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Tharkad

Distrito de Donegal, Mancomunidad de Lira

10 de octubre de 3026

Simón Johnson, canciller del Cuerpo de Inteligencia Lirano (CIL), cerró el archivo y lo contempló en silencio un segundo. Recorrió inconscientemente con los dedos la leyenda «ultrasecreto» y acabó apoyándolos sobre la cápsula insertada en la tapa de la carpeta. Deslizó ésta sobre el borde de la mesa, aplastó la cápsula y dejó que cayera en la redonda papelera.

A los pocos segundos, las sustancias químicas que se habían mezclado al romperse la cápsula explotaron, encendiendo una llama azul verdosa que quemó la carpeta. El resplandor de la llama dio un tinte macabro al rostro poco agraciado de Johnson y a sus cabellos canos. Contempló cómo ardía la carpeta hasta que dejó de sentir el calor del fuego. Entonces miró a la otra persona que se hallaba presente en la habitación.

Katrina Elizabeth Steiner, duquesa de Tharkad y arcontesa de la Mancomunidad de Lira, observaba a Johnson con unos ojos tan grises como limaduras de acero. Aunque ya había rebasado el medio siglo de existencia, Katrina era tan esbelta, alta y rubia como siempre. Sus marcados rasgos seguían siendo atractivos; era evidente que había sido una auténtica belleza en su juventud.

—¿En qué piensas, Simón?

Johnson echó un vistazo al pequeño dispositivo que había dejado sobre la mesa. Pese a que la pantalla de cristal líquido de colores seguía sin registrar ningún indicio en el área de la presencia de sistemas de escucha activos o pasivos, dijo con voz queda:

—Si la firma y el ológrafo personal de Quintus Allard no estuvieran imbricados en la misma pasta del papel, no lo creería. —Johnson clavó sus negros ojos en los chamuscados restos de la carpeta—. Es aterrador que Casa Liao haya creado un doble del príncipe Davion y logrado colocarlo en su puesto. Esto explica en parte nuestros problemas durante la campaña de Galtor y el bache en vuestras relaciones con la Federación de Soles.

La Arcontesa apoyó los codos en los brazos de su silla y unió las yemas de los dedos de ambas manos.

—¿Podría suceder lo mismo aquí, Simón?

La Arcontesa lo observó atentamente, pero no consiguió penetar en sus pensamientos. Siempre tan íntegro, Simón. Gracias a Dios que estás conmigo y no contra mí.

El canciller del CIL se mordió el labio inferior y respondió:

—Es posible, por supuesto, pero sería muy difícil. Para lograr llevar a cabo una sustitución de tal envergadura se requeriría la duplicidad de tanta gente que, probablemente, se alterarían todas las actividades rutinarias. —Johnson cerró los ojos y frunció los labios, dejando a la Arcontesa con la duda de si aquel hombre de cabellos canos se había quedado dormido. Entonces volvió a abrir los ojos. Katrina atisbo en ellos el fugaz brillo de un fuego diabólico—. Si vos sufrierais una herida grave que requiriese vuestra hospitalización, tal vez otra persona podría suplantaros en el hospital. Vuestra convalecencia permitiría a la sustituía adaptarse de manera gradual a vuestro entorno y la gente llegaría a olvidar cómo erais antes. —Asintió despacio—: Sí, así podría ocurrir.

Johnson entornó los ojos, hasta casi cerrarlos de nuevo, y la Arcontesa sonrió con ironía. Te conozco, Simón. En cuanto salgas de aquí, lo primero que harás será inspeccionar los procedimientos de los hospitales y los registros de personal.

—Procuraré ser muy precavida en el futuro, hasta que estés en condiciones de asegurarme que no sucederá una cosa así.

Un leve asentimiento de Johnson confirmó que había captado la indirecta, pero aquel día no se sentía con ánimos de intercambiar pullas con ella. Clavó la mirada en la Arcontesa y dijo:

—No era esto lo que queríais preguntarme, ¿verdad, Arcontesa?

Katrina meneó suavemente la cabeza.

—¿Podríamos hacer nosotros lo mismo que hizo Liao? ¿Podríamos sustituir a alguien por un doble?

