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Nueva Avalon
Marca Crucis, Federación de Soles
30 de enero de 3027
—¡David, debes subirme al estrado! —Aunque Justin hablaba bajo, su voz estaba preñada de cólera y resonaba por toda la sala para prisioneros—. Necesito tener la oportunidad de hablar.
—No servirá de nada —respondió Lofton.
Justin sonrió sin alegría, pero sus castaños ojos se habían convertido en dos surcos desbordantes de furia.
—¡Oh, claro que servirá de algo, David! —exclamó.
Las fosas nasales de Lofton se hincharon.
—¿Desde cuándo es usted el abogado? ¿Cree que no me doy cuenta de lo que ocurre ahí fuera? Serían capaces de atarlo a un propulsor K-F y lanzarlo al interior de su tumba. Cuando lo miro a usted, veo a un oficial que se preocupaba por sus hombres y trataba de normalizar las relaciones con un pueblo conquistado; veo a un hombre orgulloso de su mestizaje; veo a un hombre condecorado por su valor…
Justin lo interrumpió con un ademán.
—Tal vez veas todo eso, pero en tal caso eres el único. Para ellos, yo soy el malo. Me lo dieron todo: un nombre, un lugar donde vivir, una profesión y su confianza. El problema radica en que están tan acostumbrados a guardar sus cadáveres en sus propios armarios que creen que los demás también lo hacemos. Mi caso les da la oportunidad de orientar sus miedos y odios hacia un chivo expiatorio vivo. Pues bien, estoy dispuesto a responderles, David, y tú has de darme la ocasión de hacerlo.
—Justin, Vitios lo crucificará. Ya vio cómo obligó a su padre a decir cosas que no quería pronunciar. Ya oyó cómo manipuló la interpretación de su conducta normal para que pareciesen las siniestras maquinaciones de un espía de primer orden. ¿Qué podrá hacer en el estrado, que le sirva de ayuda?
—Nada —reconoció Justin.
—Exacto…
—Nada, salvo descubrir la farsa que ha sido todo este juicio desde su inicio.
—¡No! —exclamó Lofton, encarándose con Justin—. Si juega a ser el malo en esta sala, si se revuelca en el mismo fango que Vitios, lo matarán. La traición sigue siendo un delito capital, Justin, y si irrita mucho a la gente, acabará siendo ejecutado.
Justin levantó la mirada y a la expresión preocupada de Lofton le respondió con su rostro impasible.
—David, súbeme al estrado o buscaré a un abogado que sí lo haga.
David Lofton se irguió despacio y se abrochó la chaqueta.
—Muy bien, mi comandante, como usted desee. —Miró a su cliente y añadió—: Sin embargo, aún quiero decirle otra cosa. Cuando le dije qué clase de oficial era mi cliente, usted dijo que yo soy el único que piensa así. ¿Acaso no cree usted en sí mismo?
Justin meneó la cabeza lentamente.
—En estos momentos sólo creo en que cometí un error al dejar a la familia de mi madre para irme a vivir con mi padre.
Lofton se apartó de su cliente y regresó a la mesa de la defensa.
—Gracias, comandante Allard, por su cooperación —dijo y, sin levantar la mirada, agregó—: He terminado con este testigo, Señoría.
Courtney asintió.
—Su testigo, conde Vitios.
Vitios se paseó frente a Justin Allard como un tigre que hubiera probado carne humana. Se detuvo delante del estrado de los testigos y respondió a la feroz mirada de Justin con otra de gelidez ártica.
—¿Qué le pasa por la cabeza, comandante Allard, cuando alguien lo llama «amarillo»?
—¡Protesto! —Lofton saltó como un resorte de su asiento y se encaminó hacia su cliente—. El fiscal ha insultado a mi cliente con una pregunta irrelevante.
Vitios se defendió.
—Demostraré que es relevante, Señoría.
Courtney indicó a Lofton que regresara a su sitio y se volvió hacia Justin.
—Responda a la pregunta, comandante.
Justin dejó que el esbozo de una sonrisa asomara a sus labios.
—En general, supongo que, si alguien dice que tengo la cara amarilla, es porque se preocupa por mi estado de salud. Pero, si es un fanático corto de miras como usted quien usa ese témino, yo diría que es un insulto racista.
