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Pacífica (Chara VII)
Isla de Skye, Mancomunidad de Lira
25 de mayo de 3027
El Sho-sa Akiie Kamekura ni siquiera trató de reprimir una sonrisa al ver que desde su Panther ya podía verse el complejo de los Demonios de Kell. Las llamas que se alzaban de los barracones iluminaban toda el área y parecían mantener a raya las negras nubes de Pacífica. Sombras oscuras y largas se retorcían y agitaban como banderas en medio de un vendaval, mientras que el fuego ardía sin control. La ausencia de cadáveres alrededor del edificio confirmó a Kamekura que ningún soldado de infantería aeromóvil había sobrevivido al ataque por sorpresa.
Su sonrisa se amplió cuando el Chu-i Oguchi, al frente de la lanza Ichi, le transmitió un mensaje.
—Sumimasen, Sho-sa. —El teniente no logró disimular el entusiasmo de su voz—. Hay un incendio en el hangar de ’Mechs. Solicito permiso para investigar.
Kamekura asintió lentamente.
—Hai.
Observó cómo Oguchi conducía a su lanza de cuatro Panthers sobre el suelo de hormigón armado hasta las grandes puertas del hangar de ’Mechs de los Demonios de Kell. Incluso a aquella distancia, podía ver las llamas a través de las puertas abiertas. Indicó al Chu-i Ujisato Gamo que llevara la lanza Ni al lado occidental del edificio, mientras que ordenaba a la lanza San que siguiera a Oguchi.
—Procurad usar los rastreadores visuales —les avisó Kamekura—. El fuego inutilizará los infrarrojos y el rastreador magnético es inútil, habiendo tantos equipos en el hangar de ’Mechs.
El Panther de Oguchi llegó a las puertas del hangar y sus hombres se pusieron en posición para cubrirlo. El Chu-i alargó la mano izquierda libre del Panther, agarró el borde de una hoja de las puertas y la abrió.
Su grito de triunfo se convirtió en un gemido de terror. Un Marauder apareció en la abertura y proyectó sus apéndices, semejantes a unas pinzas de bogavante, contra el pecho del Panther. Los Panthers emprendieron la huida. Las puertas se tambalearon como un castillo de naipes y cayeron hacia atrás. Los retrorreactores de uno de los ’Mechs se encendieron, pero el piloto erró la trayectoria y el Panther acabó estrellándose contra la puerta que pretendía esquivar. Decapitado por la colisión, el torso del ’Mech se alejó volando sin control en la noche.
Al Sho-sa Akiie Kamekura se le cortó la respiración. Entre las llamas, flanqueando al Marauder, toda la compañía de 'Mechs de los Demonios de Kell estaba preparada para el combate. Kamekura se quedó paralizado por un instante y transmitió una orden que le dio tanto placer como tomar cicuta.
—Todos los Panthers, retírense.
Desde su posición al borde del hangar de ’Mechs, Daniel Allard vio que la Lanza Comando retrocedía, pero se percató de que algunos elementos de la lanza lchi seguían atacando. Un Panther levantó su CPP y disparó un rayo de energía azulada que golpeó en pleno pecho al Commando de Brand. El fuego azul fundió parte de la coraza y saltaron chispas del tórax del Commando, pero el teniente Brand no se dejó llevar por el pánico ni retrocedió.
Dan abrió la boca y estableció comunicación directa con el Commando.
—Austin, estado, de inmediato.
—Estoy bien, señor —gruñó a través de la conexión por radio—. Pero estaré mejor dentro de un minuto.
El Commando lanzó dos andanadas de MCA contra el Panther. Dos misiles impactaron en la cabeza del ’Mech, le arrancaron la armadura y destrozaron dos ventanales. Los demás misiles acribillaron el pecho del Panther. Las explosiones destrozaron toda la armadura que cubría el cuerpo del ’Mech y dejaron al descubierto su esqueleto. Brand levantó el brazo izquierdo del Commando y disparó el láser contra el Panther. El rayo siseó al incidir en el ’Mech enemigo y dejó su cabeza sin ninguna protección.
