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Pacífica (Chara III)
Isla de Skye, Mancomunidad de Lira
15 de enero de 3027
—Esto no me gusta, mi capitán. —La tranquila voz de Eddie Baker resonó de forma confusa entre la estática generada por la tormenta. El capitán Daniel Allard, de la unidad mercenaria de los Demonios de Kell, giró la cabeza de su Valkyrie lo suficiente para poder ver al desgarbado Jenner de Baker saliendo del río—. La tormenta nos alcanzará pronto. No me gustaría estar por aquí montado en este pararrayos andante.
El teniente Austin Brand, quien iba al mando del ’Mech humanoide Commando que salió del río detrás del Jenner, se echó a reír.
—Si tuvieras un ’Mech con brazos, Baker, podrías aplastar esos rayos en el aire como el resto de nosotros.
Baker, un ex Tech al que habían dado aquel ’Mech capturado al enemigo como recompensa por sus muchos años de servicio, expresó su desacuerdo con un gruñido.
—Sólo tendría más accionadores que controlar.
—Basta de charla, chicos —dijo Dan, sonriendo para sí. No seas duro con ellos, Dan. Sus discusiones no son más que guerras de nervios, y lo sabes. Ésta Lanza de Reconocimiento trabaja unida mejor que casi cualquier otra—. Al menos, vamos a aparentar que marchamos como algo parecido a una formación militar, ¿de acuerdo?
—Recibido, Dan.
Daniel Allard dio media vuelta a la cabeza del Valkyrie para mirar al frente y se acercó al Wasp que esperaba en la cumbre de la colina.
—¿Qué aspecto tiene la tormenta desde allá arriba, Meg? —preguntó a la piloto del Wasp.
La sargento Margaret Lang guardó unos segundos de silencio antes de responder.
—No tiene tan mal aspecto, mi capitán, pero los cazas están retirándose a sus hangares. Las cosas deben de estar muy negras en las fotos del satélite.
Dan suspiró.
—De acuerdo. Vamos a ponernos a cubierto cuanto antes. La Vieja Tormentosa está haciendo honor a su nombre. Brand, tú y yo vamos a llegar tarde a la reunión de oficiales. Se acabó la patrulla.
—Ojalá pudiéramos decir lo mismo de la misión —le dijo Baker.
Daniel Allard se echo a reír. Baker tiene razón. Éste es un mundo despreciable para trabajar en él como guarnición.
—Eddie, estoy seguro de que, si expreso vuestro descontento al coronel Kell, moverá los resortes necesarios para que nos destinen a otro lugar.
—No, Dan, no pasa nada. Supongo que al final llegará a gustarme Pacífica.
La carcajada de Dan resonó en su propio neurocasco.
—Serías el único habitante de los Estados Sucesores que desarrollara alguna clase de afecto por este planeta.
Chara III era un astro grande sin satélites en la región de espacio de Steiner, y había demostrado ser uno de los lugares más contradictorios de toda la Esfera Interior. Por un lado, su fértil suelo aceptaba sin problemas las plantas híbridas y producía frutos en abundancia, y tenía agua suficiente para que fuera un paraíso natural y garantizara la permanencia de una guarnición formada por un batallón entero lejos del gran centro agricultor de Starpad. El primer explorador de su superficie llegó en un plácido día, que le inspiró el nombre de Pacífica para el planeta.
Sin embargo, cualquiera que permaneciese en él por algún tiempo acababa por preguntarse si era cierta la tranquilidad sugerida por el nombre del astro. Dadas su grandes dimensiones y la carencia de lunas, la rotación de Pacífica era de catorce horas TST. TST, siglas de «Tiempo Sincronizado con la Tierra», relacionaba el transcurso del tiempo en cualquier planeta con un horario tradicional de veinticuatro horas basado en la salida y puesta del sol o soles locales. El horario de veinticuatro horas dividía el día local en veinticuatro períodos iguales, de manera que las 12.00 horas equivalían al mediodía local. Una «hora» TST era, por tanto, variable. Como dependía de la rotación real de un planeta, podía ser mucho más corta que una hora estándar o terrestre. La rápida rotación de Pacífica producía una hora de treinta y cinco minutos, así como un tiempo meteorológico impredecible. Era habitual que se produjesen lluvias o tormentas imprevistas. Como decían muchos colonos: «Si no te gusta el tiempo que hace aquí, espera un minuto y cambiará».
Dan hizo subir su Valkyrie por la enfangada ladera de la colina, siguiendo las huellas del Wasp de Lang. Sonrió al ver la base de los Demonios de Kell. Ya casi estamos en casa.
