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Pacífica (Chara III)

Isla de Skye, Mancomunidad de Lira

15 de enero de 3027

Daniel Allard echó a correr hacia el Centro de Mando, deteniéndose una vez para arrojar su chaleco refrigerante a un asTech y otra para recoger el mono rojo que le entregó el sargento mayor Tech Nick Jones. Se puso el mono en el ascensor, mientras subía al tercer piso, pero aún estaba subiéndose la cremallera cuando llamó a la puerta con el rótulo «Teniente coronel Patrick M. Kell».

—Entre.

Dan abrió la puerta y retrocedió al ser golpeado por un vendaval de aire refrigerado. La amplia habitación servía al coronel Kell como despacho privado, pero disponía de espacio suficiente para la mesa que tenía reservada para las reuniones de oficiales. A la izquierda de Dan había una fila de ventanas asomadas al área de aterrizaje de hormigón armado y que ofrecían una espléndida vista de los rayos que danzaban bajo el tapiz de nubarrones. Bajo las ventanas había un sofá de vinilo de color pardo ya desgastado, dejado por la última compañía de mercenarios que había servido —o mejor, «pasado el rato», como solían denominarse los estacionamientos de tropas— en Pacífica. En él estaba sentado el único suboficial de la reunión.

El teniente coronel Patrick Kell había despreciado su enorme escritorio de caoba y estaba sentado a la mesa redonda de reuniones frente a la puerta. Con sus cabellos negros muy cortos, podía verse con claridad la fina cicatriz que se extendía desde la sien izquierda hasta la nuca. La cicatriz podía haberle dado a Kell una imagen siniestra si su fácil sonrisa, sus brillantes ojos castaños y sus atractivos rasgos no impulsaran inmediatamente a todo el mundo a llamarlo «amigo» en cuanto lo conocían.

Kell señaló la silla vacía a su derecha.

—Como puedes ver, hemos empezado la reunión sin ti.

—Sí —añadió el segundo de Kell, la comandante Salome Ward—, y creo que es mi turno. Veo tus veinte coronas y veinte más.

Aunque Ward tenía los ojos verdes y el cabello pelirrojo que solían revelar un carácter impetuoso, los oficiales presentes en la habitación sabían que era uno de los MechWarriors más fríos de la Esfera Interior, tanto dentro como fuera de la batalla.

—¡Caray! —exclamó el teniente Mike Fitzhugh, el oficial subalterno de la Lanza de Asalto de Salome, al tiempo que lanzaba una aviesa mirada a su superior—. ¿Cuarenta? Paso. —Miró a Dan y meneó su cabeza cubierta de rizos negros—. Ella siempre encuentra la manera de que tenga que ganarme la vida.

Una expresión maliciosa pasó fugazmente por la mirada del teniente Austin Brand al arrojar sin aspavientos las cuarenta coronas de Casa Steiner sobre el creciente montón de billetes de color azul verdoso.

—Voy —anunció.

La teniente Anne Finn, la rubia oficial subalterna de la Lanza de Mando de Kell, tapó con calma sus naipes. Sonrió a Dan, que se había sentado a su lado.

—Me alegro de que hayas podido unirte a nosotros.

—… dijo el tiburón a su cena —acabó Dan, mirando el fajo de coronas que tenía Anne ante sí, y se echó a reír—. Habría sido mejor para ti que yo hubiese contribuido también a aumentar tu botín de guerra, ¿verdad, Anne?

Ella se limitó a sonreír, pero el alto y delgado hombre negro que estaba sentado en el sofá se irguió y le dijo en su nombre:

—Recuerdo cierta discusión sobre su habilidad para dejar dinero sobre la mesa, mi capitán.

—Debí dejar que te sentaras tú aquí en mi lugar, «Gato».

Su comentario hizo aparecer un extraño brillo en los ojos de «Gato», pero Dan no logró entenderlo.

El sargento Clarence «Gato» Wilson se pasó la mano por su cabeza rapada y se desternilló de risa. Era el único MechWarrior de todos los Demonios de Kell que se había afeitado el cráneo para tener un mejor contacto con el neurocasco.

