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Solaris VII (El Mundo del Juego)

Rahneshire, Mancomunidad de Lira

20 de febrero de 3027

Gray Noton contempló en el área de combates cómo su fortuna se disipaba junto con el humo del Hermes mientras los hombres de mantenimiento apagaban el fuego. Maldijo sus pérdidas para sus adentros. Debí suponer que cualquier cosa preparada por Lestrade estaba condenada al fracaso y que esa comadreja no me reembolsaría nunca lo perdido. Me encantaría probar suerte, pero no puedo sacarle más dinero a Lestrade sin arruinar mi reputación. También comprendió que la victoria de Teng le había costado algo más que los cincuenta mil créditos apostados. Por el asesinato de Teng tendría que pagar cinco mil créditos, y probablemente otros diez mil para asegurarse de que la investigación de la muerte de Teng no llegara hasta él. ¡Maldición! Odio pagar el precio de hacer negocios.

Kym apretó con fuerza el antebrazo izquierdo de Noton.

—¡Ése combate ha sido increíble! —exclamó. Calló unos momentos y le escrutó el rostro—. Al parecer, Teng ha aprendido a luchar mientras se recuperaba de sus heridas.

—¡Trampa! —gritó alguien detrás de Noton.

El jefe de espías se volvió y vio que la gente señalaba una pequeña pantalla de holovídeo montada en una pared junto a la puerta. La cámara había enfocado al vencedor mientras bajaba de la carlinga del Vindicator.

—¡Ése no es Fuh Teng! —siguieron vociferando.

¿Qué demonios pasa? Noton se incorporó y se abrió paso entre la multitud. Un par de personas protestaron, pero cambiaron de actitud al ver la expresión iracunda y concentrada de Noton. Cuando llegó a las primeras filas, observó con atención al hombre que acababa de ganar el combate.

Los cabellos negros, los ojos almendrados y la piel amarillenta del MechWarrior lo delataban como capelense, pero Noton no lo había visto nunca antes. Cuando la cámara enfocó un primer plano de la cara del ganador, Noton reconoció aquella lobuna expresión de hambre. Sabía que él mismo había tenido aquella expresión en el pasado. Ése es un asesino.

—¡No es justo! —gritó un noble de la Federación de Soles, blandiendo boletos de apuestas como si fueran documentos legales—. ¡Apostamos que Billy Wolfson derrotaría a Fuh Teng! ¡Nos han engañado!

—¡Cállese! —replicó Noton—. No diga nada más. Si lee los boletos, verá que apostó que un Hermes II vencería a un Vindicator. —Señaló con el dedo el videopuerto de la arena—. Eso no ha sido un combate de desafío. Ningún piloto especificó con qué guerrero iba a enfrentarse. Tal vez no le guste la idea, pero cualquiera que posea cuadras de ’Mechs sabe que un cambio de pilotos en el último momento no es una maniobra ilegal. Las máquinas combaten, ¡y cualquier estúpido con edad suficiente para poder apostar, debería saber que un Vindicator hace picadillo a un Hermes!

Noton puso los brazos a cada lado de la pantalla de holovisión. La cámara había retrocedido mientras el MechWarrior se ponía un mono. El corazón le dio un salto en el pecho a Noton cuando atisbo el antebrazo de color azul acero introduciéndose en la manga. Aun antes de hacer pública su sospecha, el nombre «Justin Xiang» apareció en la pantalla y el comentarista improvisó una biografía del vencedor.

Justin, recién duchado y vestido con una chaqueta de cuero negro sobre un mono azul, entró en el ascensor y pulsó el botón de cierre de la puerta.

—Palco del barón Von Summer —dijo—. Está esperándome.

El ascensor reaccionó a su orden oral y empezó a subir. Luego se deslizó suavemente a la izquierda. Tras recorrer la mitad del perímetro de la arena, frenó su marcha y se detuvo.

La puerta se abrió y Justin se encontró ante un semicírculo de gente hostil.

—¡Lárgate, traidor! —exclamó con desprecio un caballero de cabellos canos—. ¡Nadie te quiere aquí!

Justin frunció el entrecejo, pero no contestó. Enrico Lestrade se abría paso entre el gentío para estrecharle la mano.

—No les preste atención, Justin Xiang. Están enfadados porque han perdido dinero con su victoria.

Detrás del barón, Gray Noton y la condesa Kym Sorenson habían avanzado entre los enojados invitados.

—¡Traicionó a Hanse Davion, barón!

La aristócrata que había hablado iba vestida con un tartán que Justin reconoció de inmediato. Es de Firgrove, pensó. Andrew Redburn era originario de aquel mismo planeta, corazón de la Marca Capelense, y había colgado una manta con el mismo dibujo en la pared de sus aposentos de Kittery.

La aristócrata agitó un puño ante la cara de Justin.

—Éste hombre vendió a la Federación de Soles a Casa Liao del mismo modo en que nos ha engañado hoy.

Justin fue a replicar, pero la condesa Kym Sorenson señaló enérgicamente con el dedo a aquella mujer.

—Siempre estás quejándote, ¿eh, Doris MacDougal? Cualquiera diría que el producto típico de Firgrove son las quejas. Parece que reemplaza a las excusas, ¿no? —Kym se irguió y abarcó con una severa mirada a toda la nobleza de la Federación de Soles presente—. Todos apostáis por vuestros compatriotas, pero el que las tropas de Hanse Davion venzan regularmente a los soldados de Liao no implica que lo mismo tenga que ocurrir aquí. Tal vez las quejas y las excusas deben ceder el paso a otro producto típico de Firgrove: ¡los errores de cálculo!

Los nobles davioneses retrocedieron ante las imprecaciones de la condesa, pero Enrico Lestrade no los dejó escapar.

