12
12
Nueva Avalon
Marca Crucis, Federación de Soles
20 de enero de 3027
El conde Antón Vitios entornó sus castaños ojos e hizo un gesto con la cabeza al tribunal militar. Se volvió para que la cámara de holovídeo colocada en la esquina de la sala de vistas le enfocara su mejor perfil.
—La acusación llama al estrado al teniente Andrew Redburn —anunció.
Redburn se incorporó, secándose en los pantalones la humedad de las manos, y se abrió paso por el abarrotado banco en el que había estado sentado, susurrando disculpas una y otra vez. En cuanto logró salir al pasillo, se estiró la chaqueta de su uniforme de gala, inspiró profundamente y echó a andar hacia el alguacil, que le había abierto la portezuela de madera.
Aunque Redburn se mantenía aparentemente impávido, notaba como si se le hubieran derretido las entrañas. Tomó asiento en el estrado de los testigos, de madera de caoba, mientras un secretario sostenía ante él una copia encuadernada en piel de El Libro Inacabado.
—En nombre del pueblo de la Federación de Soles, amante de la libertad, ¿juráis decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad? —entonó el secretario.
Redburn levantó la mano derecha y apoyó la izquierda con firmeza en las pardas tapas del libro.
—En nombre del deber, la fe y el honor, lo juro solemnemente —declaró, siendo consciente de la importancia de aquellas frases ya consagradas por el paso del tiempo. Se humedeció los labios y agregó—: Que Dios me ayude.
Vitios se acercó a la mesa de la acusación y cruzó unas palabras con el colaborador que había hablado con Redburn. Ante una mesa de roble idéntica, al otro lado del pasillo, estaban sentados el comandante Justin Allard y su abogado. Redburn se estremeció. Justin mira al frente —pensó—. Casi parece como si no estuviera en la sala. Redburn sintió un sobresalto al ver el guante de cuero negro que cubría la mano izquierda de Justin, y quedó tan absorto que no oyó la primera pregunta de Vitios.
—Le he pedido que diga su nombre completo y su graduación.
La irritación en el tono de voz del fiscal había caracterizado toda su actuación en la vista. Redburn, de súbito, sintió miedo ante lo que esperaba que fuese su gran oportunidad de ayudar a su amigo.
—Soy el teniente Andrew Bruce Redburn.
Redburn se dio el capricho de recalcar las erres de su nombre. Aunque había hecho grandes esfuerzos por ocultar su acento en sus días de cadete en la Sala de Guerreros de Nueva Sirtis, lo recuperaba para aquella ocasión, siendo así fiel al espíritu desafiante de sus antepasados escoceses, cuyo lema era «¡Muere luchándo!». Agarró la baranda del estrado de los testigos y devolvió al fiscal su amenazadora mirada. Vitios señaló una carpeta y dijo:
—He estudiado su declaración, teniente. Ha sido incorporada a las actas oficiales. —El rostro de aquel hombre le recordó a Redburn una alimaña hambrienta cerniéndose sobre su presa indefensa—. ¿Cómo fue que el comandante Allard acompañó a su unidad en aquel ejercicio de entrenamiento?
—Yo le solicité su participación.
Vitios asintió.
—¿No había requerido su participación en varias ocasiones antes de que aceptara participar en aquel ejercicio en particular?
Redburn tragó saliva.
—Sí, Excelencia.
—¿Cuántas veces?
Redburn entornó los ojos y decidió pasar a la ofensiva.
—Cuatro veces, por escrito. Tal vez Su Excelencia no comprende que el comandante estaba muy ocupado.
Vitios sonrió fríamente.
—¡Oh, comprendo muy bien lo ocupado que estaba su comandante, teniente! Al fin y al cabo, eso es lo que se discute en este juicio, ¿no? —Vitios volvió su atención hacia la declaración y la abrió—. De hecho, no tuvo confirmación por parte del comandante Allard de que iba a unirse a ustedes hasta el día previo al ejercicio, cuando usted celebró una reunión privada con él. ¿Es así?
