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Pacífica (Chara III)
Isla de Skye, Mancomunidad de Lira
15 de abril de 3027
¡Maldición! Ése Víctor esta enfriándose. Sentado en la carlinga de su Valkyrie, Daniel Allard ajustó su rastreador de infrarrojos a una gradación de calor más precisa. La pantalla redibujó de inmediato la figura del Víctor con tonos rojos y azules. Los demás ’Mechs de su lanza, también dentro de la zona de rastreo, hacían parpadear los bordes de la pantalla.
Mediante la conexión por toma de tierra, Dan llamó a Salome Ward.
—Viene hacia nosotros, mi comandante. Esperamos el contacto para dentro de quince segundos.
—Suerte, Dan. No dejes que el zorro sea más listo que el demonio.
Su serena respuesta hizo sonreír a Dan. Volvió a consultar su rastreador de calor y centró la retícula de sus MCA en la sombra de calor del Víctor. Tres, dos, uno…
—¡Disparo! —exclamó Dan.
Las trayectorias de los misiles, calculadas por ordenador, dibujaron líneas rojas en el monitor de combate; pero, de improviso, el Víctor encendió sus retrorreactores. El súbito chorro de calor expelido por los reactores de iones saturó la pantalla de Dan y bañó su carlinga de blanco fuego. Las sirenas de alarma zumbaron en sus oídos, mientras los sensores indicaban un intenso análisis y un cierre preliminar en su Valkyrie.
—¡Pegadle ahora, Lanza de Reconocimiento! ¡Estoy marcado!
Dan giró ciegamente el Valkyrie en la jungla y derribó un gran árbol. Salió rechazado, pero entonces encendió sus retrorreactores y emprendió el vuelo entre las ramas del árbol. Espero poder ver cuando tenga que aterrizar.
—¡Muévete, Baker! —exclamó la voz de Austin Brand, perforándole los oídos—. ¡Maldita sea! El Víctor bajó sobre él y usó el CA sobre su cabeza. ¡Baker ha muerto!
—¡Huid! —dijo Meg Lang con más calma. Dan se la imaginó extrayendo datos sistemáticamente de sus monitores mientras disparaba dos MCA contra el Víctor—. Ningún MLA ha impactado, pero de la ráfaga de MCA de Brand han impactado siete de diez en la parte central del torso. ¡Diablos! Yo sólo lo he alcanzado en una pata.
Dan entrecerró los ojos y apareció el panel de control ante él. Vio un claro en la selva, por donde el Víctor había descendido sobre el Jenner de Baker. Giró el Valkyrie y voló hacia el claro sobre otra nube de iones. Ponte detrás y ¡PUM! Acarició con el dedo el botón de disparo y otra andanada de MLA arremetió contra el Víctor.
De repente, el Víctor ascendió a lo largo de la escotilla y quedó suspendido en un chorro de llamas de iones. Mientras levantaba el cañón automático que constituía el antebrazo derecho del ’Mech, las alarmas volvieron a gemir en los oídos de Dan. Pulsó un botón que apagó bruscamente los reactores. El Valkyrie empezó a caer al tiempo que el cañón automático del Víctor le apuntaba, pero aquella sorprendente maniobra no bastó para salvarlo.
Se produjo una explosión de luces en su panel de control. Los ordenadores le informaron que el viscoso chorro del cañón automático había arrancado la coraza pectoral del Valkyrie como si fuera la piel de una naranja y había penetrado en las entrañas del ’Mech. Unas luces de aviso le indicaron que la protección del motor de fusión había sido destruida. Las lecturas del monitor de calor interno subieron precipitadamente a la crítica zona roja.
—Sería prudente proceder a la evacuación —sugirió el ordenador con una voz tan lenta que resultaba incongruente con la gravedad de la situación.
El Valkyrie se desplomaba como una roca. Los árboles de la selva de Pacífica podrían haber frenado la caída del ’Mech, pero el Valkyrie cortó ramas y aplastó troncos enteros. Cuando, por fin, el ’Mech llegó al suelo, Dan se dio un golpe tan fuerte contra la pared trasera de la carlinga que se quedó aturdido. Impotente como una tortuga vuelta sobre su caparazón, Dan yacía en la carlinga y su ’Mech imitaba la postura de su cuerpo inerte.
A través de la plancha facial del Valkyrie y las ramas que la cubrían, Dan observó cómo descendía el Víctor. El ’Mech de Asalto se puso a horcajadas sobre su primo menos corpulento, con la cabeza agachada de manera que el piloto pudiera contemplar a su víctima. El cañón automático del Víctor apuntó a la cabeza del Valkyrie. Aunque las alarmas zumbaban a su alrededor, Dan no podía hacer nada.
