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Solaris VII (El Mundo del Juego)
Rahneshire, Mancomunidad de Lira
15 de enero de 3027
El coche negro y rojo sangre cortaba la gris llovizna y levantaba la basura esparcida sobre el hormigón armado de la calzada. Los focos del coche deshacían las sombras que ocultaban callejuelas y puertas, y los peatones corrían para alejarse de la luz. Al reconocer el coche sabían, con tanta certeza como que las nubes jamás dejaban de cubrir los cielos de Solaris VII, que asaltar aquel vehículo era la muerte segura.
El coche cruzó la arrasada tierra de nadie que separaba Cathay de Silesia, los sectores capelense y lirano respectivamente de Ciudad Solaris. Los miembros de los tongs[1]de Cathay hicieron caso omiso del vehículo, pues salía de su área de influencia, pero los guardias «no oficiales» de Silesia saludaron con respeto en dirección al parabrisas de cristal oscurecido del coche, que pasó velozmente flotando sobre un colchón de aire. El vehículo giró a la izquierda al llegar a la primera travesía no cerrada al tráfico y por fin se detuvo ante la estrecha entrada de un edificio carente de todo rasgo distintivo.
Se oyó un silbido al levantarse la puerta de abertura vertical del conductor. Ninguna luz surgió de su interior, pues el conductor no quería que su silueta quedase a la vista de un francotirador. Salió rápidamente a la calle azotada por la lluvia y cerró la puerta. Luego se dirigió a grandes zancadas a la puerta de cristal ahumado.
Una vez que hubo entrado, el hombre se quitó el sombrero negro de alas flexibles que cubría su cabeza rapada y se lo entregó a la empleada del guardarropa junto con su empapado impermeable. Se apresuró a darle también de propina un billete C de 10 y sonrió al ver su reacción.
—¡Oh, gracias, señor Noton! —exclamó la muchacha, perpleja.
El hombre distinguió en su expresión que apenas podía creer que le hubiera dado un billete de ComStar. La mayoría de las propinas que le daban eran en moneda de los Estados Sucesores o, peor aún, pagarés de Solaris, la moneda del mercado negro con la que se pagaban la mayor parte de actividades ilegales realizadas en aquel planeta.
—Es auténtico, joven.
Su profunda voz tenía un tono que no se correspondía exactamente con su afectuosa sonrisa, pero la chica no se dio cuenta de ello. Noton le dio la espalda, se estiró su camisa de raso azul y doble botonadura y se abrochó los dos últimos botones a la altura del hombro izquierdo. Notó la presión de la camisa sobre su tórax. Sabía que si aumentaba aún más su volumen muscular, tendría que renunciar a la ropa paramilitar preferida por todos los MechWarriors. Noton recapacitó y sonrió para sí. Mientras sea un MechWarrior, seguiré vistiendo como tal.
Gray Noton se irguió al máximo y, con paso decidido, recorrió el pasillo sumido en la penumbra y subió el corto tramo de escaleras construidas junto a la pared de la izquierda. Un portero delgado y de aspecto nervioso levantó la mirada para contemplar a Noton, que ocupaba todo el marco de la puerta, y sonrió.
—Bienvenido de nuevo a la Sala de los Escudos de Thor, señor Noton. Una persona está esperándolo arriba, en Valhalla, pero el señor Shang confiaba en que dispondría de un minuto para él. Está aquí abajo, en Midgard, viendo los partidos.
Así que está esperándome, ¿eh? Es obvio que sabe que he vuelto, pero ¿sabía que yo tenía otra cita? Y, en tal caso, ¿como se ha enterado?
Noton sonrió afablemente.
—Gracias, Roger —dijo, y dejó un billete C de 20 sobre su escritorio—. ¿No sabe el señor Shang que debo encontrarme aquí con otra persona?
Roger cubrió el billete con una mano de largos dedos. El papel se desvaneció como si aquel hombre lo hubiese absorbido.
—No podría decírselo, señor, pero ya sabe que es un hombre de muchos recursos. —Roger calló por unos instantes y se dio unos golpecitos con un dedo en sus dientes manchados de nicotina mientras reflexionaba—. Cuando llegó el señor Shang, se limitó a anunciar que estaría presenciando los combates en nuestra holosala. Le ofrecí una sala privada de visión en Valhalla, pero la rechazó.