Redburn asintió, intranquilo.
—Sí, Excelencia —reconoció.
Vitios apoyó dramáticamente su codo derecho en la mano izquierda y tabaleó sobre su puntiaguda barbilla con el dedo índice.
—En su declaración, ha definido aquella reunión como urgente. ¿De qué hablaron?
Redburn se mordió el labio inferior.
—Expresé al comandante mi preocupación por cierta inquietud que se había extendido por el batallón de adiestramiento. Le dije que su participación en el ejercicio ayudaría a darles moral y podría devolverle parte del respeto debido a un MechWarrior de su reputación.
Vitios siseó, como si el teniente hubiera dicho algo que le había infligido un fuerte dolor.
—Hábleme de esa «inquietud» en el batallón. ¿De qué se trataba?
Redburn se encogió de hombros y trató de atenuar la gravedad de la pregunta.
—Raras veces sienten aprecio los reclutas por su comandante en jefe, en especial si es duro con ellos.
Vitios dio un paso adelante y se volvió hacia el público.
—¡Vamos, teniente! —exclamó—. Usted sabe la verdadera causa de la insatisfacción generalizada en el batallón, ¿verdad? ¿No se trataba de ciertas manifestaciones de apoyo al sargento Philip Capet? ¿No estaban furiosos los soldados porque el comandante Aliad, sin ninguna provocación, había despedido a un guerrero condecorado con el Sol de Oro?
—Es posible en parte, conde Vitios.
Las esperanzas de Redburn de haber parado el peligroso ataque del conde murieron con su respuesta.
—Y parte de aquella inquietud se debía a las relaciones del comandante Allard con los amarillos, ¿verdad? ¿Cómo podían aquellos reclutas confiar en un hombre que habitualmente viajaba, se encontraba y prefería la compañía del enemigo, en vez de los que deberían ser sus compañeros?
—¡Protesto! —El abogado de Justin se puso en pie de un salto y perforó el aire con su dedo. Su mano izquierda pugnó por volver a colocar las gafas en su sitio antes de que se le cayeran de la nariz. Sin embargo, la intensidad de su mirada no se alteró—. La acusación está orientando al testigo y su afirmación estaba preñada de prejuicios raciales.
El presidente del tribunal, el general de división Sheridan Courtney, se volvió hacia el conde Vitios.
—Aceptada. Tenga más cuidado, Excelencia.
El conde asintió.
—Teniente, ¿visitaba el comandante a ciertos nativos de manera más o menos regular?
—Supongo que sí.
—Por supuesto que sí, teniente. ¿Ha olvidado las reuniones semanales del Comité de Relaciones Comunitarias? ¿Ha olvidado cuánto le gustaba almorzar en los restaurantes de Shaoshan tras regresar de un ejercicio? ¿Ha olvidado a los empleados nativos que trabajaban como criados en su casa?
Redburn miró el pulido suelo de baldosas de madera.
—No, Excelencia —dijo.
—¿Por qué estaban estacionados en Kittery, teniente? —preguntó Vitios, sin que su voz perdiera para nada el tono mordaz.
Redburn se irguió bruscamente y su ira restalló en su respuesta.
—Para proteger el planeta y la frontera.
—¿De quién, teniente?
—De las fuerzas capelenses de Maximilian Liao —dijo Redburn con asco.
—Los mismos con los que el comandante pasaba tanto tiempo. ¿No es así, teniente? —Antes de que Redburn pudiera responderle, Vitios le formuló una nueva pregunta—: ¿Conoce a Shang Dao?
¿Adonde diablos quiere ir a parar ahora?, pensó Redburn, asintiendo.
—Me lo presentaron.
—¿Quién? ¿El comandante Allard?
—Sí.
Vitios asintió.
—¿No es Shang Dao el líder del tong Yizhi de Shaoshan?