A lo lejos, el Wasp de Lang se agachaba para entrar en el enorme blocao entre los cazas Shilone y Slayer, a los que estaban introduciendo en el edificio. Mientras tanto, las negras nubes que cubrían el horizonte habían empezado a deslizarse lentamente hacia la base. Al sur, más allá del blocao, los dos cuarteles y el centro de mando, restallaban los rayos desde lejanos nubarrones. Pasó mucho tiempo hasta que el eco de los truenos llegase hasta los sensores auditivos del Valkyrie, pero Dan vio que la tempestad se preparaba rápidamente para estallar. Una tormenta como ésta es un mal presagio. Justin solía citar siempre una vieja superstición capelense: que tormentas como aquélla eran demonios que cabalgaban sobre las nubes en busca de almas que devorar. De manera inconsciente, Dan se santiguó.
Se volvió y vio cómo el Jenner de Baker alcanzaba la cima de la colina. Tenía un aspecto lamentable sin unos brazos que lo ayudaran a mantener el equilibrio; el apodo «Patito Feo» era más apropiado que nunca. El Jenner pesaba treinta y cinco toneladas y era el ’Mech más pesado de la Lanza de Reconocimiento de Allard y el que tenía más potencia de fuego. Los cuatro afustes de Misiles de Corto Alcance (MCA), estaban alineados en fila entre sus hombros. Sus cuatro láseres medios disparaban desde unas «alas» achaparradas colocadas encima de las junturas de las caderas. Habría sido cómica la manera como el torso del Jenner se inclinaba hacia adelante, si su poderoso armamento no hubiese cambiado el curso de una batalla tan a menudo. La incorporación de unos retrorreactores significaba que aquella desgarbada máquina era capaz de moverse con cierta agilidad en el combate.
En comparación con el Jenner, o con la mayoría de los demás ’Mechs, el Commando que lo seguía por la ladera era pura elegancia. De configuración humanoide, no llevaba armas en sus manos abiertas. A causa de la pintura de camuflaje con que Brand había cubierto meticulosamente el ’Mech, las seis aberturas de los afustes de MCA montados en el pecho del Commando y las cuatro de los de la muñeca derecha apenas eran visibles. El mayor grosor de la muñeca izquierda del ’Mech delataba la ubicación de los láseres medios, pero, a pesar de su armamento, la mayoría de pilotos consideraba al Commando como un simple ’Mech explorador. Sin embargo, después de haber visto cómo Brand pilotaba su ’Mech en las batallas, Dan veía al Commando como un elemento muy valioso en combate.
El Jenner avanzaba pesadamente por delante de los otros dos ’Mechs; sus largas patas recorrían las distancias con un caminar torpe. Llegó al blocao en el preciso momento en que el círculo de nubes de tormenta tapaba el último rayo de sol y empezaba a lloviznar. Dan puso en marcha los limpiaparabrisas.
—Te has portado bien en la patrulla, teniente. Le pusiste el miedo en el cuerpo a Baker cuando tus MCA apuntaron a su cadera izquierda.
—Sí, supongo que sí. —La satisfacción de Brand llegó intacta por la radio y se fue apagando a medida que hablaba más en serio—. Lang tiene que ser más precavida en el Wasp. Con esos MCA, tiene más potencia de fuego que en el Locust, pero ambas máquinas basan su potencia principal en un láser medio. Ella se comporta como si ese monstruo la hiciese invulnerable.
Dan asintió casi sin darse cuenta.
—Tengo que hablar con ella. Podríamos comentárselo al coronel Kell, pero no creo que el problema sea tan grave. ¿Y tú?
La estática causada por los rayos restalló en la conexión de radio.
—No —dijo Brand después de una pausa—. Tal vez baste con que se acostumbre a la mayor aparatosidad del Wasp.
Me alegra que pienses así, Austin. Dan coló con elegancia su Valkyrie de treinta toneladas entre dos bulldozers situados al borde del improvisado espaciopuerto. Meg tiene que estar enfadada contigo, porque cree que tú le quitaste el Locust.
Más allá de los bulldozers, la Nave de Descenso Lugh, de clase Overlord, permanecía posada en cuclillas como un huevo gigantesco lleno de maravillas de perditécnica. Detrás, como si quisiera esconderse de la creciente furia de la tormenta, una Nave de Descenso más pequeña, la Manannan MacLir de clase Leopard, descansaba sobre la agrietada superficie de hormigón armado. Ambas naves, de colores rojo y negro, que bastaban para sacar de Pacífica a todos los Demonios de Kell, estaban cerradas herméticamente en previsión de la cercana tempestad.
