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Kittery

Marca Capelense, Federación de Soles

27 de noviembre de 3026

La fuerte llamada a la puerta de plastiacero del despacho del comandante Justin Allard quebró la tranquilidad que había estado saboreando. El enjuto MechWarrior de cabellos negros hizo una profunda inspiración y espiró lentamente. Se levantó de detrás de su escritorio de madera de teca, se estiró la chaqueta y se acicaló un poco.

Detesto este aspecto del mando de un batallón. Pórtate bien en el combate y consigue que te cuelguen una medalla en el pecho, para que te den un trabajo en el que te pasas la mayor parte del tiempo resolviendo cuestiones de disciplina y aprovisionamiento. Justin frunció el entrecejo al contemplar los tres montones de papeles apilados sobre su mesa. Necesitan a un contable para poner orden en todo este caos —pensó—. Y, sin embargo, probablemente este problema en particular requería la mano de un MechWarrior.

—Adelante —dijo por fin.

Un policía militar inexpresivo abrió la puerta y el soldado Robert Craon entró en la habitación. El PM esperó con expectación, pues el corpulento Craon era mucho más alto que Allard. El oficial entornó sus ojos almendrados y meneó ligeramente la cabeza para indicar al PM que se retirase. El guardia se encogió de hombros y cerró la puerta.

—Se presenta el soldado Roben Craon por un procedimiento disciplinario, señor. —La voz del joven, aunque alterada por el nerviosismo, sonó fuerte y enérgica. Mientras paseaba la mirada por el despacho, pareció sentir asco al ver las pinturas capelenses sobre papel de arroz que servían de fondo para el escritorio del comandante Allard.

Justin asintió de forma rutinaria.

—Descanso, soldado. —Mantuvo un tono calmado, tratando de revelar tanta cólera como le fue posible. Al ver que Craon pasaba de la posición de firmes a una postura indolente, Allard no pudo por menos que exclamar con brusquedad—: ¡He dicho «descanso», soldado, no que se derrita!

Craon tragó saliva y se irguió como una vara.

—Lo siento, señor.

Justin bufó y se sentó.

—Lo dudo, Robert. —Escribió algo apresuradamente en el teclado del escritorio y unas barras luminosas aparecieron sobre su faz mientras la información desfilaba por la pantalla. Justin meneó la cabeza en una ocasión y luego levantó la mirada—. Quiero que entienda un par de cosas, Robert. Son cuestiones que espero que no salgan de este despacho. ¿Me ha entendido?

Craon asintió con gesto solemne. Su expresión sincera pilló por sorpresa a Justin. Tal vez pueda confiar en él, al fin y al cabo…

Justin echó un vistazo a la pantalla y detuvo el flujo de información con un movimiento casi involuntario de uno de sus largos dedos.

—Quiero que sepa que está sujeto a procedimiento disciplinario a causa de su insubordinación, y no por su comportamiento durante el incidente. —Miró a Craon y agregó—: No me importa que me haya llamado… Eh…, ¿qué dijo usted?

Una sonrisa torcida asomó a las comisuras de los labios de Craon y Justin sintió que su ira crecía como una explosión solar.

—Creo que lo llamé «imbécil hijo de puta capelense, impuesto a un noble Davion para evitar una guerra».

Justin volvió a examinar la pantalla del ordenador y asintió.

—Casi palabra por palabra. Debe de haber practicado mucho.

Desde su niñez, sin duda —se dijo para sus adentros—. Esperemos que su racismo no le afecte la razón.

Craon exhibió una sonrisa triunfal.

—Procuro ser preciso.

—¡No le he pedido ningún comentario, soldado! —gruñó Justin.

Se incorporó con movimientos lentos y deliberados. Ambos hombres se miraron por unos instantes y comprendieron que la complexión física no tenía ninguna incidencia en la disputa que estaban librando.

—Me da igual que me odie porque la primera mujer de mi padre fuera una capelense a la que conoció mientras trabajaba en la embajada de la Federación de Soles en Sian. Lo que usted considera un error de juicio afecta a mi padre, no a mí. Su intolerante opinión sobre mí no es la razón por la que va a ser castigado.