Una vez más, como de costumbre, Simón Johnson no abrió la boca hasta que la respuesta hubo quedado totalmente formulada en su mente.

—Sí, podríamos repetir lo que llevó a cabo Max Liao para crear el doble de Hanse Davion. El entrenamiento intensivo a que sometemos a los huérfanos iniciados en Lohengrin bastaría para inducir una lealtad fanática en un doble. Si funciona con nuestros agentes antiterroristas, ¿por qué no iba a hacerlo con un agente infiltrado? Es posible, desde luego, crear un perfil de la personalidad de un sujeto y luego adiestrar a alguien de manera que responda a dicho perfil. Encontrar a un sujeto de la edad y las características apropiadas es, quizá, la parte más sencilla del plan.

La Arcontesa asintió, pero desvió la mirada mientras jugueteaba con el anillo que adornaba su diestra.

—He notado una cierta vacilación en tu respuesta.

Johnson sonrió.

—Por lo poco que nos revela Quintus en su informe, creo que el plan de Liao debió de fracasar a causa de algún error de bulto. Los científicos de Liao borraron toda vivencia del cerebro del doble y luego le suministraron los recuerdos de Hanse Davion. El doble tenía toda la memoria del original y conocía todos los hechos; sin embargo, como es obvio, no tenía la mente de Hanse Davion. De haberla tenido, Davion no habría podido vencer jamás en la lucha por demostrar que él era el auténtico Príncipe, pues el otro individuo habría sido tan real como él.

—¿Insinúas que el doble debió de derrumbarse? Quiero decir en el aspecto mental, no en el físico —inquirió preocupada la Arcontesa.

—Sí. Cada persona tiene su propia manera de almacenar información. —Johnson levantó ambas manos con las palmas hacia arriba—. Por ejemplo, si yo digo la palabra «cruzado» a vos y al historiador de la Corte, Thelos Auburn, la respuesta de cada uno estará marcada por una impresión distinta. Y ello se deberá a que vos, Arcontesa, sois una MechWarrior y lo primero en que pensaréis será en el Crusader, un modelo de 'Mech. En cambio, es probable que Auburn recuerde los diversos grupos expedicionarios conocidos como «crusaders», los cruzados, que existieron en el pasado en la Tierra. Aunque cada uno estaría informado sobre la imagen que tendría el otro de lo que es un «crusader», las redes cognitivas respectivas habrían almacenado esos hechos de formas distintas.

La Arcontesa sonrió.

—En pocas palabras, estás diciendo que el impostor al servicio de Liao había almacenado los recuerdos de Davion según su propia estructura cognoscitiva. —Katrina Steiner entornó los ojos—. Dadas las diferencias culturales que existen entre ambos, el doble podría haber sido pillado pensando con mentalidad capalense.

Un leve asentimiento de Johnson confirmó su conclusión.

—Además, como la red seguía en su cabeza, sospecho que los recuerdos del impostor fueron simplemente suprimidos —dijo Johnson, profundizando en la cuestión—. Creo que debieron de haberle sido arrancados casi del mismo modo como se pierde la personalidad básica en algunos casos patológicos de múltiples personalidades. Siempre que aquélla emergiera, la persona se volvería loca o se encolerizaría con Liao por haber esclavizado su mente. Hanse Davion ya odia lo bastante a los capelenses. No me agradaría la idea de un Hanse Davion resentido contra Casa Liao, especialmente si yo estuviese sentado en el trono de Sian.

Nunca se ha dicho una mayor verdad, pensó la Arcontesa, y se echó a reír.

—Así pues, ¿tendríamos problemas para crear un sustituto de alguien?

—En absoluto —respondió Johnson—. No esclavizaríamos su mente como hizo Liao; no podríamos. Un actor podría representar tan bien un cierto papel como para afrontar con éxito el noventa y nueve por ciento de asuntos que debe atender un líder. Con una adecuada delegación de autoridad, es posible que el reino ni siquiera notase la presencia al timón del Estado de un líder provisional. —Sonrió y recogió otra carpeta—. Me he tomado la libertad, Arcontesa, de traer esto conmigo. —La abrió y miró a Katrina—. ¿En quién habíais pensado como candidato para tener un doble? Los agentes de Loki pueden escoger a cualquiera de los que constan actualmente en los archivos.