Redburn frunció el entrecejo.
—Creo que sí.
Vitios ladeó ligeramente la cabeza.
—Creía que la DCE había identificado el tong Yizhi como una organización capelense y que estaba prohibido todo contacto entre el personal de la Federación de Soles y el tong. De hecho, usted expulsó a un cadete bajo la acusación de relacionarse con personal afectado por la prohibición, ¿no es verdad?
Redburn titubeó.
—Yo… No ocurrió como usted dice.
Courtney lanzó una severa mirada a Redburn desde el estrado.
—Responda a la pregunta, teniente —le ordenó.
—Sí, Señoría —contestó Redburn—. El cadete fue expulsado por su adicción al opio. Pensamos que el problema quedaría zanjado en cuanto abandonara Kittery y no quisimos que la acusación de consumo de sustancias opiáceas lo persiguiera el resto de su vida.
Vitios estuvo a punto de sonreír.
—Una acción encomiable, teniente, pero sigue siendo un hecho que el comandante Allard se veía de manera regular con Shang Dao, violando las directrices de la DCE, ¿no?
Redburn estaba abatido.
—Sí, Excelencia.
Vitios volvió a la mesa de la acusación y recogió un archivo.
—Tengo aquí una transcripción de la «caja negra» de su ’Mech, que ha sido incorporada como prueba. He repasado su transcripción, así como las de los demás ’Mechs del batallón. Debo felicitarlo por su calma y rapidez de pensamiento pese a estar bajo el fuego. Usted salvó a su grupo de una brutal emboscada.
Redburn asintió. Lanzó una mirada a la mesa de la defensa y se quedó desolado. El teniente Lofton, abogado de Justin, estaba susurrando algo en tono apremiante al oído de su cliente, pero éste no parecía escucharle. Se limitaba a mantener la vista al frente, como si tratara de abrir un agujero en la pared de mármol gris de la sala por pura fuerza de voluntad.
Vitios sonrió. Parecía una serpiente pitón que acabara de descubrir el lechón bien alimentado que le serviría de cena.
—Sabemos que los ’Mechs capelenses estaban esperándolos. ¿Cómo pudo suceder?
—Estamos obligados a entregar informes sobre nuestras rutas de desplazamiento al gobierno civil de Shaoshan.
El conde asintió.
—Shang Dao es miembro del gobierno civil, ¿verdad?
Redburn se encogió de hombros.
—Ésa información no es muy secreta, Excelencia. Aquél día, cuando hicimos un descanso al mediodía, unos vendedores ambulantes de Shaoshan se acercaron y nos vendieron comida. —Vitios quiso protestar, pero Redburn cortó cualquier posible comentario—. Excelencia, los MechWarriors nos achicharramos dentro de nuestras máquinas. Nadie quiere comer nada que haya sido cocido en el mismo hornillo si puede evitarlo. Recuerde que el gobierno contrata al postor que ofrece los precios más baratos, lo que es muy revelador sobre la calidad de las raciones, en especial en los mundos fronterizos.
Courtney golpeó con el mazo para ordenar silencio a los espectadores que se habían echado a reír. Incluso Redburn cobró nuevos ánimos al ver que la expresión hosca y distante de Justin se había suavizado un poco.
—¿Qué le dijo el comandante Allard cuando el soldado William Sonnac, cuyo Stinger estaba situado sobre los Locusts que acabarían matándolo, informó sobre unas lecturas extrañas de su rastreador magnético? —preguntó Vitios, logrando que Redburn se tragara todo su optimismo.
—Me pidió que comprobara las lecturas de Sonnac. Es el procedimiento habitual.
—Pero eso no fue lo único que dijo, ¿verdad, teniente?
—No le entiendo, Excelencia.
Vitios hojeó la transcripción.
