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Eco V
Distrito Militar de Pesht, Condominio Draconis
1 de enero de 3027
Jiro Ishiyama, maestro del té para el cha-no-yu, abrió el segundo baúl y sacó un pequeño gong y un mazo. Los llevó hasta su lugar en la mesa y los colocó donde su cuerpo los ocultara a la vista de su invitado. Regresó junto al baúl, se quitó el quimono que había llevado puesto hasta entonces y se ajustó el negro que yacía como una sombra congelada en el fondo del arcón. También extrajo una capucha negra con una malla frontal para taparle el rostro, aunque le permitía ver lo que tenía que ver.
Tras plegar su quimono y meterlo en el baúl, Ishiyama colocó éste junto a su gemelo. Lo dejó abierto para que su blanco interior, no muy distinto de la boca de un caimán, invitase a la confianza y a la contemplación de un viaje.
Ishiyama volvió a su lugar y se puso la capucha negra. Sacó una ramita de abeto que tenía guardada en el interior del quimono y la introdujo en la urna de fuego. El fuego prendió en la rama de inmediato y pronto llenó la habitación con el aroma que tanto complacía al Coordinador. Ishiyama inspiró profundamente y se arrellanó para sumergirse en un estado mental más contemplativo.
La paz que buscaba lo eludió, danzando como una mariposa justamente más allá de su alcance. En su mente bullían imágenes de los numerosos relatos que había oído sobre Yorinaga-ji a lo largo de los años. Yorinaga era primo lejano del Coordinador y había sido un feroz MechWarrior y uno de los pocos hombres que podían rivalizar con Takashi en kendo, el arte de la espada. Tres años después de atribuírsele la muerte del príncipe Ian Davion en el Mundo de Mallory en 3013, se le había concedido el honor de dirigir la 2.ª Espada de Luz en una intentona de conquistar aquel mismo planeta. Ishiyama recordó también los noticiarios que vio de niño en los que aparecía Yorinaga en acción. Incluso revivió el orgullo que había embargado su joven corazón, pues él idolatraba a Yorinaga. El amargo sabor de la bilis subió a su garganta al evocar de nuevo la perdición de su héroe.
Aquél relato, tal como Ishiyama lo había oído contar muchas veces, versaba sobre el honor y debió haber acabado con la muerte del enemigo a manos de Yorinaga de manera sublime. La 2.ª Espada de Luz había rodeado al 1er Batallón de ’Mechs de los Demonios de Kell en el Mundo de Mallory. Avanzaban para destruirlos cuando el coronel Morgan Kell se adelantó con su Archer. De repente, empezó a proclamar su linaje y todas las hazañas que sus antepasados habían realizado, según la costumbre japonesa.
Yorinaga, movido por el respeto y el honor hacia su enemigo, se adelantó con su Warhammer a la vanguardia de las tropas de Kurita allí reunidas y transmitió su propio linaje y sus méritos. Todos los MechWarriors que contemplaban la confrontación sabían que la batalla se decidiría entre ambos jefes. Ishiyama había oído a menudo la broma de que la tensión era tan densa que los comerciantes liranos podrían haber venido a cortarla en pedazos y exportarla.
El Archer de Kell, armado con misiles de largo alcance y cuatro láseres medios, era muy inferior al ’Mech de Yorinaga. El armamento principal del Warhammer eran sus dos láseres medios y los gemelos Cañones Proyectores de Partículas, conocidos popularmente como CPP. En una batalla de rango corto, los misiles de corto alcance y los dos láseres ligeros del Warhammer lo hacían aún más mortífero. Todo el mundo sabía que el Archer iba a morir y confiaban en que su piloto muriese con honor.
En todos los sentidos, en aquella batalla iban a chocar dos MechWarriors de primer orden. Kell no se retiró a una distancia en la que sus MLA le dieran cierta ventaja, sino que usó su increíble agilidad para convertir a su ’Mech en un blanco casi imposible de acertar, mientras que al mismo tiempo empleaba los láseres de proa y popa para conseguir impactos al azar en su contrincante.