Dan siguió con su Valkyrie al Commando de Brand y lo condujo al recinto de ’Mechs, junto al Wasp de Meg Lang. Desconectó su neurocasco, abrió la escotilla y bajó por la escalerilla de mano a tiempo de oír las últimas lindezas que estaba dedicando Meg a uno de los Techs.
—Me importa un comino que te parezca imposible, Jackson. Sé que puedes hacer que ese ’Mech sea más maniobrable. ¡Mi Locust le daría cien vueltas a todo este montón de chatarra! —Meg entornó sus castaños ojos y se apartó de la cara algunos mechones negros—. ¿Lo arreglarás?
Jackson, un hombre tímido que llevaba gafas de cristales gruesos, arrojó al suelo su libreta con sujetapapeles. Los papeles echaron a volar en un torbellino multicolor, pero aquello no azoró en lo más mínimo al Tech.
—¡Eso no es un Locust, sargento! No puedo hacer que funcione como si lo fuera. ¡Y punto! —Jackson miró a Allard, se sonrojó y se hincó de rodillas para recoger la libreta y las hojas de papel—. Lamento el espectáculo, capitán.
Dan Allard, mucho más alto que Lang y Jackson, meneó la cabeza. Se mesó sus cabellos trigueños con sus gruesos dedos y se enjugó el sudor que le bañaba la frente.
—No se preocupe, Jackson —dijo con calma. Otro Tech se agachó para ayudar a Jackson. Dan se volvió hacia Margaret Lang y se la llevó lejos del Tech—. Quiero hablar contigo.
—Sí, señor.
Dan vio por el rabillo del ojo que Brand lo esperaba a la entrada del túnel que conducía al centro de mando. Gesticuló a su subordinado para que se le adelantara y luego se volvió hacia Margaret Lang.
—Sargento, hay algo que está consumiéndote, y no tiene nada que ver con el rendimiento de ese Wasp.
Dan fue a apoyarse en la pata de un Thunderbolt e indicó a Lang que tomara asiento sobre el pie del pesado ’Mech.
—Sí, señor. —Lang se miró las botas y rascó el sensor adherido a su cadera derecha—. Es el teniente Brand, señor. No se cómo reaccionar cuando él está cerca.
Dan frunció el entrecejo. Me lo temía. Pero ¡maldición!, trabajan tan bien juntos…
—Meg, sé que Austin se siente responsable de la destrucción de tu Locust. No sé si tú eres consciente de ello, pero mientras estabas en el hospital recuperándote de la fractura en la pierna, él realizó varios turnos extra e incluso salió con los paracaidistas de O’Cieran para seguir la pista de los bandidos que habían puesto aquella mina de vibración que acabó con tu Locust.
Meg miró a los azules ojos de Dan y contuvo una carcajada.
—¿Salió con los paracaidistas?
Dan asintió muy serio.
—Aunque te parezca absurdo. Además, cuando se enteró de que los bandidos se habían apoderado del Wasp de un agente provocador del Condominio, convenció a «Gato» Wilson de que sacara su Márauder en su día libre para atrapar aquel ’Mech.
Meg se quedó boquiabierta.
—¿«Gato» se levantó antes de mediodía un día que no tenía que hacerlo?
—Sí. —Dan se puso en cuclillas y se quitó de los hombros la almohadilla del casco—. Brand está intentando realmente hacer las paces contigo, Meg. ¿No crees que ya ha llegado la hora de que lo perdones?
Meg, claramente confusa, frunció el entrecejo.
—¿Perdonarlo? Creo que no estamos hablando de lo mismo, señor.
Ahora era Dan el que también estaba confundido. Se sentó al lado de Meg y se inclinó hacia adelante en actitud amistosa, con los codos apoyados en las rodillas. Las cosas que nunca se tomaron la molestia de enseñarme en la Academia Militar de Nueva Avalon…
—Bien, entonces ¿de qué estás hablando?
Meg se ruborizó y una sonrisa asomó a sus labios.
—Pasó una buena parte de su tiempo libre haciéndome compañía en la clínica. Se disculpaba una y otra vez y me prometió compensarme por todo lo ocurrido. Dijo que sabía cuánto había significado el Locust para mí y que realmente quería arreglar las cosas.
Dan apoyó la mano izquierda en el antebrazo derecho de Meg.
—Aquél Locust pertenecía a tu familia, ¿verdad?
Meg asintió.