—Te has adelantado a mí, como siempre —dijo Katrina, y le susurró el nombre de la persona a sustituir.

Johnson se lamió el dedo pulgar y hojeó las páginas azules y amarillas de la carpeta, hasta detenerse en una de ellas.

—¡Oh, sí! —exclamó—. Tenemos aspirantes excelentes…

Jeana Clay lanzó su bicicleta de carreras ladera abajo de la última colina. Sacó la botella de agua de su asidero y vertió un sorbo del caliente líquido en su boca. Paladeó el sabor del agua y se volcó el resto sobre la cara y los brazos. Un fugaz vistazo a su reloj de pulsera la hizo sonreír. Treinta segundos por debajo de mi último récord, pensó, satisfecha de sí misma. Una sonrisa siguió iluminando su bonito rostro mientras se encorvaba sobre la bicicleta y subía pedaleando la última cuesta hasta el sendero de la casa en la que vivía sola desde la muerte de su madre.

El viejo señor Tompkins, que estaba podando los setos, levantó la cabeza y la saludó con un gesto.

—Cada vez vas más deprisa, Jeana. ¡Seguro que este año ganarás el triatlón de Tharkad!

—Gracias por su confianza en mí, señor Tompkins —Jeana frenó y bajó de la bicicleta. La metió en el bastidor antirrobo que ella misma había montado años atrás, se irguió y regresó al lugar donde se hallaba el anciano—. Sólo espero que mi unidad no tenga ejercicios ese fin de semana.

Tompkins sonrió con una expresión casi angelical.

—No los tendrán, pequeña, y me da la impresión de que se necesitaría mucho más que eso para impedirte correr esa carrera.

Jeana se quitó los guantes sin dedos y asintió.

—Sí, mi comandante en jefe es bastante buena persona y me deja participar en las competiciones. Creo que él piensa que mis victorias dejan en buen lugar al 24.º Regimiento de la Guardia Lirana, pese a que todavía somos una unidad bisoña.

Tompkins le guiñó el ojo.

—Yo conocí al teniente coronel Orpheus Thomas cuando no era más que un muchacho, antes de que se fuera de Donegal para reclutar a todos los MechWarriors de su unidad. Es un hombre orgulloso y veo que valora lo que tú estás haciendo por la unidad.

La alta y esbelta MechWarrior sonrió. Se agarró el maillot por los hombros y lo estiró suavemente, haciendo una mueca.

—Voy a quitarme esta ropa sudada y a ducharme —dijo. Emprendió la marcha, pero luego volvió el rostro y añadió—: Ya le contaré si puedo participar en la carrera.

Al llegar ante la puerta de su casa, Jeana sacó una llave magnética del cinto del calzón y la insertó en la cerradura. Se oyó un chasquido y Jeana entró en la casa. El ambientador, que ella no había puesto demasiado bajo, había propagado un frío polar por toda la casa. Sin embargo, cuando fue a comprobar el termostato vio que seguía en la posición en que lo había dejado. Debajo, los indicadores del sistema de alarma brillaban con su tranquilizadora luz verde.

Jeana cruzó la cocina, subió corriendo las escaleras y echó una ojeada fugaz a la puerta cerrada del dormitorio principal antes de entrar en el refugio de su propio cuarto. Es una tontería, Jeana. No hay ningún motivo para que no te instales en la otra habitación. —Se sentó en la cama para quitarse las zapatillas deportivas—. Mantenerla como un templo dedicado a tu madre no le devolverá la vida a ella.

Jeana hizo un esfuerzo por no pensar en todo aquello. Ya le había dado vueltas en muchas ocasiones y todos los «¿Y si…?» y «Debería…» no podían cambiar lo que le había sucedido a su madre. Sin embargo, Jeana no podía evitar pensar que si ella hubiera estado en casa aquella noche, ningún intruso la habría matado.

