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Pacífica (Chara VII)
Isla de Skye, Mancomunidad de Lira
24 de mayo de 3027
El sargento primero Nicholas Jones casi saltó fuera de su piel cuando se encendieron las luces de la sala de entretenimiento. Todos los Demonios de Kell rodearon a su Tech de enlace de la Mancomunidad de Lira y lo aplaudieron a rabiar. Jones retrocedió hacia la puerta de la abarrotada habitación, agarrándose el pecho con las manos simulando un ataque cardíaco, pero Rob Kirk lo atrapó y le impidió escapar.
El teniente coronel Patrick Kell se adelantó.
—¿El sargento primero Nicholas Jones? —Sus rasgos se endurecieron y el sargento primero se puso firme. Hizo un saludo que Kell devolvió con gesto marcial—. Descanso, sargento. Aquí todos somos amigos.
Nuevos vítores atronaron en la sala, mientras una sonrisa florecía en el rostro de Jones. Kell levantó la mano y sus hombres volvieron a guardar silencio.
—En honor a sus treinta años de servicio, sargento, deseamos regalarle algunas muestras de nuestro aprecio por usted.
«Gato» Wilson salió de la multitud y envolvió los hombros de Jones con una chaqueta parda de cuero. Al bajar la mirada, el sargento vio la insignia de los Demonios de Kell sobre el lado izquierdo del pecho y los galones de capitán en las hombreras.
—Señor, no entiendo…
Kell sonrió y una carcajada se extendió por todo el gentío.
—Es muy sencillo, capitán Jones. Ha sido ascendido; a título honorífico, de hecho. Ahora lo confirmaremos en el ordenador y así constará en su viaje de regreso. Espero que nadie lo descubra y pueda cobrar una pensión más elevada, pero tal vez no dé resultado. Sin embargo, como mínimo viajará en clase de lujo de vuelta a Tharkad.
—Pero, señor, no me iré hasta dentro de seis meses, porque la lntrepid parte mañana y aún no se me ha ordenado que suba a ella.
El agradecimiento que Jones sentía por aquel regalo chocaba con sus deseos de no abusar de ello en Pacífica.
Kell se echó a reír y Salome Ward trajo al sargento una jarra de cerveza negra.
—Capitán, ¿acaso permitiríamos que ocurriera algo así? —le preguntó, y le indicó que la acompañara a una mesa situada al fondo de la sala de entretenimientos—. Todo lo tenemos bajo control.
Dos pisos más arriba, los dedos de Meg Lang danzaban sobre el teclado del ordenador central de Pacífica. Austin Brand se hallaba de pie detrás de ella, con las manos apoyadas sobre sus hombros, apenas iluminada su figura por el círculo de luz procedente de la linterna de Dan. Austin miró a Dan y sonrió alegremente.
Dan, apoyado contra el propio ordenador, sonreía con benevolencia y mantenía la luz enfocada sobre Meg. Me alegra que hayáis arreglado lo vuestro, Meg.
La joven jadeó ligeramente y Dan se inclinó hacia adelante.
—¿Lo tienes? —le preguntó.
Ella asintió y Brand le apretó con suavidad los músculos de la parte posterior del cuello. Meg miró a Dan.
—Lo tengo, mi capitán. ¿Sólo quiere que adelante la fecha en un día?
Dan asintió.
—Sí, en cuanto el reloj rebase la medianoche. En Pacífica, el día veinticinco se convertirá en el veintiséis. Confundirá a algunos, pero así Jones podrá partir en la Intrepid. —Dan se rio para sí—. También causará algunos problemas a los aeromóviles, pero estoy seguro de que a O’Cieran no le importará.
El Chu-i Oguchi no podía disimular su nerviosismo. El Sho-sa Kamekura reflejó su disgusto al contemplar a su subordinado. ¿No puede comportarse con mayor serenidad, Oguchi? Mientras lo miraba en la penumbra, Kamekura movió ligeramente la cabeza.
—Hai, ¿qué sucede?
Oguchi tragó saliva.
—¡Estamos a día veintiséis, Kamekura-san!
—¡¿Qué?! —El rugido de Kamekura resonó en la caverna e hizo que varios soldados se quedaran paralizados del susto y luego se perdieran de vista apresuradamente—. ¿Cómo es posible?
—No lo sé, Kamekura-san. Activé una alarma en mi terminal de ordenador que debía sonar cinco minutos después de la medianoche del día veintiséis, y acaba de empezar a pitar. Lo he comprobado ¡y hoy es el veintiséis! —El Chu-i miró de forma inexpresiva a su comandante—. ¿Qué vamos a hacer ahora?
