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Solaris VII (El Mundo del Juego)
Rahneshire, Mancomunidad de Lira
20 de marzo de 3027
Las tinieblas envolvieron a Kym Sorenson cuando salió de debajo de la gruesa colcha de la cama. Arregló la cubierta, se inclinó y arropó hasta los hombros a Justin. Luego se arrodilló en el lecho y le dio un suave beso en la frente.
—Duerme bien, cariño. Volveré pronto —susurró, pero una fugaz mirada al vaso vacío que reposaba sobre su mesita de noche le indicó que él no notaría su ausencia.
A pesar de que confiaba en que el sueño de Justin era muy profundo, Kym recogió su ropa y se la llevó para vestirse fuera de la habitación. Sobre los vestidos que había usado durante el combate y en Valhalla, se puso un grueso abrigo y escondió sus dorados cabellos bajo un sombrero de ala ancha.
Al salir de la casa de campo, se levantó el cuello del abrigo para protegerse de la lluvia y del viento y fue caminando hasta el Huracán. Tocó la puerta y ésta se abrió. Kym se sentó en el asiento del conductor. La puerta bajó y se cerró mientras ella marcaba el código de encendido en el tablero numérico del cuadro de mandos. El motor se puso en marcha con un zumbido y el Huracán se elevó sobre un colchón de aire.
Las luces de Ciudad Solaris centelleaban como gotas de lluvia en una telaraña de calles. Kym condujo el Huracán desde los montes del sector de Davion, conocido como las Colinas Negras. Tomó Bunyan Road y se detuvo con un frenazo ante un edificio de apartamentos razonablemente bien conservado.
Fue corriendo desde el aerocoche hasta las cristaleras del vestíbulo. Allí pulsó dos veces un botón en particular, contó hasta tres y lo pulsó cuatro veces más. Mientras aguardaba a que el inquilino del apartamento le abriese la puerta, miró a su alrededor con nerviosismo, aunque no vio a nadie en la oscuridad. Sonó un zumbido, áspero como el rugido de una alimaña enfurecida, que cesó de pronto en cuanto Kym abrió la puerta. Entró apresuradamente en el edificio, pero no siguió adelante hasta asegurarse de que la puerta se había cerrado a sus espaldas.
En vez de dirigirse al ascensor del vestíbulo, Kym se encaminó a la derecha, hacia la salida de incendios. Abrió la puerta y entró con cautela en un corredor largo y apenas iluminado. Lo recorrió con paso rápido y llegó a la salida trasera del bloque de apartamentos. La abrió también y salió al callejón oscuro situado detrás del edificio.
Kym corrió en la noche hasta llegar a una avenida llamada Twain Street. Al doblar la esquina, volvió a caminar sin prisas. Pasó frente a un restaurante, se detuvo como si hubiera tomado una decisión impulsiva, echó un vistazo a la pantalla de holovídeo con el menú y entró.
Una vez en el interior, Kym se quitó el sombrero y agitó sus cabellos, que cayeron en cascada sobre sus hombros mientras se dirigía a una mesa con asientos con respaldo situada al fondo del local. Un sonriente camarero le entregó un menú y Kym se arrellanó con calma en su asiento.
—Informe —susurró una profunda voz masculina desde el altavoz oculto entre los almohadones colocados justo detrás de su cabeza.
Kym bostezó.
—Contacto con Shang. Noton está interesado en Xiang y Xiang es susceptible al Nasodithol. No lo notó en una bebida y bajo su influencia fue altamente sugestionable.
Kym calló cuando el camarero regresó junto a su mesa.
—Café, por favor. Nada más.
Cuando el camarero volvió a estar demasiado lejos como para poder oírla, la voz siseó al oído de Kym como una serpiente:
—Satisfactorio. Siga animando a Xiang a entrar al servicio de Noton. Allí nos será muy útil. Tenga en cuenta que Fuh Teng es Maskirovka. Tenga cuidado. —La voz, monótona y carente de toda emoción, calló por unos instantes y agregó—: Al ministro no le agradaría en lo más mínimo que resultara conveniente matar a su hijo.
Gray Noton se sumió en las sombras de Bunyan Street al ver que Kym regresaba a su Huracán. Se apretó la oreja con la mano y escuchó atentamente el informe que le transmitía el agente por radio. Noton sonrió y observó cómo el aerocoche se elevaba y se alejaba por la calle hasta desaparecer.
¿Has venido tan lejos solo para tomar una taza de café, Kym? No lo creo. Especialmente teniendo en cuenta que, hace una semana, le sacaste con arrumacos a Enrico Lestrade medio kilo de esa mezcla de Atocongo. No hay nada que te interese en ese restaurante, al menos, no para comer ni beber. Al recordar las palabras tranquilizadoras de Lestrade, diciéndole que la condesa Sorenson no era más que una niña rica y aburrida, Noton se echó a reír. Lo engañaste, Kym, pero eso tampoco era tan difícil. A mí, no. Y eso te costará más de lo que te gustaría saber.