—Éste hombre ha vencido y es mi invitado. No querréis que me retracte de mi promesa, ¿verdad? Recuerdo que todos pensasteis que invitar al vencedor era una buena idea, ¡en especial si creíais que sería Billy Wolfson! El que no esté a gusto aquí puede marcharse ahora.

El reto de Lestrade dispersó a los irritados nobles, que se alejaron lanzando miradas de odio a Justin. Murmuraban sus comentarios, que incluían palabras como «traidor» e «hijo de perra», en un tono lo suficientemente alto para que llegaran a oídos de Justin. Kym Sorenson miró a los nobles de la Marca Capelense y tomó del brazo a Justin para conducirlo al bar, donde no se oyeran aquellos insultantes susurros.

Una vez lejos de los iracundos aristócratas, Justin se soltó del brazo de la condesa.

—¡No necesito su protección, señora! —le espetó.

Kym lanzó una mirada glacial a Justin.

—No estoy protegiéndolo, señor Xiang —dijo fríamente, mirando hacia los invitados de la Federación de Soles—. Desprecio a los groseros y a los malos perdedores. Usted sólo ha sido un medio útil para poder incordiarlos.

¿Ah, sí? Justin dio un bufido.

—El comportamiento típico de una federata.

Kym entornó los ojos.

—¡Vaya! Ninguno de nosotros tiene pelos en la lengua y hemos aprendido deprisa el argot local, ¿no le parece? —Le apuntó al pecho con el dedo—. No pienso cargar con su ira hacia todo lo que tenga que ver con Casa Davion. Estoy aquí porque a papá le molesta que yo comparta la opinión de que la mayoría de los habitantes de la Marca Capelense son parásitos en el cuerpo de la Federación de Soles. Tampoco me da miedo decirlo en voz alta, lo que no es muy bueno para los negocios. Hanse Davion me echó de la Federación, pero fue mi padre el que me dio la patada. O sea que baje los humos de sus retrorreactores.

Justin miró con descaro a Kym Sorenson y asintió lentamente. Me considera como un medio para sacarse la espina de lo que le hicieron su padre y la Federación de Soles. Yo la encuentro muy atractiva y muy distinta de las demás.

—Muy bien. Tiene razón. Como suele decirse: «El enemigo de mi enemigo es mi amigo». Me llamo Justin Xiang y le agradezco que me echara una mano antes.

En la expresión airada de Kym se esbozó una sonrisa.

—Y yo soy la condesa Kym Sorenson. Me alegra haber podido ayudarlo.

Kym extendió la mano derecha y Justin la estrechó con afecto.

Justin notó que ella tardó unos instantes más de lo necesario en retirar la mano y que le apretó un poco la suya en el último segundo. Luego, la condesa se volvió hacia el corpulento hombre de cabeza afeitada que se hallaba a su lado.

—Justin Xiang, le presento a Gray Noton.

Justin alargó la mano hacia Noton y respondió al forzudo apretón de Gray con otro de igual potencia. Ninguno de ellos pretendía estrujarle la mano al otro; sólo manifestaban así sus enérgicas personalidades.

—Gray Noton… Recuerdo haber oído hablar de sus combates en el vuelo de entrada al sistema. Debe de haber sido muy bueno… Mucha gente se refería a los luchadores en alza como «los nuevos Gray Noton».

Noton sonrió burlonamente.

—No he perdido toda mi habilidad, pero me descubro ante un maestro como usted. Acabó con el Hermes gracias a aquella andanada de misiles. No muchos combatientes de Solaris gastarían sus municiones de ese modo.

—Échele la culpa de eso a las malas costumbres que adquirí durante la Operación Galahad, los ejercicios militares a los que el príncipe Davion sometió a sus tropas todo el año pasado —dijo Justin, sonriente—. Es generoso con sus misiles. Yo, como jefe de batallón, tenía que encontrar formas nuevas e interesantes de usarlos.

—Creo que Solaris no está muy preparado para recibir a alguien como usted, Justin Xiang —contestó Noton, sonriendo con suspicacia.

Justin se echó a reír y ofreció su brazo izquierdo a Kym.

—¿Vamos? —preguntó, y señaló el bar—. Ahora sí que tengo ganas de tomar algo.

Kym Sorenson alargó el brazo y pulsó el botón azul del tablero de mandos del Huracán. La puerta de movimiento vertical del otro lado descendió con un susurro, impidiendo la entrada del aire frío y húmedo del exterior. Cerró los ojos y se arrellanó en el asiento del conductor. La suave vibración del aerocoche la relajó.

Marcó una cifra con el dedo índice en el teléfono del coche. Oyó el zumbido de la señal de línea y luego el penetrante gemido de la portadora del ordenador antes de que el teléfono silenciara el agudo sonido. Marcó más cifras, levantó el auricular y dijo una sola palabra:

—Contacto.

Colgó el teléfono y observó cómo las gotas de lluvia se estrellaban contra el parabrisas del Huracán. Una sombra apareció fugazmente frente al vehículo. Abrió la puerta del asiento del pasajero al oír la suave llamada de Justin.

El MechWarrior capelense ocupó el asiento de cuero, de gruesas almohadillas, y lanzó su bolsa al pequeño maletero situado detrás del asiento de Kym. Fue a decirle algo, pero Kym apoyó los dedos de su mano derecha en sus labios.

—Yo tampoco sé por qué lo hago, Justin. Sólo puedo decirte que siento una gran atracción por ti. —Echó una mirada atrás, hacia la fachada del hotel Morfeo, de alegres y fosforescentes colores rojo y amarillo—. No quiero que pases la noche en ese lugar. ¿Necesitas más explicaciones?

Justin le besó los dedos.