—Cuando uno ha jugado con los grandes, ya no vuelve a tomar parte en partidas entre amigos.

Patrick Kell carraspeó.

—Bueno, ¿volvemos al trabajo? —Un billete de veinte coronas desgastado pasó de su mano a la pila de apuestas—. Yo también voy.

Salome sonrió codiciosa.

—Full de ases y arcontes.

Brand arrojó sus cartas al centro de la mesa y Kell hizo un gesto de asentimiento a Salome.

—Tú ganas. —Se volvió hacia Allard—. Bueno, ¿cómo se porta tu lanza, Dan?

Dan carraspeó ceremoniosamente.

—Eddie Baker esperaba que pudieras hacer uso de tu influencia sobre tu prima, la Arcontesa, para ir a un destino realmente importante.

Kell se rio entre dientes.

—Prima política, Dan. Dile a Baker que se lo comentaré la próxima vez que Katrina Steiner venga a tomar una cerveza. —Kell meneó la cabeza mientras Salome barajaba el mazo de cartas—. Lo que en realidad quería saber era si Lang está adaptándose al Wasp.

Dan asintió y Kell cortó el mazo.

—Lo hará muy bien en cuanto se haya dado cuenta de las diferencias existentes entre un Wasp y un Locust.

Sin embargo, está bastante en forma. No le ha quedado ningún miedo residual por haber perdido el Locust. El teniente y yo seguiremos observándola y te informaré de cómo van las cosas.

Kell asintió y recogió sus cartas con sus fuertes manos. Dan, al imitar su gesto, recordó que aquellos naipes habían sido fabricados en la Mancomunidad de Lira; por tanto, los colocó en orden descendente. Como no había recibido ningún as, puso su par de duques tras su único arconte. Tampoco tenía ningún ’Mech. Colocó las cartas numeradas en el orden correcto. Los cuatro palos de la baraja de la Mancomunidad eran los puños, los soles, los dragones y las águilas, símbolos de las Casas Steiner, Davion, Kurita y Marik. Casa Liao, el más débil de los Estados Sucesores, no se había merecido tener su propio palo.

Anne Finn dio doscientas coronas a Dan como fondo.

—No es como si jugáramos con dinero de curso legal, ¿eh? —dijo Dan, echándose a reír y abriendo con diez coronas.

Después de que los demás hubieron hecho sus apuestas o retirado del juego, y tras indicar que quería tres cartas, se volvió hacia Kell.

—¿El capitán de la Intrepid sigue negándose a permitir que Jones parta con él después de regresar de su próxima salida?

Kell asintió y reordenó sus naipes.

—Hemos mantenido un diálogo constante mientras su nave se dirigía al punto de salto. Insiste en que estamos demasiado cerca de la frontera con el Condominio Draconis para llevar a un soldado a bordo.

—Treinta años como Tech al servicio de Lira, y tener que licenciarse un día después de que la Nave de Salto Intrepid se marche de Pacífica. No podemos prohibirle que despegue, ¿verdad?

Mientras Kell examinaba su menguante reserva de dinero, Salome respondió:

—ComStar nos pondría en la picota. De algún modo, ese bribón de mercader se hizo con un contrato para transportar grandes volúmenes de mensajes a zonas tranquilas como Pacífica, y eso lo hace intocable. No obstante, tiene miedo de que, por llevar a bordo de su nave a un Tech de Steiner, esos tipos del Condominio que conocemos y queremos tanto sientan la tentación de confiscarle la nave… o algo peor.

Dan recogió su nueva baza de cartas y logró impedir que la llegada de un tercer duque a su mano se reflejase en su expresión.

—¿No podríamos licenciar a Jones un día antes de lo debido?

Dan levantó la mirada para ver si alguien estaba observándolo, pero sólo «Gato» clavó sus ojos en él con una sonrisa de satisfacción.

Kell comentó:

—La Mancomunidad de Lira, que tiene más vendedores que pulgas un perro callejero, realiza un control exhaustivo de su dinero y de las pagas de licénciamiento. El sargento mayor Nicholas Jones tiene que licenciarse en Pacífica el 26 de mayo para poder recibir las bonificaciones a las que tiene derecho. Si el ordenador no puede identificarlo por la voz, los patrones de retina y las huellas dactilares, sus bonificaciones volverán a ser ingresadas en los fondos generales.