De súbito, las pantallas del ordenador informaron que una descomunal nube de MLA volaban hacia el Víctor. ¡Sesenta misiles! ¡Son el Catapult y el Trebuchet! El ordenador también registró un disparo de láser pesado dirigido hacia el Víctor. Los misiles impactaron y convirtieron la silueta del ’Mech enemigo en la pantalla del rastreador en un tornado de llamas. Cuando volvió a aparecer la silueta, estaba salpicada de puntos de impacto como las manchas del pellejo de un quiropropardo.
El Víctor inclinó la cabeza.
—Muy bien, soldados. El ordenador indica que el Víctor ha perdido el cincuenta por ciento de la coraza y la cabeza ha sido destruida por completo. Felicidades por tus disparos de láser pesado, Diane.
—Recibido, coronel Kell. Gracias. —La sargento McWiliams, piloto del Rifleman de la Lanza de Asalto de Ward, parecía satisfecha de su actuación—. No debió haber ido tras el capitán Allard. Fue el único movimiento predecible que efectuó.
Dan se echó a reír.
—Recibido. ¡Maldición, Patrick! Nunca nos dijiste que habías realizado el examen con un Víctor.
El Víctor alargó el brazo y ayudó a Dan a poner de pie el Valkyrie.
—A Nagelring le gusta que sus cadetes sobrevivan. Mi compañía reconstruyó un Víctor capturado a Kurita. Hicieron un buen trabajo, ¿no os parece?
La respuesta de Salome se escuchó en ambas lanzas.
—Lo bastante bien para aplastar una Lanza de Reconocimiento, desde luego. Pero no lo suficiente para destruir toda una compañía. Recordemos esto, chicos: cuanto más grande sea el 'Mech, más gente debe dispararle.
La voz del teniente coronel Kell sonó inmediatamente después.
—Demonios de Kell, unas palabras más ciertas no las diría la propia ComStar. Volvamos a la base. Salome…, Dan…, reunión de oficiales a nuestro regreso.
Patrick Kell se apoyó en el borde de su escritorio con los brazos cruzados. Salome Ward y Dan Allard estaban sentados en el raído sofá que había junto a la ventana. Seamus Fitzpatrick se unió a Richard O’Cieran alrededor de la mesa de póquer. «Gato» Wilson, el único que no era oficial, estaba apoyado distraídamente en la pared, junto a la puerta.
Kell levantó la vista de una carpeta y dijo:
—Las proyecciones del ordenador dan el mayor porcentaje a la posibilidad de que la fuerza de Kurita desembarcada en Pacífica sea una compañía de Panthers. Es el resultado que mejor se corresponde con las ecuaciones de masas relativas a la sustitución de agua por ’Mechs sugerida por el teniente Redburn durante su visita. ¿Algún comentario?
O’Cieran intervino en primer lugar.
—He hecho que mis hombres realizaran ejercicios en la zona de los pantanos, pero no de manera generalizada. Hemos visto indicios de que alguien vivía por allí, pero el Pantano de Branson ha servido de refugio para los Yakuza y otros proscritos desde mucho antes de que Kurita perdiera este planeta. Hemos circunscrito los posibles lugares para acampar a algunas de las islas más grandes, pero no podemos explorarlas a menos que vayamos usando la fuerza. No lo he hecho porque la última vez acordamos que no queríamos que ellos supieran que nosotros sabíamos que estaban allí.
Patrick asintió secamente.
—Ése es un plan al que quiero ceñirme. Sigue barriendo la zona con tu programa diario de ejercicios. ¿Dan?
—No creo que tuvieran planeado que la compañía de Panthers participara en la invasión.
Kell frunció sus espesas cejas, concentrándose.
—Explícate.
—Muy bien —respondió Dan—. Conocemos los otros dos puntos de aterrizaje gracias a nuestra red de espías, ¿verdad? No conocíamos éste, y creo que Kurita quería echarnos sus Panthers por sorpresa. Si su ataque con la fuerza principal no podía repelernos, tendrían esta otra compañía para sustituirla. Ni siquiera informaron a sus compatriotas de Pacífica sobre lo que iba a ocurrir.
—¿Qué me dices de la otra compañía de Panthers? —le preguntó O’Cieran con cierta acritud—. Me refiero a la que encontraron los aviones.
Dan titubeó, pero prosiguió:
—Creo que Kurita pretendía que fuera una fuerza de distracción. Si hubiéramos recibido informes de un par de Panthers merodeando por ahí, habríamos enviado mi lanza o tus tropas a su encuentro. Desde luego, una docena de Panthers habría diezmado una fuerza tan pequeña.
