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Styx
Distrito Militar de Dieron, Condominio Draconis
26 de mayo de 3027
El capitán Von Breunig se apartó violentamente de la puerta. Los agujeros de bala abiertos en su pecho dibujaban una línea roja irregular desde el esternón al hombro izquierdo. El fusil automático saltó de sus inertes dedos y chocó contra la pared mientras el capitán se desplomaba sobre el suelo de hormigón.
Melissa se apartó de su cuerpo agonizante, pero el cable que conectaba sus auriculares con la consola de hologramas se tensó y le tiró de la cabeza hacia atrás. Melissa perdió el equilibrio al tiempo que le saltaban los auriculares de la cabeza, y cayó también al suelo. La pistola enfundada se le hincó en la carne y Melissa chilló de dolor.
Erik Mahler se levantó a medias de detrás de la improvisada barricada que protegía la puerta del puesto de mando. Disparó una prolongada ráfaga de su fusil automático y se volvió hacia Melissa.
—¿Le han dado?
—¡No!
Entre los gritos de Melissa, Erik miró hacia atrás y señaló la puerta. Un ninja de las FIS había saltado sobre la barricada y estaba levantando su katana para asestar un mandoble. Mahler disparó a quemarropa mientras la hoja se clavaba en su hombro izquierdo. El Hauptmann retirado retrocedió hacia la derecha, pero sus disparos habían rajado al ninja desde el ombligo hasta la garganta y el cuerpo sin vida cayó de la barricada.
Otro ninja, vestido como una sombra y oliendo a muerte, saltó sobre el parapeto y golpeó a Mahler en la sien con la empuñadura de su espada. El seco golpe derribó a Mahler y lo dejó gimiendo sobre un charco de sangre que crecía lentamente. El ninja gruñó de satisfacción y se concentró en Melissa.
Levantó su visor de visión circular y sonrió, mostrando los irregulares dientes que llenaban su boca.
—¡Ah!, la hemos encontrado aquí y no en la Silver Eagle. Esto hace mucho más agradables las cosas. —Avanzó hasta ponerse sobre ella. Bajó la mano para tocarle sus largos y dorados cabellos y volvió a sonreír—. Me alegra mucho conocerla, Melissa Steiner. Le traigo los saludos de nuestro Coordinador.
Melissa rodó para ponerse de espaldas y su mano derecha rodeó la culata de la pistola que no había querido llevar. Levantó la funda y apretó el gatillo.
Fuego y metal brotaron de la funda con furia volcánica. La primera bala perforó el estómago del ninja y lo hizo incorporarse. Los dos disparos siguientes le atravesaron el pecho. El ninja giró y pareció blandir la katana incluso mientras encontraba la muerte. Acabó cayendo sentado contra la pared de cristal desde donde se divisara la Silver Eagle. Su katana tintineó en el hormigón a su lado.
Melissa, temblando y con los ojos bañados en lágrimas, contempló al hombre que acababa de matar. El fuerte olor a humo casi enmascaraba el agridulce olor de la sangre. Con la mano izquierda, trató torpemente de limpiar la sangre que le había salpicado los pantalones manchados de sudor. ¡Dios mío, he matado a un hombre!
El brutal bofetón de Clovis la devolvió a la realidad.
—Está muerto —dijo hoscamente el enano—. Nosotros, no. Muévete.
Temblorosa, Melissa levantó la mirada hacia Clovis. Éste le señaló, con un rechoncho dedo, un panel abierto debajo de las consolas en las que trabajaba.
—El ordenador necesita ventilarse y podemos escapar por los túneles. Vámonos.
Melissa se adentró a gatas en la oscuridad. Clovis metió dos rifles automáticos detrás de ella y, tras despojarse de los zancos, se hincó de rodillas y la siguió por el pasadizo. Una vez dentro, se volvió y cerró el panel.
Melissa no hizo ninguna seña clara a Clovis de haber oído sus instrucciones, pero se arrastró de acuerdo a ellas. Tanta muerte y destrucción por mi culpa. Andrew y el capitán Von Breunig, muertos por mi culpa. Hilda Mahler, viuda por mi culpa. Los hombres de los equipos de fuego, que nunca supe cómo se llamaban, muertos por mi culpa. No me he ganado esta clase de lealtad. ¿Por qué?
Clovis agarró a Melissa por el tobillo para que se detuviera. Melissa se volvió y lo miró. Necesitó un momento, pero al fin comprendió lo que quería decir con sus vehementes gesticulaciones. Ambos deslizaron al unísono el panel que estaba sobre ellos.
Clovis sacó la pistola de Melissa de su funda y la sostuvo a duras penas con sus dos diminutas manos. Luego se irguió muy despacio y escudriñó la habitación. Confiando en que no había ningún peligro inminente, dio un tirón a Melissa para que se incorporase también.
—No hay moros en la costa, Arcontesa. No olvide los fusiles.
Melissa se volvió.
—No. Ya he visto demasiados crímenes. No voy a recogerlos.
La furia deformó los pocos rasgos de Clovis que podían distinguirse en la penumbra.
—¿Qué demonios cree que está sucediendo aquí? Esto no es un holovídeo. ¡Esto es la guerra!