Dan soltó un bufido.

—Amén. Y, mientras tanto, la Intrepid se largará de un salto y no volverá hasta dentro de seis meses. —Miró hacia las ventanas y contempló los rayos que atravesaban las tinieblas—. Seis meses en este lugar es como treinta años en otra parte. Tiene que haber algo que podamos hacer.

Fitzhugh se echó a reír.

—¿Qué tal si ganas esta mano y le compras una Nave de Salto? La apuesta está en cincuenta y ahora te toca a ti.

¡Ah, Mike! Tu impaciencia te costara cara. Dan arrojó el dinero sobre la mesa con gesto despreocupado.

—Voy.

Fitzhugh enseñó tres dieces, pero Dan echó su trío de duques sobre los naipes de Fitz. Esperó una fracción de segundo a que Kell o Salome mejoraran su jugada. Luego recogió todos los billetes ES y los arrastró hasta su lado de la mesa.

Apenas sonó la segunda llamada a la puerta, «Gato» Wilson ya se había puesto en pie de un salto para ver quién era. Entreabrió ligeramente la puerta e interpuso su musculoso cuerpo entre la persona que estaba en el pasillo y la mesa cubierta de naipes. Todos los Demonios de Kell estaban al corriente de que se jugaba al póquer durante las reuniones de los oficiales de la compañía con el coronel, pero el resultado de las partidas se mantenía siempre confidencial. El carácter amistoso de las reuniones sólo podría conservarse si los oficiales sabían que no importaba quién ganara o perdiera. El dinero y el derecho a jactarse de las victorias ganadas en las partidas semanales eran unos de los secretos mejor guardados entre los Demonios de Kell.

«Gato» recogió una nota plegada que le había entregado el mensajero plantado en el pasillo. Cerró la puerta y llevó la nota al coronel Kell. Dan reconoció el papel: era fino, de los utilizados en el centro de comunicaciones, y se fijó en el anagrama de ComStar impreso claramente en la parte superior de la hoja. Durante un fugaz instante, confió en que el mensaje sería una orden de traslado de los Demonios de Kell a algún lugar lejos de Pacífica. La expresión del coronel acabó enseguida con sus esperanzas.

Kell levantó la mirada del papel, que temblaba violentamente en su mano.

—Lo siento, Dan.

El tono de voz empleado por Patrick puso un nudo en la garganta a Dan. Dios mío, ¿le habrá sucedido algo a mi padre? Le arrancó la nota de la mano y la leyó a toda prisa. Entonces se incorporó tan bruscamente que la silla cayó al suelo y se precipitó hacia las ventanas. Alisó el papel, pues lo había arrugado de manera inconsciente, y volvió a leer las horribles palabras iluminadas por los rayos:

WY ATTCGMANSUP PRIORIDAD TRANSM ALFA REGULAR

Remitido de: CGMANSUPFEDSOL NUEVA AVALON

Clasificación: Confidencial

Destinatario: Teniente coronel Patrick Kell/MANDEMONKELL

Destinatario: Capitán Daniel Allard/ADJUNDEMONKELL

27 noviembre 3026 comandante Justin Allard sufrió heridas en combate. Trasladado a Centro Médico ICNA el 15 diciembre 3026. Traumatismo grave con resultado amputación brazo izquierdo. Pronóstico de rehabilitación cibernética en espera de coma inducido por narcóticos. Pronóstico de supervivencia: excelente.

Dan sintió que una fría garra penetraba en su vientre y le arrancaba las entrañas. Volvió a hacer una pelota con el papel y lo arrojó al suelo, pero nadie hizo el menor gesto de ir a recogerlo. Dan apretó los puños y todo su cuerpo tembló de rabia. ¡No! Justin, no. Él, no.