Noton asintió lentamente.
—Muy bien, Roger. Gracias.
Has de ser más precavido, Gray. Si Shang ha adivinado que ibas a aparecer por la Sala de los Escudos de Thor en tu primera noche en el Mundo del Juego, es que te has vuelto predecible…, fatalmente predecible.
Noton se alejó del portero, dio un paso en el interior de la oscura estancia y escudriñó a los presentes. La barra del bar, en forma de U, estaba decorada con llamativos dibujos fosforescentes de distintos colores e intensidades. Examinó el gentío con atención, pero no reconoció ninguna de las caras iluminadas por las cortas ráfagas de luz, que mareaban pero también resultaban excitantes. Más allá de las mesas, a la derecha, había más focos brillantes que giraban sobre la pista de baile. La intensa luz blanca que proyectaban sobre la barra se asemejaba a los focos que se paseaban por los muros de una prisión. De vez en cuando, un rayo de luz se fragmentaba en un puñado de arcos iris al incidir en una gema espectacular de un cliente, pero la mayoría de las luces sólo servía para realzar la palidez cadavérica de los destinados a permanecer en Midgard.
Nadie debe temer en el país de los muertos, pero son los que tú no ves los que te atrapan. —Noton tuvo un leve estremecimiento—. Cálmate, Gray. No has perdido tu margen de maniobra. Te ha eludido, pero tú lo pillaste a su debido tiempo.
Gray parpadeó, cegado momentáneamente por un foco. Luego miró a su alrededor. La Sala de los Escudos de Thor, un local tan elegante y popular que no necesitaba colgar rótulos en el exterior, dividía su clientela en dos clases diferenciadas: las masas y los privilegiados. Si un miembro del primer grupo tenía la suerte o la iniciativa suficiente para averiguar dónde se hallaba Thor, se le invitaba a perder su tiempo y su dinero en Midgard, tomando bebidas a precios desorbitados, escuchando una música estruendosa y disfrutando del colorista ambiente. Los clientes habituales pagaban por tener la oportunidad de ver a miembros de la clase privilegiada que cruzaban Midgard en dirección a Valhalla.
Val halla, el Salón de los Guerreros Muertos. Gray Noton ahogó una carcajada, consciente de que probablemente era uno de los pocos que entendía y era capaz de apreciar el auténtico significado que se escondía detrás de aquel nombre. La mayoría de la gente, tanto las masas que anhelaban ser admitidas como los MechWarriors y los nobles que frecuentaban las zonas de mala vida de los Estados Sucesores, creían que Valhalla era un refugio, una especie de Cielo de las estrellas humanas de Solaris. Allí podía verse a MechWarriors legendarios, los gladiadores del Mundo del Juego, tales como Snorri Sturluson, Íñigo de Onez y Loyola, Antal Dorati o incluso el actual campeón, Philip Capet. Y hasta tal vez hablar con ellos.
Los nobles de visita o residentes en el planeta, junto con sus invitados, incrementaban el número de pobladores de Valhalla y solían ser mucho más numerosos que los MechWarriors. Muchos aristócratas eran propietarios de una serie de ’Mechs y seleccionaban guerreros del mismo modo en que sus antepasados de la Tierra, milenios atrás, escogían a jockeys para que montasen a sus puras sangres. Era forzoso que aquellos MechWarriors «de plantilla» dominaran en las ligas de pesos pesados de Solaris, mientras que los propietarios participantes frecuentaban los pesos más ligeros. Si un independiente se atrevía a retar al piloto de 'Mechs de un noble, la apuesta era muy difícil… mas no por la victoria del independiente, sino por su supervivencia.
Noton se abrió paso entre la muchedumbre, adentrándose en Midgard en dirección al extremo abierto de la barra. Hizo caso omiso de las invitaciones que le hacían personas desconocidas o a las que quería olvidar y siguió caminando hacia una puerta que conducía a una habitación amplia y honda. Gracias a la luz emitida por la gigantesca pantalla holográfíca que dominaba el centro del auditorio de forma ovalada, a Noton le resultó fácil hallar a Tsen Shang. Bajó unos escalones hasta el tercer nivel y dejó atrás varios reservados atestados de gente hasta llegar al ocupado por el capelense que estaba esperándolo.