Salome cambió de postura en el sofá y miró a Dan.
—¿Por qué enviaron aquella enorme fuerza principal?
Dan se encogió de hombros y «Gato» Wilson se apartó de la pared. Aunque Wilson había rechazado muchas veces el ascenso a oficial durante su estancia en los Demonios de Kell, los oficiales lo consideraban un miembro más del Estado Mayor. Esbozó una sonrisa y entrecerró sus oscuros ojos como si intentase penetrar en el misterio que envolvía las acciones de Kurita.
—El Dragón no olvida nunca. Takashi Kurita sigue resentido por nuestro anterior encuentro en el Mundo de Mallory. Siempre que Kurita decide atacarnos, lo hace con brutalidad y, como sea, trata de borrarnos del mapa.
Patrick Kell sonrió de oreja a oreja.
—Como siempre, «Gato», lo que dices es muy razonable. En la línea de lo que acabas de comentar, yo diría que Kurita evacuará esos Panthers o los reforzará. Hasta entonces, probablemente realizarán algunas incursiones a los complejos agrícolas.
Dan se incorporó.
—Creo, Patrick, que debo puntualizar que los Panthers son famosos por su habilidad en el combate urbano. Éste espaciopuerto es lo más parecido que hay en Pacífica a una ciudad de cierta importancia. Si llegan refuerzos al sistema, apuesto a que atacarán aquí.
Kell miró a su alrededor y sólo vio mudos gestos de acuerdo.
—Bien dicho —comentó y, volviéndose hacia O’Cieran, prosiguió—: Rick, ordena que tus tropas con lanzadores de MCA sustituyan los misiles por infiernos.
Al oír aquella mención de los cohetes de napalm, todos los MechWarriors presentes en la habitación sintieron un escalofrío de horror. Los infiernos explotaban en las proximidades de un ’Mech y lo cubrían de una sustancia combustible gelatinosa que ardía al contacto con el oxígeno. El combustible se adhería al ’Mech y lo bañaba en fuego. Los cohetes de tipo infierno elevaban al máximo la temperatura de un ’Mech y podían freír en cuestión de segundos al MechWarrior que lo pilotara. Era la única arma de infantería que temían todos los MechWarriors. Los ’Mechs los usaban como munición de sus toberas de MCA en raras ocasiones, ya que eran demasiado volátiles.
El comandante de infantería aeromóvil O’Cieran recibió la orden sin pestañear.
—También notificaré a través del sistema informático a todos los Techs y asTechs que ha llegado de nuevo el momento de llevar consigo pequeñas armas, por si acaso la red de espionaje kuritana tiene «pinchado» todavía nuestro sistema. Me parece inconcebible que vengan los Panthers sin ningún soporte de infantería. Además, la masa de una compañía de soldados podría haberse pasado por alto en tus proyecciones por ordenador en un error de redondeo. También podríamos tener a los que están bajo contrato tanto a favor como en contra.
Kell asintió solemnemente y miró a cada uno de los miembros de su Estado Mayor.
—Decid a todos vuestros hombres y mujeres que lleven armas de cinto. Vamos a ser más estrictos, pero no hagamos que todo esto parezca demasiado sospechoso. —Levantó la mirada y, cuando estaba a punto de disolver la reunión, recordó un último detalle—. ¡Ah, Dan! ¿Qué ha pasado con el asunto Nick Jones? ¿Has pensado cómo podríamos sacarlo del planeta a bordo de la Intrépida? Se lo pregunté a la general Joss, pero me dijo que no podía acelerar los trámites porque estamos en la isla de Skye. Eso significa que Lestrade lo examinará todo con un microscopio de proyección de quarks.
Dan sonrió y lanzó una mirada a Wilson, que le respondió con un pestañeo casi imperceptible.
—«Gato» y yo elaboramos un plan que debería funcionar —dijo Dan. Señaló con el pulgar la ventana que tenía a sus espaldas, en la que podía verse cómo caía la noche rápidamente—. Dado que Pacífica tiene una rotación de catorce horas y nos regimos por el TST, ¡cualquiera sabe qué hora es o en qué día estamos! Habíamos pensado que podríamos, eh…, adelantar en un día el reloj oficial. El veinticinco de mayo se convertiría en veintiséis para todos los habitantes del planeta y Jones podría irse teniendo todos los documentos con la fecha correcta.
O’Cieran entornó los ojos.