Patrick Kell se incorporó e indicó con gestos a todos los demás que saliesen, a excepción de Salome y Wilson. Los tres conocían a Dan desde el día en que había ingresado en los Demonios de Kell como nuevo miembro de su grupo básico. Aunque todos los Demonios de Kell se solidarizarían con un compañero abatido, los tres que se hallaban a espaldas de Daniel Allard compartirían en verdad su dolor.

Dan vio a través de la ventana cómo las gotas de lluvia resbalaban por el cristal azotado por la tormenta, como las lágrimas que rodaban por sus mejillas. ¿Cómo pudo ocurrir? ¿Por qué el mensaje no explica lo que sucedió en realidad? Justin es un guerrero demasiado bueno para quedar fuera de combate en una simple escaramuza. Tuvo que tratarse de una emboscada o algo parecido.

Dan tragó saliva y se enjugó las lágrimas. Volvió el rostro y miró a sus amigos.

—Déjalos que lean el mensaje, Patrick.

Salome se agachó y recogió la nota. La alisó sobre la cadera y, al leerla, reprimió un gemido. Pasó la nota a Wilson, pero éste no llegó a cogerla. Sus negros ojos se pasearon rápidamente por el papel, mas ninguna emoción asomó a sus rasgos del color del ébano.

Kell se adelantó y apoyó sus fuertes manos en los hombros de Dan.

—Dan, todos lo sentimos.

Dan apretó los párpados para que no fluyesen más lágrimas.

—Ha perdido el brazo, Patrick. No volverá a pilotar ningún ’Mech. Esto lo matará.

Salome ofreció a Dan un vaso con tres dedos de whisky kuritano.

—Has sufrido una fuerte impresión. Bébetelo.

Dan titubeó, pero «Gato» había adivinado que deseaba ocultar toda demostración de debilidad. El alto hombre negro entregó a Salome y a Patrick sendos vasos de whisky como el de Dan y luego se sirvió otro para él mismo.

—Todos hemos sufrido una fuerte impresión.

«Gato» se acercó una silla de la mesa de póquer y se sentó con el pecho apoyado contra el respaldo.

Salome fue a sentarse en el sofá y Dan la imitó. Patrick Kell estaba apoyado en la esquina de su escritorio.

—Voy a ordenar a la tripulación de la Mac que la preparen para que te lleve a la Cucamulus. Te llevaremos de regreso a Nueva Avalon lo más deprisa posible.

Dan levantó la mano izquierda.

—No, señor. Gracias, pero no, señor —dijo. ¿Qué le ocurrió a Justin?

Patrick hizo caso omiso de la protesta de Dan.

—Oye, hay que resolver algunos asuntos de los Demonios de Kell en la Federación de Soles. Te enviaré en representación del batallón. Son asuntos del batallón, pura y simplemente.

Dan levantó la mirada e hizo un esfuerzo por sonreír.

—No, mi coronel…, Patrick…, aunque te agradezco el detalle. De verdad que sí, pero no importa lo deprisa que viaje: necesitaría más de tres meses para viajar a Nueva Avalon. Y, aunque llegara más pronto, ¿de qué serviría? Ése mensaje ha tardado más de un mes en llegar aquí, pese a haber utilizado el circuito «A» de ComStar. Debieron de haber sacado del coma a Justin hace quince días.

Dan gimió y golpeó con el puño izquierdo un brazo roto del deteriorado sofá.

Nadie dijo una palabra mientras Dan pugnaba por recuperar el control de sus emociones. Unas amargas lágrimas resbalaban por su rostro. Meneó la cabeza con violencia para quitárselas. Tenía abultados los músculos de las mandíbulas y había enrojecido por completo. ¡Ya basta, Dan! Domínate. Probablemente Justin lo lleva mejor que tú.

—Perdonadme, por favor —dijo por fin, mirando a sus tres amigos—. Espero no haber quedado en ridículo ante vuestros ojos.

«Gato» se encogió de hombros, sin darle importancia al hecho.

—Es normal querer al hermano. No es ninguna deshonra.

Salome asintió a sus palabras.

—Tú estabas presente durante la Defección, cuando todos bajamos a nuestros respectivos infiernos. Entonces tú estuviste a nuestro lado. Ahora ha llegado nuestro turno.