Yorinaga, como siempre, libró la batalla con total serenidad. Como era su costumbre, intentó concentrar su fuego en una sola zona del ’Mech enemigo, pero las maniobras y fintas de Kell le causaban muchas dificultades. Yorinaga empleaba sus láseres ligeros y medios para mantener a raya a Kell mientras se enfriaban sus CPP y alternaba su uso para que Kell no pudiese avanzar cuando el Warhammer se recalentaba.
Algunos observadores habían descrito la lucha en términos de un combate de artes marciales, mientras que otros la habían visto como una extraña danza de la muerte. Ishiyama había buscado todas las reseñas de la batalla, que se habían fundido en su mente hasta tal punto que era capaz de entender a la perfección cada movimiento y sus complicados matices. Le molestaba profundamente entender la batalla tan bien y, sin embargo, no ser capaz de comprender cómo pudo ocurrirle una desgracia tal a su ídolo.
Por último, Kell pareció dejar inutilizado el CPP derecho del Warhammer con sus láseres medios y arremetió contra Yorinaga. Para hacerle frente, éste levantó su CPP derecho y disparó un rayo de argéntea electricidad. La energía hizo impacto en el hombro derecho del Archer y lo atravesó por completo. En el tiempo de un latido de corazón, el brazo derecho del Archer cayó al suelo y el mutilado ’Mech se hincó de rodillas. Kell estaba acabado.
El Warhammer, situado a apenas treinta metros de distancia, apuntó con ambos CPP al Demonio herido. Grandes rayos de energía azules y plateados surgieron de las armas, pero fallaron el blanco y convirtieron la arena en cristal unos metros más allá de donde se encontraba Kell. Éste, desesperado, disparó dos ráfagas de MLA, que lanzaron cuarenta misiles del torso de su ’Mech contra el Warhammer de Yorinaga.
Aunque la distancia era demasiado corta para que los misiles se armaran, éstos hicieron impacto en el Warhammer y lo bombardearon de forma salvaje. Algunos tanques de combustible explotaron y bañaron el ’Mech de Kurita en llamas de color rojo dorado. Otros misiles deterioraron placas de la armadura o destrozaron salidas de calor y junturas. El Warhammer de Yorinaga, aunque resistió el ataque sin perder la verticalidad, parecía un juguete maltratado por un niño enfurruñado.
Yorinaga probó todos sus sistemas de armas operativos contra el Archer mientras éste se ponía en pie, pero no logró acertarle ni una sola vez. Parecía como si el Warhammer de Yorinaga se negase a reconocer la existencia del blanco. Ishiyama había llegado a oír relatos de MechWarriors presentes en aquella batalla que decían que el ’Mech muerto de Kell se había desvanecido como un fantasma de las lecturas de sus instrumentos. Mientras centelleaban los láseres y los rayos de los CPP quemaban el aire hasta convertirlo en ozono alrededor de su máquina, Morgan Kell sólo hizo una cosa: aunque su ’Mech no había sido construido para realizar aquel movimiento, se inclinó como pudo ante Yorinaga.
Ishiyama recordó el tono de asombro de los MechWarriors que habían presenciado cómo aquel bárbaro había imitado sus tradiciones. Esperaban que Yorinaga lo destruyese y luego les diera la orden de destruir al resto de Demonios de Kell. En cambio, cuando la voz de Yorinaga resonó en sus oídos, sólo escucharon un sencillo haiku:
Un pájaro amarillo veo.
El dragón gris se oculta sabiamente.
El honor es el deber.
Algunos creyeron que los misiles del enemigo habían herido a Yorinaga y que aquél era su haiku de muerte, pero pronto lo siguió la orden de que se retirase el regimiento. Un Chu-i, un teniente recientemente incorporado a la unidad, protestó argumentando que el Tai-sa debía de estar herido y que había perdido la razón. Al oír aquello, Yorinaga giró ambos CPP hacia el Chu-i y fundió su Panther en un torbellino infernal de rayos. Todos comprendieron en aquel instante que había alguna razón del comportamiento de Yorinaga y le obedecieron sin vacilar.