Vitios dio un paso atrás.
—Es muy susceptible, ¿verdad, comandante?
Cuando Justin se disponía a responder, Vitios se le adelantó empezando otra pregunta.
Lofton sonrió y acabó con la confusión creada exclamando:
—¡Protesto! Mi cliente no ha tenido la oportunidad de contestar a la pregunta.
—La retiro —gruñó Vitios, ligeramente desconcertado.
—No —intervino Justin—. Me gustaría responderla. Conde Vitios, comprendo por qué odia la Confederación de Capela. Sé que su familia murió en una incursión de las fuerzas de Liao en Verlo. Sé también que el ataque se produjo después de que unos insurgentes hubiesen envenenado a las fuerzas de la guarnición local, y que desde entonces ha estado buscando espías capelenses hasta en los armarios. He oído el odio que siente hacia mí en todo lo que ha dicho desde que nos conocimos después de la batalla de Valencia, en Spica. Sus irracionales prejuicios me dan asco.
—¿En serio, comandante Justin Xiang Allard? —replicó Vitios. Volvió a la mesa de la acusación, recogió un archivo y empezó a hojearlo mientras hablaba—. Se relaciona con agentes de Liao, habla su lengua y es recibido en sus hogares. Utiliza una frase en clave de un tong como código personal de seguridad de su ’Mech. ¡Abandona a sus hombres en una emboscada de Liao durante un ejercicio en el que, para empezar, nunca quería tomar parte! Perdóneme por tener prejuicios irracionales, comandante, pero aquí hay algo que apesta, ¡y los hechos dicen que ese algo es usted!
Vitios golpeó la mesa con la carpeta.
—Comandante Allard —prosiguió—, usted estuvo a punto de costar a la Federación de Soles más de cuarenta y ocho millones de billetes ES en equipos, las vidas de treinta MechWarriors y el planeta Kittery. ¡Vendió a la gente que lo había aceptado como uno de los suyos y que le dio todo lo que tiene ahora! Traicionó todo lo que los humanos consideran sagrado en toda la Esfera Interior ¡y traicionó su honor de MechWarrior! —El fiscal se peinó con los dedos sus cabellos castaños y se secó unas gotas de saliva de las comisuras de la boca—. Se sube al estrado y hace que su abogado le facilite preguntas para que pueda exponer su imaginario combate con un 'Mech tres veces mayor que su Valkyrie y luego nos pide que creamos esa historia. Pero yo sé la auténtica verdad, hijo mentiroso de zorra capelense, ¡al igual que todos los presentes en esta sala!
—¡Basta!
Aquélla única palabra, pronunciada por una voz nacida para dar órdenes, acalló el alboroto que se había desencadenado entre el público. La atención de todos se volvió hacia las puertas dobles de bronce que se hallaban en la parte trasera de la sala. Los espectadores se quedaron estupefactos por lo que vieron.
Flanqueado por Ardan Sortek, Quintus Allard y varios guardias de la DCE, el príncipe Hanse Davion entró a grandes zancadas en la estancia.
—Voy a dirigirme al tribunal —anunció.
El juez asintió con nerviosismo. Hanse se volvió despacio y señaló al conde Vitios.
—Sin duda, usted es la criatura más desvergonzada que nunca haya yo tenido el triste deber de reconocer como súbdita mía. Sus mismos modales me ofenden a mí y a cualquier persona viva y sensata. No lleva su fanatismo como un uniforme: lo ha consumido por completo y envenena todo lo que hace. Lo acepté como fiscal como un favor al duque Michael Hasek-Davion, pero no le debo tanto como para tener que seguir soportándolo a usted. ¡Ésta noche saldrá de Nueva Avalon!
Hanse se volvió para poder dirigirse tanto al tribunal como al público.