Kamekura se incorporó de manera tan brusca que se golpeó la cabeza contra el bajo techo. Maldiciendo en voz baja, se palpó el cráneo por si se había hecho sangre, pero al bajar la mano la vio limpia y seca.
—Es obvio, Oguchi-kun. Vamos a atacar. Nuestra infantería ninja llegará allí a las cuatro de la madrugada y volará los barracones de la infantería aeromóvil. Otros entrarán sigilosamente en el edificio principal y matarán a los oficiales. El resto liquidará a todos los MechWarriors que puedan encontrar y luego nuestros Panthers destruirán sus últimos focos de resistencia.
Dan Allard sujetó su escopeta de carga automática por la culata y se acercó a la ventana del Centro de Mando. Apartó la persiana y se rio al mirar al exterior.
—Ven a ver esto, «Gato». La mitad de los chicos de O’Cieran están borrachos, y la otra mitad, dormidos.
«Gato», que estaba inclinado sobre el escritorio, se incorporó.
—Son las tres y media de la madrugada. Deberían estar durmiendo. —Echó un trapo sobre el fusil de asalto que había desmontado y que acababa de limpiar. El corpulento hombre negro se unió a Allard junto a la ventana y se rio con voz ronca—. Rick los hará marchar a toda pastilla dentro de unos momentos y convertirá eso en un ejercicio de preparación militar.
Dan asintió y volvió a su silla. Echó un vistazo a los siete monitores que le informaban de las diversas alarmas conectadas a lo largo del perímetro de la base. Escribió información en un teclado y frunció el entrecejo cuando el ordenador le devolvió más datos.
—¡Maldita sea! Parece como si un sensor de infrarrojos se hubiera estropeado en el sector norte.
«Gato» también frunció el entrecejo y empezó a montar el fusil de nuevo.
—¿No se fueron los aeromóviles en esa dirección? Tal vez lo hayan averiado para obligarnos a salir y vengarse así de nuestro plan para sacar a Jones del Planeta.
—No —contestó Dan—. O’Cieran los condujo al sur, lejos del Pantano de Branson. Dijo que sus hombres lo conocían tan bien que estaban volviéndose descuidados. —Dan tecleó rápidamente—. ¡Rayos! El viento que sopla del pantano debe de haber tumbado el sensor o lo habrá cubierto con hojas, porque no recibo nada.
«Gato» enroscó de nuevo el cañón del arma, con lo que acabó de montarla, y lo encajó con un chasquido.
—¿Quieres que vaya a echar una ojeada?
—Seguridad en los números, ¿recuerdas? —dijo Dan—. Llamaré a Salome y le diré que ocupe nuestro lugar mientras vamos a examinar el estado del sensor. Sólo tardará un par de minutos en bajar.
Salome llegó cuando «Gato» y Dan ya se habían puesto unos uniformes de combate que estaban guardados en la taquilla de seguridad situada junto a la puerta. Tras subirse la cremallera delantera de su chaqueta ablativa, Dan señaló el monitor.
—El sensor norte número cuatro comenzó a hacer cosas raras hace unos quince minutos. Los análisis de comprobación con otros rastreadores no indican nada, pero…
Salome asintió y dejó su subfusil sobre la mesa.
—Id a quitarle las hojas de encima. Yo me tomaré una taza de café caliente hasta que regreséis.
—Vale —se rio «Gato», palmoteando en el hombro a la pelirroja—. Me parece bien.
Aquí hay algo que no encaja, pensó Dan mientras recorría el pasillo hasta la escalera. Levantó el fusil con cautela y apuntó hacia el hueco de la escalera. «Gato», dio la vuelta para cubrirlo mientras bajaba. En cuanto Dan llegó al pie de la escalera, cubrió el pasillo e hizo señas a «Gato» para que lo siguiera.
Ambos hombres cruzaron con cautela el pasillo que conducía al hangar de los 'Mechs. No vieron nada, aunque Dan se sobresaltaba por el menor ruido. «Gato», como siempre, mantenía una actitud serena, pero Dan se fijó en las bruscas miradas que lanzaba hacia cada sombra que se moviese.
Dan llegó junto a la puerta y se asomó a la estrecha ventana. Se agachó deprisa y volvió a mirar.
—Hay alguien ahí fuera. Cerca de mi Val.
«Gato» atisbo por la ventana y asintió en señal de confirmación. Con la mano izquierda, señaló a Dan e hizo un ademán circular hacia la izquierda. Luego se señaló a sí mismo e hizo el mismo gesto a la derecha. Dan asintió, apoyó la mano en el pomo de la puerta y lo giró despacio. Asintió de nuevo a «Gato» y abrió la puerta de par en par.