Justin giró la pantalla del ordenador con irritación de manera que Craon pudiese verla.

—El informe indica que desobedeció la orden directa del teniente Redburn de regresar a su puesto de guardia. El informe no menciona el altercado producido a continuación, pero supongo que el teniente Redburn tuvo sus razones para no incluirlo.

Craon volvió a tragar saliva y bajó la mirada. Movió la mandíbula de lado a lado. Le crujió un hueso e hizo una mueca.

—Sí, señor —dijo.

Justin se relajó un poco.

—Créame, Robert, cuando le digo que entiendo su resentimiento porque despedí a Philip Capet. Sé que fue asignado a su compañía de adiestramiento después de haberlo dirigido en el centro de instrucción de reclutas. Soy consciente de que es una leyenda en la Marca Capelense. Y sé también hasta qué punto lo admiraban todos ustedes.

Craon irguió la cabeza y sus mejillas enrojecieron. Vaciló un segundo, pero luego sus rubias cejas se arrugaron en un gesto iracundo.

—Era el mejor, mi comandante, y usted le dio la patada porque no estaba de acuerdo con su política de trato a los amarillos. Le propuso un duelo de caballeros que decidiera quién impondría su opinión, pero usted se limitó a darle el pasaporte. ¡Maldición! Consiguió el Sol de Oro por su comportamiento en Uravan. Destrozó docenas de 'Mechs a Liao y dio tiempo a sus hombres para que pudieran salir, tanto ellos como sus camaradas heridos, de aquella emboscada enemiga. Era un héroe, ¡y usted lo echó del cuerpo sin pensarlo dos veces!

Una vez agotada su furia contenida durante tanto tiempo, Craon pareció quedarse sin palabras. Levantó los puños como si fuese a golpear a Justin, pero no hizo ningún ademán de querer abalanzarse sobre él.

Dale tiempo para que recobre la razón —pensó Justin—. Aún puedes recuperarlo.

Justin aguardó en silencio a que la tensión abandonara el cuerpo de Craon. Luego, con voz lenta y uniforme, midiendo cada palabra, le dijo:

—Sé lo que Capet significaba para ustedes y conozco los sueños que todos compartían. Tenían que convertirse en su nueva unidad, que vengaría a los otros muchachos caídos en la batalla. Gracias a ustedes, él conseguiría nuevas condecoraciones y volvería a convertirse en un símbolo, en un héroe de la Marca Capelense. Teniéndolos a ustedes para glorificarlo, algún día volvería a estar a la derecha del duque Michael Hasek-Davion en las cenas oficiales.

Justin se sentó de nuevo y tecleó otra petición de información. El ordenador buscó el dato durante unos instantes e inmediatamente volcó un chorro de datos en la pantalla.

—Lo que usted no sabe, Robert, es que los hombres de Capet, los mismos que él salvó en Uravan, no debieron haber estado nunca en peligro.

Craon abrió la boca para protestar, pero Justin levantó una mano ordenándole que guardara silencio.

—Sí, Robert, es cierto que una compañía capelense los atrapó en una emboscada, pero cayeron en ella porque el sargento Capet los había llevado a un área en donde no tenían autorización para entrar. La familia de Capet vivía y, por desgracia, murió en el poblado que él trató de reconquistar. Tal vez habrían muerto de todas maneras en aquella incursión de las tropas de Liao, pero, si Capet hubiera conservado la serenidad, no habrían caído también media docena de MechWarriors.

Justin inspiró profundamente y se esforzó de nuevo por recuperar la calma. Miró a Craon sin el más mínimo sentimiento de culpa y añadió:

—Todo lo que le he dicho forma parte de un informe confidencial preparado para Hanse Davion con el propósito de determinar si Capet debía obtener el Sol de Oro. Se había convertido en el protagonista de un holodrama y el Alto Mando esperaba que, junto con la condecoración, aceptaría también un retiro anticipado. Cuando se negó a jubilarse, lo enviaron al centro de instrucción. —Justin bajó el tono de voz y prosiguió—. Cuando nuestros espías descubrieron su plan de secuestrar una Nave de Salto para regresar y vengarse de Liao, me negué a permitir que los matara a todos ustedes por querer llevar a cabo una estratagema tan estúpida.