Jeana se quitó el maillot, hizo una bola con él y lo arrojó a una cesta. Pronto lo siguieron los calcetines, los calzones y la ropa interior. Jeana se irguió, se desperezó y fue al baño a abrir los grifos para su ducha. Mientras el vapor invadía el pequeño cuarto de azulejos blancos, Jeana encendió la radio para escuchar algo distinto de sus tristes cavilaciones.

Jeana entró en la bañera sin darse cuenta de que la puerta del cuarto de baño se abría a sus espaldas. Como tenía los ojos cerrados mientras el agua resbalaba sobre su rostro, sólo le avisó del peligro la fría ráfaga de aire que hizo la cortina de baño al abrirse bruscamente. Se apartó del chorro de agua y miró con horror al intruso, que iba encapuchado.

¡Loki! Aquélla idea estalló en la mente de Jeana como un cohete tipo infierno al ver la insignia que lucía en el cuello de su atuendo. Cerró la mano izquierda y golpeó al intruso sin pensarlo dos veces, pero resbaló y empezó a caer. ¿Qué hacen aquí los de Terrorismo de Estado, después de tanto tiempo? ¿Cómo han logrado encontrarme?

El primer dardo del agente de Loki no acertó en el cuerpo de Jeana y el puñetazo errado de ella lo obligó a retroceder. La joven se aferró a la llave de paso de uno de los grifos para detener su caída, dobló sus largas piernas bajo el cuerpo y estiró una con violencia, asestando una patada al intruso que lo envió contra la pila. El hombre gruñó y se puso fuera de su alcance.

Jeana agarró una toalla y se la tiró a la cara. La toalla se desplegó como el recolector solar de una Nave de Salto e impidió que el segundo dardo diera en el blanco. El agente siguió reculando hasta el pasillo y Jeana se abalanzó sobre sus piernas. Sus pies mojados resbalaron en el último instante, quitando mucha fuerza a su arremetida, pero la furia y la ira nacidas de su sentimiento de culpabilidad por la muerte de su madre compensaron de sobra esa pérdida.

Golpeó al intruso con los hombros a la altura de las espinillas y le sujetó los tobillos en un abrazo salvaje. El agente perdió el equilibrio y agitó una mano de forma desesperada, más no logró alcanzar la barandilla. Bajó rodando por las escaleras, oscilando de un lado a otro, y al llegar abajo se quedó inerte.

Jeana se puso a cuatro patas, pero entonces sintió un pinchazo en su nalga derecha. Una sensación de sopor invadió todo su cuerpo y sus dormidos miembros se negaron a seguir sosteniéndola. Cayó sobre el costado izquierdo y contempló al hombre cuya silueta se recortaba en el marco de la puerta del dormitorio principal.

—Sí —le oyó decir—, una aspirante excelente.

En su estado de somnolencia, Jeana no logró entender el significado de aquellas palabras.

El conductor de la ambulancia aérea sonrió de forma tranquilizadora al señor Tompkins mientras dos enfermeros vestidos de blanco introducían con cuidado la camilla en la parte trasera del vehículo.

—No se preocupe, señor Tompkins. Hizo lo correcto al llamarnos cuando oyó que ella se caía por las escaleras. Es afortunada de tener vecinos tan atentos como usted.

El anciano pareció complacido mientras Jeana desaparecía en el interior de la ambulancia.

—Es tan joven… Sólo tiene veinticinco años. Primero se muere su madre, y ahora esto. —Frunció el entrecejo—. ¿Un ataque al corazón, dice usted?

El conductor asintió.

—Inducido por el estrés, pero en realidad se debe a las secuelas de un ataque de fiebre de Yeguas que sufrió el año pasado, durante unos entrenamientos del 24.º Regimiento. Normalmente se obtiene una curación definitiva, pero un afectado entre un millón desarrolla una dolencia cardíaca. —Se encogió de hombros—. Ahora está en manos de los médicos.

El conductor dio media vuelta para marcharse, pero el señor Tompkins lo agarró de la muñeca.

—¿Me dirán adonde la llevan? Iré a visitarla.

El conductor puso su mano sobre la del anciano y se la palmeó de manera afectuosa.

—Lo mantendré informado. Recuerde: si no hubiera llamado, tal vez ella no dispondría de esta oportunidad de recuperarse. La Mancomunidad necesita más ciudadanos como usted.