—Mis padres fueron MechWarriors. El Locust había pertenecido a mi abuela, pero ella se retiró para criar a mi madre y a mi tío después de que mi abuelo muriese combatiendo contra Casa Kurita. Mi tío heredó su Varhammer, pero mi madre no quería tener nada más que ver con los ’Mechs. Se casó joven, pero mi padre nos abandonó cuando yo apenas tenía unos pocos años de edad.
Dan le apretó el brazo.
—Lo siento.
—Gracias. —Meg tragó saliva para quitarse el nudo que se le había formado en la garganta y prosiguó—: Tanto mi madre como mi abuela estaban resentidas. La abuela me adiestró en el manejo del Locust y me dijo que sería mío, siempre y cuando no estableciera nunca relaciones con un MechWarrior. —Levantó la cabeza y vio la sincera expresión del atractivo rostro de Dan—. Ése es el problema, mi capitán. Austin ha sido tan bueno conmigo que estoy empezando a enamorarme de él, a enamorarme de verdad, y creo que él me corresponde. —Sonrió con timidez—. De hecho, cada vez que miro sus ojos del color del ámbar, sé que estoy en lo cierto. Pero en mi memoria sigue grabada la promesa que hice a mi abuela. Sé que a él estoy dándole señales muy confusas, pero lo que pasa es que yo tampoco tengo las ideas claras. —Meg suspiró y se encogió de hombros—. Para colmo, sé que no es bueno que haya dos personas enamoradas en la misma lanza. Por eso no sé qué hacer…
Dan cerró los ojos e hizo una mueca. Y aquí estoy yo, con solo veintiocho años de edad, y esta chica hace que me sienta como un abuelo. Once años en los Demonios de Kell es como una vida entera en otro lugar. Según el reloj, solo llevo cuatro años a Brand y a Lang, pero si se cuentan también las distancias recorridas, es como si fueran más de cien.
Abrió los ojos y se rio suavemente.
—Oye, estás dándole demasiadas vueltas a la cuestión. En primer lugar, los Demonios de Kell no tienen reglas, ni expresas ni tácticas, sobre las relaciones que se establezcan en las lanzas o en los batallones. Queremos que nuestra gente aprecie a sus compañeros y se preocupe por ellos. Fomentar esta actitud y, al mismo tiempo, tratar de prohibir que haya relaciones íntimas, sería una política contradictoria e imposible de llevar a la práctica. La verdad es que Brand, Eddie Baker y tú trabajáis tan bien juntos que, si os pusierais a sacrificar conejos en las noches de luna llena (suponiendo que hubiera una luna en nuestro próximo destino), a mí no me importaría.
Meg sonrió.
—Austin y tú —continuó Dan— sois dos MechWarriors sanos y normales que viven en un mundo en que el clima está loco y el día se convierte en noche al cabo de siete horas. Vuestra atracción mutua es algo normal y lo único que existe sobre esta bola de barro que es realmente sensato. No vayáis demasiado deprisa ni la destruyáis de forma prematura. Sólo esperad a ver qué es lo que sucede.
—Pero ¿y mi promesa?
En la pregunta de Meg se insinuaban el miedo y el dolor que la embargaban ante la posibilidad de traicionar a su madre y a su abuela.
Dan guardó silencio y luego contestó lentamente:
—Sé que no quieres faltar a tu palabra, pero tú misma has dicho que ambas mujeres estaban resentidas de sus experiencias. Tendrás que tomar una decisión.
Meg frunció el entrecejo. Dan comprendió que necesitaba un argumento más convincente.
—Mira, Meg —le dijo—, el primer matrimonio de mi padre se fue a pique por culpa de la política y lo dejó muy decepcionado. Aun así, lo intentó de nuevo. Si no lo hubiera hecho, mi hermano mayor no habría tenido a nadie a quien incordiar.
—Su hermano es comandante de la Marca Capelense, ¿no?
Al oír su pregunta, Dan recordó el rostro de Justin, lo que le hizo sonreír con orgullo.
—¿Justin? Sí. Es mi hermano mayor y… —Dan se puso de pie— yo soy más grande que mi hermano. Todos los demás están en Nueva Avalon, soñando con un destino glorioso como éste.
Ambos MechWarriors se echaron a reír. Meg se incorporo y caminó unos metros junto a Dan. Entonces se detuvo para pedir disculpas a Jackson.
—Gracias por la conversación, mi capitán.
—De nada, sargento. Ven a hablar conmigo siempre que quieras. —En ese instante, a Dan se le ocurrió mirar el enorme reloj que colgaba de la pared del blocao—. ¡Maldita sea, la reunión de oficiales! ¡He de irme corriendo!