Craon estaba muy pálido. Sus manos habían vuelto a su lugar, entrelazadas a la espalda.

—Agradezco su confianza al haberme notificado esta información, señor. Aceptaré cualquier medida disciplinaria que usted ordene.

Justin preguntó solemnemente:

—¿Se da cuenta de que podría expulsarlo de esta unidad de adiestramiento por lo que ha hecho? —Sin querer, Craon hizo una mueca de dolor—. Sí, creo que ya lo sabía —agregó, lanzando una severa mirada al soldado plantado ante él. No vio miedo en los ojos azules de Craon; sólo desprecio hacia sí mismo por haber sido tan estúpido.

Está aprendiendo a admitir que puede cometer errores. Magnífico. Ése es el primer paso para llegar a evitarlos, y también el único modo de sobrevivir para un MechWarrior.

Justin sonrió con prudencia.

—En el pasado, usted ha demostrado tener cierta capacidad para el mando. He decidido castigarlo permitiéndole que desarrolle dicha capacidad. Será el piloto-escoba de su unidad hasta nuevo aviso. Se tragará el polvo que levanten los demás, Roben, y deberá mantener la disciplina entre ellos… o su carrera en el ejército estará en juego. —Justin observó que un esbozo de sonrisa asomaba a los labios de Craon—. Además, tendrá que ayudar a los Techs a conservar en perfecto estado de funcionamiento a su ’Mech después de cada ejercicio.

Craon se puso firme y saludó con un enérgico ademán.

—¡Sí, señor! ¡Gracias, señor!

Justin se incorporó y le devolvió el saludo.

—Puede irse.

Craon dio media vuelta y salió del despacho, pero dejó la puerta abierta. Justin sonrió a sus espaldas y se sentó de nuevo, dispuesto a revisar los papeles amontonados sobre su escritorio. Firmó con sus iniciales una pila de informes y los dejó en una bandeja para que fueran archivados. Cuanto antes esté registrado todo Kittery en el sistema informático, más sencillo será este trabajo.

No te pagan para que hagas un trabajo fácil, Justin. En tal caso, no te habrían puesto al mando de un batallón local de adiestramiento, y mucho menos en un planeta en el que tu sangre capelense te convierte en un enemigo mortal. El príncipe Davion te puso aquí porque eres medio capelense y puedes entender a los nativos. Por otra parte, tratar con estos hijos e hijas de aventureros de la Federación de Soles

Justin echó un vistazo al holograma en el que aparecía junto a Hanse Davion durante la ceremonia en la que había sido condecorado con el Sol de Diamante. El líder de la Federación de Soles sobrepasaba en altura al entonces capitán Allard. Justin giró el holograma para verlo desde más cerca y comprobó que la expresión de gratitud y confianza de Davion era sincera.

Al entregarle la condecoración, Hanse Davion le había dicho: «Una vez más, mi reino está en deuda con su familia. Espero que la Federación de Soles se merezca siempre su coraje y su sacrificio». Había sido la confianza que Davion había depositado en Justin la que lo había traído a aquel cargo en Kittery, pues el Príncipe confiaba en que Justin podría ayudar a normalizar las relaciones con la población recién conquistada. Sólo deseo que más súbditos suyos comprendan que mantener buenas relaciones con los nativos capelenses no es el preludio de la entrega de la Marca Capelense a Maximilian Liao y su Confederación, pensó Justin con tristeza.

En aquel preciso momento, un hombre sonriente, de estatura y corpulencia medias, se detuvo ante el umbral y dio unos golpecitos en la puerta abierta.

—Mi comandante, hemos de ponernos en marcha.

Justin, interrumpida su cadena de pensamientos, dejó el holograma tal como estaba antes, consultó su reloj y musitó una maldición.