—Saludos, Tsen —dijo Gray, sentándose frente a él. Se cuidó mucho de ofrecer la mano a Shang. Inclinó la cabeza y el capelense le devolvió el gesto con elegancia.
Shang hizo un ademán para llamar la atención de una camarera. La sombra de su mano se proyectó sobre el brillante holograma azul de un Valkyrie en combate, que podía verse en el centro de la sala. Aunque Gray había examinado a menudo las manos de Shang en citas como aquélla, no podía evitar una leve sensación de asco cada vez que las veía. Sus gestos afectados no parecían naturales y daban a Shang una apariencia fina y amanerada. Sin embargo, Gray sabía que cualquiera que creyera aquella impresión inicial podía encontrarse en una situación tan comprometida como alguien que pensara que un Valkyrie no constituía ninguna amenaza para un Rifleman.
Shang, siguiendo la moda de Capela, se había dejado crecer las uñas de los tres últimos dedos de cada mano hasta alcanzar la longitud de diez centímetros. Aquéllas uñas, decoradas con fragmentos de piedras preciosas y pan de oro, delataban que Shang era un capelense culto y acaudalado. Esto coincidía con la imagen que cultivaba en Solaris y, junto al hecho de que era dueño de dos ’Mechs pesados, bastaba para abrirle las puertas de Valhalla siempre que visitaba la Sala de los Escudos.
Noton sintió un ligero escalofrío, pues conocía muy bien a Shang, quizá mejor que ninguna otra persona en Solaris. Tsen Shang respondía ante sus jefes de la Maskirovka, la policía secreta de Capela. Dirigía una red de espías en Solaris y solía trabajar con agentes libres, como el propio Noton, para recoger información para sus superiores en Sian, el mundo capital de Capela. Teniendo en cuenta la verdadera identidad de Shang, aquellas uñas eran algo más que una simple concesión a la moda.
La camarera apareció y se puso en cuclillas para no tapar a ambos hombres la visión de la batalla holográfica. Pese al alboroto organizado por los demás espectadores, las palabras dichas a media voz de Shang resonaron con claridad meridiana:
—Otro vino de ciruela para mí y un CPP para mi acompañante.
Noton rectificó el pedido.
—Cerveza. Timbiqui negra, si tiene.
Shan sonrió.
—Timbiqui negra, entonces. —Acercó un pequeño cuenco a la mujer. En su interior bailoteaban pedazos de piel de fruta azul verdosa y pepitas del tamaño de habichuelas de color azul marino—. Y otro cuenco de kincha, por favor.
Shang aguardó a que ella recogiese el cuenco y se retirase antes de reanudar la conversación.
—Bienvenido, Gray. Felicidades por tu misión.
Noton frunció el entrecejo.
—¿Felicidades? Ésa misión nos ha explotado en las manos. Tus superiores me enviaron a cargarme una unidad de adiestramiento, pero sólo logré destruir un Valkyrie. Aquél MechWarrior era muy bueno.
Demasiado bueno el cabrito, pensó Gray.
—En efecto.
Shang calló cuando la camarera regresó con las bebidas. Colocó el cuenco de fruta en el centro, pero Shang se apresuró a acercárselo. Tomó una kincha y, con la habilidad nacida de la práctica, partió su densa pulpa con la uña del dedo meñique, reforzada con fibra de carbono y afilada como una cuchilla.
—El piloto de aquel Valkyrie era ni más ni menos que el comandante Justin Allard.
Noton sonrió sin alegría.
—De modo que ése es el Allard del que Capet hablaba tan a menudo… No me extraña que le tenga miedo. Capet no es malo, pero Allard es mejor.
Shang peló la piel de la kincha y arrancó una porción de su dulce pulpa.
—Era mejor. Aunque no lo mataste, sí acabaste con una brillante carrera. Según nuestros agentes en Kittery, le volaste el antebrazo izquierdo. Allard ha sobrevivido, pero nunca volverá a mandar tropas. Después de lo que hizo en Spica, prevemos que será relevado del servicio a Hanse Davion.
