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Styx

Distrito Militar de Dieron, Corporación Draconis

25 de mayo de 3027

Melissa se ajustó los auriculares y se acercó el micrófono a la boca. Alargó la mano al holograma, generado por ordenador, de las instalaciones mineras y tocó un punto que brillaba en el extremo septentrional del tercer nivel sobre el centro de mando.

—Informe, Tercero.

—Los registros sísmicos se mantienen constantes. Parece una maraña de trampas. Informaremos si se produce algún cambio. Corto.

Melissa asintió y miró a Clovis.

—Tercero da informe negativo. —Cuando se volvió hacia Andrew, algunos mechones de su dorados cabellos atravesaron la reproducción por láser de la base—. ¿Qué piensa usted?

Andrew contempló el modelo holográfico. El núcleo de mando se alzaba como un eje que cruzaba el planetoide de arriba abajo. De cada uno de los seis niveles partían diversos corredores que divergían del centro de mando como los radios de una rueda. Cada uno de los radios se desmembraba en un laberinto de túneles más pequeños, de color verde para indicar que eran aproximaciones de lo que existía en realidad.

Andrew señaló los túneles verdes.

—Éstos mapas no tienen ningún sentido —opinó.

Clovis se volvió hacia él.

—Tienen sentido si se abren en busca de una veta de mineral —gruñó.

—Bueno, a mí me recuerdan los cabellos de Medusa —dijo Andrew, suspirando con fuerza—. Sabemos dónde es probable que pusieran las trampas, lo que significa que probarán dos o tres sitios, como el hangar de atraque privado del nivel Eco. Los ’Mechs atacarían el gran nangar de atraque para venir directamente hacia aquí. No sé qué otro sitio sugerir.

Melissa dio un puñetazo sobre la mesa.

—¡Maldita sea, Andrew! No me venga usted con ésas. Tal vez no sea comandante de una compañía de infantería aeromóvil, pero acudió a una condenada academia militar. Sé lo que enseñan a los hombres de la Mancomunidad. ¡Ahora, utilice lo que aprendió en la Sala de Guerreros!

Andrew se revolvió. Su rostro era un vivo reflejo de ira y frustración.

—¡Ése es el problema, Alteza! Soy un MechWarrior. Pienso como un MechWarrior. Déme un ’Mech, aunque sea un Locust, y yo me encargaré de esas tropas de las FIS. ¡Arrggghhh…! —Andrew apretó los puños y buscó algo que golpear a su alrededor.

Melissa se estremeció.

—Usted es un guerrero, Andrew, tenga una máquina o no. Sea fiel a sí mismo y dígame lo que piensa.

Andrew cerró los ojos y, haciendo un esfuerzo de voluntad, abrió las manos.

—Le pido disculpas. Usted tiene razón. —Incluso logró reír por lo bajo—. Supongo que la diferencia existente entre los MechWarriors y los aeromóviles sólo radica en el tamaño de sus juguetes. —Regresó junto al diagrama y señaló otros dos puntos—. Allí, en la galería situada sobre Baker; y en este nivel, justo debajo de la sala del centro de entretenimiento.

Melissa se volvió y observó cómo Clovis utilizaba sus ordenadores para obtener información que confirmara o desmintiera las corazonadas de Andrew. Volvió la mirada hacia el capitán Von Breunig y Erik Mahler, que se hallaban de pie junto a la puerta, y se preguntó: ¿Como pueden confiar tanto en mí estas personas? Ésos dos se autonombraron mis guardaespaldas en cuanto les dije mi auténtico nombre.

Cuando Melissa confesó su verdadera identidad, esperaba que los secuestradores se pusiesen de inmediato en contacto por radio con la nave de las FIS que se acercaba y canjear la vida de ella por las suyas. Mientras escuchaba su discusión, había comprendido que iba a morir, pasara lo que pasase. Confiaba en que su sacrificio salvaría a los demás.

Danica Holstein se apresuró a pedirle perdón a Melissa por lo que había estado a punto de hacer.

—Somos de Heimdall, Alteza. Nunca podríamos hacerle daño.

Tras admitir aquello, y tras la plétora de datos que Clovis había sonsacado al ordenador, Danica, Andrew, el capitán Von Breunig y Melissa habían conseguido deducir cuáles eran las razones del secuestro. Andrew llegó a la siguiente conclusión:

—Si usted desapareciera en un planeta davionés, las relaciones entre ambos reinos se enfriarían. Sólo puedo suponer que hay facciones en ambos lados que se beneficiarían de ese cambio de situación.

—Lestrade —susurró Danica con voz áspera como la lija—. Aldo Lestrade.

Cuando Melissa se dio a conocer, todos los presentes juraron guardar el secreto. El resto de los pasajeros oyeron vagos rumores sobre un enviado muy importante de Steiner entre ellos. Sin embargo, los miembros de Heimdall que vivían en el planetoide fueron informados de la verdad, lo que sirvió para aumentar sus ansias de combate. Clovis fue quien describió mejor la situación:

—Su padre fue de Heimdall. Por lo tanto, usted también lo es.