«Gato» cruzó la puerta a toda velocidad y giró a la derecha. Dan lo siguió y fue a la izquierda. Corriendo a ciegas, se metió entre dos cajones de piezas. Salió de improviso y se apoyó contra el cajón más voluminoso para mejorar su puntería. Su dedo se dobló sobre gatillo.
De súbito, Dan aflojó el gatillo y levantó el arma hacia el techo.
—¡Dios mío, Jonesy! ¿Qué estás haciendo aquí?
Dan tragó saliva y contempló al hombre que se encontraba frente a él, mirándolo con los ojos desorbitados. El sargento Jones parecía aún más sorprendido que en la fiesta de la tarde.
—Lo siento, señor, pero no podía dormir. Bajé aquí… Bueno, bajé para… —Miró con ternura a los ’Mechs que se alzaban silenciosos ante él.
«Gato» salió de entre las patas de su Marauder.
—Bajaste para despedirte —acabó. Aunque su cara se mantenía inexpresiva, en sus palabras había un matiz de respeto.
—¡Diablos! —exclamó Jones—, uno ha trabajado con esas cosas durante tanto tiempo que empieza a considerarlas como amigas suyas. —Sonrió y señaló el Jenner que pilotaba Eddie Baker—. A aquél solía llamarlo «creador de viudas», por todos los pilotos que perdió. Luego se lo dio usted a Eddie, un hombre al que yo había adiestrado, un fuera de serie. Ahora lo llamo «el invencible».
Ambos MecaGuerreros se miraron y sonrieron.
—¡Caray, Jones! Por poco te despides de verdad. —Señaló a «Gato» y luego a sí mismo—. Vamos a comprobar el estado del sensor del norte. Vuelve a tener hojas mojadas.
—Imposible —dijo Jones—. Le puse una pantalla esférica para que no le cayeran hojas encima.
Dan se volvió hacia «Gato», pero no tuvo la ocasión de hablar. Fuera del hangar de ’Mechs, una explosión de llamas rojas incendió los barracones de las tropas aeromóviles y los aplastó como una pitón de Poulsbo. La onda expansiva reventó las mismas ventanas del hangar de ’Mechs que la explosión había iluminado con luz blanca apenas unos segundos antes. Los fragmentos de cristal volaban por todo el hangar y se convertían en polvo al chocar contra las patas de los ’Mechs. El piso tembló y derribó sobre el suelo de hormigón armado a los tres hombres.
Un rugido retumbó en el hangar de los ’Mechs, casi ahogando la explosión secundaria que arrancó una puerta de sus goznes y la envió por los aires hacia el hangar. Unas figuras vestidas de negro pasaron en masa entre el humo y el fuego que rodeaban el umbral, y se adentraron en las oscilantes y quebradas sombras que se estremecían en el hangar.
«Gato» fue el primero en rodar y ponerse en pie. Disparó una larga y mortífera ráfaga a los draconianos. Un ninja, plantado en el umbral de la puerta, hizo casi una explosión y salió despedido hacia atrás. Otros dos, ambos a la derecha de la puerta, chocaron contra la pared y se deslizaron hasta el suelo como muñecos de trapo, manchando el muro de sangre a medida que iban resbalando.
Jones desenfundó su pistola, pero Dan le dio un empujón en dirección a la entrada trasera.
—¡Ve al Centro de Mando y díselo a Ward!
Mientras el sargento iba arrastrándose por el camino que había seguido Dan para entrar en el hangar de los ’Mechs, éste se arrastraba hacia su Valkyrie. Un ninja se acercó entre las patas del Thunderbolt de Kell y apuntó con su ametralladora a «Gato». Sin embargo, antes de que pudiese dispararle, los disparos de fusil de Dan lo partieron en dos.
Las balas silbaban por el aire y rebotaban en los ’Mechs. Una de ellas golpeó a Dan en el estómago y lo hizo girar a la izquierda. Se dobló sobre sí mismo y chocó sin aliento contra un cajón de madera. De algún modo, logró hincar la rodilla antes de caer al suelo. Reprimió un grito de dolor y vio que su atacante corría a ponerse a cubierto. Le apuntó con el fusil, sosteniéndolo con una sola mano, y disparó dos ráfagas. La primera le acertó en el hombro derecho y lo hizo girar. La segunda le segó las piernas y lo derribó al suelo.
Dan palpó el lugar del impacto de la bala con la zurda y sacó el cartucho de la protección del uniforme. Volvió rápidamente al sitio donde «Gato» estaba disparando cortas ráfagas a los ninjas que se aproximaban.