El torpe y desgarbado Jenner de Eddie Baker intercambió disparos con el otro Panther intacto de la lanza Ichi. El disparo de CPP del Panther no acertó al Jenner, un ’Mech con aspecto de pájaro, que salió del hangar de ’Mechs. La andanada de MCA del Panther repartió las explosiones por todo el blindaje del Jenner, pero éstas apenas lograron deteriorarlo.
El piloto del Jenner giró su ’Mech para enfrentarse al Panther cara a cara. Sus cuatro láseres medios proyectaron su densa luz contra la máquina enemiga. Dos de los rayos impactaron en ambos brazos del ’Mech kuritano y destruyeron parte de la coraza. Los otros dos le perforaron el torso, donde abrieron grandes canales, y arrojaron chorros de blindaje fundido sobre el suelo de hormigón. Los cuatro PCA disparados por el Jenner explotaron en el Panther, el que impacto en el ’Mech humanoide encima del corazón fue el que le causó mayores daños. Se produjo una explosión ahogada en el interior del tórax del Panther. El ’Mech se tambaleó y cayó al suelo.
A la izquierda de Dan, al otro lado del hangar de ’Mechs, la lanza Ni había empezado a retroceder, pero una mortífera ráfaga de MLA disparada por el Catapult del teniente Fitzhugh cortó la retirada a uno de los ’Mechs. La mitad de los MLA segaron las patas del Panther a la altura de las rodillas y lo derribaron al suelo, mientras que la segunda andanada de quince misiles le reventaron la espalda. Otro misil, al explotar en el almacén de MCA del Panther, hizo detonar las municiones y sumergió al 'Mech en una lluvia de fuego y metralla.
El Trebuchet de Mary Lasker también desencadenó una lluvia mortífera sobre otro Panther que huía. Dan sintió un escalofrío cuando los MLA de Mary formaron un collar de fuego alrededor de los hombros del ’Mech y quemaron su cabeza en una hoguera de llamas doradas. Mientras el fuego producía una terrible nube negra en forma de hongo y chispazos rojizos, el decapitado Panther se alejó a trompicones y se perdió en la noche.
Dan sacó al Valkyrie del hangar de ’Mechs y apuntó al Panther que había disparado contra el Commando de Brand. Centró la dorada retícula de su sistema de selección de blancos en el desguarnecido flanco izquierdo del Panther y apretó el botón de disparo con el pulgar de la zurda.
—¡Allá van! —exclamó.
Los diez MLA volaron en espiral directamente hacia el blanco y sus explosiones corroyeron el pecho del Panther como un cáncer. Destrozaron el blindaje que rodeaba el motor de fusión e hicieron pedazos el giróscopo. Los cortocircuitos que se produjeron en el interior de la máquina activaron los retrorreactores. El 'Mech se elevó un centenar de metros sobre una nube de iones y explotó. La explosión liberó el sol artificial del motor de fusión, que iluminó la oscura noche de Pacífica.
Dan se quedó boquiabierto y estableció contacto por radio con Salome Ward.
—Están huyendo, mi comandante. Ha llegado el momento de cerrar la puerta trasera.
—Recibido. —La voz de Salome bajó de volumen—. O’Cieran, tras ellos.
O’Cieran, oculto con sus hombres en la jungla, detrás de los Panthers, acató la orden en silencio y apuntó con su lanzador de infiernos a la espalda del Panther de Kamekura.
—Éste va por ti, Patrick —murmuró. Apretó el gatillo y los ’Mechs envueltos en llamas iluminaron la noche.
La luz del alba, que penetraba por un estrecho resquicio abierto entre las nubes, trajo algo de calor a la apocalíptica escena de ’Mechs destrozados y edificios calcinados. Dan se estremeció. El hecho de que ya no los veamos no significa que ya no estén ahí. Si no hubiera sido por aquella maldita broma…
Con la mano izquierda del Valkyrie, señaló la Nave de Descenso Lugh, de clase Overlord.
—Jackson, todas las piezas sobrantes para los no aeromóviles deben ir en la Lugh. Lo que es para los aeromóviles irá en la Nuada Argetlan. Procedimiento Estándar para saltos de combate.