—¡Qué diablos! Eso ya lo sé. —Melissa se mordió el labio inferior para que no siguiera temblando, pero sólo consiguió que la agitación se trasladase al resto de su cuerpo. Las lágrimas resbalaban por la mascarilla de polvo que le había cubierto la cara mientras avanzaba por el túnel—. Sé que es real. Sé que Andrew no volverá. —Apartó la mirada del enano—. No quiero que haya más muertes.
Con más fuerza de la que podía concebir Melissa, Clovis la agarró por la hombrera de su blusa y la obligó a mirarlo.
—No me importa lo que usted quiera, y estoy seguro de que un buen puñado de kuritanos locos piensan como yo. Yo llevaré las armas, pero ni siquiera puedo sostener esta puñetera pistola. —Meneó la cabeza y miró con asco sus gordezuelas manos—. ¡Estupendo! El sueño de mi vida: un enano en la Corte. Y me peleo con una princesa mimada que cree que los campesinos le deben la vida.
Melissa sujetó violentamente a Clovis por la camisa.
—¡No me vuelva a decir eso! ¡Yo no me merezco nada de lo que esta ocurriendo! —Lo soltó y se cubrió el rostro, bañado en lágrimas, con ambas manos—. ¿Por qué tienen que morir por mí?
Melissa sintió de nuevo la mano de Clovis sobre su hombro, pero esta vez no la obligó a mirarlo y le habló en un tono más suave.
—Lo había olvidado. No es usted más que una niña. Oiga: la razón por la que luchamos, la razón por la que Von Breunig, Redburn y los demás han muerto por usted, no es por lo que usted es. Nadie, salvo los personajes de los cuentos de hadas, da su vida por unos rizos rubios y unas bonitas piernas. No es por eso por lo que luchamos.
Melissa apartó las manos de la cara. Se volvió y miró a los castaños ojos de Clovis.
—Entonces, ¿por qué? ¿Por qué combaten?
El enano se encogió de hombros.
—Combatimos por el futuro. Todo el mundo tiene que esperar, de algún modo, que su vida va a cambiar las cosas para mejor. Por supuesto, los kuritanos ven el futuro muy distinto de como lo vemos nosotros, pero esos ninjas y los ’Mechs que se acercan, también quieren cambiar las cosas.
»Usted representa el futuro. No luchamos por usted ni a causa de usted. Luchamos para que nuestra visión del futuro, de la cual usted forma parte, se imponga a la visión del futuro de ellos. Si usted muere aquí, muchos sueños morirán también.
Melissa desvió la mirada hacia las armas que yacían en el suelo del túnel.
—Pero no sé si podré volver a disparar un arma —admitió.
Clovis recogió la pistola de Melissa y se la ofreció.
—Si usted no está dispuesta a luchar por el futuro, ¿quién lo estará? —Clovis miraba al frente mientras hablaba, como si pudiera ver a años luz de distancia—. Además, usted y yo tenemos el deber de proteger a la Mancomunidad. Los draconianos vienen tras nosotros, pero fue alguien de la Mancomunidad quien planeó su secuestro. Tenemos que salir de aquí para impedirles que se beneficien de este pequeño ejemplo de traición.
Aunque no dejaba de derramar lágrimas y tenía una expresión compungida en el rostro, Melissa recogió los fusiles automáticos. Se apartó un poco y dejó que el enano llevara la delantera.
Clovis salió del agujero y fue hacia la puerta. Melissa lo siguió. Salieron de la habitación y recorrieron el pasillo sigilosamente. Caminaban alejándose del centro de mando. No tardaron en llegar a una escalera de ingeniería que bajaba al nivel Eco.
—Me parece recordar que el vizconde Monahan solía atracar su mininave en el pequeño hangar de atraque —dijo Clovis, sonriendo—. Solía viajar a algunos de los asteroides explotados por la compañía en este sistema. A menos que los ninjas de los FIS la hayan destruido, podemos usarla para escondernos en otro asteroide.
Melissa asintió y bajó por las escaleras. Luego cubrió a Clovis mientras era él quien descendía. Por fin, al pie de la escalera, Melissa examinó el pasillo exterior e hizo una seña de que no había peligro.
Cuando se apartó del umbral de entrada, todo lo que atisbo fue un leve movimiento. Un ninja, aferrado a la pared sobre el dintel, cayó sobre ella. Le rodeó el cuello con su grueso brazo y le quitó el fusil de una patada. Aunque ella intentó empuñar la pistola que llevaba sobre la cadera derecha, el hombre le dejó el brazo entumecido de un golpe seco con la diestra y la arrojó contra la pared. Melissa se quedó aturdida cuando su cabeza chocó con la superficie de hormigón. Entre las luces que bailaban en su cabeza, vio que el ninja atenazaba con un movimiento de tijera a Clovis y lo derribaba. Con un fluido movimiento, desenvainó la katana y la alzó a la altura de la oreja derecha, al tiempo que Clovis levantaba una mano para tratar de protegerse del mandoble.
—¡No! —exclamó Melissa con todo el poder y la autoridad que pudo conjurar—. Yo soy Melissa Steiner. No lo mate.