Hasta aquel punto de la historia, Ishiyama podía aceptar todo lo que había hecho Yorinaga, pues había actuado con honor. No se había rendido. Al retirarse sus hombres, lo único que hubiera perdido Kurita habría sido un Panther y la oportunidad de conquistar el planeta. Pero se rumoreaba que Yorinaga había entreabierto la escotilla de su ’Mech y arrojado sus dos espadas en un lugar donde Morgan Kell pudiera recogerlas.
Tras la batalla del Mundo de Mallory, Yorinaga viajó a Luthien para informar en secreto al Coordinador. Se decía que le pidió permiso para hacerse el seppuku, pero el Coordinador le denegó aquel honor. Yorinaga fue exiliado al monasterio de Eco V y allí había permanecido desde entonces. Aparte de la visita de Ishiyama, el único contacto con el mundo exterior mantenido por Kurita Yorinaga-ji (el ji añadido a su nombre significaba que había ingresado en un monasterio) era su petición anual al Coordinador para que le permitiera hacerse el seppuku.
Ishiyama extendió el brazo y recogió el pequeño mazo. Golpeó el gong con suavidad, pero con fuerza suficiente para que el sonido traspasara las paredes de papel. Volvió a golpearlo una y otra vez, hasta que sonaron cinco tonos distintos, cada uno sonando sobre el eco de su predecesor. Tras el quinto golpe, Ishiyama volvió a dejar el mazo en su sitio, agachó la cabeza y esperó.
Lentamente, como si fuera lo adecuado para su gran antigüedad, la puerta se descorrió. Ishiyama pudo reconocer aquel rostro incluso a pesar de la capucha que llevaba puesta. Los relucientes ojos oscuros y la nariz larga y fina daban a Yorinaga-ji un aspecto noble por cuya posesión muchos hombres habrían llegado al asesinato. Sin embargo, por las profundas arrugas que rodeaban los ojos de Yorinaga-ji, Ishiyama comprendió que el exilio no había sido beneficioso para aquel hombre.
Yorinaga-ji, que se movía con la fluida elegancia que era natural de un MechWarrior de primera categoría, se puso en cuclillas en el interior de la cámara del té y cerró la puerta. Se volvió despacio, pero Ishiyama sabía que, pese a su respetuosa inclinación de cabeza, Yorinaga escudriñaba la habitación igual que un jefe de ejército examinaría un campo de batalla. Aunque Ishiyama esperaba que el visitante vacilara un tanto al ver la estera roja al otro lado de la mesa, Yorinaga-ji no aparentó haberse fijado en ella.
El monje-MechWarrior llegó a su puesto en la mesa y se arrodilló sobre el tatami rosado. No miró en ningún momento en dirección a Ishiyama, sino que hizo una profunda reverencia hacia el puesto vacío del Coordinador y mantuvo la posición encorvada durante más tiempo de lo que habrían resistido muchos hombres. Luego, poco a poco, se irguió.
Ishiyama, distraído por el emblema grabado sobre el pecho de Yorinaga-ji y sobre las mangas y la espalda del quimono, titubeó y estuvo a punto de estropear todo el cha-no-yu. El emblema representaba un fiero pájaro amarillo reflejado en el ojo de un dragón; había nacido en la primera línea del haiku de Yorinaga-ji y era la imagen de su caída en desgracia. Todos los draconianos sabían que el Pájaro Amarillo era el único enemigo del Dragón y Yorinaga-ji había desperdiciado su oportunidad de matar al Pájaro Amarillo cuando lo vio.
Ishiyama salvó la ceremonia inclinándose profundamente ante el puesto del Coordinador y manteniéndose agachado por más tiempo aún que Yorinaga-ji. Luego hizo una reverencia a éste y la mantuvo durante casi tanto tiempo como ante el Coordinador.
—El Coordinador dice: Komban wa, Kurita Yorinaga-ji.