El Tech agitó los brazos y dio media vuelta para dar las instrucciones correspondientes a sus asTechs. Dan se volvió hacia la Nave de Descenso de clase Unión, la Nuada Argetlan, y estableció comunicación por radio.
—¿Cuáles son las órdenes, mi comandante?
—Janos ha confirmado la aparición de una Nave de Salto en el punto de nadir —contestó Salome en tono marcadamente irritado—. Trae la Cu, de modo que sólo necesitaremos seis horas para alcanzarla. Mantendrá a Pacífica entre las Naves de Descenso que se aproximan y su punto pirata para que no tengamos interferencias. Dice que estará listo para saltar en cuanto subamos.
—Bien. —Dan entrecerró los ojos para aliviar la picazón que le producía el sudor—. ¿Y si subiéramos a bordo algunos de estos Panthers? ¿Ha calculado O’Brien cómo influiría eso en el perfil de vuelo de la Lugh?
—No cortes. —Dan oyó que Salome trasladaba la pregunta al oficial de vuelo de la Lugh—. Dice que podemos cargar a dos o tres. Sugiero que nos llevemos los que incendió O’Cieran. No sufrieron daños graves.
—Recibido. —Dan levantó la mirada y vio a Brand, Lang y Baker, que ayudaban a cargar algunas cajas de equipos en la Nuada—. Ordenaré a mi lanza que transporte tres Panthers. ¿Cuáles son las últimas noticias sobre el estado de Patrick?
—Los chicos voladores de Fitzpatrick han llevado a la Mac a mitad de camino hasta la Cu sin ninguna incidencia. Patrick ha perdido mucha sangre, pero el doctor ha reanimado el pulmón. Dice que el coronel se recuperará si tiene mucho reposo.
—La mejor noticia que he recibido en todo el día. —Dan cerró la conexión y activó los altavoces externos—. Teniente Brand, reúne a tus compañeros de lanza y ve a ver si podéis meter tres de los Vanthers incendiados en la Nuada. —Echó un vistazo al reloj situado en el lado derecho de su visor—. Pero daos prisa. Solo nos quedan dos horas hasta la hora de marcharnos de este pedazo de roca.
Reprimiendo sus náuseas, Dan entró en la Nave de Salto detrás de Salome. Agarrado a un mamparo de la nave, empujó con fuerza y fue flotando por el corredor abierto a lo largo del propulsor K-F. Vio fugazmente los rótulos rojos de aviso de los tanques de helio líquido que rodeaban las unidades aeromóviles, mientras se deslizaba junto con «Gato» y Salome en dirección al puente de mando de la Cucamulus. ¡Dios mío, cómo odio la gravedad cero!, pensó malhumorado.
En lo más profundo de la Cucamulus, los tres MechWarriors entraron flotando en el Centro de Mando de la nave. Los instrumentos y las lecturas de datos tácticos cubrían las oscuras paredes esféricas con monitores y pantallas parpadeantes llenas de datos. Las estaciones de trabajo ocupaban hasta el último centímetro de las paredes circulares y había miembros de la tripulación trabajando casi en todas ellas. Los MechWarriors entraron por una escotilla del techo abovedado y se aferraron a ésta el tiempo suficiente para evitar una caída libre.
Dan sonrió. Cada vez que vengo a este lugar, me siento como si me hubieran encogido y arrojado en los circuitos de un ordenador.
El capitán Janos Vandermeer estaba sentado en su sillón de mando, que flotaba en el centro exacto de la sala. El sillón, sostenido por nada más que las líneas invisibles de los campos magnéticos, giraba al apretar unos botones en ambos brazos. Cuando entraron los MechWarriors, se encendió una luz junto a la mano derecha del capitán y la silla giró hacia ellos.
Dan se sumó con precauciones al saludo de Salome y «Gato».
—Solicitamos permiso para subir a bordo —dijeron.