—Entra, Andy, y cierra la puerta. —Justin entornó los ojos con recelo al ver el montón de papeles que llevaba consigo el visitante—. ¿Qué es todo eso? No puedo encargarme ahora de nada que sea rutinario. Además, sabes tan bien como yo que la única razón de que pueda marcharme contigo esta tarde es que la pila de peticiones que enviaste por los canales es la más alta de las que tengo sobre este escritorio.

El teniente Redburn se acercó a la mesa y dejó el montón de papeles sobre el monitor del ordenador. Iba vestido con botas, pantalones conos y un chaleco refrigerante bajo el que se intuía un cuerpo musculoso. Sonrió y se mesó con una mano sus cortos cabellos de color castaño rojizo.

—Formularios, rellenados por triplicado, para el ejercicio de esta tarde. He archivado un informe sobre impacto en el medio ambiente por cada metro de terreno que debemos cubrir hoy y, además, las autoridades locales sólo nos han concedido un «permiso para desfilar». —Suspiró con fuerza—. A veces me pregunto por qué el duque de Nueva Syrtis no devuelve este planeta a Liao. Michael Hasek-Davion ha permitido que entren tantos de ellos en el gobierno que bien podría ceder la plaza a Capela.

Justin sonrió con malicia.

—Teniente Redburn, me recuerdas a mis hombres cuando se quejan de tener a un mestizo capelense como comandante en jefe.

Las mejillas de Redburn enrojecieron inmediatamente de vergüenza.

—Señor, si cree que lo que quería decir…

Justin levantó la mano para indicar al joven oficial que guardase silencio.

—Tranquilízate, Andrew. He entendido lo que querías decir. —Justin se desabrochó la chaqueta y se dirigió al vestuario anexo a su despacho. Su voz se oía a través del umbral de la puerta—. La idea de darles una descripción centímetro a centímetro de nuestro plan de marcha tampoco me seduce a mí, pero no podemos hacer nada. Estamos en los dominios de Michael y su palabra es ley.

Redburn asintió.

—Confío en él y en sus burócratas casi tanto como en que puedo sacudir a Craon.

Justin se echó a reír.

—¿Ah, sí? ¿Y cuánto es eso?

—¿Qué?

Justin salió del vestuario ataviado con botas, pantalones cortos y un chaleco refrigerante abierto. Los músculos y las venas sobresalían de un cuerpo sin prácticamente nada de grasa.

—Tu informe no decía nada sobre una pelea que, según ciertos comentarios, librasteis Craon y tú.

El teniente se encogió de hombros.

—No fue una pelea en realidad. Le di un guantazo en la mandíbula y luego me concentré en su tripa. —Inconscientemente, Redburn se frotó las costillas del costado derecho—. Él logró colarme un par de puñetazos, pero todo terminó enseguida. —Sonrió como un niño al recordar el sabor de un melón robado—. No valía la pena mencionarlo.

Justin se rio entre dientes.

—Acepto su palabra, teniente.

Justin hizo un ademán a su subordinado. Gracias por haberte tomado tantas molestias en mi nombre. Redburn le devolvió el gesto y Justin comprendió que le había entendido.

—He nombrado piloto-escoba a Craon para esta pequeña excursión. ¿De cuántos ’Mechs dispondremos?

Redburn reflexionó durante una fracción de segundo.

—Treinta y dos, nosotros incluidos. Tengo cuatro lanzas de cuatro, y tres de cinco. Como siempre, a usted no lo he asignado a ninguna lanza. Yo estaré en el Spider y para usted he tomado prestado el Valkyrie a la Guardia de Fronteras de Kittery. ¿Sabe una cosa? Ésos malditos regulares me dijeron que sólo nos entregaban el ’Mech porque usted es un MechWarrior de verdad. Todos los demás tienen un Stinger.

Justin asintió. Ambos hombres salieron del despacho y recorrieron apresuradamente los pasillos embaldosados hasta la descomunal planta de ’Mechs que se cernía sobre el más pequeño Centro de Mando Base. El techo, soportado por vigas metálicas y una estructura simple, se hallaba a unos quince metros sobre el suelo de hormigón armado. El material plástico traslúcido utilizado para dar forma y sellar el techo permitía el paso de luz suficiente, procedente del sol de tipo F9 de Kittery, para iluminar los gigantes de metal almacenados en el hangar.