Noton hizo una mueca. Si lo hubiera sabido, lo habría matado. Jamás mutilaría a otro MechWarrior para que no pudiera volver a combatir. —Noton levantó la mirada y vio a Shang absorto en el placer de paladear la kincha—. ¡Ah, Shang! —pensó—, ¿acaso la Maskirovka te ha hecho olvidar tus días de MechWarrior? Te has vuelto descuidado y tu adicción a la kincha te delata como miembro de la Legión Perdida de Liao. Nos desacreditaste cuando perdiste Shuen Wan ante Marik. ¿Ya no te acuerdas de lo que significa ser MechWarrior porque quieres olvidar que perdiste el mundo en el que se cría la kincha? ¿O es que crees que los MechWarriors están por debajo de tu distinguido rango de jefe de espías?
Shang abrió los ojos.
—He arreglado el pago por tus servicios, como siempre.
Sacó una nota de papel de color plateado del bolsillo de su chaqueta de seda verde y la dejó sobre la mesa frente a Noton. Gray esperó a recogerla hasta que Shang volvió a concentrarse en la kincha. Entrecerró los ojos y examinó el boleto a la luz holográfica, cada vez menos intensa, del Wasp escarlata que se derrumbaba sobre él.
—¿Estadio Steiner, quinto combate? —inquirió, frunciendo el entrecejo—. La apuesta es demasiado baja para ganar dinero con Philip Capet.
Shang asintió y sus negros ojos centellearon.
—Todo está arreglado.
Noton se echó hacia atrás.
—¿Has apañado un combate en el que participa Philip Capet? Eso es imposible. Él no se dejaría ganar nunca porque se lo ordenaran, y ambos lo sabemos…, especialmente si se enfrenta a un capelense.
Shang desdeñó las preocupaciones de Noton con un ademán. Los fragmentos de diamante de sus uñas relucieron con destellos azules.
—Pilota su Rifleman y se enfrentará a los hermanos Teng, que pilotarán sendos Vindicators. Tú apostarás que Fuh Teng sobrevivirá.
Noton asintió.
—¿Sze Teng morirá?
Shang afirmó levemente, más concentrado en la hincha que en su respuesta.
—Ha perdido el temple. Está deshonrando a sus antepasados, que hace doscientos años convirtieron al Vindicator en un ’Mech temible. Sabe que ha llegado su hora.
Nunca entenderé la manera de ser de vosotros, los capelenses —pensó Gray—. Sois… anormales.
—Pero ¿no le afectará en el modo de luchar?
Shang arrojó la pepita de la kincha en el cuenco.
—Se le ha ordenado que muera en el combate de revancha, después de que él y su hermano venzan a Philip Capet.
Noton bebió un largo trago de cerveza para no hacer más comentarios. Los hermanos Teng también pertenecían a la Maskirovka. Seguirían a Shang a la estrella de Solaris si él se lo ordenaba. Bajó la jarra y luego preguntó:
—¿Quieres que haga algo?
Shang reflexionó unos instantes.
—El MechWarrior que organizó la defensa en Kittery mientras tú combatías contra el comandante Allard es el teniente Andrew Redburn. Mantén bien abiertos los ojos y las orejas y hazme saber todo lo que averigües sobre él.
Noton sonrió y se incorporó para marcharse. No hizo el menor ademán de querer apurar su jarra de cerveza, como habrían hecho otros MechWarriors o habitantes de Solaris. Shang miró la jarra y Noton reprimió una sonrisa. ¡Los capelenses! Tan atados a unas tradiciones que me confunden y, sin embargo, tan poco disimulados. Como no he apurado una bebida cara de importación, lo tomas por un signo de riqueza. De igual manera, tú también dejarás tu valiosa fruta kincha para demostrarme que también eres rico. Tú me respetarás por lo que he hecho, pero a mí tu reacción me parece ridicula.
—Gray, te transmito una vez más las felicitaciones de Casa Liao por tu misión. Espero compartir otros éxitos contigo en el futuro.
Noton sonrió en la penumbra de Midgard.
—Y contigo, Tsen.