—Otorgado —respondió Vandermeer, sonriendo afectuosamente. Luego señaló una representación táctica del sistema Chara. Una línea de puntos amarillos mostraba la trayectoria de las Naves de Descenso kuritanas que se dirigían a Pacífica. La línea se bifurcó y se curvó poco a poco hacia el punto en el que la Cucamulus brillaba en el mapa como una flecha verde.
—Tenemos compañía, amigos. Debéis de haber enfadado mucho a alguien.
Dan asintió.
—Ya lo creo que sí.
Tras él, el teniente Brand entró en el centro de mando y se dirigió a una estación de rastreo junto a la que había ocupado «Gato». Brand se colocó los controles y tecleó información en el ordenador. Se apartó de la consola y susurró algo a «Gato». El corpulento hombre negro asintió en silencio y Brand, con el entrecejo fruncido, se volvió hacia los demás.
—He localizado a ocho Slayers acercándose a toda potencia.
Vandermeer se volvió en su silla.
—Branson, ¿coincide eso con tus cálculos?
La pequeña sensorTech, de cabellos negros como el betún, se volvió y asintió.
—Exactamente, señor. Tiempo estimado de llegada: dos horas.
Vandermeer juntó las yemas de los dedos.
—Hacemos despegar urgentemente vuestros cazas o…
Salome respondió con vehemencia:
—Nada de cazas. O’Cieran recuperó información del campamento base de los Panthers que indicaba que la operación estaba destinada a destruir a los Demonios de Kell. Ése era su único propósito. Y habría tenido éxito si el Sho-sa de los Panthers no se hubiese adelantado a la fecha prevista.
Vandermeer hizo una seña con la cabeza a Dan.
—¿El día que suprimisteis por Jones fue lo que les sorprendió?
—Así es —confirmó Dan—. Mejor ellos que nosotros. —Observó que la línea que representaba a los cazas se aproximaba—. Planeas efectuar el salto antes de que lleguen, ¿verdad?
El capitán asintió y desvió la mirada hacia Salome.
—Si pretenden acabar con vosotros, ¿no sería lógico suponer que tienen planes para impediros escapar? Podrían haber recuperado con facilidad todos los planetas de Steiner a su alcance.
—Es una suposición correcta —confirmó Salome—. ¿Qué estás maquinando, viejo zorro?
Vandermeer se pasó una mano por la cabeza, acicalándose sus cabellos canos.
—Sólo un truquito, encanto: hacerles creer que hemos errado el salto.
Giró rápidamente la silla y la trabó cuando daba la espalda a Salome y a Dan.
—Señor Harker, cargue el Plan de Salto Cuatro en el ordenador. Cuenta atrás de salto de diez cuando yo dé la señal. —Volvió a girar el sillón y gritó a un corpulento hombre rubio encorvado sobre una consola—: Señor Garrison, expulse el helio sobrante, el oxígeno del tanque tres y los escombros de los agródomos.
—¡A la orden!
Dan vio que Vandermeer le sonreía de nuevo.
—Adelante, señor Harker. —El capitán abrió las manos como un ilusionista que sugiriera con expresión inocente que no guardaba nada en las mangas—. Dentro de diez segundos, creerán que los Demonios de Kell ya no existen.
Dan sonrió.
—¿El helio, el oxígeno y los escombros les harán pensar que la nave habrá quedado destruida?
Vandermeer asintió con entusiasmo, pero Salome se inquietó.
—Pero ¿no habrá naves kuritanas esperándonos en otras estrellas…
El salto rasgó y fundió la realidad. Las luces atenuadas en el centro de mando volvieron a encenderse con la intensidad de luces estroboscópicas. Los colores se mezclaron en un torbellino de tonos y formas inconcebibles. El estómago de Dan se revolvió en simpatía con las imágenes, pero había algo en la pregunta interrumpida de Salome que le preocupaba más que las molestias físicas.
—… que nos verán llegar y descubrirán que estamos vivos? —acabó ella, unos momentos después.
Vandermeer soltó una carcajada.
—Sí, pero no hemos saltado a un sistema de Steiner. —Abrió las manos y exclamó—: ¡Bienvenidos, amigos míos, al espacio de Kurita!