La voz que zumbó en el oído de Melissa la devolvió al momento presente.

—Sí, Eco Uno —dijo—. Adelante.

—Los sensores indican un lento escape de atmósfera en el hangar pequeño. ¿Sellamos el túnel?

Melisa miró el diagrama que relucía frente a ella.

—No lo vuelen. Vuelvan al punto de control Eco Dos y preparen esa trampa. Cuando se dispare, vuelen los explosivos y sellen el túnel.

—Recibido. Corto.

Melissa sonrió al enano.

—Evacúen a todo el personal no esencial a la Silver Eagle.

Clovis asintió y transmitió la orden. Todos los presentes sabían que las fuerzas de Kurita no averiarían adrede ninguna Nave de Salto ni de Descenso y llevaron a todos los que no realizaban ninguna tarea específica al interior de las naves. Las máquinas son más valiosas que las personas —comprendió Melissa con un sobresalto—. No tiene sentido.

En aquel preciso momento, Andrew y Mahler empezaron a ceñirle un cinto con una pistola. Melissa se incorporó con brusquedad.

—¡No, no me lo quiero poner! —protestó.

Ja, se lo pondrá. —Mahler ajustó el cinto a la cintura de Melissa—. Todos los jefes deben llevar un arma. No hay alternativa.

Andrew empuñó un fusil automático y una bolsa llena de grapas.

—Hasta luego, alteza —dijo.

Melissa lo paralizó con una gélida mirada de sus ojos grises.

—¿Adonde va?

Andrew se encogió de hombros.

—Pronto va a poner en sus puestos de combate a sus equipos de disparo. Lo dijo usted misma: yo soy un guerrero y debo ser honesto conmigo mismo. He pensado que podría bajar y ayudar con mi arma a uno de los equipos. Al Equipo Tigre le falta un arma.

—No puede dejarme aquí… —protestó. ¡Maldición, Andrew lo necesito! Lo miró y tragó saliva—. Necesito sus ideas.

Andrew se pasó la mano por sus cortos cabellos.

—Entre usted, Clovis y Erik, todo estará bajo control.

Melissa negó con la cabeza. ¿Cómo puede dejarme a cargo de todo ? Nunca he mandado nada antes. Me hace responsable de más de setecientas cincuenta personas perdidas en una roca que flota en medio del espacio hostil. Entornó los ojos y rogó en silencio al MechWarrior que se quedara con ella.

Andrew dejó el fusil sobre una mesa y se acercó a ella. Apoyó las manos en sus hombros y se los apretó con suavidad, pero también con firmeza.

—¿Recuerda lo que hablamos aquella noche en la recepción de Tharkad? Esto es la responsabilidad. Ésas personas creen en usted y están dispuestas a morir por usted. No puede preguntar por qué lo hacen. Simplemente tiene que aceptar su sacrificio. —Andrew señaló el holograma—. Utilice sus conocimientos para que su sacrificio sirva para algo. —Le levantó el rostro con la mano derecha—. Sé que usted puede hacerlo. La organización de la defensa ya fue brillante.

—Pero fue como un ejercicio intelectual —respondió Melissa—. Sólo fue un juego.

Andrew asintió.

—Y esto también lo será… entre usted y el comandante de las tropas de las FIS.

Melissa agarró a Andrew por las solapas de su chaqueta oscura.

—Pero algunos morirán…

Andrew se soltó y recogió de nuevo el fusil.

—Limítese a asegurarse de que muera más gente de ellos que de nosotros. —Sonrió y señaló con la cabeza a Mahler y a Von Breunig—. Ellos no permitirán que a usted le ocurra nada. Usted es una líder, Melissa Arthur Steiner. Ahora le ha llegado la hora de ser honesta también consigo misma. Buena suerte…

Andrew cruzó la puerta y desapareció. Clovis se volvió hacia Melissa, que lloraba sin consuelo.

—Alteza, hemos establecido contacto con nivel Eco —dijo.

Melissa se apretó los auriculares.

—Sí, Eco Dos.

—Los veo a través del ventanal. ¡Voy a dispararles!

—Sí, Eco Dos. —Melissa miró el holograma y vio unas figuras, generadas por ordenador, que iban por el corredor hacia la posición de Eco Dos—. ¡Fuego!

Melissa oyó el tableteo de un fusil automático, pero el ruido cesó antes de que pudiese averiguar qué había sucedido. Una voz nueva y apremiante la interrumpió.

—Baker Cuatro a Base Delta.

Melissa echó un vistazo a la galería situada dos niveles más arriba.

—Adelante, Baker Cuatro.

—Gran brecha. Están entrando en masa. Baker Uno informa también de entrada de FIS. Necesitamos ayuda.

—Recibido. —Melissa conectó un canal de reserva del control de radio de su cinturón—. Equipos Pantera y Leopardo, ayuden a Baker Cuatro. —Observó cómo Clovis ponía en posición los iconos que representaban los equipos de fuego Fantera y Leopardo en la proyección holográfica.