Plantados alrededor del recinto como centinelas silenciosos de una tumba, los ’Mechs resplandecían bajo la brillante luz del sol. Techs y asTechs vestidos con monos verdes merodeaban como insectos sobre las unidades en reparación y las piezas de repuesto pendían de tornos mecánicos que se deslizaban por unas guías sobre aquellas máquinas de guerra. Los ’Mechs, de una altura cinco veces mayor que la de los hombres que trabajaban en ellos, eran objeto de fascinación más que de miedo para los hombres y mujeres que les devolvían la salud. Por el momento, aquellos gigantes estropeados eran dóciles y necesitaban urgentemente las firmes manos y el genial diagnóstico de los Techs antes de poder lanzarse de nuevo al combate.

Otros ’Mechs, armados y ya operativos, permanecían a la espera con las escotillas abiertas. Por el pecho les caían, como burdas corbatas, unas escalerillas de mano que permitían a hombres y mujeres el ascenso a las carlingas de aquellas enormes máquinas que pilotarían durante la batalla. Los Stingers, ’Mechs ligeros de veinte toneladas que solían usarse para adiestrar a MechWarriors, no parecían menos mortíferos que los ’Mechs más pesados diseminados por la planta. El enorme láser medio encajado como una pistola en la mano derecha de cada Stinger parecía lo bastante letal para acabar con cualquier enemigo.

Cuando el teniente Redburn y el comandante Allard entraron en la planta, el Primer Batallón de Adiestramiento de Kittery, incluido Robert Craon, que llegaba a toda prisa, se puso en formación y en posición de firmes. Justin asintió en gesto de aprobación al sargento tuerto Walter de Mesnil, que se volvió hacia sus tropas.

—¡Descanso! —exclamó con voz ronca.

Justin carraspeó y dijo:

—Ésta tarde, el teniente Redburn y yo los someteremos a un ejercicio evaluador. Tengan en cuenta que sus ’Mechs están armados y activados a máxima potencia. Debo advertirles que no se puede disparar contra el ganado de los nativos; la infracción de esta orden será castigada con la expulsión inmediata del programa de adiestramiento. —Justin enfatizó la palabra «nativos» para que se dieran cuenta de que no usaba la palabra de argot «amarillos», preferida por la mayoría de sus hombres—. Sé que creen que llamo «nativos» a los habitantes de este planeta porque soy medio capelense, pero deben aprender que es preciso aceptarlos a ellos para que ellos los acepten a ustedes. Y éste es un aspecto prioritario de nuestra misión en Kittery. —Se volvió hacia Redburn—. Teniente…

Redburn asintió, aceptando el mando.

—Sargento de Mesnil…, cabos…, poned vuestras lanzas en formación y conducidlas al exterior. —Se giró hacia tres reclutas, dos hombres y una mujer, e hizo un gesto al más corpulento de los hombres—. James, sigue al sargento De Mesnil y esperadme. —Escrutó al grupo y cruzó un mirada con uno de los cabos—. Hugh, el soldado Craon ha sido nombrado piloto-escoba; por tanto, tu lanza será la última en emprender la marcha. Rompan filas.

Los MechWarriors se dispersaron y echaron a correr hacia sus ’Mechs. Entretanto, los dos oficiales se dirigieron al lugar donde los aguardaban sus propias máquinas. Redburn subió a la escalerilla que pendía de un Spider. Aquél ’Mech humanoide de treinta toneladas, a diferencia del Stinger, no llevaba armas en las manos, pero los cañones láser gemelos de calibre medio que sobresalían del centro de su tórax no dejaban lugar a dudas sobre su eficacia en el combate. El Spider era famoso por su velocidad y por su capacidad de «salto», que le permitían cruzar las líneas enemigas y sembrar el desconcierto entre ellas; era el ’Mech perfecto para dirigir una compañía de reclutas.

Justin trepó a la carlinga de su Valkyrie. Se ciñó el cinturón de sujeción al asiento del piloto y pulsó un botón que recogía la escalerilla y cerraba lentamente la escotilla polarizada. Al cerrarse, la carlinga quedó presurizada y Justin tuvo que abrir la boca para igualar la presión en los oídos.