—Espera un momento. «Gato» y tú tenéis guardia la noche del veinticinco. —Se echó a reír al ver que ambos fingían desconocerlo—. ¡No me vengáis con ésas! Además, esa noche voy a realizar algunas operaciones nocturnas y, con ese plan, ese día no existiría.
La voz de bajo de «Gato» retumbó como un trueno.
—Me parece, mi comandante, que sus soldaditos, que tienen sus despertadores conectados al ordenador principal, dormirán tranquilos sabiendo que estarán bien despiertos antes de que vayas a buscarlos. ¿No se llevarán una sorpresa…?
Todos se echaron a reír, aunque la risa de O’Cieran sonó un poco más grave y siniestra que las demás.
—Tal vez ese plan tenga su mérito, «Gato» —admitió—. Naturalmente, Dan y tú haréis la guardia por mí, ¿de acuerdo?
«Gato» miró a Dan, que se encogió de hombros.
—Es lo que habíamos pensado desde un principio, mi comandante, ya que sabíamos lo importante que eran esas maniobras para ti.
Kell prorrumpió en una carcajada.
—¡Qué gentileza la tuya, «Gato», haber previsto tantos detalles por adelantado!
«Gato» miró a Dan.
—En realidad, fue idea suya.
Dan le devolvió la mirada echando fuego por los ojos.
—Pero no podría haberlo hecho sin ti.
—Muy bien —dijo Kell—. Dentro de cuarenta días, nos saltaremos uno y el sargento primero Jones podrá marcharse de este pedrusco mojado. —Contempló por la ventana la tormenta que se acercaba desde el Pantano de Branson—. Un intercambio justo, diría yo.
El Sho-sa Akiie Kamekura se apoyó en el hombro de su comTech y observó la parpadeante pantalla ámbar del ordenador. En una esquina del monitor, la fecha y la hora aparecían con precisión militar. En la pantalla se enumeraban los cientos de mensajes emitidos por el ordenador principal de los Demonios de Kell. Los dedos del comTech revoloteaban sobre el teclado, escribiendo una consulta de rutina.
Kamekura se irguió, pero se detuvo a tiempo para no golpearse la cabeza contra el bajo techo de la caverna artificial. Aborrezco estar atrapado aquí, como un topo en su madriguera. Miró en las tinieblas, en las que apenas podía distinguir las chispas que hacían saltar los Techs que trabajaban en los Panthers en los hangares de ’Mechs. Estoy perdiendo el tiempo metido en este húmedo sótano de los pantanos.
—Aquí está, Sho-sa —dijo el comTech sin volverse hacia su comandante—. La Nave de Descenso Karasu, de clase Leopard, la que ellos llaman Manannan MacLir, debe regresar dentro de dos días y está previsto que el Víctor sea transportado a la Nave de Salto Tsunami.
Kamekura asintió en silencio y se retiró sigilosamente. Su cabeza bullía de ideas y planes. Entonces, lentamente, fue dando forma a una idea brillante: Necesito una victoria para demostrar hasta qué punto merezco tener auténtico mando. Sin Víctor, mis Panthers pueden encargarse de los ’Mechs enemigos, en especial si las tropas aeromóviles pueden infiltrarse en la base y destruir el cuartel de los Demonios de Kell.
Tomó aliento para llamar a su ayudante, el Chu-i Bokuden Oguchi, pero éste surgió de la oscuridad como si le hubiese leído el pensamiento. Kamekura reprimió un escalofrío involuntario.
—Oguchi-kun, está programado que la fuerza expedicionaria llegue aquí el veinticinco de mayo, ¿correcto?
—Hai, Kamekura-sama. —Oguchi titubeó, pero añadió—: La caída del planeta está prevista para el veintisiete de mayo. Ésa mañana atacaremos tres agrocentros distintos para distraer a los Demonios de Kell. Luego, la fuerza expedicionaria caerá sobre ellos como una maza.
Una astuta sonrisa tensó los finos labios de Kamekura.
—En cambio, Oguchi-kun, imagine que lanzamos un ataque por sorpresa sobre el cuartel de los Demonios de Kell en la madrugada del veintiséis de mayo. Destruiremos sus instalaciones con explosivos y nuestra infantería matará a todos los MechWarriors que sobrevivan y traten de llegar hasta sus ’Mechs.
Oguchi asintió con entusiasmo.
—Sin duda, Luthien recompensará un pensamiento tan avanzado. Los golpes audaces hacen feliz al Dragón. La captura de todo lo que nos han arrebatado los Demonios de Kell complacerá al Coordinador todavía más que la mera destrucción de esa escoria mercenaria.
Kamekura sonrió de oreja a oreja.
—Oguchi-kun, que esto quede entre nosotros y el Dragón.