—He presenciado este juicio y parece ser un proceso a toda una nación, no el esclarecimiento de la culpabilidad o inocencia de un MechWarrior. Éste juicio, y la forma como ha sido dirigido, son un ejemplo de poder y odio desbocados. Los valientes intentos del teniente Lofton por obtener justicia para su cliente han sido aplastados por las triquiñuelas legales más viles. Yo afirmo que todo el proceso ha sido una burla de todo lo que los Davion honran y aprecian. —Hanse sonrió, volviéndose al tribunal—. Desde luego, deben reconocer que no hay ninguna prueba en firme que demuestre la culpabilidad de Justin Allard. Los hechos: los pocos que el conde ha logrado presentar, son todos circunstanciales. Sí, el segundo nombre capelense de Allard puede ser similar a la designación de un agente por parte de un tong, pero ¿serían sus jefes tan estúpidos como para escoger un nombre en clave semejante para uno de sus espías? Tengan el suficiente respeto por Casa Liao para rechazar de inmediato esa idea.
»Tal vez el comandante Allard dio una muestra de poca sensatez al alejarse para ir en busca del UrbanMech escondido —añadió, encogiéndose de hombros—. Sin embargo, si creía que sus hombres se enfrentaban a una posible emboscada, podría haberse tratado del rumbo de acción más prudente. Despójenlo del mando, pues ése es el deber de ustedes, pero ¿acaso un simple acto de negligencia puede costarle la vida?
—¡Despojarme del mando!
Las palabras del Príncipe habían caído en Justin como un meteorito y era obvio que lo habían dejado destrozado. Se inclinó con todo su cuerpo hacia adelante, aferrándose con las manos a la baranda da madera oscura del estrado de testigos y con la mirada clavada en la espalda de Hanse Davion. Al oír el grito de Justin, el Príncipe se revolvió hacia él.
—No me protejáis del terrible odio que esta gente, vuestra gente, siente hacia mí —le dijo Justin, abarcando con su brazo derecho a la multitud—. Cuando me miran, no ven nada más que la forma de mis ojos o el color de mi piel. Toda la vida he luchado contra la mancha de tener una madre capelense. Era más leal a Casa Davion que ninguno de los que conozco, porque confiaba, y rezaba, para que lo que guardaba en mi corazón hiciera que mi carne fuera como la de los demás. Pero eso nunca ocurrió.
Los azules ojos de Hanse relampaguearon de ira y una mueca de dolor apareció en su rostro al oír la amargura y la rabia que rezumaban las palabras de Justin.
—Tenga cuidado, comandante. ¡Le estoy ofreciendo la vida!
—¡Ja! ¿La vida? ¿Para qué? ¿Para que pueda seguir defendiendo a estos cerdos ingratos, que engordan a costa de la Federación de Soles mientras innumerables compatriotas suyos trabajan, sudan y mueren para que estén a salvo? ¿Creéis que quiero seguir viviendo para proteger a alimañas como Vitios… y que así puedan continuar con su caza de brujas?
Los ojos de color azul claro de Davion brillaron de furia.
—No me provoque, comandante. Estoy siendo generoso con usted. Pero no dé por sentado que voy a concederle algo más que la posibilidad de seguir viviendo.
Durante unas décimas de segundo, Justin cerró los ojos y luego volvió a abrirlos bruscamente. El dolor de toda una vida apareció en ellos y pareció llenar toda la sala. Con su mano enguantada, Justin golpeó la baranda, haciéndola saltar en pedazos.
—¡Lo que me ofrecéis se parece tanto a la vida como esto a una mano! Os aduláis a vos mismo imaginando que voy a estaros agradecido por ello. —Clavó la mirada en Hanse Davion. La furia hacía brillar sus ojos con una luz malévola—. ¿De qué se trata, pues, príncipe Davion? ¿Queréis retenerme como a Ardan Sortek? ¿No tenéis bastante con un MechWarrior cautivo? —Escupió en el suelo—. ¡La vida que me ofrecéis es tan vacía como el concepto de la justicia de Casa Davion!
Una vez agotada su cólera, Justin apretó su brazo sin vida contra su pecho y empezó a temblar.
Hanse Davion permanecía inmóvil como una estatua entre el tenso silencio que imperaba en la sala. Por fin, asintió. El gesto se amplió a medida que ponía orden en sus pensamientos.