Se ajustó el chaleco refrigerante e introdujo el cable de alimentación en el enchufe situado a la derecha del asiento del piloto. Tras colocarse con cuidado los discos adhesivos de control en brazos y caderas, sacó los cables de los discos y los estiró hasta la altura de la garganta. Luego se ajustó sobre los hombros los cojinetes de color verde oliva del neurocasco, y enchufó los cables de los discos de control en sus correspondientes conexiones. Por fin, recogió el neurocasco y se lo colocó en la cabeza.

Justin se estremeció involuntariamente cuando el casco eliminó todos los ruidos exteriores, haciendo que su respiración atronara en sus oídos. Se ajustó el casco hasta que la visera, de forma aproximadamente triangular, quedó centrada ante su rostro; entonces pudo sentir la presión de los neurorreceptores en los lugares adecuados del cráneo. Enchufó varios cables del ’Mech en los enchufes correspondientes del cuello del casco y dijo:

—Comprobación de patrón. Comandante Justin X. Allard.

Justin escuchó el restallido de la estática en el cráneo y sonrió cuando el ordenador del ’Mech contestó:

—Encontrado patrón de voz. Procédase con secuencia de arranque.

Justin entornó los ojos.

—Código de comprobación: Zhe jian fang tai xiao. Código de autorización: Alfa Xray Tango Bravo.

El ordenador empezó a comparar los códigos que le había dado con la enorme lista de autorizaciones y contraseñas personales que tenía almacenadas en su memoria. A diferencia de la mayor parte de ’Mechs, que sólo respondían al código secreto grabado por el propio piloto, los ’Mechs de adiestramiento tenían que ser capaces de aceptar numerosos códigos. Cada piloto de una unidad de adiestramiento tenía su propio código, por lo que si alguien cometía una irregularidad —como, por ejemplo, robar un ’Mech—, podía ser identificado tras comprobar qué código había sido el último en ser utilizado para activar el ’Mech.

Justin sabía que no era muy ortodoxo tener un código de comprobación personal en lengua capelense, pero así se aseguraba de que ninguno de aquellos patanes le robaría su máquina. Se rio para sus adentros. Aunque pudiesen averiguar el significado del código «Ésta habitación es demasiado pequeña», ninguno de ellos entendería el enigma ni sería capaz de pronunciar correctamente las palabras. De repente, otra idea le produjo escalofríos: si se hacía público su código, se confirmarían los comentarios tendenciosos que corrían sobre él. Eres un estúpido, Justin —pensó—. Será mejor que lo cambies después de este ejercicio.

La voz metálica del ordenador irrumpió entre sus pensamientos.

—Autorización confirmada. Me alegro de que esté a bordo, comandante.

En respuesta a los códigos correctos, la consola de control encendió sus luces y sus botones parpadeantes. Todos los niveles de calor del monitor de sistemas internos permanecían bajos, en la sección azul de los indicadores. Las lecturas de datos de la batería de Misiles de Largo Alcance (MLA), alojados en el lado derecho del torso de su ’Mech, y el láser medio que hacía las veces de mano derecha de la máquina, señalaban que los sistemas de armas estaban operativos pero descargados. Justin acarició dos botones de la palanca de mando con los dedos de la mano izquierda y los sistemas se cargaron automáticamente.

Otros datos le indicaron que los dos retrorreactores situados en la espalda del Valkyrie estaban listos para impulsarlo un máximo de 150 metros de un solo fogonazo. El mecanismo de recarga de sus misiles le informó también de que estaba preparado para utilizar doce series de diez misiles cada una, aunque Justin sabía que aquel cálculo incluía la serie ya cargada en las toberas.

Justin tomó una última bocanada de aire frío, cerró los ojos y flexionó los dedos. Exhaló poco a poco y estableció comunicación por radio con el Spider del teniente Redburn.

—¿Listo, Andy?

—Sí, señor —sonó la respuesta de Redburn.

—Bien. Salgamos de aquí y veamos qué han aprendido estos chicos.