—Deben de ser una docena y todos llevan esos malditos visores de visión circular.
«Gato» tosió.
—Once —puntualizó. Dan oyó tabletear una vez el arma. Contestó un grito ahogado, pero el martilleo de un arma lo interrumpió—. ¿Te han dado?
—Un rasguño —dijo Dan, dándose unas palmadas en el chaleco—. Detuvo la bala, pero todavía siento como si un Rifleman me hubiese dado una patada.
«Gato» soltó un bufido y señaló hacia atrás al Wolverine de Ward.
—¿Los ves allí, más allá de los Panthers que hemos reconstruido?
—Sí. Parece como si estuvieran agrupándose. —Dan frunció el entrecejo—. ¿Un ataque suicida?
«Gato» se encogió de hombros.
—No entiendo a los kuritanos. ¡Maldición! Ahí vienen.
La infantería de Kurita se aproximaba, avanzando de sombra en sombra con las espadas desenvainadas. Dan se incorporó, golpeó con su fusil en el pecho de un ninja y apretó el gatillo. El arma escupió una nube de metal caliente y fuego que atrojó hacia atrás a la figura de negro, convertida en un amasijo de miembros inertes.
El comando kuritano que se hallaba detrás se aproximó demasiado deprisa a Dan para que éste pudiese apuntarles. El MechWarrior giró el fusil y golpeó con su cañón la espada del ninja. La espada se hincó profundamente en el metal del arma y Dan la torció. Con un ágil movimiento, arrancó la hoja de la mano del hombre y proyectó la culata contra el visor del ninja. El dispositivo se hizo pedazos y varios fragmentos de metal y vidrio se clavaron en el rostro del ninja. El kuritano aulló de dolor en su propio idioma, llevándose las manos a los ojos y alejándose con paso tambaleante.
«Gato» se incorporó, apoyó su fusil automático en la cadera y disparó. Abrió una línea irregular de orificios en el pecho de un hombre y lo lanzó contra el Valkyrie de Dan. Un segundo ninja giró entre las sombras mientras las balas lo partían en dos desde la cintura hasta el hombro. Un tercero cayó hacia atrás cuando los cartuchos le perforaron la garganta y el pecho.
A su derecha, Dan vio que algo se movía en el umbral de la puerta.
—¡Demonios de Kell, abajo! —gritó alguien.
Dan arrojó su fusil, ya descargado, a los ninjas más próximos, se lanzó sobre «Gato» y ambos cayeron al suelo de hormigón armado.
Otra explosión laceró el hangar de los ’Mechs cuando el capitán honorario Nicholas Jones disparó el lanzador de infiernos que llevaba al hombro. Los dos misiles gemelos salieron del lanzador con una lengua de llamas escarlatas y explotaron convirtiéndose en una dorada nube de fuego. Unos tentáculos de fuego se extendieron por el suelo, cubriéndolo con una alfombra ígnea, y llenaron el aire de humo negro y denso.
Aunque habían sido concebidos como armas anti’Mechs, los cohetes de tipo infierno aniquilaron a los restantes guerreros kuritanos. La explosión mató en el acto a la mitad de los ninjas y envolvió en llamas a casi todos los demás. Los guerreros corrían ciegamente por el hangar, gritando sin cesar, chocando contra los 'Mechs y las paredes hasta que se desplomaban y morían.
Dan se puso en pie a duras penas y se asomó por encima de los cajones en llamas que los habían protegido a «Gato» y a él mismo de la furia de los infiernos. Los 'Mechs, iluminados lo suficientemente para que pudieran distinguirse sus cabezas, parecían mirar hacia abajo burlándose del fuego. Ésas máquinas no tienen nada que temer de las llamas, pero sí los hombres que las pilotan. Dan contempló su Valkyrie y sintió un escalofrío. Si me disparasen un infierno, saltaría.
Ambos hombres se retiraron hasta el umbral de la puerta. Detrás de Jones, Salome Ward venía corriendo por el pasillo.
—Las cosas están feas, caballeros. Tenían asesinos que venían en busca de cada uno de nosotros. Los hemos descubierto a todos, pero uno alcanzó a Patrick. —Se apretó la zona situada debajo del seno izquierdo con la diestra—. Tiene el pulmón paralizado.
—¿Asesinos? —Dan se volvió hacia «Gato»—. ¿Qué demonios está ocurriendo aquí?
«Gato» entornó los ojos hasta que no fueron más que unas hendeduras de obsidiana.
—El desquite. El Dragón no olvida nunca.
Dan lo miró boquiabierto.
—Eso significa…
—Los Panthers están a tres kilómetros y vienen derechos hacia nosotros —contestó Salome.