Melissa volvió a la frecuencia táctica de la radio.

—Eco Dos, informe.

Sólo recibió un soplido de estática. Melissa se inquietó y manoseó la radio.

—Eco Uno, informe.

Nada.

—¡Eco Uno, vuele el túnel!

Clovis se volvió hacia ella.

—Los radiofonistas han muerto.

Las brillantes luces que marcaban la posición de Eco Uno y Eco Dos se apagaron. Melissa contempló el holograma y vio que los pequeños iconos de dragones, que Clovis había diseñado para representar a los kuritanos, avanzaban lentamente por el túnel. Sobre ellos, otros iconos de dragones ocupaban sus posiciones anteriores. Baker Cuatro y Uno murieron. Las imágenes de las panteras y los leopardos se enfrentaron a los dragones. Parpadearon y algunos desaparecieron a medida que el programa de Clovis relacionaba los datos y los cálculos de bajas.

Melissa sintió un fuerte dolor en el corazón.

Están muriendo. Están muriendo por mí.

—Aquí Baker Dos, nos están…

La estática que ahogó el informe de Baker Dos arrancó a Melissa del torbellino de sentimientos de culpa y de miedo que amenazaban con destruirle la razón. Meneó la cabeza para despejarse y tragó saliva. Luego miró los iconos que representaban sus equipos de fuego de reserva.

—Jaguar, Puma, Lince: al nivel Baker.

Desaparecieron en los lados y volvieron a aparecer frente a los dragones, que seguían avanzando. Más abajo, otros dragones seguían adelante por el nivel Eco.

Melissa se mordió el labio inferior y examinó el último icono de unidad.

—Tigre, diríjase al nivel Eco.

Será mejor que sobreviva, Andrew Redburn.

De súbito, recordó fugazmente a Misha Auburn bailando con Andrew en Tharkad. Aquélla imagen impacto en ella como un puñetazo. Dios mío, ¿qué he hecho?

Redburn se echó a un lado y lanzó una lluvia de balas por el estrecho pasadizo. Vio que un ninja de las FIS giraba como una peonza, mientras las balas lo levantaban en vilo y lo arrojaban al suelo unos metros más atrás. Otros dos agentes FIS devolvieron el fuego a Andrew. Sus balas levantaron grandes fragmentos de argamasa y piedra de las paredes, pero no lograron herir al MechWarrior, que los esquivaba rodando por el suelo.

Otros dos Tigres siguieron a Andrew por el corredor. Uno logró acurrucarse en un nicho natural que lo protegió, pero el otro se detuvo como si hubiese chocado contra una pared de ladrillos. Un disparo le empujó la cabeza hacia atrás. Antes de que se desplomara, una ráfaga de disparos le abrió el pecho y lo lanzó contra las sombras del fondo.

El otro hombre se agarró al hombro de Andrew. Cuando el MechWarrior se volvió, lo bañó un chorro de sangre caliente que brotaba de la enorme herida que el hombre tenía abierta en el cuello. Miró a Andrew con una expresión de puro terror. Cuando abrió la boca para gritar, sólo sangre salió de ella.

Andrew apartó al soldado de un empujón. Otros dos ninjas FIS salieron de su escondrijo y avanzaron hacia su posición. Andrew, tumbado boca abajo, disparó dos ráfagas. Una de ellas atravesó al primer agente, que cayó inerte. La segunda ráfaga falló, pero pese a todo obligó al otro agente a retroceder.

Entre los restallidos de las armas y los silbidos de las balas que rebotaban en las paredes, resonó con claridad una voz embargada por el pánico:

—¡Tigres, retrocedan!

Andrew oyó la voz de retirada. Intentó ponerse en pie a trompicones, pero el hombre agonizante se aferró a él y lo sujetó por las piernas. Andrew pateó violentamente a su compañero herido de muerte, pero éste no lo soltó.

—¡Maldito seas! ¡No me hagas morir contigo!

Andrew levantó la mirada y vio una bolsa llena de explosivos que cruzaba el aire con un movimiento patéticamente lento. ¿Es esto el final? Dio otra fuerte patada al moribundo. Liberó un pie, pero el hombre había conseguido echarse encima de la otra pierna, que estaba atrapada bajo su cuerpo. Su peso hizo caer a Andrew.

Al caer, Andrew apuntó con su fusil automático a los ninjas. Apretó suavemente el gatillo y contempló cómo los cartuchos humeantes surgían como torrentes de la recámara. El mundo explotó a su alrededor, pero un solo pensamiento ocupó la mente de Andrew: Te quiero, Misha.

Melissa sintió un escalofrío y su corazón se paró por unos instantes. Clovis echó una ojeada a una pantalla y tecleó unos datos en el ordenador. Antes de pulsar la tecla «Intro», se volvió hacia ella.

—Explosión en el nivel Eco. Lo siento.

Pulsó la tecla, y los iconos de los Tigres se desvanecieron sin dejar rastro.