La voz de Ishiyama, poco más que un susurro a través de su máscara, sonó casi como un eco de las palabras pronunciadas por la garganta del ausente Coordinador.
Yorinaga-ji se inclinó, pero no contestó nada.
Ishiyama levantó el cuenco azul y lo dejó sobre la mesa lacada. Extrajo agua hirviente de la urna del té con el cucharón de Urizen y la vertió con la suficiente lentitud para que el vapor formara una densa cortina blanca entre la urna y la mesa. Con tres leves movimientos llenó el tazón de agua, desprendiéndose una nube de vapor con cada gesto.
—El Coordinador dice que desea pedirle disculpas por no responder a su petición anual de hacerse el seppuku —volvió a susurrar mientras se disipaba el vapor—. Admite que su propia debilidad le ha impedido contemplar esta vida sin usted. Dice que no ha contestado nunca porque sólo podía negarle cada petición y esa negación le causaría dolor a usted.
De nuevo, Yorinaga-ji inclinó la cabeza en silencio hacia el invisible Coordinador. No prestaba ninguna atención consciente al hombre que actuaba como su representante, ya que, como llevaba puesto el vestido negro, no existía. Sin embargo, la habilidad del maestro del té era tal que, mientras añadía hojas de té trituradas al agua y las mezclaba con gráciles y diestros movimientos de la escobilla, Yorinaga-ji se relajó de forma inconsciente durante un fugaz instante.
Ishiyama, que mantenía sus sentidos en un estado de alerta casi sobrenatural durante el cha-no-yu, percibió la momentánea relajación de Yorinaga-ji y el corazón le dio un brinco en el pecho. Levantó el tazón de té con ambas manos, sin hacer el más mínimo caso al calor, y lo colocó en el lugar del Coordinador.
—El Coordinador dice que ha encontrado una manera para otorgarle la liberación que desea y, al mismo tiempo, permitirle cumplir con su deber hacia él y preservarlo del pesar que le causaría su muerte.
Ishiyama alargó el brazo hacia el tazón, lo giró 180 grados con lenta precisión y lo levantó sobre la mesa.
Sin hacer un solo ruido, y sin que una gota rebasara el borde del cuenco, lo dejó ante Yorinaga-ji.
—El Coordinador dice que formará una unidad de elite alrededor de usted. Será la Genyosha, el Océano Negro, y usted será su jefe. Usted los adiestrará y les transmitirá los conocimientos y las habilidades por las que ha obtenido tanta fama. Podrá seleccionar a cincuenta hombres, uno por cada año de edad que tiene, de todas las fuerzas del Condominio. Entonces, aparte de un oficial de enlace de las FIS[2], no tendrá más superior que el propio Coordinador. Será Iemoto de la Genyosha, ya que, en cuanto les haya enseñado todo cuanto es usted, ellos adiestrarán a cincuenta hombres más, y estos cincuenta a otros cincuenta, hasta que todas nuestras fuerzas tengan su corazón y su mente.
Ishiyama aguardó, pero Yorinaga-ji no se movió. Ishiyama sabía que había ofrecido a Yorinaga-ji la realización de su deseo más profundo. Reprimió el deseo de sonreír nerviosamente, pero le maravillaba lo bien que conocía el Coordinador a aquel hombre, que había permanecido en el exilio durante once años.
La voz de Ishiyama volvió a resonar en la estancia con sonidos menos sustanciosos que el vapor que se elevaba enroscándose del tazón de té que tenía Yorinaga-ji ante sí.
—El Coordinador me ha pedido que le mencione, como pequeño detalle interesante, que se han esbozado los primeros planes para la total destrucción de los Demonios de Kell.
Yorinaga-ji inclinó apenas la cabeza. Una emoción que Ishiyama no logró identificar pasó fugazmente por el rostro de Yorinaga, pero fue engullida por el autocontrol fortalecido por el exilio. Sin bajar la mirada, Yorinaga-ji recogió el tazón de té con las manos sin el menor titubeo y se lo llevó a los labios.