—Muy bien, Justin Allard. Le daré lo que usted más desea. —El Príncipe dio media vuelta y levantó la mirada hacia Courtney—. Impóngale la sentencia que desee. No importa. Voy a degradarlo y conmutar cualquier sentencia por la del exilio de por vida. —Se volvió de nuevo, esta vez hacia Quintus Allard, que estaba confundido entre el gentío—. Usted, Quintus Allard, ya no tiene un hijo llamado Justin. Ya no existe y nadie volverá a pronunciar su nombre en mi presencia.
Por último, Hanse Davion puso su mirada del color de la malaquita en el propio Justin Allard y dijo:
—Le devuelvo su nombre capelense, traidor. Justin Xiang, no hay sitio para usted en la Federación de Soles. Será conducido a cualquier planeta que esté dispuesto a aceptarlo, siempre y cuando se encuentre más allá de las fronteras de la Federación. —Hanse agachó la cabeza por unos instantes, pero volvió a erguirla enseguida y añadió—: Y si desea averiguar lo profunda que es realmente la justicia en la Federación, ¡vuelva y lo hundiremos hasta el fondo en ella!
Ardan Sortek y Andrew Redburn se hallaban de pie en la torre de control, observando cómo la Nave de Descenso Sigmund Rosenblum permitía la entrada a su último pasajero. Cuando Justin Xiang hubo recorrido la rampa y entrado en el oscuro interior de la nave, Redburn se apartó de la ventana.
—Coronel Sortek, estoy seguro de que Justin…, quiero decir el comandante Allard, no hablaba realmente en serio cuando dijo todo aquello en el juicio.
Ardan Sortek sonrió, comprensivo, y apoyó una mano en el hombro de Redburn.
—No es necesario que se disculpe, teniente. Hubo un tiempo en que yo también creía que estaba perdiendo el tiempo aquí, en Nueva Avalon. Volví al servicio activo, pero tras un par de experiencias angustiosas, comprendí que un hombre que esté en paz consigo mismo puede ser útil en cualquier parte. —Contempló cómo los motores de la Nave de Descenso se ponían en marcha y la nave con forma de huevo se elevaba lentamente hacia el cielo—. Su amigo está muy dolido y no se sentirá satisfecho hasta que pueda asumir ese dolor. No me ha ofendido nada de lo que dijo estando tan afectado.
Redburn asintió.
—Es una terrible pérdida prescindir de un MechWarrior tan bueno como él.
Sortek se encogió de hombros.
—En Solaris VII encontrará a muchos de su clase. Y, mientras trata de apagar su ira, supongo que todo le irá sobre ruedas en el Mundo del Juego —agregó, haciendo sonreír a Redburn.
—Pero yo sé que es inocente, coronel Sortek. Y, cuando regrese a Kittery, encontraré las pruebas que lo demuestren. A su Val no le quedaba ningún MLA después de la batalla. Ningún UrbanMech podría haber resistido aquella andanada. Tuvo que ser un Rifleman.
La sonrisa desapareció del rostro de Sortek.
—Me imagino que no le han dicho cuál es su nuevo destino, ¿verdad?
Redburn se quedó helado.
—Me dijeron que volvería a Kittery y asumiría de nuevo el mando del batallón de adiestramiento.
Sortek apoyó el peso de su cuerpo sobre la otra pierna y aseguró:
—Acabará de nuevo allí, teniente. Pero antes, usted y yo viajaremos a la Mancomunidad de Lira. Debo participar allí en ciertas inspecciones y actos oficiales. Ahora que usted es un héroe, daremos a un montón de personas influyentes la ocasión de obtener un ológrafo suyo.
Redburn, perplejo, frunció el entrecejo.
—¿No hay nadie más, digamos que de Redfield o Galtor, que pudiera ir en mi lugar?
Sortek se encogió de hombros y condujo a Redburn al ascensor.
—No hay nada más pasado de moda que un héroe de ayer. Además, algunas personas quieren saber cómo funciona esta idea del batallón de adiestramiento. En Casa Steiner hay muchos recelos ante los MechWarriors que no han sido entrenados en Academias. Sus hombres, y su comportamiento en la emboscada de Liao, están en boca de todos.
Redburn asintió, pero apenas escuchó aquellas palabras. Buena suerte, Justin. Sé que, en lo más profundo de tu corazón, eres uno de los nuestros. De algún modo encontraré la manera de probarlo.