La Defección. Todos la consideraban como tal y todos tenían cicatrices. Tras una extraña batalla en el Mundo de Mallory con un comandante Kurita —un tal Yorinaga Kurita—, el coronel Morgan Kell abandonó la unidad e ingresó en un monasterio de Zaniah III. Dos tercios del Regimiento de Demonios de Kell se marcharon al mismo tiempo. Todo ocurrió once años atrás. Patrick seguía preguntándose por qué Morgan no le confió un regimiento entero; Salome continuaba sin saber por qué Morgan la había dejado; y Dan no entendió jamás por qué se dividieron los Demonios de Kell tan pronto como él se integró en la compañía.

Patrick Kell asintió lentamente a las palabras de Salome.

—Hemos salido adelante juntos, Dan —le dijo, manteniendo su promesa de no hablar nunca más de la Defección. Se le quebró la voz, pero reunió nuevas fuerzas—. Sé lo que es tener un hermano mayor y luego perderlo. Pero todos hemos trabajado juntos y hemos convertido esta unidad en el mejor batallón mercenario que existe. —Patrick señaló a los demás con un claro gesto de orgullo—. Nosotros compartimos tu dolor.

Dan sonrió débilmente.

—Os lo agradezco. Sólo espero que Justin salga de ésta…, ya sabéis…, mentalmente entero. —Engulló un trago de whisky y saboreó el ardor que le abrasaba la garganta—. Recuerdo que, cuando éramos niños, los demás chicos solían meterse con Justin porque es medio capelense. Yo quería ayudarlo a pelear con ellos, pero tanto si ganaba como si perdía me obligaba siempre a mantenerme al margen. «Es mi pelea, Danny», me decía. Cuando yo le decía que él era mi hermano y, por lo tanto, era nuestra pelea, él se echaba a reír y me decía que yo podría tener todo aquello de lo que él no pudiera encargarse.

Patrick sonrió con afecto y sorbió un poco de whisky.

—He oído hablar muy bien de tu hermano Justin. Siempre confié en que él solicitaría el ingreso en los Demonios.

Dan asintió.

—Yo también. Recuerdo el momento en que anunció su intención de incorporarse a la Academia Militar de Sakhara. Dijo a mi padre que quería estar lejos de Nueva Avalon para no aprovecharse del apellido Allard, y mi padre se tomó bastante bien sus palabras. Justin me dijo que quería llegar a ser MechWarrior porque, en un ’Mech, todos somos iguales. Desde aquel momento decidí ser también MechWarrior, pues quería ser igual que Justin.

Salome pasó sus fuertes y delgados dedos sobre los músculos del cuello de Dan.

—Estoy convencida de que hay algún otro mensaje en un centro de ComStar en el que te informan de que Justin está recuperándose perfectamente. El Instituto de Ciencias de Nueva Avalon ha hecho muchos descubrimientos en los últimos tiempos. Al menos, tu hermano está recibiendo los mejores cuidados posibles.

—Dan, ¿estás seguro de que no quieres marcharte? No digo que podamos funcionar sin ti, pero la Cucamulus es tuya si la quieres. —Patrick señaló la Manannan MacLir a través de la ventana—. Por si acaso, mantendré en estado de alerta a la tripulación de la Mac.

Dan apuró el vaso y se puso de pie.

—No, pero gracias. Gracias a todos. —Sonrió con calma—. Estoy seguro de que Justin se pondrá bien. Como les gusta decir a los aerodeportistas: «El accidente bueno es el que dejas atrás». —Dan sonrió aún más—. Aquí tengo trabajo que hacer y Justin se sentiría decepcionado si yo no atendiera mis obligaciones. Al fin y al cabo, alguien tiene que pensar la manera de que el sargento mayor Jones se vaya de la Vieja Tormentosa cuando llegue el momento.

Patrick Kell sonrió.

—Entendido, capitán. Pero recuerda: la puerta está siempre abierta.

Daniel Allard asintió, mas apenas oyó sus palabras, pues un torbellino de pensamientos daba vueltas en su mente. Averiguaré quién te hizo esto, Justin, y te juro que su sangre manchará las manos de un Allard.