre después de que consiguiera volar en pedazos la torre del radar.
El labio inferior de la Arcontesa empezó a temblar.
—Lo sé. Arthur mantenía contacto por radio con tu padre. Hizo explotar la torre para que pudiéramos huir. Lo último que nos dijo fue: «Ahora sois libres. Devolvedle el favor a la Mancomunidad». —La Arcontesa se puso de pie y se volvió—. Intenté averiguar la identidad de tu padre, para premiarlo a él y a los demás, pero nunca pude romper el sistema de seguridad de Heimdall. Creo que ni siquiera ComStar sabe lo que es Heimdall. —Apretó los labios hasta que no eran más que una línea y se volvió hacia Jeana—. Pude sujetar las riendas del CIL y Loki ya no sigue haciendo de las suyas. —Señaló la carpeta con un movimiento de cabeza—. Si lo hubiera sabido, nunca habría permitido que fueran agentes de Loki los que te trajeran aquí. —Se llevó las manos a la espalda y prosiguió—: Sin embargo, y en vista de los sacrificios realizados por tu familia, no puedo permitir que emprendas esta misión. Lo menos que puedo hacer para honrar la memoria de tu padre es liberarte de ella.
Jeana se puso en pie de un salto.
—¡No, Arcontesa! No podéis negarme esta oportunidad de serviros. Ya me habéis recompensado a mí, y a los miembros de Heimdall, en muchas ocasiones.
Jeana calló bruscamente, pero sabía que Katrina merecía saber toda la verdad. Inclinó la cabeza y terminó su confesión:
—Vuestro marido era miembro de Heimdall. Lo fue durante años y, aunque ni él ni mi padre se reconocieron, el duque de Donegal confió en mi padre. Más tarde, en los cinco años que le quedaban de vida, vuestro marido se encargó de que las familias y los miembros de la célula de Poulsbo estuvieran bien atendidos. —Señaló la carpeta que había estado leyendo la Arcontesa—. Vuestro esposo ideó la reelaboración de mi archivo biográfico y nos facilitó diversos privilegios. Fui a Slangmore con una beca que él tramitó y estoy segura de que también prestó asistencia a los hijos de las demás personas que os ayudaron. Como os dije antes, todo lo que tengo y todo lo que soy os lo debo a vos.
La Arcontesa fue a decir algo, pero Jeana no quería que la interrumpiera.
—Mi padre murió porque creía en lo que vos haríais por la Mancomunidad como arcontesa. Dijisteis que me evitaríais este difícil honor para honrar la memoria de mi padre. Pero aceptar esta misión significaría para mí el mayor tributo que puedo prestar a su memoria. La razón por la que me hice MechWarrior fue para continuar con lo que él creía. Aunque implicaba perder a su hija, mi madre nunca se arredró ante la misma misión. —Jeana abrió las manos—. Ahora no tengo nada ni a nadie, salvo a vos y la Mancomunidad. ¿Qué podríais pedirme que yo no estuviera dispuesta a llevar a cabo?
La Arcontesa irguió la cabeza y clavó su mirada en Jeana con una expresión terrible.
—Lo que te pido es una total sublimación de tu personalidad. De hecho, Jeana Clay dejará de existir. Deberás someterte a una pequeña intervención de cirugía de reconstitución. Pasarás los próximos seis meses en un entorno de aprendizaje intensivo, donde todo lo que eres será destrozado y descartado. Aprenderás a hacerlo todo de otra manera y no recibirás ni medallas ni aplausos por tus esfuerzos. En realidad, el mejor indicador de tu éxito será el anónimo más absoluto. —La Arcontesa señaló la carpeta que contenía la mayor parte de los detalles de la existencia de Jeana Clay—. Si aceptas esta misión, serás olvidada para siempre.
A modo de respuesta, Jeana se limitó a ponerse firmes. La Arcontesa asintió lentamente.
—Johnson tenía razón. Eres una aspirante excelente. —Se incorporó y ayudó a Jeana a levantarse también. Katrina Steiner miró a los ojos a la muchacha y le preguntó—: Jeana Clay, ¿aceptas asumir el papel de ser el doble de mi hija a partir de ahora y para siempre?
Albert Tompkins observó cómo los miembros del 24.º Regimiento de la Guardia Lirana se alejaban por el sendero de grava, perdiéndose entre la bruma. El anciano se enjugó las lágrimas de las mejillas y depositó una rosa blanca sobre la tierra removida.
—Descansa en paz, Jeana Clay. Aunque tu vida ha llegado inesperadamente a su fin, has sido el orgullo de todos los de Heimdall.