El ninja, habituado a obedecer órdenes, se envaró y se volvió hacia ella. Bajó la espada e hizo una profunda reverencia.
—Es un honor, heredera del Arcontado —dijo, y señaló la escalera—. Debe seguirme hasta mi comandante.
Melissa vio que algo tiraba del hombro izquierdo del soldado y empezaba a hacerlo girar aun antes de que oyera el disparo. Sin pensarlo de manera consciente, desenfundó la pistola con la mano derecha. Cuando el ninja miró hacia el pasillo y buscó la carabina que pendía de su cadera, Melissa empujó la pistola automática contra su estómago y apretó el gatillo.
El ninja danzó hacia atrás, convertido en un amasijo de miembros y sangre. El moribundo se agarró el vientre con las manos y gritó, pero Melissa no sintió compasión ni remordimientos. La invadió una cólera despiadada, dirigida contra la gente y los sucesos que la habían obligado a matarlo. Tal vez ahora he empezado a ganarme lo que sera mío. Antes de que pueda aceptar la responsabilidad de los demás, debo ser responsable de mí misma. En aquella ocasión, ninguna risa burlona la acució desde lo más profundo de su ser.
Apuntando aún con la pistola al ninja muerto, Melissa miró hacia atrás, en la dirección por la que había venido el primer disparo. Apoyado en la pared, exhausto y con la ropa hecha jirones, el teniente Andrew Redburn bajó lentamente su fusil. Su guerrera de color verde oscuro estaba desgarrada casi por completo por su lado izquierdo y sólo una tira de tela empapada en sangre unía el puño y la hombrera de la manga izquierda Los pantalones no los tenía en mejor estado y algunos fragmentos todavía no se habían apagado del todo Redburn tosió convulsivamente e hincó la rodilla.
Tras mirar por última vez al hombre de las FIS, Melissa echó a correr por el pasillo, seguida de cerca por Clovis.
—¡Andrew! ¡Estás vivo! ¡Gracias a Dios!
Melissa le tocó una mejilla. La sangre que manaba de sus orejas le mojó la mano.
Andrew volvió a toser e hizo una mueca de dolor. Una gota de sangre resbaló por la comisura derecha de su boca.
—Sí…, bueno, de eso se trataba, ¿no?
Clovis lo miró fijamente.
—¿Estás muy malherido?
Andrew se encogió de hombros.
—Me he fracturado varias costillas y tengo los tímpanos doloridos por la explosión. No oigo muy bien y creo que el pulmón derecho está perforado. Sólo me duele cuando respiro. Aunque esto no es nada comparado con lo que le pasó al tipo que tenía sobre mis rodillas. Su cuerpo me protegió de la explosión.
Melissa hizo un esfuerzo por sonreír.
—Clovis conoce una pequeña nave que está atracada en el hangar. ¿Puedes caminar?
Andrew asintió y se puso en pie a duras penas.
—¡Diablos! ¡Con tal de escapar de esta roca, sería capaz de ponerme a bailar!
Melissa intentó echarse su brazo izquierdo al hombro para tratar de sostenerlo, pero Andrew se resistió.
—Necesitas tus manos para empuñar uno de los fusiles —le dijo—. Con suerte, el tipo al que disparó era el único apostado en este nivel. —Andrew señaló al ninja muerto—. Clovis, recoge su pincho moruno. Necesitas un arma.
El enano empuñó el tanto y se adelantó por el pasillo. Los tres avanzaban con cautela. Pese a que Melissa había caído en la anterior trampa del ninja, ambos hombres la miraban para que les indicara por dónde debían proseguir. Respondiendo a su confianza, Melissa escrutaba cada sección de pasillo y señalaba en silencio lo que a ella le parecía la mejor senda.
Avanzaron con cuidado entre los restos de una larga batalla aún no acabada. Cuando llegaron al lugar donde el equipo de Andrew había muerto en una explosión, el hedor a sangre y carne quemada fue demasiado para Melissa, que cayó de rodillas y vomitó. Sin embargo, se negó a aceptar la ayuda de ambos hombres, que querían ponerla de pie. Redimiré el sacrificio de todas estas vidas —juró Melissa en silencio—. Haré que los conspiradores paguen por ello…
Siguieron caminando por los corredores destrozados por la batalla, pero nada más interrumpió su rápido avance. Incluso Melissa notó que estaba sonriendo cuando llegaron al pasillo que conducía al hangar de atraque más pequeño.
—Ya llegamos, caballeros —anunció. Hizo una seña a Andrew para que ocupara su sitio y echó a correr por el pasadizo. A mitad de camino, aminoró el paso hasta detenerse.
Andrew se puso a su lado y su fusil tintineó contra el suelo de hormigón junto con el de Melissa. Clovis se asomó al recodo y se dejó caer contra la pared meneando su desproporcionada cabeza.
—Estábamos tan cerca…, tan cerca…
Los tres levantaron las manos en el signo universal de capitulación.
Un Panther les cortaba el paso. Con una elegante inclinación del torso, el ’Mech y su piloto aceptaban su rendición incondicional.