—Permítame que le refresque la memoria, teniente. El comandante Allard le dijo: «Andy, comprueba las lecturas de Sonnac. He encontrado algo en la colina y quiero ver qué es». —Vitios se volvió y miró a Justin—. ¿No le parece raro, teniente? Ustedes están atrapados en un valle hondo y su jefe deja a un subalterno al mando de unas tropas novatas en un área hostil mientras él va a una colina a examinar algo cuya existencia nadie más puede verificar.
Vitios no dio a Redburn la ocasión de replicar, sino que siguió acosándolo como un boxeador dispuesto a ganar el combate.
—Usted acató la orden y luego gritó: «¡Comandante Allard! ¡Cicadas, señor! ¡Por todas partes!». Su respuesta fue: «Retírate al sur, teniente». —Vitios volvió la página y empezó a acercarse a la mesa de la defensa—. Un soldado, Robert Craon, intervino: «¡Negativo, negativo!» —exclamó—. «Tengo lecturas de rastreador magnético fuera de escala al sur, este y norte. A usted lo distingo con nitidez, señor. Tenemos que dirigirnos al oeste.» —Vitios levantó la mirada y giró hacia Redburn—. ¿Es así como usted lo recuerda, teniente?
—Sí —respondió, asintiendo.
Los ojos de Vitios brillaron con fiereza y Redburn sintió como si lo arrojaran al negro e insondable espacio.
—Un oficial al mando, graduado en una academia militar superior, y condecorado con el Sol de Diamante por sus acciones en Spica, acababa de enterarse de que su unidad está rodeada. ¿Qué cabría esperar de un hombre así? ¿Acaso semejante oficial no regresaría para reunir a sus tropas? Se encuentra muy cerca, en la colina. ¿Usted no esperaba que volviese, teniente?
Redburn tragó saliva con dificultad e inspiró hondo.
—Sí, Excelencia.
—¡Claro que sí, teniente! —Vitios abrió los brazos para abarcar a todos los oficiales situados entre el público y a los tres hombres del tribunal—. Cualquiera que tenga experiencia militar sabe que un oficial al mando de unas tropas no las abandona a su suerte. Pero ¿cuál fue la respuesta de Justin Xiang Allard a la urgente llamada de sus hombres? «Por aquí tampoco hay salida. Haz lo que puedas, Andy. Quedas al mando de la unidad.» Abandona el mando y añade: «Es una trampa, de principio a fin. No corran hacia el oeste…» —Vitios meneó la cabeza—. Los abandona y acaba con toda esperanza que pudieran albergar de huir de allí. —Vitios mostró una sonrisa de complicidad a Redburn y su voz se redujo a un malicioso susurro—. Usted se sintió traicionado, ¿verdad?
Redburn vaciló, pero asintió con resignación.
—Sí.
—Y lo fue. —Vitios miró a Courtney—. He terminado con este testigo.
El general de división consultó su reloj.
—Dada la hora que es, se suspende la vista.
Lofton se puso en pie de un respingo.
—¡Protesto, Señoría! ¡Sólo son las tres y media! No puede suspenderse la vista hasta que yo haya tenido la ocasión de interrogar al testigo.
—Teniente Lofton, me permito recordarle que el príncipe Davion organiza esta noche una recepción en honor del teniente Redburn. No quiero que este hombre se sienta demasiado agobiado y exhausto como para no poder disfrutar plenamente de ese gran honor.
Lofton se quitó las gafas y entornó sus oscuros ojos.
—No, pero usted se retirará a descansar y pasará toda una noche antes de que yo pueda limpiar su mente del testimonio cargado de prejuicios que el conde Vitios ha logrado sonsacar a este valioso testigo.
Redburn levantó la mirada hacia Courtney.
—Puedo continuar, Señoría.
Courtney golpeó el estrado con el mazo.
—¡Basta! Se suspende la vista hasta mañana por la mañana a las nueve y media. En cuanto a usted, teniente Lofton, otra afirmación como ésa y pasará la noche en una celda con su cliente, pues lo condenaré por desacato.